Una antología periodística
La prensa y sus periodistas en aquel año 1968 fueron una compleja trama de complicidades y deseos íntimos de liberación no cumplidos, porque el sistema político sujetaba con firmeza las cadenas informativas. Han transcurrido ya once lustros de aquella tragedia en Tlatelolco.
El 2 de octubre, dice aún una masa cada vez menos simbólica, no se olvida… aunque cada vez sean menos los que recuerdan con vívida nostalgia esa fecha. Pero todavía son consultados los periódicos de la época, si bien no todos se hallan en buen estado en las hemerotecas… si es que se conservan los documentos o los bibliotecarios están de humor para cederlos, si bien ahora en las “benditas” redes sociales podrían estar (y están, sí, aunque con defectuosas imágenes, como en un libro viejo) si son almacenados debidamente.
Aurora Cano Andaluz se percató de ello, de la ausencia documental, y se dio a la tarea de recopilar, por su cuenta, los papeles del 68 para conformar su Antología periodística, misma que le editara, en gran formato, el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM en 2001. La estructura de la obra está constituida por tres partes: en la primera se hace una recapitulación breve de los hechos que incluye apreciaciones exclusivas de la autora; en la segunda, “sección medular ―apunta Aurora Cano en el prólogo de su libro, de casi 500 páginas [no el prólogo, se entiende, sino el libro entero]―, los diarios hablan por sí solos: comprende una antología de editoriales, noticias y artículos de opinión, además de una muestra pequeña de cartones y desplegados, que permiten al lector reconstruir cronológicamente los hechos, con la consiguiente carga a favor y en contra que es inevitable en una fuente como la hemerográfica. La selección, que comprende 605 registros y representa el 13 por ciento del total, se hizo a partir de un universo de 4 mil 509 referencias: 236 editoriales, 2 mil 759 noticias, 917 artículos de opinión, 161 cartones y 436 desplegados”; la tercera parte comprende un exhaustivo índice.
La presentación de la antología es facsimilar, de modo que la legibilidad, se disculpa Aurora Cano, “no es siempre la deseable, pero el estado de los materiales no permitió optimizarla”. La síntesis periodística abarca del 21 de julio al 15 de diciembre de 1968, domingos ambas fechas, y sólo fueron consultados seis diarios: El Día, Excélsior, El Heraldo, Novedades, El Sol y El Universal porque, según aclara la autora, en las restantes colecciones había números faltantes.
Una lucha entre adolescentes y adultos
Si alguien aún lo dudaba, en estas páginas del voluminoso libro se encuentran los textos tal y como fueron publicados en esos días aparentemente inciertos: a los mitificadores del pasado se les puede desmentir con las pruebas en la mano. ¿Quién decía que Excélsior fue un periódico sin puentes hacia el oficialismo, el único “independiente” porque era dirigido por Julio Scherer García, que apenas acababa de tomar las riendas, al principiar septiembre de 1968, de aquel viejo Excélsior? Los editoriales del jueves 3 de octubre, al siguiente día de la matanza en Tlatelolco, son verdaderas entregas (¿por temor periodístico, miedo a las posibles represalias gubernamentales, sumisión o convicción ante los sangrientos hechos?) a los poderes instituidos, irrevocablemente priistas, de ese momento.
Excélsior: “Si bien es cierto que el comportamiento estudiantil, y el de buen número de maestros, rebasó por momentos los límites de la sensatez, y llegó a la insolencia y al reto inconsciente, sobrestimando las propias fuerzas, no es menos verdad que la respuesta a tal desbordamiento no ha sido prudente ni adecuada. [Empero] El desborde de prepotencia (que llegó a exigir al presidente de la República que compareciese en el Zócalo a dialogar con los inconformes el mismo día en que tenía que rendir su informe a la nación) era propio de adolescentes pueriles y soberbios… Pero el gobierno está formado por adultos, por personas que saben cómo suele cegar el orgullo, cómo suele resentir el amor propio. Esos adultos saben que el ardor y la pasión juveniles llevan a fútiles y peligrosas insolencias. Sin embargo, tal adultez tendrá que funcionar en el futuro, y así lo esperamos, en toda su grandeza”.
Eso es lo que fue el 2 de octubre de 1968 para Excélsior: una pueril y peligrosa insolencia.
Para El Heraldo, en esa tarde sangrienta fue resuelto, de una vez por todas, el prestigio de México por encima de sus enemigos extranjeros: “En primer lugar, lo ocurrido en ese movimiento no ha sido hasta hoy de proporciones tan graves que paralice o entorpezca la vida del país, ni que afecte sus fuentes de producción ni tampoco desvíe o nulifique la línea política del régimen”.
Para el Novedades, “los trágicos y dolorosos hechos ocurridos anoche en Tlatelolco no pueden ser interpretados más que como un nuevo eslabón de la conjura que pretende socavar los cimientos institucionales de México. Los contingentes militares que intervinieron en el lamentable episodio lo hicieron en atención a una solicitud expresa de la policía. Al llegar a la zona, como lo declaró anoche en rueda de prensa el general Marcelino García Barragán, el ejército fue recibido a balazos por francotiradores apostados en los edificios y en las casas de las inmediaciones”.
La misma tarde del jueves 3 de octubre, el Senado de la República justificó, reportó Ramón Morones para Excélsior, “plenamente la intervención de la fuerza pública en los sucesos del miércoles en la Plaza de las Tres Culturas. Durante breve sesión, los senadores manifestaron también que la actuación del Ejecutivo Federal, por otra parte, se ha apegado a la Constitución política del país. En un documento oficial, firmado por los 30 legisladores integrantes de la Gran Comisión, se denuncia asimismo la participación de elementos nacionales y extranjeros que persiguen objetivos antimexicanos de extrema peligrosidad”. Se protegió, a decir de los pulcros senadores, no solamente “la vida y la tranquilidad de los ciudadanos sino, al mismo tiempo, la integridad de las instituciones del país”.
Para El Universal, la masacre fue irremediable (por esa “persistencia” del estudiantado “en el mal”, por “esa tenacidad para mantener en vigencia el desorden y la inquietud”): “Inútiles fueron los intentos que desde todos los sectores responsables se han estado haciendo a la juventud estudiosa a fin de que no continúe sirviendo de cortina de humo tras de la cual maniobran, arteramente, sórdidos intereses al servicio de intrigas extranjeras. Aunque buena parte de esta juventud engañada atendió esas juiciosas reflexiones, un numeroso grupo de estudiantes, decididamente ya marxistas algunos de ellos, y muchos más pertenecientes a esa categoría que hace acto de presencia en todas partes, acudieron a un mitin cuya celebración no sería permitida, como ya sabían perfectamente los organizadores del mismo”.
Si nos atenemos a los contenidos de esos seis periódicos, la conclusión puede tener esbozos literarios: la del 2 de octubre fue la crónica de una muerte anunciada. La prensa calificó, hasta cierto punto, de “necesaria” y “acertada” la violenta intervención del gobierno en la rebelión estudiantil (y el Excélsior de Scherer García es patético en ese rubro, ya que intenta en vano cruzar la cuerda floja arremetiendo contra el asesinato masivo pero otorgándole la razón, después de todo, al gobierno de Díaz Ordaz que no tuvo otro remedio que azuzar a esos insolentes estudiantes peligrosos). Hay que recordar que el siguiente Día de la Libertad de Expresión, el 7 de junio de 1969, esperaban al Señor Presidente, en las puertas del Hotel Camino Real, lugar del convivio, nada menos que Julio Scherer, director de Excélsior, y Juan Francisco Ealy Ortiz, entonces gerente general de El Universal. Habría que agradecerle, personalmente, al Primer Ejecutivo su acción para mantener en paz la Olimpiada del 68 y, por supuesto, de haber limpiado al país de marxistas y comunistas indeseables.
Clausuradas, las puertas del Palacio
En su libro Los presidentes (Grijalbo, 1986), Julio Scherer García dice que las jornadas posteriores a la masacre en Tlatelolco fueron “el principio de una larga batalla entre el sometimiento y la libertad”. El sábado 5 de octubre, el presidente de la República convocó a los medios de comunicación para “conversar” y después compartir la mesa y el vino, pero Gustavo Díaz Ordaz, “contrariando sus deseos”, finalmente no asistió. El secretario de la Presidencia, Emilio Martínez Manautou, aprovechó el momento para decirle a Scherer García que había traicionado las confianzas del primer mandatario: “A nadie como a ti ha distinguido con su amistad”, dijo el funcionario a un angustiado Julio Scherer, cuyas puertas del Palacio le fueron entonces clausuradas. “Ciego que fuera, las miraba inaccesibles ―escribe el periodista, fallecido en 2015 a los 88 años de edad―. Se me rechazaba con buenas maneras. No hay peor retórica que la cortesía. Enerva como un veneno dulce. Medio octubre, todo noviembre y todo diciembre procuré entrevistarme con el licenciado Díaz Ordaz. La corrección era el estilo de la negativa invariable. ‘El señor presidente está enterado de su solicitud de audiencia y le envía sus saludos. A la primera oportunidad tendrá el mayor gusto en recibirlo’. Respecto del pasado, el presente quedaba trunco”.
Scherer pensaba que “los enigmas de la política había que descifrarlos en Palacio y no aceptaba mi exclusión de sus salones embrujados. Una sensación de agobio llegó a dominarme. Además, no hubiera ido tan lejos como hubiera podido y había violado zonas sagradas que juré respetar”.
El 27 de julio de 1968, frente a la rectoría de la Ciudad Universitaria, el rector Javier Barros Sierra había izado la bandera nacional a media asta. “El duelo del Alma Mater condenaba al gobierno ―apunta Scherer García―, que de un bazukazo había destruido un portón centenario de la Preparatoria Nacional, símbolo y obra de arte. Alejandro Gómez Arias, unida su historia personal a la historia de la Universidad, forjador de su autonomía, escribió sobre el tema con palabras como navajas. Le dije que tenía en las manos un texto de Rosario Castellanos y que dos artículos sobre el mismo tema y en la misma plana editorial, frontales contra el presidente, me parecían excesivos. Le pedí comprensión, margen para la maniobra. Aplazaría la publicación de su artículo. Sin una palabra, envió por sus cuartillas esa misma noche”.
Pasados los meses, al comienzo de 1969 el periodista recibiría una buena noticia: el presidente lo esperaba en Los Pinos. Sólo cinco minutos: “Frío, de pie, me felicitó por el año nuevo y me preguntó por mi familia, no por mi trabajo ―dice Scherer en su libro―; se interesó por mi salud, no por mis proyectos. A su vez me habló de su familia, no del gobierno ni de sus colaboradores; de su amigo de la infancia, Bautista, no del país. Abordó con desgano algún dato de su propia niñez y luego, sin que viniera a cuento, me dijo malhumorado:
“―No hay manera de darle gusto a nadie. Si mis hijos van a la escuela en un automóvil usado, soy un avaro y un hipócrita. Si se presentan en un carro último modelo, soy un cínico y un hijo de la chingada.
“―¿Y qué hace usted, señor presidente?
“―Nada. Dejo que ellos decidan”.
Ni una palabra del 2 de octubre. Díaz Ordaz no lo permitió. El presidente le preguntó a Scherer si continuaría con su actitud “que tanto lesiona a México”, “en su línea de traición a las instituciones”. Eso fue todo. Ni una palabra de Tlatelolco. Scherer quería el apoyo del gobierno para dirimir los problemas internos de Excélsior, en cuyo interior se habían introducido, según Scherer García, los intereses de la Secretaría de Gobernación.
Climas informativos
En su libro, el periodista no narra que tanto él como Ealy Ortiz recibieron a Díaz Ordaz en las puertas del Hotel Camino Real para la comida del 7 de junio de 1969, sino únicamente se atiene a decir que, mientras los centenares de sus colegas aplaudían estruendosamente el discurso del notable novelista Martín Luis Guzmán (dedicado a exaltar la figura presidencial), él, Scherer García, “permanecía con los brazos desmayados. Nada me haría aplaudir. Luis Javier Solana hablaría más tarde de esa actitud, insólita en el presídium”. Pero Solana obviamente no podía adivinar el deprimente estado de ánimo de Scherer García. Sin embargo, y pese a la evidencia hemerográfica, Scherer García afirma en Los presidentes que Excélsior “había informado con honradez y veracidad acerca de los sucesos de Tlatelolco. Esto era cierto, pero no me engañaba ―confiesa―. Habíamos escamoteado a los lectores capítulos enteros de la historia de esos días. Poco sabíamos de la vida pública de los presos políticos, menos aún de su intimidad, y habíamos evitado las entrevistas con ellos. Habíamos permanecido en la calle, presos nosotros frente a su cárcel. Sabía bien que en nuestras manos había estado la decisión de cumplir o no con ese trabajo, pero también sabía que el presidente no había propiciado el mejor clima para el desarrollo de una información irrestricta”.
En su libro, Scherer García, y aún no entiendo esa ansia suya, se define como el periodista héroe del 2 de octubre. A cada momento resalta que él, y sólo él, fue el injuriador del presidente Díaz Ordaz, cosa que, por supuesto, y de acuerdo a esa restringida idea que tenían ―y todavía tienen hoy bastantes directores de periódicos, más orientados al rumbo empresarial que periodístico, y lo podemos apreciar con los sucesos falsamente noticiosos sobre el obradorismo, girando los grados extremos hacia las antipatías con el político tabasqueño exhibiendo rabiosos resquemores y desprecio por sus discursos― los periodistas al finalizar la década de los sesenta, no lo dejaba dormir tranquilo. “A solas, en mis pesadillas y temores ―escribe Scherer―, Díaz Ordaz me perseguía y yo lo perseguía a él. Díaz Ordaz para perjudicarme, yo para contener su ira. La obsesión es un círculo, la voluntad una línea recta que rompe el círculo o se degrada. Resuelto a escapar de mi propio ahogo, no sabía cómo enfrentar el problema. Daba vueltas sobre mí mismo, perplejo”.
Incluso llamó por teléfono al general Lázaro Cárdenas para pedirle su ayuda, su intervención, su solidaridad. Scherer acusó a Díaz Ordaz con Lázaro Cárdenas, pero el general no abrió la boca. “Hablo sin parar ―dijo Scherer a Cárdenas―, y usted permanece callado. Dígame algo, lo que sea, pero dígame algo. Le abro mi corazón y el suyo sigue cerrado a piedra y lodo”. El general Cárdenas sólo subrayó: “Injuriaste al presidente de México y no te detuve. ¿No te basta?”
El director de un diario, como se aprecia en estas inefables vanidades, era, es, un ser, hace ya medio siglo y ahora mismo, intocable y portentosamente iluminador, al grado de sentirse ofendido si el presidente de la República no le dirigía, no le dirige con afecto, la palabra. Por algo, Scherer, al facilitarle las fotografías a Elena Poniatowska para su volumen La noche de Tlatelolco, le rogó que no revelara la procedencia de los documentos que llevaba consigo: “Aún pensaba que el periodismo es un problema de equilibrio y contrapesos, arte acrobático con redes de protección”, sentencia Scherer.
Pero uno hojea las páginas de aquel Excélsior y no encuentra, por ningún lado, ese enfrentamiento heroico del que se enorgullecía, y acaso también avergonzaba, Julio Scherer. Que era, en efecto, el único diario donde participaban más periodistas con inclinaciones democráticas, no significa que su global despliegue periodístico haya estado, como puede uno ingenuamente suponer, a la altura de la historia. Sin embargo, y pese a esta honda realidad, el caso de Julio Scherer con su Excélsior es, con una pequeña ayuda de los amigos instalados en los poderes culturales, inalterablemente mítico.
Ocho años después, al término del echeverriato, en julio de 1976, otra sería la historia.
En efecto.
¿Por qué no se habla de Por qué?
¿Por qué se excluye a Por qué? cuando se habla de la prensa del 68 si fue, en la práctica, la única revista que publicó abundantes fotografías de los estudiantes asesinados en ese año? Mario Menéndez Rodríguez (1937) era su director y aún hoy está al frente de su periódico Por Esto!, fundado en marzo de 1991, en su Yucatán natal.
Ni en el libro de la UNAM citado anteriormente se halla el nombre de este semanario. Durante aquel año crucial y los siguientes, la hostilidad gubernamental se ensañó con la revista y elementos paramilitares lanzaron bombas Molotov contra la redacción, de lo que ningún medio da cuenta. Jorge Luis Esquivel, en su breve crónica de la publicación Por qué?, insinúa o afirma que el propio Menéndez Rodríguez habría realizado este “bombardeo” para darse notoriedad. Sin embargo, por ningún lado aparece prueba alguna de la veracidad de esa versión.
Julio Scherer García estaba enojado con Televisa porque no había informado sobre la aparición de Proceso en 1976, pero nada dice de su silencio periodístico ante los acontecimientos que afectaron a Por qué? Durante la primera mitad de los años sesenta, Mario Renato Menéndez Rodríguez realizó para la revista Sucesos grandes reportajes sobre las guerrillas latinoamericanas, luego de lo cual fundó Por qué?, una publicación que resultaba inaceptable en aquellos años, cuando todo órgano de prensa debía someterse a una rígida autocensura como condición para recibir publicidad oficial, la necesaria dotación de papel y otros favores. En el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), el Diario de México desapareció por publicar los pies cambiados de una foto en la que aparecían unos changos y otra del presídium de una convención de gasolineros, tras el cual había un enorme telón con la imagen de Díaz Ordaz. Aquel diario fue privado de toda publicidad oficial y PIPSA (la distribuidora gubernamental del insumo elemental para la prensa) dejó de venderle papel, pese a que el director del rotativo era Federico Bracamontes, típico periodista ministerial. Pues de otra manera las empresas periodísticas, cualquiera, eran privadas (no de hacer cosas, sino referidas a la iniciativa privada) para mantener la publicidad oficial.
En su Diccionario Enciclopédico de México, Humberto Musacchio —que en este octubre cumple ocho décadas de vida— apunta: la revista Por Qué? fue editada en la Ciudad de México a partir del 28 de febrero de 1968. “Inicialmente de periodicidad catorcenal, luego de su número 15 se convirtió en semanario. Durante el Movimiento Estudiantil de 1968 editó un número extraordinario del que se tiró un millón de ejemplares. Desde entonces, los editores fueron hostilizados por el gobierno, que encarceló en 1970 a Mario Menéndez Rodríguez, director de la publicación, quien fue desterrado a fines de 1971. Lo sustituyó en la dirección su hermano Roger Menéndez Rodríguez hasta septiembre de 1974, cuando los talleres fueron destruidos por la fuerza pública y detenidos y torturados los hermanos Roger y Hernán Menéndez y los colaboradores Horacio Espinosa Altamirano y Jorge Delgado Ramírez. Hasta el 8 de septiembre de 1974, cuando desapareció la publicación, aparecieron 324 números ordinarios y ocho extras”.
Y en su libro Historia crítica del periodismo mexicano, Musacchio escribe estas líneas sobre el periodista yucateco: “A principios de 1968, dirigida por Mario Menéndez Rodríguez, empezó a circular la revista Por qué?, inicialmente como una publicación dedicada a presentar reportajes ampliamente trabajados. Sin embargo, al estallar el Movimiento Estudiantil se produjo un viraje en la línea editorial que dio por resultado la impresión en papel barato y en grandes tirajes de números profusamente ilustrados con fotos de cadáveres y encabezados que denunciaban la represión gubernamental. Ese tono de denuncia se mantuvo en los años siguientes, pero con énfasis en el desempeño de los grupos guerrilleros, especialmente el de Genaro Vázquez Rojas, lo que resultó intolerable para el gobierno, que en 1971 allanó los talleres de la revista y encarceló a Mario Menéndez por presuntas ligas con organizaciones armadas. Sus hermanos, Roger y Hernán Menéndez Rodríguez, quienes quedaron a cargo de la publicación, fueron secuestrados en 1974 en el Campo Militar Número Uno junto con el periodista y poeta Horacio Espinosa Altamirano, pese a que éste había dejado de colaborar en la publicación desde un año antes. Los hermanos Menéndez, además de sufrir encarcelamiento y tortura, fueron despojados de la maquinaria y el local en que se imprimía su revista, lo que denunciaron con el apoyo de la Unión de Periodistas Democráticos. Roger y Hernán fueron puestos en libertad tiempo después y Mario, a cambio de un secuestrado por la guerrilla, fue trasladado a Cuba con otros presos políticos. Al amparo de una amnistía general, regresó a México en 1979 y fundó Por Esto!, diario de la península de Yucatán que ha dirigido durante más de tres décadas”.
¿Por qué, insisto, no se menciona a Por qué? cuando se habla de la prensa en aquel fatídico año? Cuando he preguntado a diversas personalidades en su Mérida natal por el papel de este periodista no he obtenido sino titubeos, escarceos, reticencias o desinterés. Y en ese misterio se ha quedado Mario Menéndez, hoy exitoso empresario del diario Por Esto!
Es sabido, o medio sabido, que este periodista yucateco se filtró en la guerrilla por aquellos años luego de reportar estos asuntos en sus viajes por Latinoamérica invitado en un principio por el mismísimo Díaz Ordaz ejerciendo, éste, su derecho de elegir a sus comunicadores favoritos, tal como ocurría en ese tiempo de “apogeo priista de dominación”, como bien dice Evodio Escalante, manipulación en grande (o cooptación simulada) que los presidentes de la República hacían (y aún hacen) con intelectuales y periodistas, tal como hizo posteriormente Luis Echeverría Álvarez, al inicio de su administración, con la cúpula cultural incluidos todos los escritores de prosapia de ese entonces, como Carlos Fuentes, uno de los más beneficiados financieramente.
Incluso, Menéndez Rodríguez fue encarcelado en Lecumberri y puesto en libertad en los setenta debido a una exigencia de libertad de un grupo guerrillero guerrerense, y esta aseveración no es un pleonasmo. ¿Por qué Menéndez Rodríguez no está considerado en nuestra historia periodística por su trabajo en 1968? ¿Por haber sido un comunista recalcitrante? ¿Por haber jugado entre dos fuegos, el de la política y el del periodismo, sin lograr cruzar la meta victoriosa? ¿Porque jamás perteneció al clan de los editores oficialistas o inmersos en las cofradías literarias?
¿Por qué no se habla de Por qué? cuando se habla de la prensa en México, entonces? ¿Acaso por el frecuente amarillismo en sus páginas? ¿Porque su director Mario Menéndez de algún modo, al participar en las guerrillas y tener alianzas con Cuba, practicaba, por lo tanto, un periodismo parcializado, focalmente localizado, monetariamente sensacionalista? “Siempre ha sido un misterio su comportamiento periodístico”, me dijo un poeta de Mérida. Y en ese misterio, en efecto, se ha quedado Mario Menéndez, quien, a pesar de ser doctor en filosofía, ha preferido andar en la ruta del sensacionalismo en vez de recorrer una senda más provocadoramente cultural. Pero como sólido y solvente empresario de un medio de comunicación sólo él sabe por qué hace lo que hace.
Gobiernos que alimentan su libertad de expresión
Tres años después del 68 vino el Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, con el supremo “Halconazo” ofreciendo el gobierno una severa golpiza a los manifestantes para acallar, de una vez por todas, cualquier posible vestigio, eclosión, continuación o semilla generados por el 2 de octubre en acto represivo igualmente comandado por la administración echeverrista (1970-1976). La única crónica no distanciada de la horrorosa verdad provino de una revista independiente roquera: Piedra Rodante, dirigida por el ya fallecido Manuel Aceves, cuya ejemplar cobertura periodística fue determinante para que el gobierno la suprimiera de inmediato… ante el silencio oprobioso, otra vez, de los grandes periódicos, cobijados monetariamente por Echeverría Álvarez, el mismo que a unos meses de finalizar su sexenio, en contubernio con los periodistas entrenados, permitió la expulsión de Scherer García de Excélsior, que irritara a Scherer García al grado de apurar la salida de su semanario Proceso (en noviembre de 1976, un mes antes de que Echeverría acabara con su mandato, exhibiendo con esto, claramente, la coerción definitiva que el gobierno mantuviera sobre los medios de comunicación, porque Julio Scherer culpó al presidente de su partida de ese diario, no a Regino Díaz Redondo, quien lo sustituyó en la dirección del rotativo.
¿No existía libertad de expresión, entonces, antes de la aparición de Proceso y de unomásuno? De todos modos, las respectivas direcciones periodísticas continuaron —a veces soterradamente, a veces descaradamente— sosteniendo diálogos cordiales e ineludibles con los mandatarios en turno para poder sobrevivir periodísticamente. No en vano la escisión del unomásuno en 1983 para la fundación, en septiembre de 1984, de La Jornada, muy ligada en su principio a los partidos de la denominada izquierda mexicana que, con sus cuotas, permitieron la permanencia económica de dicho diario, que ya en el sexenio peñanietista se acomodó dócilmente (a sabiendas de un nutritivo beneficio pecuniario) a los discursos priistas, que de muchos modos ya lo venía haciendo desde el salinato. Y ahora, con López Obrador, ha tenido un sexenio satisfactoriamente económico: ya de por sí, así como hay periodistas distinguidos que se alinean a la derecha para recoger compensaciones monetarias (los nombres sobran comenzando por los afamados periodistas de las televisoras pasando, luego, por los que anidan en los periódicos con sueldos mensuales arriba de los 500 mil pesos, y no olvidemos que incluso Ricardo Alemán fue contratado, ¡en Canal 11!, durante seis meses hasta julio de 2018 ganando más de medio millón de pesos por inculcar la predominancia priista: no había dinero para una videoartista capacitada para hacer cápsulas ilustradas culturales pero sobraba, el dinero, para programas contra la entonces oposición política), de igual modo sucede con la gente apoltronada en el centro hacia la izquierda: periodistas en la nómina de La Jornada, por ejemplo, ya trabajaba para el político tabasqueño demostrando, con ello, que en cualquier lado se cuecen las habas de la maquinaria del periodismo parcializado. ¡El propio director fundador de La Jornada, Carlos Payán Velver, auspiciado por la izquierda perredista, aumentó aún más su riqueza en sus funciones como senador sin haber tenido en la Cámara ninguna participación memorable! Y el mismo Payán Velver designó a su sucesora en la dirección de su periódico para prolongar su permanencia en los poderes de la prensa y la política de manera autofestiva y unilatreral, como en cualquier otra empresa de comunicación, hasta su muerte el 17 de marzo de 2023 a los 94 años de edad! Pero todavía se habla de una íntegra libertad de expresión no sólo al interior de ese periódico, sino de todos los demás.
Y así deben de entenderse estas cosas.
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