“Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación”, dijo el genio del suspenso Alfred Hitchcock. Y este elemento, la imaginación, aludido por el gran maestro de la industria cinematográfica, está presente de manera inteligente en la obra de la cineasta Sarah Polley y su reciente película Ellas hablan.
La cinta Women Talking (título original en inglés) es una muestra de buen cine realizado con recursos imaginativos para llevar a la pantalla grande la adaptación de la novela de la escritora canadiense Miriam Toews, quien nació y creció en Steinbach, pueblo fundado por menonitas al sureste de Winnipeg, Canadá.
Y aunque ni la novela de Miriam Toews, publicada en 2018 en su edición en inglés y dos años más tarde (2020) en español, ni la adaptación al cine de Sarah Polley son de suspenso, sí son de horror, el que miles de mujeres viven diariamente en círculos cerrados y abiertos del mundo.
La novela de Toews está inspirada en hechos reales ocurridos en una comunidad llamada Manitoba, ubicada a 150 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz, en Bolivia; pero en el filme, la guionista y directora Sarah Polley no alude a la comunidad porque, ha declarado en diversas entrevistas, la violencia contra la mujer está presente en todos los ámbitos y en cualquier lugar, no es privativo de una comunidad específica. Por ello, la cineasta se centró en el dilema al que se enfrentan las mujeres abusadas y abre panoramas sobre la importancia de cuestionar las normas establecidas en una comunidad, una familia o cualquier sitio donde el peso de la culpa es uno de los factores que impide a las víctimas hablar o denunciar la violencia que sufren.
Ellas, invisibles de día
Ellos, animales salvajes en las noches, cuando Dios duerme
Los hechos ocurrieron entre 2005 y 2009 en el lugar y comunidad referidos (Santa Cruz, Bolivia). El número de víctimas fue alrededor de 130; entre ellas una niña de 3 años y una mujer de 65. Las mujeres despertaban al día siguiente con una sensación de cansancio extremo, malestares en el cuerpo y con moretones que surgían a medida que transcurría el día. Pero… ¿acaso eran reales o mero producto de su imaginación?, se preguntaba cada una en silencio, avergonzadas de compartir con las demás mujeres el fenómeno extraño que estaban experimentando. ¿Y esas huellas que resaltaban en la blanca piel? ¿Esas rasgaduras en el cuerpo? ¿Y esas manchas de sangre en las sábanas? La única explicación posible: obra de espíritus del mal, fantasmas impulsados por el aliento de demonios que se hacían presentes como castigo a sus “pecados”.
Paulatinamente se dieron cuenta que no le estaba sucediendo solamente a una. Eran varias mujeres las que estaban viviendo las inexplicables vejaciones sobre su cuerpo. Algunas decidieron hablarlo, pero su narrativa fue desestimada por los hombres del lugar porque – les dijeron– “seguramente era surgida de una alocada imaginación”.
Después de eso vino nuevamente el silencio de las mujeres violentadas. Días de voces apagadas, de cuerpos invisibles y espíritus quebrantados por las reglas claras en una comunidad donde los hombres son los dueños de la palabra. Ellos ponen las reglas. Ellos son los elegidos. Ellos los fuertes. Ellos los dueños del conocimiento y de la verdad. Para ellas: la obediencia… y aquí no pasa nada.
¿Y Dios? No hay Dios para ellas. Dios es para los hombres. El solo hecho de nacer hombres les da ya un lugar en el paraíso, y el solo hecho de nacer mujer trae integrado el pecado. No se les niega a ellas una dosis de cielo, pero ese troncho de cielo asignado a las mujeres está condicionado por reglas de comportamiento a cumplir. Esa es la interpretación que ellos han hecho de los códigos divinos. Y si ellos lo dicen es porque es verdad. Ellos saben leer, reciben instrucción en la escuela. Ellas no. Ellas deben entregarse a quehaceres propios de su sexo y al silencio.
Callar, ahogar su voz, volverse sombras de sí mismas, negarse y culpar a la imaginación la realidad dolorosa de que solamente en las noches, durante la inconsciencia del sueño, sus cuerpos tomarán forma y peso para ser ultrajados. Salvajes e inmisericordes aquellos que dicen conocer las reglas de un Dios hecho a su medida; las usarán para saciar a la bestia que está en ellos y que tiene por aliada la noche o madrugada, lapso de tiempo en que Dios duerme.
El despertar
Sucedió tiempo después. Una noche fueron descubiertos dos hombres, figuras reales y perfectamente identificables, rondando una de las casas. Sorprendidos y atrapados en su rapiña nocturna vino la confesión. No eran los únicos. En estos actos estaban involucrados otros siete hombres, cuyas edades fluctuaban entre los 20 y 45 años. ¿Cómo hacían para sedar a sus víctimas? Un veterinario de la comunidad les proveía un frasco rociador con anestesia. El líquido era utilizado para adormecer vacas, sólo bastaba adecuar la dosis para humanos. Allí estaba toda la explicación de las vejaciones sufridas entre 2005 y 2009. Y sobre el número de víctimas, 130 es una cifra aproximada. Quizá más… pero no menos.
El descubrimiento de los depredadores detuvo las agresiones. Vinieron las acusaciones y la intervención de algunos hombres con jerarquía en la comunidad intentando convencerlas de que todo eso era producto de imaginación, primero. Y luego, el intento de convencerlas de otorgar el perdón.
Hubieron de pasar dos años de demanda de justicia en la tierra y la exigencia de aplicación de leyes contra los abusadores, cuyo número confeso fue de nueve. En 2011 fueron declarados culpables y sentenciados a 25 años de prisión. El de menos pena, el veterinario, solamente alcanzó 12 años. En la realidad, se habló de que algunos de ellos escaparon a Uruguay. Y algo más: en ese festín de hombres bestias participaron “parientes cercanos –hermanos, primos, tíos, sobrinos– de las mujeres en cuestión”, documentó la autora de la novela, Miriam Toews.
Perdón y fe
Educación y falta de libertad
Ira y tristeza
Impotencia y miedo
Y dolor… dolor y más dolor
Todos los estadios emocionales están representados magistralmente en la película Ellas hablan. Es una cinta reveladora sobre los ultrajes perpetrados por hombres que se saben dueños de un poder concedido por el derecho de su sexo, pero es también cuestionadora de las consecuencias que pueden traer los silencios obligados para las mujeres ultrajadas y para la misma comunidad y su futuro. Una cinta inteligente que les despierta interrogantes sobre cómo enfrentar los asuntos de la fe, el perdón y su significado: ¿Quedarse a seguir soportando los abusos perpetuados sabiendo que los hombres más jóvenes los reproducirán en las generaciones venideras de mujeres? ¿Cómo separar los asuntos del perdón celestial y el de las leyes hechas por los hombres en la tierra?
Ellas saben que perdonar libera, pero el perdón debe ir acompañado con la verdad y justicia, de otra manera eso seguirá sucediendo; por eso es vital preguntarse: ¿Quedarse? ¿Qué vendrá para ellas al paso de los días? ¿La resignación? ¿Cuál es el futuro que tendrán allí? ¿A dónde ir? ¿Salir de allí es huir y, por ende, un acto de cobardía? ¿Y quedarse es valentía? ¿Quedarse condicionadas a un perdón otorgado a los ultrajadores, entre los que se encuentran aquellos que dicen amarlas, pero que no reconocen las faltas por ellos cometidas? ¿Quedarse para luchar contra los hombres para luego ser señaladas como rebeldes desobedientes a las leyes del Dios diseñado por los hombres? ¿Decir que perdonan, cuando han sido obligadas a hacerlo por el método de la excomunión, no es acaso caer en lo falso? ¿No está acaso en ellas la decisión de cambiar sus destinos y de sanar? ¿Acaso la búsqueda de libertad hacia mejores formas de vivirse, enfrentando lo injusto y todo aquello que violenta la dignidad humana, no es un acto de valentía y amor hacia las generaciones que vienen detrás? ¿No es acaso más cobarde heredarles el dolor que provoca la violencia y omisión ante ella?
Esas y otras interrogantes están en Ellas hablan, una cinta que, dentro de toda la violencia soterrada y negada que se vive, resulta profundamente esperanzadora porque, entre la desgracia que están viviendo, se abre el despertar a las preguntas vitales de la dignidad femenina y el rechazo hacia los actos cobardes y aberrantes que están cometiendo aquellos que se transfiguran en bestias depredadoras. Quedarse allí o irse, es decir, morir para nacer de nuevo.
La película está ambientada en escenarios de campo. Un granero es el punto de reunión de las mujeres que han decidido enfrentar su realidad. Tratada con finura, fuerza y riqueza en imágenes y sus diálogos, ha sido llamada por los expertos en cine una obra coral. No hay en la cinta una o más actrices principales, aunque es imposible que pase inadvertido el peso de figuras ya consagradas y que sostienen con su fuerza actoral un filme que ha concitado los mejores comentarios de críticos especializados. Un enorme bodegón, o granero, y en su interior el grupo de mujeres reflexionando sobre lo que les está sucediendo a varias de ellas. Y, entre todas esas mujeres, una sola presencia masculina de testigo: el joven y dulce profesor de la escuela. Aliado sensible al drama de las mujeres de la comunidad.
Decenas de preguntas en una película que estremece los cimientos sobre los constructos sociales que exigen una revisión, se sea o no parte de una comunidad como esta donde sucedieron los hechos, o en cualquier grupo social o familiar donde el silencio está formado por eslabones que, de no romperse, terminan normalizándose y reproduciéndose por generaciones.
Epílogo
Puedo agregar aquí otras tantas preguntas que surgen al ver la obra cinematográfica de Sarah Polley, pero cierro mi comentario con la recomendación de verla, y con tres frases de esta película, despliegue de imaginación creativa y trabajo cinematográfico impecable.
- ¿Por qué el amor, la ausencia de amor, el fin del amor, la necesidad del amor, resulta en tanta violencia?
- La esperanza a lo desconocido es buena, es mejor que el odio a lo conocido.
- Cuando nos liberemos tendremos que preguntarnos quiénes somos.