Luego de que han transcurrido más de tres años desde que se materializó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el 31 de enero del 2020, los efectos negativos para la economía isleña siguen manifestándose, cada vez de manera más obvia y trascendente. Es el caso de la cooperación científico-tecnológica que por décadas mantuvo el archipiélago con sus socios continentales, misma que logró crecer gracias a las multimillonarias inyecciones monetarias que dotaron a programas conjuntos de investigación financiados y gestionados a través de esquemas como las distintas ediciones del Programa Marco de Investigación y Desarrollo, sucedido por el programa Horizonte 2020 —vigente del 2014 al 2020—, y que a partir del 2021 y hasta el 2027 opera bajo la nueva denominación de Horizonte Europa.
Aunque parece que los británicos se arrepintieron de su rompimiento con el continente casi al instante siguiente en el que conocieron el resultado del plebiscito, fueron incapaces de dar marcha atrás en esta decisión que no parece haber traído ningún beneficio para su sociedad ni economía, en cambio, los ha devuelto al aislamiento en muchos ámbitos, como el de la investigación científica y el desarrollo tecnológico. Quizá fue por ese golpe de realidad que tardaron casi cuatro años en materializar la separación e, incluso desde antes de que esta se cristalizara, comenzaron a negociar los términos generales de un tratado de comercio libre con Europa, que les permitiera mantener su interacción con la economía del continente.
Dado que actualmente ninguna economía exitosa puede prescindir de la innovación que emana del desarrollo de tecnología y de la investigación científica, los isleños solicitaron que dicho acuerdo comercial incorporara en su clausulado la participación de sus académicos en el programa Horizonte Europa.
Sin embargo, los países continentales parecen haber estado usando esta solicitud como moneda de cambio para forzar a su antiguo miembro a ceder en muchos otros ámbitos de la amplia y muy compleja relación económica-comercial. Esto puede inferirse, por ejemplo, luego de que hace ya más de un mes se anunció el acuerdo al que ambas partes habían llegado para incorporar por fin al Reino Unido en el programa Horizonte Europa —en su tercer año de operación—, y sin embargo sigue sin firmarse, dejando a los científicos británicos sin la posibilidad de participar en la jugosa bolsa común para investigación científica y desarrollo tecnológico, que acumula la suma de 95 mil millones de euros.
Y es que en la actualidad es prácticamente imposible que una economía avance por sí sola en el desarrollo de las nuevas tecnologías, pues no sólo se requieren de enormes sumas de dinero que permitan construir y mantener instalaciones de frontera, sino, todavía más importante, asegurar el acceso al talento joven y abundante que posibilite el aprovechamiento de dicha infraestructura científica y tecnológica. Lo que ha quedado nítidamente evidenciado en este caso, pues a pesar de que el Reino Unido ha emitido políticas muy agresivas para fomentar estas actividades, enfocadas en atraer talento de todas partes del mundo e incentivar la formación de nuevas empresas de base tecnológica en campos como la ciencia y tecnología cuánticas, ha comprendido que todos sus esfuerzos podría resultar inútiles si no logra abrirle a sus investigadores las rutas para establecer colaboraciones de mediano y largo plazo con sus colegas europeos.
Y mientras que las islas británicas se esfuerzan por alcanzar ese acuerdo que les permita estrechar sus vínculos de colaboración científica y tecnológica con sus vecinos, socios comerciales y aliados, en otro de los bloques económicos regionales del orbe, el de Norteamérica, México parece despreciar el inmejorable acceso que desde hace años se le ha otorgado en el clausulado de movilidad académica del Tratado México-Estados Unidos-Canadá, para intensificar la colaboración de los científicos y tecnólogos mexicanos con sus colegas estadounidenses y beneficiarse del acceso a la principal infraestructura científica del mundo.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.