Autoría de 12:18 am #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Mafias aquí, allá y acullá – Víctor Roura

1

López Obrador habla, porque la conoce bien, sobre la mafia del poder dando un sinfín de testimonios que transparentan el modo natural de gobernar mediante la autorizada corrupción avalada con discreción, a veces descarada, por la clase política.

      ¿Por qué, entonces, hace como que no mira los menjurjes llevados a cabo por la respectiva mafia cultural dedicándose, acaso porque ya han fallecido, a exaltar a ciertas prominentes figuras del circuito intelectual que durante toda su vida fueron alimentadas con discreción, a veces descarada, por la clase política?

      Comprensible esta situación, quizás, cuando uno repasa algunos de los nombres de las personalidades que fundaron Morena como Carlos Payán —que instara públicamente a la gente a votar por el PRI gracias al abanderamiento libertario de Salinas de Gortari, según el que también fuera senador y presidente de Argos, la compañía de cine de Epigmenio Ibarra— o José María Pérez Gay —primer director de Canal 22, obsequio de Salinas de Gortari a la intelectualidad mexicana—, sujetos del salinato en su momento enriquecidos por las atmósferas sanadoras del horroroso Ogro Filantrópico, acaudalados que ya nada tenían que perder orientando ahora sus simpatías hacia otras fugacidades de sus criterios suficientemente aceitados como para reposar en otras latitudes igualmente oxigenadas, tal como lo han hecho, de modo cómodamente circunspecto, gente como Manuel Bartlett o Gertz Manero.

      Además, la hoy intelectualidad ensalzada ya no está en este mundo como para oponerse de viva voz al comportamiento político obradorista cuyas amistades —no de Obrador, sino de los cultos congregados en una férrea mafia—, vaya uno a saber por qué, están encumbradas en el ámbito de la disidencia especulativa sin dejar de dar alaridos por esto, por aquello o por cualquier otra minucia morenista.

      No sólo eso, si hoy viviera Juanga seguramente hubiera ya compuesto una breve melodía a Xóchitl por encargo económico aparte de haber integrado el séquito de ambientalistas iracundos contra el Tren Maya, pero, pero, pero una cosa es el artista prodigioso y muy otra cosa el hombre ambicioso oculto tras la fachada cultural, ciertamente.

2

Cuando Carlos Monsiváis estuvo presente, en abril de 1977, en la conferencia de prensa de Gustavo Díaz Ordaz recién nombrado embajador de México en España, no hizo directamente ninguna pregunta al ex presidente sino ordenaba las interrogantes a una persona a su lado para que el priista no se enterase de que el famoso crítico lo estaba cuestionando, porque Monsiváis sabía muy bien el valor de los cautos silencios, como no pareciera saberlo, o ignorarlo a propósito, López Obrador al hablar de esto y de lo otro y de aquello lucrando con su palabra en el sentido de apreciar la graduación de sus decires, de honrarlos en su tasación, de hacer manifiestas sus convicciones, aunque en las circunstancias dialogales exista, siempre, el riesgo de las diferencias de criterio, que pueden llegar a ser —las diferencias— intraducibles, descorteses, inconvenientes y hasta groseras, pero López Obrador, distanciándose, digamos, de un Monsiváis —que hablaba de acuerdo a los pesos de los interlocutores—, desconoce el silencio porque no guarda intereses sacrificando incluso su propia personalidad, pues las más de las veces los silencios se hacen por convenir a los silenciados, de ahí la desemejanza entre el aspaviento y la serenidad, ya que lo primero es característica de los denostadores —irascibles, ventajosos, armados por lo regular no por sí mismos sino cobijados por grupos, asociaciones, clubes o mafias— y lo segundo de los críticos veraces —no disfrazados, como abundan en México—, que no requieren del estrépito para dejar fluir su pensamiento pues —es sabido que— la barahúnda llama más la atención que la entereza, por eso es más disparador llamar “pendejo” a alguien que no coincide con las ideas del insolente que dirimir con delicadeza los diversos puntos de vista.

      Es mucho más sencillo descatalogar a quien nos antipatiza que cavilar con el que se considera enemigo negándole cualquier posibilidad de razonamiento conjunto: es más común despotricar contra alguien cuando lo queremos ver disminuido que confrontarlo para evitar las zanjas personales: es más fácil, en palabras más sabias, mirar la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, razón por la cual resulta más fascinante la descalificación que la comprobación verídica de lo que se niega airadamente: Marías Amparos Casares ahora pululan porque la “crítica”, en estos tiempos donde los silencios han sido rotos, se ha vuelto lugar común en vez de emplazamiento del intelecto.

      Siempre ha sido más fácil gritar que hablar en voz baja o guardar silencio que emitir un juicio valorativo, posiblemente polémico.

María Amparo Casar y Claudio X. González

3

Las bondades de la pluralidad: López Obrador cuestiona al gobierno estadounidense por proporcionarle miles de dólares a esta mujer —María Amparo Casar— que sistemáticamente establece falsías al obradorismo mientras el gobierno mexicano la sigue alimentando, precisamente a esta mujer —a la misma Casar—, con cientos de miles de pesos para que continúe —en las pantallas de la televisora pública— sistemáticamente estableciendo falsías al obradorismo.

      Aquí en México, y Colombia nada dijo, el gobierno priista dio millones de pesos a García Márquez nada más para apoyarlo en su escritura, compensaciones que el Nobel 1982 agradeció con generosidad declarando, en 1988, que volvería a escribir Cien años de soledad nada más para dedicársela a su querido amigo Carlos Salinas de Gortari al que acababan de otorgarle la Presidencia de la República, gesto que compartiera congratulándose, solidaria y vehemente, la mafia intelectual enriquecida, ¡ay!, gracias a sus talentosas plumas por la gracia divina —condescendencia, gentileza, grandilocuencia sacrosantas— del Estado mexicano.

4

Dijo el sempiterno Fidel Velázquez (1900-1997), líder de los trabajadores en México en los tiempos priistas, que no tenía la culpa el indio sino quien lo hacía compadre refiriéndose, de manera despectiva, a los jóvenes que habían asistido al Festival roquero de Avándaro en 1971, motivo que conllevara al mismísimo Carlos Monsiváis a señalar su infortunada frase que aseguraba que estos hijos del rock representaban la primera generación de estadounidenses nacidos en México, que en su momento cayera como anillo al dedo a la impertinencia gubernamental de Luis Echeverría quien prohibiera a los medios, durante su gestión administrativa, hablar del rock a la vez que mandara cancelar cafés cantantes y todo tipo de audiciones multitudinarias en torno al rock, suspensión que durara dos décadas hasta la apertura, en 1991, de los conciertos masivos, ya sin represiones policiacas, en los sitios debidamente autorizados por el gobierno salinista que se había percatado del descomunal negocio mercantil que simbolizaba el rock, porque era evidente que la apertura no se debía a una generosa contribución del gobierno a la cultura nacional sino una reconsideración privatizadora de la música: ¡cuántos años, carajo, había dejado pasar el Estado sin ganar dinero proveniente de la solitaria y aislada juventud!

      Ya Monsiváis, por supuesto, había recapitulado sus apreciaciones concernientes al rock determinando que, en efecto, era una música hasta cierto punto liberadora y expansiva hacia otros contextos culturales no explorados, aún, en el país.

      ¿Sabe el lector que Carlos Payán, mientras fungía como director de La Jornada, se enfureció por la publicación de un cartón político de Magú que demolía a Fidel Velázquez y el cual, a causa de la ausencia del propio Payán durante el día anterior a la difusión de tal caricatura, obtuvo el Visto Bueno del periodista Humberto Musacchio? ¿No es entonces absurdo que el caricaturista Bulmaro Castellanos —Magú— siga creyendo, a pie juntillas, que gracias a Payán (1929-2023) los dibujantes de La Jornada aseguraban su libertad de expresión?

      ¿Sabe el lector que Víctor Roura ha sido borrado de la fotografía original de los fundadores de La Jornada como mera perversión de la directiva de ese diario para suponer mi inexistencia?

      ¿Algún miembro de La Jornada, como El Fisgón o Pedro Miguel o Carmen Lira o Blanche Petrich, ha reclamado esta vileza periodística?

Víctor Roura y Adolfo Gilly, con el primer ejemplar de La Jornada, en septiembre de 1984

5

La mafia —ya no en la clandestinidad como antiguamente se usaba el término— es una organización para beneficio exclusivamente suyo. Recuerdo, por ejemplo, las palabras de molestia de  Salvador Elizondo cuando me entregaba su colaboración semanal en el viejo periódico unomásuno. Sin que nadie lo cuestionara por ningún asunto, el escritor afamado, con su característica voz nasal, de pronto dijo, sin venir a cuento, que gracias a la vida existían las clases sociales porque él, sencillamente, no se veía inmiscuido con los que no pensaban como él: no en balde Salvador Elizondo pertenecía a una secta de privilegiados escritores que caminaban siempre al parejo.

      Porque hay mafias que encubren corrupciones no nada más en el territorio político, pues esta descomposición social sobra en distintas atmósferas de la cotidianeidad citadina e incluso rural, porque para desgracia del mexicano el soborno se niega a retirarse de la vida pública por más buenas intenciones que pudieran tener las altas autoridades del nuevo gobierno.

      La mafia no sólo se ha sabido instalar en la grande avenida de la política sino, ¡ay!, en los canales plurales de la cultura nacional.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX

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Last modified: 25 septiembre, 2023
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