Durante mucho tiempo, nos han dicho que somos lo que comemos pero, en realidad, yo no soy una dona de chocolate y mucho menos una pizza de pepperoni. Decir que somos lo que comemos va más allá de “parecer”. Esta expresión en realidad se refiere a que somos la consecuencia metabólica de lo que ingerimos, es decir, el resultado del conjunto de reacciones químicas que nuestro cuerpo realiza para aprovechar los nutrientes y generar energía.
Lo que sucede dentro de nosotros tras alimentarnos, ya sea por culpa propia o ajena, nos afecta directamente. Pero ¿a qué nos referimos con “por culpa ajena”? Bueno, pues tal vez has escuchado que somos más microorganismos que persona y que en nuestro intestino habita una colonia de trillones de ellos que incluyen a bacterias, virus y otros más. Resulta que esto es cierto, y que en realidad no es un mal escenario.
Cuando estamos dentro del vientre de nuestra madre no nos habita ningún microorganismo, es hasta que nacemos y somos alimentados que adquirimos una amplia diversidad de bacterias. Ellas se alojarán en nuestros intestinos y nos beneficiarán, ya que ayudarán con la digestión de los alimentos que consumimos.
En el intestino se han identificado una gran diversidad de bacterias como Lactobacillus, Bacillus, Clostridium, Enterococcus y Ruminicoccus, conocidos como firmicutes, además de bacterias de los géneros Bacteroides y Prevotella. Sin embargo, no todas las personas contamos exactamente con el mismo número y tipo de especies bacterianas. Si analizáramos las heces de nuestro mejor amigo y las propias, observaríamos que, pese a la similitud entre nosotros al ser parte de la misma especie, las proporciones de las bacterias son diferentes. Estas variaciones se deben en parte a la dieta. Se ha encontrado que aquellas que cuando la dieta es alta en carbohidratos, se favorece la proliferación de Prevotella. Por otro lado, las dietas altas en grasa favorecen a las Bacteroidetes.
Existen también diferencias en la microbiota que indican cuando algo dentro de nosotros va mal. Estos desbalances se conocen como disbiosis y pueden deberse al uso desmesurado de antibióticos. Por ejemplo, éste sería el caso cuando nos prescriben ceftriaxona para curarnos de Covid-19, ya que es causado por un virus y la ceftriaxona es un antibiótico, que debe ser usado solo para tratar enfermedades causadas por bacterias. Otra causa de disbiosis pueden ser enfermedades metabólicas como la obesidad.
Desde hace años sabemos que la microbiota nos ayuda en la en la digestión de los alimentos, pero más recientemente empezamos a conocer su función en el sistema inmune. También, hace poco se descubrió la relación estrecha que ha establecido con el sistema nervioso, puesto que existe comunicación desde la microbiota intestinal hasta el cerebro y viceversa. Pero no hay que confundirse, no es que las bacterias recorran nuestro cuerpo hasta llegar a este órgano. Lo que sucede es que en el intestino, cuando la microbiota degrada los alimentos, genera sustancias químicas que necesitamos pero que no podemos producir. Estas sustancias son las que actúan en el cerebro, provocan cambios en él y consecuentemente se relacionan con nuestro comportamiento. Esta interacción ha sido determinada recientemente como eje microbiota-intestino-cerebro.
En las últimas décadas diversos grupos de investigación han explorado la relación que tiene este eje con enfermedades neurodegenerativas, patologías que deterioran tanto el funcionamiento como la estructura del sistema nervioso. Uno de ellos es el grupo de Federico E. Rey, de la Universidad de Wisconsin. Este grupo observó que en la enfermedad de Alzheimer aumenta la cantidad de Bacteroides y las Firmicutes disminuyen. Por otro lado, otro grupo de investigación liderado por Petrov, en la universidad de medicina de Siberia, observó que en el Parkinson hay una clara disminución de Prevotella, Clostridium y Bacteroides.
Actualmente se están desarrollando investigaciones que buscan conocer el papel que juega la microbiota en la fisiopatología de trastornos como la ansiedad, depresión, esquizofrenia y trastorno bipolar. Aunque este campo de la investigación aún está en desarrollo y falta mucho por dilucidar, conocer estos antecedentes nos da un motivo más para poner mayor atención a nuestra dieta y ayudar a disminuir el riesgo de desarrollar neurodegeneración, convirtiéndonos entonces en la consecuencia metabólica sana de lo que ingerimos.
ARELI BÁEZ MEZA, JENIFER ALEJANDRA PARRA REYES Y ANA LUISA OCAMPO RUIZ
ESTUDIANTES DE LA MAESTRÍA EN CIENCIAS (NEUROBIOLOGÍA) DEL INSTITUTO DE NEUROBIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO, CAMPUS JURIQUILLA
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE DESDE LA UNAM PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/desde-la-unam/