CRÓNICA: GERARDO AGUILAR ANZURES/LALUPA.MX
El Día 26 de diciembre dejamos Heredia para dirigirnos a una de las etapas más prometedoras del viaje: San Gerardo de Dota y lugares cercanos, como el Parque Nacional de los Quetzales. Originalmente pensaba resumir en esta entrega la experiencia de Jardín Batsú, la búsqueda del quetzal y posteriormente nuestro recorrido con guía por San Gerardo de Dota. ME FUE IMPOSIBLE. En primer lugar, resulta anticlimático empezar a narrar la experiencia del quetzal, después de varias páginas e imágenes de otro lugar y en segundo lugar, la crónica resultante hubiera resultado desmesuradamente larga y con demasiadas imágenes (De por si, a veces me extiendo bastante). En vista de ello, en esta entrega solamente narraré la llegada a San Gerardo y las maravillas que encontramos en Jardín Batsú. ¿Y el quetzal? Ya RESPLANDECERÁ, en la siguiente crónica.
Para llegar a San Gerardo desde Heredia, es preciso pasar por San José y tomar la Carretera Interamericana hacia el sur, pasando por Cartago y desviando más adelante en la Calle San Gerardo, que más que calle, es una estrecha carretera que baja por una ladera muy empinada, completamente cubierta por bosque perennifolio. Conforme se va bajando es necesario ir frenando con motor, puesto que de otra manera se calentarían demasiado los frenos. Se desciende desde más de 3,000 msnm, al borde de la carretera a 2,000 metros, en el fondo del cañón, donde corre el Río Savegre y donde se encuentra Jardín Batsú. Aunque iba concentrado en bajar el “largo y sinuoso camino” con cuidado, no podía dejar de pensar que la subida sería doblemente difícil, teniendo que tomar impulso para tomar las curvas en subida y evitando chocar con un auto en bajada.
Inconscientemente, uno imagina cómo serán las cosas, antes de experimentarlas. Yo imaginaba San Gerardo de Dota como un pueblito, con su plaza central, con casitas de techo de teja y cabañas en los alrededores, con tiendas y restaurantes en unas cuantas manzanas, al estilo de Valle de Bravo en México. La realidad es diferente: No hay un pueblo como tal. San Gerardo es una serie de establecimientos, como hoteles, albergues y restaurantes, a ambos lados de la “calle” del mismo nombre que serpentea por la pendiente.
De camino a Jardín Batsú pasamos por las Cabinas (cabañas) San Gerardo, que sería nuestro hospedaje por dos noches. Aunque no nos detuvimos, pudimos ver que el lugar se veía agradable, con las cabañas a un lado de la carretera y el restaurante y oficina en la acera opuesta.
Seguimos descendiendo, siguiendo las instrucciones de Google, que eran muy sencillas, ya que sólo la calle estaba pavimentada y tenía un trayecto largo. Sin embargo, casi al llegar, las indicaciones nos llevaban por una pequeña terracería en subida, que sería imposible para nuestro auto. Justo en ese punto, había una acogedora cafetería llamada “Alma de Árbol”, con una pequeña explanada para estacionar y decidimos parar ahí para preguntar. Incluso pensé en pagar o consumir, para que nos dejaran “parquear”. Para nuestra tranquilidad, el Jardín y la cafetería son parte del mismo negocio familiar y el auto pudo quedarse donde lo habíamos dejado. Nuestra reservación se había hecho varios meses antes y el propietario del lugar, Felipe Chacón, nos recibió con una sonrisa. Nos llevó al jardín en una camioneta pickup 4×4, que dando tumbos subió los 400 metros desde la cafetería.
El lugar por sí mismo es espectacular, hay hermosas plantas y flores en toda la ladera del jardín, mismas que son un poderoso imán para una varias especies de aves. Como era de esperar, hay abundancia de colibríes, pero sólo algunos de ellos son los mismos que ya habíamos visto en Catarata Paraíso o en Donde Cope (Guápiles), así que había oportunidad de ver más lifers.
Hacia atrás del jardín hay un sendero, que se adentra en el bosque y ahí se encuentran otras especies.
El paisaje circundante lo forma el bosque caducifolio en las laderas bajas y al fondo los montes cubiertos de bosque de pino.
El jardín tiene varias terrazas de observación que miran hacia los árboles floridos, adicionalmente hay bebederos para colibríes y unos árboles podados, que ayudan a la fotografía, al evitar tantas ramitas y hojas que a veces parecen tener mentalidad propia e interponerse en las fotos, tapando la cara del animal, o engañando al enfoque automático, provocando frecuentemente fotos fuera de foco.
Hay comederos con frutas o con semillas, para que las diversas especies se acerquen a alimentarse. En estas condiciones se favorecen las tomas estacionarias y por ello armamos los tripiés y tomamos unas sillas plegables, para poder captar a las aves que iban entrando en busca de alimento. Claro que no todas las aves siguen este patrón de comportamiento y las buscamos y fotografiamos con la pajareada “ambulatoria” más acostumbrada, donde se va recorriendo un sendero, a la búsqueda de diversas especies, en varios tipos de vegetación y a distintas alturas, dependiendo de los hábitos de cada ave.
Así como en México es común encontrar al Pinzón mexicano en muchos hábitats diferentes, en Costa Rica, el gorrión chingolo es ubicuo, por lo menos en toda las zonas templadas. El Jardín Batsú no fue la excepción y formó parte del comité de recepción. Tuvimos oportunidad de verlo y fotografiarlo a placer.
Pero la mayoría de las otras especies que vimos no tenían nada de familiar y de hecho fue una gran emoción verlas, no sólo por la novedad de todo LIFER sino porque son aves verdaderamente hermosas.
Un claro ejemplo es la Tángara goliplateada (Tangara icterocephala), inconfundible con su maravilloso tono amarillo y sus alas negras. Es una golosa, que siempre anda buscando fruta para comer. No hay mucho dimorfismo sexual y la hembra es un poco más opaca, o debería decir, menos deslumbrante que el macho. Es residente de Costa Rica, Panamá y zonas altas de Colombia y Ecuador. Siempre hay aves que nos mueven emocionalmente más que otras. Para mí, sin que sea una rareza, ni mucho menos, me llamó la atención desde que estábamos revisando las especies antes del viaje y por eso fue muy agradable verla en vivo.
El Pinchaflor plomizo (Diglossa plumbea) fue LIFER para mí y también entra en mi círculo de “ticos consentidos”. Ya conocía a su primo, el picaflor canelo, o picochueco vientre canela (Diglossa baritula) en México, cuyo macho tiene el dorso azul oscuro y el vientre canela, sin embargo esta versión en un sólo color me encantó, porque el tono de su plumaje es muy especial, entre azul, violeta y gris, que al contrastar con las flores entre las cuáles se alimenta, lo convierten en un avistamiento muy agradable. Tiene un pico levantado y con un gancho agudo en la punta, que usa para perforar las bases de las flores y extraer el néctar. No se le encuentra en las terrazas con alimentadores, sino que hay que ir a buscarlo en todo el jardín. Disfruté mucho verlo y fotografiarlo, había que aprovechar la oportunidad, ya que se encuentra exclusivamente en Costa Rica y el oeste de Panamá y nosotros sólo pudimos verlo en la zona de San Gerardo de Dota.
El Colibrí de Talamanca (Eugenes spectabilis) debe su nombre a la cordillera homónima y sólo se encuentra en el Bosque nuboso de Costa Rica y Panamá. Anteriormente era la misma especie que el Colibrí magnífico, o de Rívoli (Eugenes fulgens), que ahora se distribuye desde Estados Unidos hasta Nicaragua. El Talamanca es un colibrí notoriamente grande. Aunque parece ser verde negruzco, al recibir destellos de luz, se producen en su plumaje una sorprendente gama de iridiscencias, haciendo que se distribuyan de forma caprichosa tonos de verde, rosa, violeta, azul, principalmente por su cabeza. Un detalle simpático, es que tiene una marca blanca atrás del ojo, que da la impresión de ser la esclerótica de un ojo más grande, así que su expresión parece ser de perpetuo enojo u asombro, hasta que descubres que esa marca no es parte de su ojo. Hace unos años no hubiera sido LIFER, sino un avistamiento más del Colibrí magnífico
Otra especie que tiene pariente mexicano, es el Colibrí Oreja violeta menor (Colibri cyanotus). En México contamos con el Colibrí verde mar o oreja violeta (Colibri thalassinus), que es muy similar, constituyendo originalmente la misma especie, sin embargo el rango de ambas no traslapa y por lo tanto no es viable confundirlos. El cyanotus se distribuye en Costa Rica, Panamá y el Norte de Sudamérica. Aunque hay varios colibríes medianos de color verde brillante, el parche azul y violeta que tiene alrededor de los los ojos, lo hace inconfundible. El macho gusta de perchar expuesto y cantar insistentemente. En un plano muy subjetivo, comento que a mí me llama mucho la atención su elegancia al hacer el vuelo estacionario para alimentarse de las flores y pienso que “nunca pierde el estilo”.
El Colibrí centelleante (Selasphorus scintilla) es pequeño, su garganta anaranjada distingue al macho de todos los otros colibríes en su rango limitado. La hembra tiene la garganta moteada, flancos anaranjados y cola marrón con una banda negra y puntas beige. Se encuentra en áreas abiertas, incluyendo bordes del bosque y jardines. Me recordó a otras especies del género Selasphorus que pueden verse en México, pero sólo en el caso de las hembras, ya que los machos tienen marcas de identificación muy definidas.
Las aves que son inconfundibles y que dan la certeza de su identificación, son una especie de “respiro” para el observador de aves, que a veces experimenta muchos problemas para distinguir especies similares… La cosa se pone peor con calandrias, mosqueros, gaviotas y colibríes. Sin embargo, el Colibrí vientre castaño (Lampornis castaneoventris) resulta muy distintivo, con su ceja y gorguera blancas y su pico negro y recto. A diferencia de otras especies, en las que la hembra es menos vistosa, en este caso es muy llamativa, con su vientre de un beige brillante y con sus mejillas negras, que contrastan con la ceja blanca, también presente en el macho. Para esta especie, el nombre común en español me parece anodino. Por contraste, me encanta su nombre en inglés: “White throated mountain gem”, ya que estoy totalmente de acuerdo de que es una gema de montaña, de ahí la idea del título de esta reseña: “Un jardín enjoyado entre las montañas”, porque está lleno de joyas vivientes, como ésta.
Rápidamente transcurrieron cuatro horas y media, hasta que el cansancio se alió con el hambre, para ponernos el alto en la pajareada. Habíamos quedado con Felipe que nosotros bajaríamos a pie desde el jardín hacia la cafetería y que después de comer, volveríamos a subir. Los días anteriores habíamos intentado probar lo más posible la comida local, sin embargo la Cafetería Alma de Árbol es de corte europeo, con una carta orientada a las costumbres de los turistas extranjeros, así que nada de platos típicos. En realidad comimos muy bien, e incluso pedimos una jarra de clericot para acompañar nuestros platillos y un ineludible cafecito para terminar. Habíamos sido cautelosos en los gastos de alimentos en días anteriores, así que nos permitimos ese pequeño lujo: fue una celebración, después de haber visto tantas aves increíbles rodeados de un bello paisaje.
Cuando estuvimos listos, Felipe nos volvió a llevar al jardín. Originalmente habíamos contratado la visita correspondiente a un medio día, pero Felipe nos dijo que, como había estado haciendo algo de construcción en el jardín, algunas aves estaban renuentes a acercarse y que por ello nos daría acceso para el día completo, como una compensación, por lo cuál pudimos regresar a seguir viendo y fotografiando aves por la tarde.
Además de seguir disfrutando a los colibríes, visitamos un rincón, donde llegan las aves que les gusta estar cerca del suelo, como los cerqueros y los semilleros. Pudimos ver al Picogordo degollado, que es de amplia distribución desde el Norte de Canadá, hasta el Norte de Sudamérica y que ya habíamos visto con anterioridad.
A ras de piso, también pudimos ver al Rascador gorra castaña (Arremon brunneinucha), que vi por primera vez en Zongolica, Veracruz y que también avisté en Oaxaca. Precisamente por andar entre la vegetación baja, no es fácil de ver, así que aproveché la oportunidad para fotografiarlo también.
Sin embargo, de todas esas aves que andan por el suelo, para mí se llevó las palmas el Cerquero patigrande (Pezopetes capitalis). Es un pinzón grande, color verde oliva con la cabeza gris, que sólo se distribuye en las zonas altas de Costa Rica y Panamá, por lo que fue LIFER. Frecuentemente anda en grupos y en nuestro caso, tuvimos la suerte de ver una pareja con su cría, ya bastante crecida, pero que aún estaban alimentando. La luz de la tarde ya se estaba extinguiendo y por el hecho de estar en la sombra y por sus colores oscuros, batallé mucho para poderlos fotografiar, pero logré rescatar algunas imágenes de esta familia feliz.
He dejado para el final un ave especial, se trata de la Pava negra (Chamaepetes unicolor). Unos días antes, en Catarata La Paz, Lau había la había visto y muy emocionada, me llevó al sitio donde había perchado. La esperamos sin éxito, pues no regresó. Como el sitio estaba cerca de la entrada, nos acercamos otra vez antes de irnos del lugar, pero no apareció. Aqui en Jardín Batsú finalmente pude verla tomando el sendero que va al bosque. Estaba un poco lejos, perchada en un árbol, comiendo algunas frutas. Se trata de un ave grande, como una chachalaca, pero con el plumaje completamente negro. Tiene la piel facial azul, los ojos rojos y las patas rojizas.
Tuvimos un incidente simpático con ella, puesto que la siguiente vez que la vimos, estaba junto a la carretera, relativamente cerca del auto. Nos vio y la vimos fijamente. Hubo una pausa tensa, puesto que ella quería atravesar la carretera, pero no quería pasar frente al auto y nosotros queríamos fotografiarla sin asustarla. De repente, dio un graznido de resolución, se engalló y alzándose sobre sus patas, desplegó sus alas y después de ese desplante cruzó frente a nosotros, muy digna. Afortunadamente pude captar justo el instante de su despliegue y fue uno de esos momentos inolvidables del viaje.
Una vez culminada nuestra doble sesión de pajareo, subimos en auto por la cuesta de la Calle San Gerardo, hasta nuestro hospedaje, que está aproximadamente a medio camino entre el Río Savegre y la Carretera Interamericana. El lugar se llama Cabinas San Gerardo y en realidad las cabañas son bonitas y acogedoras. Localmente se le conoce como “donde Doña Miriam”, que es la entrañable propietaria del hotel y el restaurante, que está frente a las Cabañas. Cuando hicimos las reservas, en agosto, buscar hospedaje en San Gerardo empezó siendo desalentador, puesto que la mayoría de los hoteles eran carísimos. Afortunadamente, encontramos esta opción, que nos costó entre la mitad y un tercio que las otras alternativas. Al llegar al lugar, vimos que efectivamente, había lugares muy bien puestos y bastante lujosos, pero nosotros estuvimos muy contentos con Doña Miriam, que nos atendió maravillosamente.
El anochecer a las 5:30 PM no dejó de pillarnos desprevenidos todos los días en tierras ticas. Después de la opípara comida en Alma de Árbol, no teníamos realmente hambre para cenar y únicamente bebimos un chocolate y platicamos con nuestra anfitriona. Después salimos linterna en mano, ya que no hay alumbrado público, hacia una tienda que está a unos 300 metros del hotel. Era una noche sin luna y al mirar al cielo, quedamos boquiabiertos, por la cantidad de estrellas que podían verse. Apagué la linterna, para disfrutarlo aún más. En un bello recuerdo, vino a mi mente mi abuelita, que amaba el cielo estrellado y conocía muchas de las constelaciones. En unos cuantos segundos, vinieron a mi mente hermosos momentos y en ese estado de emoción, le agradecí mucho todas las historias, todo su testimonio de vida, que marcaron mucho de mi propia forma de ser, mi curiosidad y mi creatividad, que ella siempre estimuló. Después de un prolongado suspiro y sin lograr completamente reprimir una lágrima de emoción, abracé a Lau, encendí la linterna y seguimos caminando hacia la tienda, donde compramos el tentempié de la mañana siguiente.
Cansados pero encantados por lo experimentado en toda la jornada, nos preparamos para dormir en nuestra coqueta cabaña de madera. Encendimos el calefactor, nos pusimos una pijama calientita y nos acurrucamos bajo las cobijas. Al día siguiente, veríamos a nuestro guía a las 5:20 AM. Lo primero que intentaríamos sería ver el quetzal y después haríamos un recorrido extenso por San Gerardo de Dota, el resto del día… Los nervios y la emoción tal vez nos hubieran dificultado dormir si no hubiéramos caminado tanto, subiendo y bajando los senderos, cargando las cámaras y el resto del equipo, por lo que caímos totalmente rendidos, hasta que el despertador interrumpió bruscamente nuestro sueño, siendo todavía noche cerrada. ¡Pero el amanecer marca el inicio de la siguiente crónica tica! Hasta entonces: “¡PURA VIDA!”