A Hugo Caballero.
Un hombre lleva un pastel en un estuche transparente, lo ha preparado su joven esposa y lo ha embalado con cartón para que resista sin lastimarse los casi 50 minutos de transporte colectivo que le tomará a su esposo llegar a su destino: el taller de narrativa.
“¿Quién cumple?” “¿Qué festejamos?” le preguntan dos en el taller. “Es para Lucía, que se va de viaje”, dice el portador y la señala con la cabeza, mientras coloca el pastel en el centro.
“¡Ah!”, exclama Lucía, llevándose las manos al pecho.
El pastel, es una sorpresa.
Todos aplauden, excepto Luz, que dice: “¿Y si compartimos el costo? Así, todos participamos, por cierto, yo debo un dinero del grupo… ¿Les parece si… ?
El pastel se transforma en mercancía, y una vez pagado, en deuda saldada.
Durante la clase, que incluye análisis de contenido, Graciela reflexiona acerca de su trabajo, en el que habla sobre la timidez, y explica que es tan incapacitante que… que –repite mirando al pastel- que por ejemplo, no me dejaba tomar otro pedacito, ni pedirlo –dice, poniéndose de pié para cortar una rebanada- y… vean: ¡me he atrevido!
El pastel es un desinhibidor, un héroe galante y negro, que vino para sacar a Graciela del silencio.
Lucía mira el pastel. No está muy habituada a las muestras de afecto y pierde la mitad de la clase en sentir algo extraño detrás de los ojos, que la transforma por un rato, en una mejor persona. El pastel es ternura.
A punto de perder su esencia de harina, huevo y chocolate por la cantidad de mutaciones, el pastel se vuelve un estorbo.
Lucía, bolso al hombro, suéter en un brazo y estuche plástico en las manos, lleva un pedazo de pastel demasiado grande para dejarlo como una sobra y demasiado pequeño para merecer el esfuerzo de mantenerlo a salvo 30 minutos en uno de los vagones atestados del metro.
En la calle, un chico de ojos negrísimos y la piel de los pómulos muy estirada y sucia, mirando fijamente al estuche, dice a Lucía: “¿No me regala un cachito, jefa?”. El pastel se acercó entonces, a lo que sería su última transformación, un proceso biológico muy conocido, pero contra todo pronóstico…
No se sabe si el pastel fue hecho con amor, antes o después del amor; o si contenía alguna sustancia mágica. Lo cierto es que el muchachito, satisfecho de pan de chocolate, se fue a dormir, se echó sobre sus cartones, olvidó su chemo [1] y se figuró que comía pastel con sus amigos; que todos lo querían… El pastel fue entonces, el protagonista del sueño de un niño.
[1] Bolsita con pegamento de zapatero que se inhala. Muy tóxico.
AQUÍ PUEDES LEER TODA LA «NARRATIVA EN CORTO» DE PATRICIA EUGENIA, PUBLICADA EN LALUPA.MX
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