Autoría de 2:47 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito • 2 Comments

El problema de los decires en la política – Víctor Roura

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En el documental  Carlos III: el nuevo rey, que transmite History Chanel, el narrador pregunta: ¿alguna vez la reina Isabel II —fallecida el 8 de septiembre de 2022 a los 95 años de edad— dio su opinión sobre algo, alguien recuerda una sola opinión suya?, y se responde categóricamente: no, porque una entrañable clave política consiste sobre todo en guardar silencio, de ahí que el problema de Carlos, concluye el narrador, radique en emitir opiniones, que le acarrea dificultades.

      La enseñanza teórica está dilucidada y aprehendida por los políticos en el mundo, que, aunque dictadores (¿alguien recuerda una sola opinión de Pinochet sobre cualquier asunto?), debe imperar el silencio en su entorno para no levantar suspicacias o malos entendidos durante su mandato, o reinado en el caso de las monarquías.

      No hablar mucho públicamente es la consigna sagrada del político que no desea mirarse inmiscuido en las posibles consecuencias vertidas a partir de las palabras.

      ¿Qué mandatario mexicano, fuera de López Obrador, había hablado tanto sobre tanta cosa en su derredor?

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Volvió López Obrador a decir, en la penúltima semana de septiembre, acerca de la ética —corta, poca o nula— de Televisa al tener contratada a gente como Raymundo Riva Palacio al destilar tanta mentira, éste, en sus informaciones, pero, pero, pero en los medios públicos ocurren semejanzas similares sin alterar el termómetro periodístico al sugerir una supuesta pluralidad en las opiniones mediáticas del Estado, como si Televisa o TV Azteca actuaran con dolo propositivo a diferencia de lo establecido en los canales y los diales propiedades del gobierno federal… pero, pero, pero resulta que a veces los comentaristas que el Estado sostiene económicamente son opositores más recalcitrantes del obradorismo que los avecindados en las televisoras privadas: por ejemplo, el jueves 7 de septiembre Macario Schettino, en el programa Dinero y Poder que transmite Canal Once, dio a conocer su libro El Dinosaurio Disfrazado donde da cuenta de que el “tirano” hoy en día aposentado en la Presidencia de la República es lo mismo que sus antecesores —con la diferencia de que este “dictador” no se quiere retirar del poder, como lo han hecho los que lo han precedido, según el discurso de los opositores no mirando, o no queriendo mirar, cómo los priistas se traspasaban el poder para perpetuarse en los reinados de la impunidad, lo mismo que pudo hacer el PAN por sólo un sexenio más—, título (El Dinosaurio Disfrazado) del volumen que ya estaba dispuesto por la Editorial Planeta para consignar de antemano la desgracia política que vivimos, a decir de la propia editorial que se inventó el título y del autor que se ajustó a él —al título, no a sí mismo—para apuntar lo que la editorial deseaba apuntalar, título, por cierto, que no le gustara a Schettino pero que, nos dijo, aceptó gustoso el reto porque, y esto ya no nos lo dijo sino lo apreciamos con facilidad debido a su convencido discurso, es un supremo persuadido de que AMLO es, en efecto, un “dinosaurio disfrazado”.

      Ni en Televisa han subrayado tal alucinada entelequia, digamos.

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El lunes 28 de agosto, en Primer Plano de Canal Once, María Amparo Casar decía que Claudia Sheinbaum cometió un grave delito al hacer, como candidata de la transformación, un programa de gobierno usando recursos públicos, pero, pero, pero Casar, curiosamente, tiene un programa del Estado utilizando no sólo recursos públicos de México sino también los de Estados Unidos.

      Y son cosas de admirarse, en efecto.

      Porque hablar de periodismo ya se ha vuelto una rebaja vulgatoria, una conversación en boca incluso de quienes jamás lo han practicado.

      Por eso me dio gusto mirar a Carlos Padilla Ríos, director de la revista de comunicación Zócalo, pero sobre todo escucharlo hablar de periodismo durante la serie intitulada Debate Público emitida el pasado 22 de agosto en Canal Catorce: “¿Quién se había atrevido a criticar a López-Dóriga y a Carlos Loret de Mola en televisión y a toda esa camada de colegas intocables y multimillonarios, que solamente atienden a sus intereses particulares?, ¿quién se había rebelado contra eso?”, se preguntó razonadamente Padilla Ríos.

      Y prosiguió con conocimiento de causa de manera imparcial: “En ese sentido, Canal Once y ustedes, el Sistema Público de Radiodifusión, están cumpliendo una tarea muy importante porque esclarecen el panorama frente a un discurso que engaña y manipula. Si nosotros pensamos en los tradicionales conductores de televisión, como López-Dóriga y Carlos Loret, ¡sabemos que están reflejando una realidad que la gente no ve! Los noticiarios están llenos de nota roja. ¡Ciro Gómez Leyva todos los días abre con nota roja! La gente busca otra información y los medios públicos de la capital le ofrecen lo que la gente quiere escuchar, y también una oferta de contenidos culturales, recreación y artísticos. Veo mucho Canal Catorce, Canal Once y Canal 22, encuentro ahí cultura, entretenimiento, información, veracidad y también pluralidad. ¡Todavía no me explico por qué le echan montón al pobre Lorenzo Meyer en Canal Once, en Primer Plano, todos los lunes en la noche! ¡Tres contra uno! ¡María Amparo Casar, la empleada de Claudio X. González, está ahí en Canal Once! Y dicen que no hay pluralidad, ¡por favor!”

      Finalmente, Carlos Padilla aportó una reflexión más sobre el proceder de los medios privados en la llamada Cuarta Transformación: “El modelo de negocios en este país está en crisis en el terreno privado. No han podido salir de ese modelo que creó el Estado protector y filantrópico desde la Revolución: ¡acordémonos que Venustiano Carranza y Emiliano Zapata tenían su propio periódico! Los periodistas cumplían y obedecían el papel del cacique, el gobernante o del presidente en turno o de quien pagara el periódico. Así ha permanecido ese modelo. Luego, llega la Cuarta Transformación y no les da el dinero, o los suficientes recursos como antes se les inyectaba a los medios privados, pues explotan y no saben qué hacer. Siguen con el negocio, empiezan a golpear y no saben para dónde hacerse”.

      Razón le asiste a Padilla Ríos cuando afirma que nunca antes los opiniólogos del sistema mediático privado eran tocados ni con los pétalos de una rosa, pero también es cierto, y esto no logra apuntarlo Padilla Ríos del todo, que tampoco nunca antes el Estado había soliviantado la estancia de durísimos opositores en sus canales protegiéndolos con salarios monumentales confiados, los medios públicos, en la puesta en escena de la pluralidad que permite a los comentaristas políticos ser incluso más iracundos fabuladores que sus colegas de las televisoras privadas.

      Y no, no por ello habría que despedirlos, pero, pero, pero lo que no se entiende es ese discurso obradorista que asienta que Televisa, por ejemplo, no supervisa su ética al tener incorporados en sus filas a comentaristas basados en las infamaciones para negar la administración morenista, ¡cuando en los medios públicos se alojan comentaristas con mayor perfidia política que en los emporios privados!

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Entiendo lo de la pluralidad expresiva del Estado, lo que no comprendo, entonces, es por qué no se habla de similar generosidad plural en sentido contrario, pues si se deja despotricar de un lado, ¿por qué del otro no habría de ocurrir del mismo modo?

      Me parece que en la aseveración de la pluralidad radica la complejidad del prolegómeno, pues no es posible negar el acontecimiento ajeno si éste es semejante en la casa propia, de ahí mi inquieta nubosidad caviladora. Porque si una cosa ocurre de la misma manera de un lado, ¿por qué habría de diferenciarse del otro lado?

      Es decir, si en Televisa interviene, digamos, Raymundo Riva Palacio pero en Canal Once participa María Amparo Casar, ¿qué diferenciaría a un sistema mediático del otro si ambos se manejan con idéntica función editorial, con análoga febrilidad ética?

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De forma paradójica, sobre todo proviniendo de reputados científicos, el lunes 25 de septiembre salió a la luz un desplegado que exhibía el enfadoso rencor que les producía a los abajo firmantes la postulación de López-Gatell para coordinar la cuarta transformación en la Ciudad de México sobre todo, según los quejosos, después de su intervención médica durante la pandemia, pero ignoran los descontentos, entre ellos el connotado científico Antonio Lazcano Araujo y el reconocido antropólogo Matos Moctezuma, que si alguno de ellos hubiera sido el elegido de la prevención sanitaria de igual modo habrían sido denostados e insultados por una disciplinada mas resentida oposición política, porque no es común en la política hablar demasiado ya que los decires causan, de uno u otro modo, problemas políticos: cualquiera puede manifestar su opinión, pero no un político porque las palabras, en su investidura, pueden acarrearle mil y una dificultades.

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El problema de los políticos es su opinión, por eso prefieren mantener la boca cerrada: ¿no de Roosevelt sólo se recuerda su declaración de guerra contra Japón?, ¿alguien recuerda alguna opinión célebre de Clinton o de Obama?, ¿acaso alguien rememora alguna opinión de López Mateos o de Echeverría Álvarez o de Portes Gil o de Calderón Hinojosa o de Peña Nieto?

      No, ni se necesitaba, ni ellos la necesitaban.

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Last modified: 10 octubre, 2023
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