La guerra que se desarrolla en el Cercano Oriente nos conmina a retomar un tema que trabajamos hace ya dos décadas (Tamayo, Del síntoma al acto, UAQ, 2001, Cap. IV): el de la posibilidad e importancia, para la humanidad, de detener la guerra. Para lograrlo en los casos específicos es menester antes comprender a cabalidad sus causas y la verdad presente en las posiciones en disputa. El caso de la guerra en el Cercano Oriente nos permite recapitular tales ideas, así como obliga a recordar, no sólo los hechos recientes sino también la historia de tal región del mundo.
I. La verdad de los contendientes
- Hamas ha realizado, y en fechas recientes realizó, actos vergonzosos: del asesinato al secuestro de civiles, incluidos niños y mujeres. El pueblo judío y el mundo entero lo constataron y denunciaron.
- Los palestinos de la Franja de Gaza llevan décadas sufriendo un trato deplorable por parte de las autoridades de Israel: confinamiento, falta de agua, de electricidad, en guerra continua, etc… en una tierra que era de ellos antes de que los judíos llegaran, expulsados a causa del antisemitismo europeo.
- Sabemos bien que la ocupación del pueblo hebreo de Palestina fue un fenómeno que ocurrió en varias oleadas, la más importante fue la promovida por los británicos y convalidada por las Naciones Unidas al terminar la Segunda Guerra Mundial. Como bien dicen los expertos: los británicos —que habían prometido a los árabes la creación, en su protectorado, de un gran Estado árabe— les vieron la cara y “regalaron una tierra que no era suya” a los judíos. Es evidente la razón de tal regalo: no querían a los sionistas en Europa y se sentían muy culpables por el exterminio sistemático realizado por los nazis (mucho más sofisticado que la expulsión de Portugal, España y Francia realizada siglos atrás), y —como los sionistas mismos decían que querían una patria propia y que ella se encontraba en una región bastante despoblada (Palestina)— pues decidieron ubicarlos ahí aprovechando que la región era un “protectorado británico”.
Eso que, en su momento, significó una “solución inteligente” y convalidada por las Naciones Unidas, con los años se reveló injusta a causa de que los ingleses, como antes indicamos, regalaron a los sionistas una tierra que no era de ellos y donde vivían cientos de miles de palestinos, los cuales no tardaron en ser maltratados por los nuevos ocupantes.
Fue el maltrato a los palestinos lo que dio origen a las numerosas organizaciones paramilitares que ahora atacan al pueblo israelita. Hamas no nació de la nada y sus horribles crímenes son el fruto de décadas de maltrato y frustración. Exigen que los judíos salgan de su “patria”, de la misma manera que los sionistas exigieron volver a “su patria histórica” —según indica la Biblia—, pues es entonces que “volverá el mesías”.
Nos encontramos ante una contradicción aparentemente insalvable, que sólo puede comprenderse al comprender la naturaleza y efectos de las instituciones totales.
II. De las instituciones totales
Son múltiples los estudios sobre las instituciones totales: Freud, Foucault, Althusser, nos han regalado estupendos análisis sobre su sentido, naturaleza y funciones. El ejército y la iglesia, las principales de tales instituciones, son definidas como organismos verticales increíblemente poderosos, capaces de unificar —o aniquilar— pueblos enteros, incluido al propio. Tanto el ejército como la iglesia exigen obediencia absoluta y en ellos impera una ideología inobjetable. En ellos no hay lugar para la crítica ni para la discusión ciudadana. En tales instituciones, priva el pensamiento tiránico “o estás conmigo o estás contra mí”. Ello es su fuerza. Tal verticalidad permite al ejército responder de manera efectiva ante la agresión extranjera y a la iglesia generar su masa de fieles.
Ambas instituciones son necesarias en la emergencia de las “situaciones límite”: la guerra, la muerte. Esto es evidente. Si un pueblo carece de ejército, será incapaz de defenderse si una nación extranjera decide apropiarse de su territorio. Asimismo, ante la ocurrencia de la muerte, si no se poseen las certezas que ofrece la iglesia —que nuestro finado “ha vuelto al paraíso”, que ahora goza de “la vida eterna”—, muchos ciudadanos verían incrementar de manera insoportable su angustia… y muchos de ellos carecen de la formación suficiente para soportarlo, por lo que la salida religiosa es la más sencilla y eficiente para las masas.
Ahora bien, el ejército y la iglesia son necesarios para cuando ocurren las “situaciones límite”, pero no en el resto del tiempo. De hecho, la mejor forma de mantener sometido a un pueblo es hacerle creer —o establecer artificialmente— que vive en una situación límite permanente. De esa manera se justifica el control total —como lo establecieron los EE. UU. en todos los aeropuertos del mundo después de los ataques del 11 de septiembre.
La creación del “terrorista universal” permitió que se gastaran cantidades ingentes de dinero en establecer sofisticados controles en todos los aeropuertos del planeta. Con la iglesia no es diferente, cuando la enfermedad y la muerte se hacen cotidianas —a causa de una epidemia o alguna otra catástrofe— las iglesias florecen y fortalecen.
Afortunadamente, las “situaciones límite” no son la constante sino la excepción. O así debería ser. En consecuencia, los ejércitos deberían ser lo más pequeños posibles y “mantenerse en sus cuarteles”. La iglesia debería también mantenerse solamente como la opción ante la ocurrencia de la muerte, para que sacerdotes y pastores realicen sus oficios y tranquilicen a los deudos.
El resto del tiempo debería ser el pensamiento libre y crítico, ese que hace florecer a las sociedades, el que privase.
En el Cercano Oriente ha faltado el suficiente pensamiento crítico y en consecuencia se vive, desde hace décadas, de una situación límite promovida por sus instituciones totales.
III. Cuando las instituciones totales dominan
En la actual región en conflicto, en el Cercano Oriente, prevalece la ideología de sus instituciones totales. Los sionistas radicales imponen la idea —sacada de su “libro sagrado” de que esa es “su patria”—, un delirio que[1], si fuese realizado por otras naciones, ocasionaría muchos más conflictos que los ahora existentes. Lo que el Reino Unido realizó después de la Segunda Guerra Mundial —con el contubernio de las Naciones Unidas— tiene nombre: despojo. En Palestina ocurrió un “despojo en nombre de Dios”. Una acción derivada de la culpa que abatía a los europeos. Tampoco podemos negar el papel de la propia iglesia judía; fue ella la que hizo creer a sus adeptos la patraña de que eran el “pueblo elegido”, uno que sólo podía relacionarse internamente (si un judío se casa con una mujer no judía, sus hijos dejan de formar parte del “pueblo elegido”, pues el judaísmo se obtiene “por sangre” y, como dice el dicho, mater certissima, pater incertus est, es decir, de un niño podemos saber con certeza quién es la madre, más no el padre).
Los rabinos enloquecieron a su propio pueblo al hacerlo creerse superior a los demás… y eso no es agradable para los pueblos donde los sionistas se establecen. Portugal, España, Francia, Alemania y ahora Palestina dan cuenta de tal desagrado.
Los ayatolas de los árabes no son menos responsables de los crímenes que ahora ocurren: instilar en sus adeptos “la verdad de Alá” y su guerra santa, la “jihad”, ha convertido a muchos de ellos en verdaderos criminales, en sujetos carentes de la más mínima humanidad.
Y los ejércitos de tales pueblos, siguiendo la locura fomentada por sus líderes religiosos, realiza ahora una matanza cuyo final no se puede apreciar y de la cual todos somos corresponsables.
Conclusión
La humanidad puede vivir sin guerras, pero ello implica un profundo conocimiento de sí, un abandono de los prejuicios e ideologías de las instituciones totales, lo cual es muy raro encontrar.
Los ejércitos, asimismo, deberían ser mínimos y encerrados en sus cuarteles pues, por ser instituciones verticales, tienden muy fácilmente a la tiranía y, en consecuencia, son el apoyo de todos los tiranos del mundo.
Los ciudadanos requerimos vivir en lugares donde la ideología religiosa esté acotada, donde podamos pensar libremente y construir nuestras sociedades. Ello requiere, como bien indica Freud, mantener lo más limitadas posibles a las instituciones totales. De otra manera no nos queda sino esperar ser aniquilados por nuestra propia iglesia y ejército, como ahora ocurre en Israel y Palestina.
Cuernavaca, Morelos, 22 de octubre de 2023.
[1] Nunca olvidemos que fue Freud mismo (en El porvenir de una ilusión) quien calificó como “delirante” a la ideología religiosa.
Cuánto tiempo tendrá que pasar para que los gobiernos permiten la libre discusión de todas las ideologías de todas las religiones en las aulas de clase
cuándo dejarán de ser los gobernantes adeptos o necesariamente adeptos de alguna línea ideológica religiosa, creyentes de mitologías anacrónicas
En vez de ser elegidos por su laicismo legal, moral y con acciones de gobierno sustentadas, lógicas, coherentes, realizables en beneficio general incluido el mundo
Muy importante entender los distintos ángulos de este conflicto que ha causado tanto sufrimiento a dos pueblos, pero de manera desigual y con mayor intensidad a la gente de Palestina.