En 1968 hubiera narrado los hechos de otra forma: con miedo, tal vez con urgencia de alumbrarlo todo, con más pasión de la que puedo ahora, y seguro con la respiración agitada.
Fue a partir de 2009 que pude, por fin, comenzar a hablar y escribir con algo de serenidad al respecto: en aquel tiempo nos movíamos expectantes, con una tensión que nos impulsaba, nos abría el pecho y dialogaba a gritos y sin intermediarios con nuestra necesidad de futuro.
Creíamos poder enfrentar a un tanque con ventajas. Creíamos lo cierto: siempre será más fuerte un pecho abierto, aun si el tanque te aplasta, aun si no. Sucede que de los pechos salen flores multicolores entrelazadas con caracolas y se multiplican. Digo esto abusando un poco de las imágenes y del lenguaje de la época: de música, poetas… de los Beatles.
León Felipe, ese creyente que enseñaba a repensar las cosas, lanzó ¿en un acceso de furia? muchos versos dorados:
“Hasta que ya entonces no quede más que un ladrillo solo,
el último ladrillo… la última palabra,
para tirárselo a Dios
con la fuerza de la blasfemia o la plegaria…
y romperle la frente… A ver si dentro de su cráneo
está la Luz… o está la Nada[1]”.
Bob Dylan respondió a León Felipe, cantando:
“The answer my friend is blowin’ in the wind
The answer is blowin’ in the wind[2]”.
En mi cabeza no había razón más precisa. Si las respuestas estaban en el viento, habíamos de salir a buscarlas.
Teníamos alrededor nuestro a Vietnam: una injusticia vivida más en nuestro imaginario quinceañero que en el conocimiento informado; teníamos al Che Guevara, el hermoso justiciero; y a Martin, Mártir Luther King, en Estados Unidos.
Había un hervor a punto, apenitas, debajo de la piel, y con él romperíamos, sin habérnoslo propuesto, el manido disfraz de “Unidad Nacional” con el cual México asistía a las fiestas de sociedad sin ningún pudor.
Poco antes del estallido de la insidiosa realidad, jugábamos –rodilla en tierra– a la matatena con estrellas; son precisamente este juego cósmico en común y la sensación gozosa de parto generalizado –su recuerdo– las razones que puedo aducir, en mi defensa, para justificar la página anterior, pues nada concreto aporta a la siguiente crónica:
La mañana del 28 de agosto de 1968, gracias a que la prensa no señalaba a la Normal entre las escuelas revoltosas, mi tío, como siempre, me dejó a las siete de la mañana en la avenida México-Tacuba, una cuadra y una hora antes de las de la entrada a clase.
El novio de entonces, un politécnico, me dijo algo sobre un suceso la noche anterior, porque la madre de un amigo le llamó para preguntar por su hijo, quien había ido al Zócalo a la manifestación[3].
La Normal era un hervidero de noticias inciertas, de planes, de inquietud:
-Dicen que despuecito de la media noche…
-Que el ejército los desalojó…
-Que se fueron todos…
-¿Vamos?
-Somos cuatro, es peligroso[4].
-Tons allá… ¡a la una!
Yo me fui antes, apreté el paso hacia el Zócalo y uní mi voz, feliz, a cientos de voces más.
Había una manifestación, mucha gente; no eran todos estudiantes, pero todos coreaban consignas antigubernamentales.
Con los dos pies ya en la plancha, un zumbido extraño que se desgranó en moléculas inaudibles me alertó, nos alertó; era como si hubiéramos acordado aspirar juntos, corto, todos, antes de entender que ese sonido recién afilado… eran disparos.
Un soldado –juraría que un segundo antes no estaba allí– tomó impulso y, usando su rifle como una tranca, me sacó del cerco dentro del que, él y otros, copaban a los manifestantes Zócalo adentro y me echó a la calle con una maldición.
Corrí. Corrí más rápido que nunca en alguna dirección contraria al Zócalo: no sabía, no pensaba, no podía parar. De una puerta salieron la mano y la orden de una mujer: “Por aquí, métete”.
Estuve dentro de su casa sentada un tiempo esférico, sin medida. La mujer hablaba, agitaba las manos y me dio pan. Con los ojos mojados, preguntó: “¿Por qué?”, mientras me zarandeaba, tomándome los brazos. Le hice un atropellado recuento de ofensas, mencioné dos o tres veces la palabra libertad y también lloré. Espero haberle dicho “gracias” al salir, cuando amainó la zozobra.
Después he buscado, sin encontrarlas, la puerta, la mano, la voz… y me he preguntado mil veces la razón por la cual ese soldado decidió sacarme del cerco en el Zócalo. ¿Le recordaría a su hermana, metida en el movimiento? Me ayudó a vivir sin odiar mi destino, mejor que el suyo. ¡Pobre!, era tan joven como yo, y en su violencia había miedo.
“Eran las 10:00 a.m., a esa hora los soldados hicieron la primera descarga de fusilería y ametralladoras ligeras. El saldo fue de 32 muertos”, Excélsior, 30 de agosto de 1968.
La noticia en el Excélsior, con los horarios precisos, la conocí en un museo años después, pero ya lo sabía: en este país, como en los demás, se siegan vidas cuando estorban a los proyectos del poder; y los luchadores sociales y los pobladores que se quejan son llamados: rebeldes sin causa, homosexuales, comunistas, narcos o drogadictos porque no creen en Dios[5], y según las versiones oficiales se mueren por pendejos, o de gastritis mal atendidas[6].
Pero también, aunque sean invisibles para la clase política, si se pone cuidado, pueden verse otros jugadores; no se han extinguido, tampoco las puertas, las manos, las matatenas, mucho menos las estrellas… ni los rifles.
[1] Nueva antología rota, León Felipe. Finisterre Editores S.A. México, 1974, pp. 232-233.
[2] La respuesta, amigo/se oculta en el viento/la respuesta, oculta en el viento va/ (Traducción de la autora).
[3] Asisten alrededor de 500 mil personas. Exigen solución a seis puntos y diálogo público. Izan una bandera rojinegra en el asta bandera. Los seis puntos eran: Libertad a presos políticos/Destitución de los generales Luis Cueto R. y Raúl Mendiolea, así como del teniente Armando Frías/Disolución del cuerpo de granaderos/Derogación del Art. 145 y 145 bis (Delito de disolución social)/Indemnización a las familias de muertos y heridos/Deslinde de responsabilidades de represión y vandalismo de policía, granaderos y ejército.
[4] El peligro consistía en ser acusados de disolución social. Este delito sirvió de instrumento jurídico para detener y reprimir estudiantes.
[5] “No creer en Dios hace a la juventud esclava de narcos”, señala Calderón, presidente de México. La Jornada, junio 27, 2009.
[6] Sin prueba, Presidencia afirmó que Ascencio Rosario murió de gastritis (Tras una denuncia de violación tumultuaria a manos de elementos del ejército en contra de la indígena de 64 años) La Jornada, julio 5, 2007.
Me fui contigo a ese tiempo a ese espacio y sentí la palabra libertad aún sonando en mi corazón.
Gracias Patricia por estrujante momento escrito que compartes.
Toda mi admiración y cariño
Soy feliz si logré transportar a esos años a alguien como tú, tan lejana de ese tiempo. Un abrazo.
Muy buena forma de expresar la experiencia vivida en carne propia, el germen de tu libertad de pensamiento.
Muy buena narración de lo que se vivió el 1968.
Me hizo recordar como lo viví y como fue cambiando poco a poco la sociedad.
Mi padre que en paz descanse era el clásico padre autoritario de esos años. Pocos años después él fue cambiando, como también fue cambiando la sociedad, sin que esto quiera decir que todo esta como quiciéramos.
Pero de que ha cambiado, eso si.
Hoy hay manifestaciones y no te meten a la cárcel por ello.
Seguimos luchando para conseguir una sociedad más justa.
Gracias Paty. Me gustó mucho tu texto.
José Antonio: Gracias por tu lectura, las ilustraciones tan acertadas ¡y la velocidad para publicar!
Sin palabras, gracias por compartir es sumamente importante no olvidar, es tan fácil decir libertad pero sumamente difícil ser libre realmente, de nuevo gracias Paty… soy tu fan.
Que nunca languidezca el grito de libertad, que no se nos vaya la vida persiguiendo la justicia. Que el olvido no nubla nuestro juicio, que los rebeldes tenemos todavía mucho por hacer…
Gracias por permitirme ser parte de esa historia, por permitirme vivirla tan intensamente a tan lejana distancia de los hechos. Gracias por mostrar parte de la historia de México, gracias por dar voz a tantas personas que ya no están, gracias por ser jóven, la respuesta sigue estando en el viento, en los árboles, en el Sol, en la Luna que suspira, en la Tierra, en nosotros, que bueno que puedes contarnoslo a todos. Gracias una y mil veces por procurarnos LIBERTAD.
La vida transcurre así, como una ráfaga de sueños, ilusiones, luchas y crudas realidades. Gracias Paty por hacerme sentir ese momento en cada palabra.
Un nudo en la garganta se me atora con el escalofrío de la loca carrera por tu vida.
Gracias a esas manos maravillosas que con un pedazo de pan te cobijaron para tener hoy, el deleite de leerte.
Gracias a mujeres como tú hoy tenemos un cambio. Hoy soy libre de mis propias decisiones, y gracias a esas mujeres que lucharon y dieron la vida para que las Mujeres de ahora tuvieran su libertad. Se logró el cambio, Pero aún falta mucho por hacer…
Ah! Patty! Que lectura! Sentí opresión en mi pecho. Excelente narración de hechos dolorosos que se vivieron en ese año. Gracias a DIOS por guardar tu vida… Gracias al soldado que te ahuyentó del lugar… Y gracias a esas manos que te sacaron de una calle en la que peligrabas. Felicidades!!!
Excelente relato de aquel ya lejano 1968 en que los estudiantes se atrevieron a enfrentar al régimen de partido de Estado que existía en México y los terribles acontecimientos que sucedieron esos dias. Te mando muchos saludos
Nos recuerda nuestras utopias y nuestros iconos libertarios.
Es verdaderamente inquietante, gracias por tu “descripción” de los hechos visto desde una juventud libre y honesta, sincera.
Algo que enfría el alma y el corazón: “leer la nota (6)”.!
Muy interesante relato Paty. Contado desde la memoria en primera persona; debió ser un traumático momento para ti. Como ahora dicen los chavos: te salvaste de pura cag…da… , o como se decía antes de chiripa. Para mi, que no me tocaron esos tiempos, es un valioso testimonio de uno de tantos episodios sangrientos, no tan “conmemorados” como otros pero, que están ahí reivindicados por la Historia y por quienes como tu los vivieron. Creo que vale reconocer tu valor y el de l@s jóvenes que participaron en aquellas movilizaciones porque a diferencia de hoy, en aquél tiempo asistir implicaba poder morir… creo que yo no lo hubiera hecho, mi mamá no me hubiera dejado jaja.
Finalmente, creo que el soldado que te sacó antes de la masacre lo hizo porque no estaba convencido de lo que venía y de sus órdenes criminales, a final de cuentas, como dice AMLO, el ejército también es pueblo; “pueblo armado” con familia, amigos, etc.