Las encuestas (falsas, buenas, inventadas, como sea) hoy son el gran elector. Por su conducto, los partidos políticos han decidido elegir, nombrar o imponer a sus candidatos (as) a puestos de elección.
Las encuestas han sustituido al debate interno en los partidos políticos, han desplazado la capacidad para ejercer el poder o actuar en el ámbito legislativo. En fin, han colocado como principal cualidad ser popular, conocida, carismático, simpática, guapo, sin evaluar lo político u otras virtudes como la honestidad, la ética o la capacidad.
La popularidad, la clave
La política entró al intercambio de características. Y no sólo de las y los aspirantes a las candidaturas. Los mismos partidos políticos han desdibujado ideologías y principios y en su lugar han colocado la estridencia, los emojis, las acusaciones contra los candidatos de otras formaciones políticas.
Por esto es que las precampañas y las campañas se han vuelto anodinas o, en contraparte, exageradas en las propuestas que conducen a pensar que la mayoría de ellos ha optado por el populismo: prometer programas o acciones extraordinarias que no resisten el análisis de su viabilidad real.
Y por esto también es que programáticamente la ciudadanía muy difícilmente puede distinguir el perfil político-ideológico de uno u otro partido político.
Luego entonces ¿cómo decidir el voto? La apuesta es sencilla: incrementar la publicidad (ojo: publicidad no propaganda); es decir, apostar por el mercadeo.
Hacer que el producto se conozca, luego difundir sus virtudes, lograr que guste y, finalmente, crear su necesidad.
Bajo esta lógica contemporánea la clave para obtener una candidatura es contar con los suficientes recursos económicos para promoverse, ser conocido (a) y popular. No importa que poco o nada sepa de política, de gobernabilidad, gobernanza, del ejercicio legislativo o de políticas públicas.
La otra opción es que desde una posición en cualquier instancia de gobierno y con el respaldo del o la gobernante, se promueva su imagen inaugurando obras, visitando colonias a nombre de la administración pública, emitiendo declaraciones insulsas ante la prensa u opinando de cuanto tema sea posible.
Lo coyuntural
Justamente por estas condiciones es que las y los suspirantes por un cargo electivo han apostado por burlar la ley electoral e intentar “darse a conocer” antes, mucho antes de los tiempos de precampaña y campaña marcados claramente en las leyes electorales (federal y estatal).
Y todo esto sucede provocado por el “método” adoptado para elegir candidatos (as): las encuestas.
Recordemos que estas son instrumentos que miden opiniones y conocimientos coyunturales; es decir que sus resultados son solamente válidos para el momento en que se aplicaron y, por ende es equivocado tratar de “extender” su validez más allá del momento en que se levantaron.
Las encuestas que los partidos políticos aplican en estos días miden popularidad; esto es, el conocimiento que de personas en lo particular tienen las y los encuestados. Nada más.
Por eso es que también, por el poder que le han endilgado a las encuestas y para ahorrarse el largo camino que implica ganar fama entre la gente, se ha intentado acortar el recorrido postulando a “famosas o famosos”; gente que ya es conocida por la ciudadanía y que se le tiene simpatía por ser deportistas exitosos o actrices (actores) protagonistas de telenovelas o películas.
El voto por la sonrisa
Y cuando menos atentos estamos, sucede que tal o cual diputado o presidente municipal cambia de partido político porque no la postularon a un nuevo cargo; vemos cómo por enojo pasan a la oposición negociando puestos por su fama.
Las encuestas se han convertido en los grandes electores o, peor aún, en una especie de “primera vuelta” que elimina a los menos populares.
La política está convertida en un mercado de sonrisas, en un tianguis de populares no de expertos políticos.
Y por eso es que tenemos gobiernos fracasados y frustrantes. Y así vamos a votar dentro de seis meses y días.