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Antes de dar a conocer el resultado final —porque hay resultados que aún no son los últimos— de las encuestas para saber quién de los candidatos morenistas sería el designado por la decisión popular, ya me habían dicho el nombre del triunfador: mi amigo el comerciante de La Merced me contó días atrás, ante mi renuencia a darle crédito, que la alcaldía Venustiano Carranza, “por órdenes de la Presidencia”, se había encargado de repartir miles de volantes en los mercados de su demarcación con la imagen de García Harfuch luego de haber mirado yo, estupefacto, cientos de carteles, mantas y murales elogiando a este político a quien se le ha vinculado, desde hace varios años, con algunas causas nefandas policiacas en el país (son conocidas, por ejemplo, las reuniones a las que asistía para ventilar, durante la administración peñanietista, las injustificadas muertes de los normalistas de Ayotzinapa sin querer suponer, por supuesto, que este hombre ha tenido alguna responsabilidad directa en el gravoso tema).
Me sorprende el “triunfo contundente” de este hijo de una actriz televisiva. Al principio, lo confieso, pensé que se trataba de una broma indigesta, parecida a ésas de las que acostumbra la prensa opositora a dar inmediatamente como legítimas aun sin verificarlas. Me niego a creer, digamos, que los volantes en mercados y plazas provinieran directamente por una imposición de López Obrador —cuando el tabasqueño repite una y otra vez que las cosas han sido cambiadas en las elecciones presidenciales, que ya no hay cargadas, ya no hay dedazos, ya no hay tapados—, ni creía en esta decisión unívoca similar, parecidísima, a lo ejercido en los tiempos priistas, aunque este conflicto, que se concretó en la madrugada del sábado 11 de noviembre en un hotel de Polanco, fue de algún modo “corregido” por las circunstancias de paridad de género al trasponer a Brugada en el lugar de la masculinidad (en la madrugada sabatina los seguidores de uno y otro bando, brugadistas y harfucheanos, casi se lían a golpes por esta contienda electorera), si bien el asunto no acabó ahí porque me dijeron el mismo sábado que mejor me esperara a la resolución última porque Morena quería imponer, como fuere, a García Harfuch moviendo sus piezas patriarcales en otros estados para poder dejar, incólume, a García Harfuch en la Ciudad de México, alaridos patriarcales provenientes paradójicamente por numerosas mujeres —convocadas desde el mismo sábado 11 por las redes sociales de la mercadería pública— dispuestas a arremolinarse el lunes 13 a las 16 horas en las puertas de la casa que aloja a Morena en la colonia Juárez, reunión finalmente cancelada (o a la que yo ya no le presté atención por las secuelas que se iban desmadejando) por los grillosos manipuladores, que a su vez son manipulados, que nunca faltan en las contiendas multitudinarias al recibir órdenes, supongo que de altos jerarcas de la política nacional, de que la decisión morenista de dejar a Brugada en el lugar de García Harfuch estaba ya tomada, que nada los haría cambiar —a los altos jerarcas— a pesar de los posibles tumultos y los embates en contra de dicho desenlace partidista.
Pero que me esperase, que en la política las situaciones a veces son impredecibles, que tuviera paciencia.
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Y eso hice mientras le preguntaba a mi amigo de La Merced si era verdad que la orden de votar por García Harfuch procedía de la Presidencia de la República, que yo no quería creerlo porque, entonces, me encontraría con un abominable doble discurso morenista basado en el destierro de toda voracidad del pasado —y acaba de reiterar López Obrador, en Sinaloa el martes 14 de noviembre, que él no tiene dos caras, a diferencia de los políticos del ayer—, una de las cuales se centraba justamente en la disolución del tapado, del dedazo, del señalamiento indiscreto de los emplazados a asumir ciertas conducciones políticas. Además, miraba yo por doquier estas acusaciones de la prensa y de los comentaristas opositores, lo que no era una buena señal de veracidad en el sucio asunto.
—Lo único que te puedo decir es que la orden para ir a aquellos eventos, que se hacían con acarreo de personas desde las alcaldías, se argumentaba así: “Por orden presidencial” —me decía mi amigo el locatario de La Merced mostrándome los mensajes que guardaba en su celular—. No sé si nos lo decían así para que uno no tuviera otro remedio que asistir o si era verdad, no lo sé.
De cualquier modo le agradezco el gesto de notificármelo, si bien la condición, como me lo ha pedido con suma prudencia, es no mencionarlo con su nombre para evitar alguna posible reprimenda, tal como se acostumbraba en los apogeos políticos del PRI y del PAN.
Hoy es domingo 12 de noviembre y en el programa Operación Mamut, que Canal Once transmite los domingos dos horas antes de la medianoche, dan como un hecho la designación de Clara Brugada, en lugar de García Harfuch —por aquello de la paridad de géneros que exige el Instituto Nacional Electoral a los partidos políticos— para contender por la gubernatura de la Ciudad de México, con lo que, me parece, el acto del lunes 13 —que trataría de reivindicar a García Harfuch según lo requería la jefatura de Mercados de la alcaldía Carranza— quedaría completamente descartado, o desfasado, ya para qué.
Aunque, fuera de estas resoluciones partidistas, los movimientos continúan candentes en las redes sociales donde, sí, abunda la suciedad informática: el lunes 13, al mediar el día, en Iztapalapa un nutrido contingente se formaba para apoyar a Clara Brugada tal vez informada la organización de esta vorágine aplaudidora que ese mismo día, por la tarde, pasaría lo mismo, con hordas de rebeldía inducidas a favor de García Harfuch, frente a las instalaciones de Morena en las calles de Liverpool, ambas partes —de esta inútil contienda— aparentemente desvinculadas de las palabras y de las intenciones del mandatario acerca de ya no proseguir con las ilegítimas prácticas del pasado corruptor que una y otra vez reitera López Obrador ante los oídos sordos de este sector público acomodado en las ensoñadas alcaldías urbanas.
El año pasado —el 10 de noviembre—, y únicamente me abismo en una sola muestra de infinidad de ejemplos, el presidente había expresado una crítica a la corrupción que aún prevalecía, y prevalece, en distintas instituciones del gobierno federal —que ese buen hombre López-Gatell mencionó con voz alarmada durante su corta campaña para la designación de la gubernatura de la Ciudad de México, discursos asombrosamente coherentes donde se topó el ex subsecretario de Salud con medios y comunicadores calumniadores al exhibir la artera mezquindad inculpándolo de las muertes en la pandemia cuando el experimentado doctor había hecho todo lo posible por revertir el daño a los mexicanos perpetrado por este calamitoso e inesperado letal virus que tanto nos ha cambiado la vida—, tal como ejemplificara López Obrador, aquel 10 de noviembre de 2022, con el caso de un funcionario que, tras asignar una concesión de uso de agua a una empresa, terminó como empleado de esa compañía (una costumbre usual permitida, y valorada como arrojo heroico en las pasadas administraciones), lo cual causó un gran enojo al mandatario mexicano, tal como él relató en su habitual conferencia mañanera de hace un año: “Ayer hice un coraje de buen tamaño porque otorgaron unas concesiones de agua, ya en el gobierno nuestro, al principio, en Conagua… en Cananea. No sólo eso: el que otorgó la concesión se fue a trabajar a la empresa Grupo México”.
Por algo en las congregaciones una sola silla se rentaba a 12 mil pesos en la alcaldía Cuauhtémoc para sacarle ventaja monetaria a estas movilizaciones públicas maniobradas por alcaldes o alcaldesas que parecen no querer dejar atrás las suculentas y dulces corruptelas que los siguen beneficiando con discreto encanto.
Y me lo corrobora mi amigo locatario de La Merced al contarme estos alrevesados encuentros políticos convocados por las altas autoridades de las alcaldías sin que nadie pueda evitar las consecuencias trastornadoras políticos y laborales que arrastran consigo estas ordenanzas que sólo satisfacen, como siempre, a un puñado de personajes que incluso son capaces de involucrar amañadamente al propio presidente de la República, como en el caso de la orden de apoyar irrevocablemente a García Harfuch, final y casualmente el indiscutible vencedor en las votaciones y ternas morenistas dado de baja, ya lo sabemos, sólo por la cuestión de paridad de género, que moviera en las redes a los altos servidores públicos, como ya he dicho, a obligar a la gente de los mercados —y vaya uno a saber a cuánta gente más de otros sectores públicos— a la reunión, obviamente cancelada en la última hora, para respaldar al hijo de la afamada actriz televisiva María Sorté.
¿Por qué se llevan a cabo aún estos ingratos pormenores del pasado, a quiénes beneficia este singular entronque político, por qué la práctica no ha variado en su artimaña corruptora?
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El lunes 13 de noviembre, a las 21 horas en el programa Sucesión 2024 que transmite Canal Catorce (https://mxplus.tv/noticias/sucesion-2024), la periodista Azul Alzaga dijo, entre otras certezas, que a veces “la vieja política corrompe los nuevos proyectos” refiriéndose a los múltiples reparos tanto de los opositores como incluso de algunos intervinientes en la mismísima transformación política. Yo tengo claro que las renovadas decisiones políticas deben ser contrarias a las tesis del pasado, ¿por qué entonces este retroceso político consigue todavía instalarse en los nuevos proyectos, tal como previó Azul Alzaga en su ácido, realista, verídico comentario sobre el desbarajustado argüende de la elección popular morenista?
Yo he podido ver estas miserias informativas con mis propios ojos en los mensajes de mi amigo el locatario, que no sabe ya qué hacer cuando recibe estas notificaciones en su celular o es testigo sin querer de las imposiciones políticas de su alcaldía, como la obligación de las reparticiones de los volantes a los cientos de compradores de los mercados públicos, creídos —los consumidores, la gente del pueblo—, supongo, de que tal o cual mercado está a favor de tal o cual político según lo ven reflejado en los carteles que acaban de recibir como una incitación proselitista.
Estoy cierto de que no deseo el retorno del pretérito, pero también estoy seguro de que quiero ver eliminadas las antiguas prácticas en los resquicios de la nueva política.
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