Autoría de 5:53 pm A Ojo de Pájaro - Gerardo Aguilar

Crónicas Ticas (II) La Paz: Cinco cataratas y doce colibríes

CRÓNICA: GERARDO AGUILAR ANZURES/LALUPA.MX

Después del día de llegada a Costa Rica, con una primera pajareada improvisada en el zoológico de San José (reseñada en la entrega anterior de esta columna), teníamos programado ir el segundo día a Catarata La Paz. Después de visitar el lugar, continuaríamos hacia San Rafael de Heredia, para dormir ahí y el tercer día proseguir hacia Guápiles (lo que será narrado en la siguiente entrega).

Salimos de San José alrededor de las 6:30AM. En el hotel, el servicio de desayuno (que según las reseñas en internet era muy bueno) comenzaría a las 7:30, así que la noche anterior tuvimos la previsión de comprar algunos alimentos y bebidas para el camino en un pequeño supermercado de chinos.

Al trazar la ruta hacia Catarata La Paz, el asistente de navegación marcaba una hora y media de camino, para un trayecto de menos de 50 kilómetros. Esto indicaba que habría marcha lenta para atravesar la zona urbana de San José y que habría partes sinuosas en el camino, toda vez que entraríamos a una zona montañosa de la Cordillera Central ya que Catarata La Paz se encuentra en las cercanías del Volcán Poás, con altitud de 2,700 msnm.

En realidad hicimos casi dos horas de trayecto, porque había un poco más de tráfico en la zona urbana y por mi desconocimiento de la carretera al Volcán Poás, que serpentea en la frontera de las Provincias de Alajuela y Heredia, mientras va trepando por la Cordillera Central. Una llovizna intermitente y la aparición de neblina en algunos tramos, me hicieron conducir aún más cautelosamente nuestro pequeño cochecito rentado.

Entre otras vicisitudes del camino, tuvimos nuestro primer encuentro con un “puente angosto”, de los que son comunes en las carreteras ticas, donde hay que esperar y dejar pasar a algún vehículo en contrasentido. En otro camino estrecho, encontramos un auto de frente y yo quise tener la cortesía de orillarme al acotamiento para que el otro auto pasara, pero en vez de acotamiento, había una cuneta inclinada, por lo que el chasis del coche golpeó el asfalto. Afortunadamente, sólo la llanta delantera izquierda había resbalado a la cuneta y con otro golpe y un feo ruido pude regresar el auto a la carretera. Inspeccioné el coche al llegar a destino y no vi daños, pero tuve la duda latente, hasta que devolvimos el auto rentado, sin que nos señalaran ningún desperfecto.

Felizmente, llegamos a nuestro destino sin más contratiempos. Había unos letreros poco claros al llegar y en vista de ello, Laura se bajó del auto a preguntar en el hermoso edificio con fachada de madera tipo chalet, que es a la vez la recepción del hotel y el ingreso al parque. Ella tardó unos minutos, pero regresó muy emocionada, dijo “Sí, aquí es, pero el estacionamiento está en la siguiente entrada, apúrate porque me asomé al restaurante y ya vi unas especies padrísimas”.

Alborotados por esas especies que se podían ver, nos registramos en el parque y nos instalamos en la terraza del restaurante por algunos minutos en los que aparecieron otras aves maravillosas, pero no las dos que yo no había podido ver. Normalmente, sólo añado imágenes del lugar que estoy reseñando, pero en este caso, te adelanto a los espectaculares LIFERS que vio Lau en esos dos minutos y que yo tuve que esperar a días siguientes para lograrlos: fueron la Pava negra (Chamaepetes unicolor)

y la impactante Tángara rabadilla roja (Ramphocelus passerinii)

Catarata la Paz podría considerarse un “parque temático” de naturaleza, que pretende mostrar la gran biodiversidad de Costa Rica. Está dispuesto en la bajada de una barranca, al fondo de la cuál fluye el Río la Paz, que después de varios centenares de metros se precipita por la barranca y forma las cinco cascadas que dan el nombre al lugar. Hay diversos recintos, organizados por el tipo de fauna que en ellos se encuentra: Aves, mariposas, monos, serpientes y ranas. En todos estos recintos, los animales se encuentran cautivos. En el jardín de los colibríes, las aves están en libertad y son atraídas por la gran cantidad de plantas con flores que hay en él y por varios bebederos colocados estratégicamente, por lo que la actividad de colibríes y otras aves en el jardín es verdaderamente impresionante. Más al fondo del parque, hay un lago dónde se pueden pescar truchas, mismo que nos hubiera interesado visitar por las aves que pudiéramos encontrar a su alrededor, pero el parque es enorme y nos faltó tiempo para visitar esa sección.

Independientemente de las áreas construidas, el entorno natural es bastante amplio y en él se encuentra fauna en libertad. Ésta era nuestra área de mayor interés, mientras que las zonas dedicadas a animales en cautiverio, las visitamos más selectivamente. Complementan este conjunto el hotel, los restaurantes, las tiendas de souvenirs (escandalosamente caros), todo muy bien cuidado y del mejor nivel.

Apenas habiendo caminado 100 metros dentro del parque, ya habíamos visto varias especies espectaculares, algunas de ellas nuevas para nosotros (lifers). A mí me recibió el Cabezón cocora (Semnornis frantzii), un pájaro robusto color ocre con un pico grueso plateado. Se encuentra únicamente en Costa Rica y el oeste de Panamá, en bosques montañosos y se alimenta principalmente de frutos de los árboles y las epífitas. Es muy motivante empezar una pajareada con un LIFER como éste y en mi caso, me puso optimista de que tendría una excelente pajareada.

En los mismos árboles de la entrada, encontramos una Tucaneta verde (Aulacorhynchus prasinus), cuyo nombre común oficial es “Tucancillo verde mesoamericano”. Ya lo había visto en Puebla y Guerrero, pero nunca tan cerca y con oportunidad de foto, como en La Paz. Es curioso, porque la primera vez que la vi, fue en el Aviario el Nido, en Ixtapaluca, Estado de México. Recuerdo que me pareció fantástica. Apenas empezaba en la observación de aves y al igual que otras aves maravillosas que ya he visto, en ese momento no imaginé que podría verla en vida libre algún día.

El (gorrión) chingolo es ubicuo en el parque, pero también es bastante común en todo Costa Rica. En lo personal me costó un poco de trabajo no distraerme con él, puesto que es bello y me recordaba la primera vez que lo vi, en un parque de San Cristóbal las Casas, Chiapas… Pero en ese momento había que hacer un esfuerzo y “filtrar su presencia”, para no perder la concentración en la búsqueda de especies menos frecuentes, algunas de ellas LIFERS, que se encontraban a nuestro alrededor.

¡Y los colibríes! Todo el viaje a Costa Rica fue un festín para observar y fotografiar a esos “prófugos de la ley de gravedad”. Había unas plantas con bebederos y áreas con muchas flores, que eran un imán irresistible para estas sorprendentes aves. Entre esta zona a la entrada y el “Jardín de los Colibríes”, que se encuentra más adelante en el recorrido, pudimos avistar doce especies diferentes, aunque no me fue posible fotografiar todas. No me detendré a presentar una foto de cada uno, con su correspondiente descripción y mi percepción de ellos, porque la columna quedaría exageradamente extensa, sólo a manera de ejemplo, incluiré a algunos de ellos.

Definitivamente me robó el corazón el pequeño y sutil Colibrí ventrinegro (Eupherusa nigriventris), que no solamente tiene el vientre negro, sino la cabeza también, con la peculiaridad de que parece un tener un peinado militar, con un copete cuadrado. El dorso es verde y las alas son marrones con un bello parche color cobre. Es endémico de las zonas montañosas de Costa Rica y el Oeste de Panamá. Obligadamente lifer, ya que era la primera vez en la vida que estábamos en esa región del mundo.

Por contraste, vimos al enorme y llamativo Fandanguero morado (Campylopterus hemileucurus), absolutamente espectacular. Este colibrí lo habíamos visto dos años antes en la Cascada de Texolo, cerca de Xico, Veracruz. Sin embargo, me pasó con él lo mismo que con otras especies en este viaje, que había podido ver en México, pero no con la calidad de avistamiento ni la posibilidad de fotografiarlas, como ahora en Costa Rica.

La Esmeralda capirotada (Elvira cupreiceps) es una pequeña joya cuasi-endémica de Costa Rica, que solamente se distribuye en los bosques del norte de Costa Rica, pasando apenas la frontera con Nicaragua. El macho es mayormente verde brillante con corona cobriza y plumas de la cola muy blancas, la hembra es similar pero con partes inferiores blancas. Su pico curvado es una marca clave para su identificación.

El resto de las doce especies de colibríes avistados, no los detallaré, por no extenderme más. Como una pequeña muestra, me permito agregar a continuación una pantalla de mi listado de e-bird (La aplicación y plataforma de registro de avistamiento de aves), en el que incluí las fotos que tenía disponibles para algunas de las especies.

El parque tiene un enorme aviario, donde hay especies representativas de Costa Rica, pero que no están necesariamente en la ubicación del parque, como son el pijije alas blancas (Dendrocygna autumnalis), el mielero patas rojas (Cyanerpes cyaneus), el mielero verde (Chlorophanes spiza) o el loro corona blanca (Pionus senilis).

Dentro de la gran jaula que es el aviario, hay una sección cerrada para los tucanes, Esto por protección a otras especies más pequeñas, ya que si bien su dieta se compone fundamentalmente de frutas, de repente “buscan la proteína”, en forma de aves más pequeñas, roedores, serpientes, o lo que quepa en el tremendo pico. Pudimos ver lado a lado el Tucán pico canoa (Ramphastos sulphuratus) y el Tucán pechigualdo (Ramphastos ambiguus), de lo cuál nos sorprendió la diferencia notable de tamaño entre el pico canoa, que es más pequeño y el imponente pechigualdo, que los ticos llaman “pico negro”, aunque la franja oscura de su pico en realidad es color vino.

Como detalle curioso, nosotros ya habíamos visto al Tucán pico canoa, que se distribuye en México y estábamos más impresionados con el pechigualdo. Asumíamos que a ambos los volveríamos a ver días más adelante, en Quepos, que es un entorno más tropical. Al pechigualdo lo vimos en Limón y en Quepos, pero al pico canoa ya no pudimos verlo en libertad en el resto del viaje.

Las secciones del parque donde se exhiben serpientes, monos y felinos, las omitimos. No dudamos que hayan podido ser espectaculares, pero la parte natural del parque nos llamaba más la atención y en lo personal, prácticamente ya no puedo disfrutar el ver los animales cautivos, después de haber tenido la suerte de ver a muchas especies en libertad. Un animal cautivo pierde su vitalidad y frecuentemente su pelaje o plumaje está opaco y maltratado, por lo que es como una versión disminuida, respecto a sus congéneres en vida libre.

El ranario sí nos llamó la atención, sobre todo por las ranas veneno de dardo, que son famosas y que consideramos que tal vez no sería fácil ver en libertad. En la primera sección del ranario se encuentran las especies venenosas, protegidas por cristal. Como es común en la naturaleza, las especies venenosas suelen tener colores brillantes y patrones llamativos que advierten a los depredadores que sería una muy mala idea comerlas.

Así sucede con la Rana Flecha Rojo y Azul (Oophaga pumilio), una de las famosas ranas veneno de dardo de Centroamérica, que se distribuye en Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Aparte de su coloración clásica (que le ha ganado ei ingenioso apodo de «blue jeans»), puede tener otras muy variadas, aunque ésta es la predominante en Costa Rica.

Los renacuajos se alimentan sólo de huevos infértiles, por lo que el macho y los mismos renacuajos estimulan a la hembra para que los ponga. De ahí se deriva el género del nombre científico: «Oophaga». Afortunadamente, nos equivocamos en la idea de que tal vez no las veríamos en libertad, pues precisamente al día siguiente, casi a la misma hora, pudimos ver una en su ambiente natural.

Pasando los exhibidores de las ranas veneno de dardo, se ingresa en una habitación espaciosa, con clima controlado en la que sentimos el cambio de temperatura y humedad respecto al aire frío decembrino que había al aire libre. Ahí se encuentran múltiples macetas con plantas, sobre las cuáles se posan las ranas. La mayoría están tan quietas, con las patas pegadas al cuerpo, que parecen de juguete, moldeadas de algún plástico verde o de gelatina de kiwi, (pensamiento culpable) listas para comerlas.

Hay varias especies en el recinto y pequeños gafetes con el nombre de cada especie se sujetan a las plantas cerca de las ranas. No me tocó que sucediera, pero supongo que conforme las ranas se mueven, aunque no sea frecuente, el personal del ranario cambia de posición dichos letreros, para indicar el nombre correcto de las especies… Es una solución práctica y efectiva, pero me parece divertido pensar en los empleados, viendo como una rana da un par de saltos, colocándose en una nueva hoja, para entonces ir a cambiar de lugar el letrero.

A un lado del ranario, estaba el orquideario, que al pasar junto a él nos resultó irresistible. Aún sabiendo que son flores cultivadas y que en México habíamos visto orquidearios impresionantes, como el de Coatepec, Veracruz o Cuetzalan, Puebla, la belleza y perfección de estas flores, nos atrajo como a un par de polinizadores. Permanecimos algunos minutos ahí, observando y fotografiando las maravillosas flores, antes de liberarnos de su hechizo.

A lo largo de toda la mañana, una muy delicada llovizna había estado cayendo intermitentemente. Era tan fina, que no representaba un obstáculo real para usar los binoculares o la cámara, sin embargo, alrededor de las 11:30, la lluvia arreció un poco y ante esa situación decidimos salir del “trance pajarero”, para almorzar. Al hacerlo, se nos despertó el hambre y la sed, después de tres horas de caminar, habiendo comido tan solo unas galletas en el camino. Al momento de decidir esto, estábamos en el Jardín de los Colibríes, en un estado de felicidad completa, por la abundancia y variedad de las hermosas aves. La lluvia nos sacó de ese “Estado Zen pajarero”. Convenientemente, estábamos a unos pasos del restaurante donde se sirve el lunch buffet. Habíamos reservado y pagado las entradas al parque con la opción del lunch en el sitio, lo cuál fue muy sensato, porque el parque está en medio de la nada y no era opción salir a buscar dónde comer. El buffet no era muy costoso, considerando que estábamos en un lugar turístico. Estaba bien servido, variado y abundante, en mi opinión un poco “agringado”, debido a que la mayoría de los visitantes son norteamericanos y muchos de ellos prefieren las salchichas, las pizzas, papas fritas y demás alimentos que acostumbran, que probar la comida originaria de los lugares que visitan. Aún así, encontramos suficientes platillos sabrosos y comimos muy bien.

El restaurante “Los Colibríes”, que debe su nombre al jardín adyacente, es un espacio amplio y abierto, bien decorado, que tiene una buena vista hacia las montañas, hacia el parque y hacia una pequeña cascada artificial y es bastante agradable. Para darle el toque pajarero al momento, de repente pasó entre las mesas, dando saltitos por el suelo, un ave oscura que me pareció desconocida. Todavía masticando un bocado, me levanté de la mesa, con la cámara a punto y me puse a seguirlo. Finalmente logré encontrarlo y pude tomarle una sola foto buena, que después identifiqué con la guía como Zorzalito sombrío (Catharus fuscater). Podrás imaginar que esa persecución llamó la atención de más de uno de los comensales a mi alrededor y cuando regresé con mi sonrisa de triunfo a nuestra mesa, sentí una que otra mirada extrañada, lo cuál me tuvo sin cuidado… Era otro LIFER y casi me fue servido como postre.

Nuestro “timing” para el lunch fue inmejorable, puesto que empezamos a comer cuando lloviznaba más fuerte y había poca gente comiendo y terminamos justo cuando la llovizna amainó, al mismo tiempo que la mayoría de los visitantes llegaban a comer.

Después del lunch, nos dirigimos a los senderos del parque, que son un lugar formidable para explorar, rodeados de una frondosa vegetación, con helechos arborescentes y plantas de enormes hojas.

Hacia el fondo del parque transcurre el Río la Paz, en algunos tramos tranquilo y en otros con rápidos, formando cinco saltos conforme su cauce baja por el borde de la barranca.

En una de las partes más tranquilas del río, de repente vimos un pájaro pasar volando a poca altura. Sin ver exactamente dónde había bajado, nos dimos cuenta que estaba en una de las márgenes del río unos metros corriente arriba. Después de jugar un poco a las escondidas con él, finalmente se dejó ver sobre una roca cubierta de musgo. Ya más relajados, al darnos cuenta que no se había escapado, lo pudimos identificar como el Chipe arroyero (Parkesia motacilla), que habíamos visto previamente en varias ocasiones en México, incluso tan cerca de casa, como el Parque Nacional los Dinamos en CDMX, que fue donde tuve el LIFER de este bello chipe. Aunque evidentemente nuestra prioridad en el viaje eran los lifers y las especies endémicas, también disfrutamos mucho los avistamientos de “viejos amigos”, como éste.

Siguiendo el sendero del río, se llega a la zona de las cinco cascadas, que en orden descendente, llevan los nombres de: Templo, Magia Blanca, Encantada, Escondida (llamada así porque está atrás de Encantada) y finalmente, La Paz. Hay un andador con escaleras y barandales que permite seguir con seguridad todo este trayecto, que resulta muy agradable a la vista.

Desde el mirador de la Catarata La Paz, hay un camino que lleva a una cafetería, a la inevitable tienda de souvenirs

La cafetería tiene una terraza, desde la que se puede ver la catarata y ahí nos sentamos a descansar un rato. Sin embargo, apenas me había sentado, cuando vi un pájaro revoloteando cerca del mostrador de la cafetería y me levanté nuevamente con la cámara. Se trataba del Chinchinero común (Chlorospingus flavopectus), ave que ya había visto previamente, en Zongolica Veracruz.

También “pasó a saludar” al balcón de la cafetería la bella Tángara azulgris (Thraupis episcopus), que ya habíamos visto el día anterior en el Zoológico de San José y cuyo LIFER registré en Chachalacas Veracruz, hace unos cuatro años.

A la salida de la tienda de souvenirs, se encuentra el andén de espera para el “shuttle” de regreso al lobby de entrada al Hotel y el parque, detalle que se agradece, porque sería bastante pesado volver a subir por escaleras la altura de las cinco cascadas. Se trata de un autobús de tipo escolar y es de llamar la atención la pericia del operador, que maniobra ese enorme vehículo por curvas pronunciadas y subiendo una pendiente muy empinada.

Una vez de regreso a la entrada del parque, vimos que eran cerca de las 4 de la tarde. Considerando que anochece muy temprano allá, pensamos que era prudente ir tomando camino hacia San Rafael de Heredia, donde teníamos nuestro hospedaje para las siguientes tres noches. No pudimos resistir dar una última vuelta a los colibríes y nuevamente nos deleitamos un rato con ellos.

El trayecto a San Rafael de Heredia no tuvo mayores contratiempos. Nuestro hospedaje resultó ser un poco extraño, puesto que no era un hotel como tal, sino una casa grande, con unos anfitriones muy amables, pero que claramente se estaban iniciando en el negocio del hospedaje. La habitación estaba bien, pero le faltaban detalles prácticos, como armarios y cajoneras. El cuarto tenía una cama king size y una litera, misma que nos sirvió como “ropero” ante la ausencia de muebles adecuados para ello.

Cumplimos el ciclo de cenar, revisar las fotos del día, poner a cargar las pilas de las cámaras y los teléfonos y caer rendidos relativamente temprano, porque para aprovechar los días, había que despertarse a las 5:30 a más tardar, para estar en movimiento antes de las 6:30.

El tercer día, que era 24 de diciembre, iríamos a un lugar cercano a Guápiles, en la Provincia de Limón, bajando de las montañas hacia el oriente. Ahí veríamos a un guía muy conocido y respetado en Costa Rica y con reputación internacional, que usa el nombre de “COPE”. Ese día en realidad recibimos un regalo de Navidad, con muchos avistamientos y una experiencia muy especial, pero la narración de ese tercer día podrás leerlo en la siguiente entrega de esta serie.

Te agradezco que me hayas leído. Escribir estas crónicas me hace volver a vivir los gratos momentos del viaje y saber que alguien más los experimenta, es una satisfacción adicional para mí. Espero que LA PAZ haya quedado contigo en este capítulo y hasta la tercera entrega: “¡PURA VIDA!”

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Last modified: 9 octubre, 2021
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