CRÓNICA: GERARDO AGUILAR ANZURES/LALUPA.MX
Al cabo de una semana de aventuras pajareras, nuestra primera incursión internacional estaba llegando a su fin. Después de un rico desayuno, con un fabuloso espectáculo de aves en la terraza del comedor del hotel Cabinas de San Gerardo, subimos las maletas al auto, para dejar finalmente San Gerardo de Dota.
Me encomendé a todos los santos, porque me esperaba la conducción de regreso, trepando por la empinada y sinuosa “Calle San Gerardo de Dota”, para entroncar en la legendaria Carretera Panamericana, No.2, desviándonos en la transversal No. 243 y finalmente tomando la costera No. 34, trayecto que nos llevaría desde la altitud de la cordillera de Talamanca hasta la Costa Pacífica, a la ciudad portuaria de Quepos, en la Provincia de Puntarenas. Aunque son solamente 137 kilómetros, el tiempo de recorrido fue más largo de lo que uno esperaría para esa distancia y acabamos llegando a Quepos a mediodía. Procedimos a instalarnos en nuestro hotel, que resultó bastante agradable, con bungalows distribuidos en un terreno con bella vegetación tropical. La habitación era luminosa y amplia, con una cocineta, muy bien equipada. Sin embargo, no íbamos a aprovechar mucho el cuarto: En la mayoría de los casos, el uso que hacemos de las habitaciones de hotel en los viajes pajareros se limita a llegar a caer rendidos, después de pajarear todo el día. Solamente nos queda energía para poner a cargar las pilas de cámaras y celulares, revisar fotos y repasar el plan del día siguiente. Como podrás imaginar, muchas veces me he quedado dormido con la cámara o el celular en las manos. Casi siempre salimos de los hoteles al alba, antes de que empiece la hora en que sirven desayunos, por lo que a veces desperdiciamos la oportunidad, cuando el hospedaje incluye ese alimento… En fin: Todo sea por aprovechar al máximo la hora temprana, que es la de más actividad para las aves y también el momento de la limpia y cálida luz dorada de la mañana, que es muy favorable para la fotografía.
Semanas antes, habíamos hecho contacto y acordado desde México con un guía para nuestra visita a Quepos, sin embargo, el día anterior a la salida nos avisó que no nos podía acompañar. Pero no nos dejó al garete, sino que nos puso en contacto con otro guía que él conocía y que estaba de acuerdo en hacer el recorrido, en las condiciones y por el costo que habíamos pactado con el guía original. Su nombre era Jason (Escrito Jaison) y cuando se presentó por whatsapp, inevitablemente me remitió al personaje de las películas de terror de la serie “Viernes 13” con su máscara de hockey y todo… Pero nada más lejos de la realidad: en persona Jaison resultó ser un chico sonriente y amable (esto último es casi una obviedad con los ticos), totalmente ajeno al macabro personaje con el que comparte nombre. Fue una agradable sorpresa constatar que él se había tomado el tiempo para ver nuestra “wish list” de especies y ya tenía pensado dónde buscar las aves solicitadas. También fue cómodo comprobar que él estaba familiarizado con los nombres científicos, así que no teníamos que usar nuestro esquema de traducirlos al inglés, como con el resto de los guías y pajareros con los que interactuamos en Costa Rica, por lo que me pareció que salimos ganando con el cambio de guía. Nuestra suerte nos seguía acompañando: Todo el viaje había sido tan favorable, que hasta los cambios de planes y aparentes contratiempos terminaban obrando a nuestro favor.
La pajareada con Jaison sería al día siguiente de nuestra llegada a Quepos, por lo que la primera tarde salimos por nuestra cuenta, sin un plan intenso de pajarear, ya que de cualquier forma era la hora del calor más intenso, que es la menos propicia para el avistamiento de aves.
Para llegar a la playa desde el hotel, solamente era necesario seguir la carretera principal por la que habíamos llegado a Quepos, bajando por la pronunciada ladera de un cerro. El trayecto era de aproximadamente un kilómetro, por lo que decidimos hacerlo a pie.
A lo largo de la bajada, se alternaban tramos de vegetación, con comercios, restaurantes, condominios y en general, establecimientos relacionados con el turismo. Decidimos que sería nuestro “día del lujo”, comiendo en un buen restaurant, así que les fuimos echando ojo mientras bajábamos, para hacer nuestra comida-cena más tarde, de regreso de la playa.
Nos pareció muy divertido encontrar un letrero a pie de carretera que previene a los automovilistas para estar alertas y manejar despacio para cuidar a la fauna silvestre…¡Y a los niños! Las siluetas incluyen un perezoso, un mono, una iguana y una niña pequeña. Había visto otros letreros de precaución, pero éste me pareció más cálido y simpático. El letrero también refleja la conciencia que tienen los ticos acerca de la importancia y del valor (no sólo intangible, sino también monetario) que representa para Costa Rica la extraordinaria biodiversidad que posee. La protección de flora y fauna están más interiorizados en la mayoría de la población, proceso del que debemos aprender otros países megadiversos como México, dónde todavía hay mucha inconsciencia y negligencia en la salvaguarda de este patrimonio por parte de las autoridades y de la población, en general.
Hablando de fauna, prácticamente no hicimos ningún avistamiento de aves relevante, sin embargo, nos encontramos otras sorpresas, en reptiles y mamíferos. En México habíamos visto mono araña y saraguato, pero fue una emoción muy especial ver al mono ardilla, que tranquilamente alternaba entre las ramas de los árboles y los postes de luz, ya muy cerca de la playa. Yo sé que es incorrecto asignar emociones humanas a los animales, pero en realidad me cautivó la expresión de este hermoso mono.
Todavía arriesgando un poco más hablando de emociones humanas en animales, nos llamó la atención una hembra de mono capuchino, que parecía vagar sin rumbo y con una expresión muy triste. Lau la vio con detenimiento y se percató que tenía las tetas y los pezones inflamados, como si estuviera criando, pero no llevaba ninguna cría. Me pareció bastante probable la idea de Lau acerca de que la mona había perdido recientemente a su cría y por ello su actitud errática y su expresión triste.
Y finalmente, ¡La playa! Como era la semana de fin de año, mucha gente estaba de vacaciones y fue interesante ver a los ticos divirtiéndose y relajándose junto al mar.
Al fondo de la playa había un manglar, que parecía promisorio, pero sólo encontramos un playero manchado (o alzacolita, como le llamamos en México) y lo demás eran gaviotas o fragatas que de repente surcaban el cielo. La verdad es que el calor y el bullicio de la gente habían ahuyentado prácticamente a toda la fauna.
Una vez que terminamos de pasear por la playa, regresamos subiendo la cuesta, hasta el restaurante que habíamos seleccionando durante la bajada. Tenía una vista espléndida y más tarde nos ofreció una bella puesta de sol. Cenamos muy a gusto y estábamos encantados, no sólo por ese momento, sino por todas las vivencias del viaje. Ya de salida, como era de noche y la pendiente era pronunciada, mejor esperamos el camión de transporte público, que nos dejó a unos metros del hotel. Más nos valía dormir temprano, porque la pajareada empezaría al amanecer.
A la mañana siguiente, Jaison pasó a recogernos puntualmente a las 6 AM. Nosotros habíamos pensado entrar en el Parque Nacional Manuel Antonio, ya que en la plataforma e-bird de registro de avistamientos de aves, habíamos encontrado especies bastante interesantes, sin embargo Jaison nos comentó que debido a la temporada de fin de año, el parque estaría concurrido y que sería más eficiente recorrer otros senderos de la zona, para encontrar las especies deseadas. Aceptando su razonamiento, nos pusimos en manos de nuestro guía y empezamos a recorrer los senderos que él conocía perfectamente.
Tuvimos la oportunidad de ver una buena cantidad de especies, algunas de las cuáles ya habíamos visto en México. Para esta crónica, estoy seleccionando unas cuantas especies de las que fueron LIFERS y de las que fue posible obtener una buena foto.
Una de las primeras aves que encontramos fue un hermoso perico, pero al verlo, no supe identificarlo y
justo antes de que le preguntara, Jaison dijo: “Ésa es una Aratinga de finsch (Psittacara finschi), por la frente roja”. Sólo conseguí unas tres imágenes antes de que volara de su percha y fui muy afortunado, porque después ya no logré encuadrarla. LIFER, necesariamente, pues su rango de distribución solamente va del centro de Nicaragua, al norte de Panamá.
Otro habitante del sendero es el Trepatroncos corona rayada (Lepidocolaptes souleyetii). En realidad, varias de las especies de trepatroncos se parecen mucho entre sí y cuando varias especies comparten hábitat, para identificarlos es preciso poner atención a detalles, como el patrón del plumaje de la cabeza y cola, o el tamaño y curvatura del pico.
Esta especie se puede encontrar en México, en Veracruz y Tabasco, pero es más frecuente en Centroamérica y el norte de Sudamérica. Los trepatroncos se alimentan con un patrón de movimiento bien definido, que es ir subiendo en espiral los troncos de los árboles altos, encontrando insectos y larvas con su largo pico, volando bajo hacia otro árbol cercano, para repetir su recorrido ascendente, haciendo honor a su nombre de “trepatroncos”. A pesar de su presencia en México, no había tenido oportunidad de verlo antes.
Más adelante sobre el sendero, vi un mosquero, que me pareció familiar: el Papamoscas rayado (Myiodyastes luteiventris), que había visto en Morelos y Veracruz, pero al mirarlo más detenidamente, su plumaje era más oscuro y el patrón de rayas un poco diferente. Jaison nos confirmó que se trataba del Papamoscas rayado cheje (Myiodynastes maculatus), con lo cuál pude añadir otra nueva especie a mi colección.
Siguiendo con otras aves “parecidas pero diferentes” a algunas que ya conocíamos, se nos presentó un pequeño e inquieto pajarito, que se me hizo muy parecido al Semillero de collar (Sporophila moreletti). Se trataba de un lifer más: el Semillero variable (Sporophila corvina). En México se le encuentra en regiones de Oaxaca y Chiapas, dónde el macho es completamente negro, pero en el sur de Centroamérica, su plumaje tiene patrones variables de blanco en el vientre y la rabadilla, lo cuál determina su nombre. Normalmente prefiero las perchas naturales, como las ramas de un árbol, pero en esta ocasión, sólo lo encontré sobre un cable de electricidad. “Es lo que hay”, pensé y tomé las fotos.
En esta región de Costa Rica conviven dos especies de carpintero que se parecen bastante físicamente y que incluso hibridan, por lo que hay ejemplares muy difíciles de identificar. Son el Carpintero corona roja (Melanerpes rubricapillus) y el Carpintero de Hoffman (Melanerpes hoffmanii). Sin embargo, el corona roja también tiene el vientre rojo, por lo que al verlo de frente es más fácil identificarlo.
El Carpintero de Hoffman se encuentra sólo en la costa pacífica de Nicaragua y Costa Rica, mientras que el corona roja se distribuye desde el poniente de Costa Rica hasta el norte de Colombia y Venezuela.
También tuvimos un maravilloso avistamiento del Tucán pico negro (Ramphastos ambiguus), que ya habíamos visto en días anteriores, en Catarata la Paz (en cautiverio) y Donde Cope, pero en esta ocasión se nos presentó en una posición y luz inmejorables y así pude lograr varias fotos que me llenaron de satisfacción.
Esta imagen tiene una historia adicional, puesto que ahora tengo una gran impresión de ella en mi sala. Ése fue un sensacional regalo de agradecimiento que me hizo Kodak Professional, por haber accedido a entrar como “bateador emergente”, preparando mi participación para una transmisión en vivo acerca de fotografía de aves, del interesante programa “Hiperfocal”, que conduce Ramón Fregoso y que transmite semanalmente Fotomecánica Bolaños. Aunque mi intervención ya no fue necesaria, muy amablemente me hicieron extensivo el agradecimiento, que era imprimir en alta calidad y gran tamaño una fotografía de naturaleza y yo escogí este hermoso tucán, así que todos los días tengo a la vista un hermoso recuerdo del memorable viaje a Costa Rica.
El sendero había sido muy productivo en especies observadas, pero faltaba uno de los más deseados, el Caracara Chimachima (Milvago chimachima). Para encontrarlo, Jaison nos llevó a unos arrozales abandonados donde ahora está sembrada la ominosa palma de aceite, planta africana que tantos estragos ha causado en los habitats tropicales, por la forma en la que acapara agua y porque requiere de fertilizantes y pesticidas, que contaminan el entorno. No fue necesario internarse mucho en la plantación para descubrir la presencia de la rapaz, a través de su chirriante vocalización. “¡Está cerca!” Dijo Jaison en voz baja, pero con emoción y avanzó en la dirección del llamado. Al salir al claro pudimos verlo, un poco mas lejos de lo que yo había imaginado y en una posición poco propicia para la foto, con ramas enfrente y con una luz muy dura que no permitía apreciar adecuadamente su plumaje. Aún así, le tomé una serie de fotos, para tener por lo menos mis fotos de registro del codiciado lifer (primer avistamiento de por vida de una especie).
Pero afortunadamente, el ave se movió y se colocó de una manera mucho más favorable. Con el corazón agitado, hice nuevamente otra serie de fotos, que resultaron bastante mejores que las iniciales. Una vez pasada la emoción del lifer y las fotos, empecé a darme cuenta de que me estaban picando impunemente los mosquitos … de hecho ya me habían picado desde que llegamos al arrozal y hasta ese momento estaba sintiendo la comezón de todos los piquetes al mismo tiempo.
El Caracara chimachima se encuentra en pastizales y otros espacios abiertos, desde Centroamérica hasta el norte de Sudamérica. Coincide en parte de su distribución con el Caracara quebrantahuesos (Caracara cheriway), que es la especie que se ve en México, pero son inconfundibles, ya que los colores de sus plumajes son diferentes y el tamaño del chimachima es notablemente más pequeño.
Nos acercamos a varios llanos inundados a pie de carretera, puesto que estábamos buscando una especie más, que es el Avefría tero (Vanellus chilensis), ave que es común en Sudamérica, en llanos y pampas. Su distribución se extiende hasta el sur de Centroamérica, pero es mucho menos frecuente. Sin embargo, había registros en Quepos y en el resto de la provincia de Puntarenas, así que tenía la esperanza de verlo. En esta ocasión no tuvimos la oportunidad de encontrarlo, pero con mi enorme suerte, pude verlo pocas semanas después, de manera insospechada, en Chiapas, donde es mucho más raro. De hecho, haciendo un poco de trampa, me permito añadir una imagen del Tero, para que puedas ver porqué tenía tantas ganas de verlo. Esta imagen fue tomada el La Reserva la Encrucijada, Mapastepec, Chiapas. ¡Puedes considerar esto como un “trailer” de mi próxima crónica!
No apareció el Tero, pero pudimos ver algunas aves asociadas a humedal, como son la Jacana norteña (Jacana spinosa), que en la siguiente imagen se puede ver en estado inmaduro. Esta especie puede verse en humedales y costas de México, Las Antillas y Centroamérica, hasta el norte de Panamá.
También vimos otro viejo conocido de los humedales de México, como es el Pijije alas blancas (Dendrocygna autumnalis), un pato que en lo personal, me gusta mucho, por el colorido de su plumaje, su pico rojo y sus largas patas rosadas. Se le encuentra desde los litorales de México hasta el Norte de Sudamérica, en la costa atlántica, prolongando su distribución tierra adentro en Brasil.
Dimos por terminada la pajareada, puesto que teníamos que llegar ese día a San José, para volar de regreso a México al día siguiente. Jaison nos dijo que si queríamos buscar un poco más al tero, podíamos pasar a Playa la Herradura, que nos quedaba de paso en el camino.
El Tero tampoco hizo su aparición en Playa la Herradura, sin embargo, fue un lugar agradable para hacer una pausa en el camino. Vimos alguno playeros en la zona de la rompiente en la playa, también había cormoranes y gaviotas, asi como una garza tigre. Tratamos de seguir las indicaciones de Jaison, acerca del sitio donde se podía ver al tero, pero algo iba mal, puesto que él nos mencionó un terreno baldío, pero las señas ( nos llevaban a un fraccionamiento privado, de reciente construcción, así que imaginamos que ese hábitat natural fue destruido por el implacable avance de la urbanización (o tal vez, solamente fuimos muy despistados y no supimos encontrarlo).
Saliendo de Playa la Herradura, como si fuera un centinela de malaquita, una hermosa iguana descansaba sobre un árbol. Fue algo notable, puesto que al terminar nuestra primera pajareada en el Zoológico en San José, también habíamos encontrado una gran iguana para despedirnos.
Como era domingo por la tarde, nos habían recomendado viajar de regreso a San José temprano, porque mucha gente retorna al terminar el día, provocando embotellamientos. De hecho, en una parte del trayecto encontramos carriles habilitados en contrasentido, para darle prioridad al tránsito entrante a la capital. Sin embargo, creo que regresamos muy oportunamente, ya que no encontramos congestionamientos y llegamos a nuestro hotel sin mayores inconvenientes, con las ultimas luces del día. Era el mismo acogedor establecimiento donde nos hospedamos una semana antes. El cansancio acumulado de todas las desmañanadas y largas caminatas bajo comó un manto relajante sobre nosotros, al no tener ya la expectativa y motivación de la aventura del dia siguiente. Cenamos en un restaurante chino, a un par de cuadras del hotel. Esa noche dormimos como benditos y a la mañana siguiente (por fin) nos levantamos un poco más tarde y disfrutamos tranquilamente un excelente desayuno buffet, para dirigirnos al aeropuerto, entregando el auto rentado antes.
Una vez en el aeropuerto, sólo restaba la espera del abordaje, pero en esta ocasión sería un momento memorable, puesto que quedamos de vernos ahí con la excelente fotógrafa mexicana Dinorah Graue y su familia, que viven en Costa Rica y que también viajarían a México en un vuelo diferente. Fue muy agradable tomar un café y platicar un rato con ellos, agradeciendo a Dinorah de primera mano varias recomendaciones que me hizo en los meses anteriores y que fueron muy acertadas en la planeación del viaje.
Y de esta manera, hemos llegado al final de la última crónica tica. Te agradezco mucho que me hayas acompañado, ya que me has dado la oportunidad de volver a vivir y disfrutar de una aventura excepcional. También agradezco tu paciencia, ya que hubo intervalos largos de espera entre algunas de las entregas. Si no me leíste desde el principio, te invito a hacerlo. La liga al primer capítulo es la siguiente:
En cuanto a ti, Costa Rica maravillosa: “¡PURA VIDA!” y ¡ Hasta siempre!