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En la mañanera del 4 de septiembre de 2020, una participante en el diálogo cuestionó:
—¿Pero qué mensaje envía el hecho de que alguien que pueda tomar postura a favor de cierto tema que puede ser un asunto ambientalista tenga que estar enfrentando este tipo de amedrentaciones?
Pasemos por alto que dijo amedrentaciones y no amedrentamientos.
Prosigamos. La respuesta textual del presidente fue esta:
—Bueno, porque hay intereses creados, hay gente que está inconforme, molesta, que no le gusta lo que hacemos. Tienen todo su derecho también a expresarse, lo que no debe de hacerse es recurrir a la violencia, amenazar a nadie; esas cosas no corresponden a una sociedad responsable, madura. Pero se dan casos.
“Aquí vienen los del Frena, por ejemplo, y se suben a la plancha, dan mal ejemplo; intelectuales, Aguilar Camín, por ejemplo, que me insultó, no voy a repetir lo que dijo porque… No les va a costar mucho trabajo enterarse, está en las redes sociales. [Aguilar Camín dijo, simplemente, sin necesidad de argumentar su fiereza verbal, que López Obrador era, es, un pendejo.]
“Pero hay que entender que los cambios provocan reacción, por eso se habla de los reaccionarios, de ahí vienen los conservadores reaccionarios que no quieren las transformaciones. El presidente Juárez decía que tenía que tolerarse y respetarse a los reaccionarios porque, entre otras cosas, además de ser semejantes a nosotros, eran mexicanos. Respeto. Claro que también decía el presidente Juárez: ‘El triunfo de la reacción es moralmente imposible’.
“¿Pero por qué son los insultos de Héctor Aguilar Camín?
“Porque pues ya no tiene el apoyo que recibía la revista Nexos. Se le compraban como ocho mil ejemplares mensuales. Había una suscripción, como se le compraban ocho mil ejemplares de la revista Letras Libres, de Krauze.
“Imagínense, ustedes tienen una revista que es independiente y tienen un tiraje, no sé, de diez mil, pero ya tienen ocho mil vendidas, pues ya resolvieron para pagar todos los gastos, pagar a los escritores, a los directivos. Pero ese es un negocio, tenían más.
“Entonces, pues yo entiendo su enojo, ¿cómo no los voy a entender?, si dice: ‘¿A dónde es que más les duele?’ Pues en la cartera, ahí es donde duele más”.
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Por supuesto, acostumbrados a esta canonjía financiera, no faltó quien preguntara el lugar común en un medio donde la corrupción silenciaba vilezas, artimañas, mezquindades, búsquedas apacibles de soborno, que hacía pasar a simuladores por críticos:
—¿La sanción a Nexos no se consideraría un acto de censura?
La respuesta de López Obrador, literal, fue la siguiente:
—Pues no. Luego que falsifican una factura por 70 mil pesos y hacen un escándalo, dicen: “Censura”, ¿70 mil pesos para lo que recibían?, es una bicoca, nada más que la Función Pública, como tiene que actuar por norma, pues eso fue lo que encontraron, descubrieron.
“Y fue Héctor con, ¿cómo se llama?, otro periodista famoso: López-Dóriga, a una entrevista a quejarse: ‘¡Qué barbaridad!, ¡nos están censurando!’ Yo creo que hasta salió otro manifiesto de los abajofirmantes.
“Pero eso no es nada. Su enojo es por lo otro, hablando en plata, y desde luego que tengo las pruebas de lo que les estoy diciendo, por tu pregunta”.
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Como no se acostumbraba a que el presidente de la República se refiriera a los periodistas, porque por algo compraba a los medios mediante la renta permanente de sus espacios a cambio de publicidad oficial, este hecho [que diera el mandatario su opinión sobre la prensa y sus periodistas] ha calado hondo en la industria mediática, que no soporta ser calificada, mucho menos enjuiciada, por la máxima figura del poder político en el país, resintiéndose de cualquier fisura que considere en contra suya, como el reciente desplegado de los colaboradores de El Universal en el cual aseguran que tal diario “no da línea” a dichos abajofirmantes; la carta dirigida al presidente de México se publicó un día después de que López Obrador mencionara al director general de ese periódico. Curiosa afectación intelectual: en el pasado podía ocurrir cualquier agravante en manos del gobierno, pero pocas, escasas, voces salían de inmediato a pegar el brinco sujetados, por supuesto, por el empresariado dueño de la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Anteriormente no se podía confrontar el periodista con el mandatario en turno, pero ahora que sí es posible se desgranan las minucias por doquier y la cólera brota, energúmena (¿hay cóleras que no son energúmenas?), o incluso el protagonismo habita hasta en periodistas considerados modestos, confiables y centrados, como el buen Julio Hernández López extrañamente egocéntrico y desafiante en su intervención en la mañanera del pasado miércoles 28 de julio donde incluso amenazó con demandar a su colega de La Jornada García Vilchis si no se retractaba de haberlo acusado de Pinocho en la sección “Quién es Quién en las Mentiras”, de corte semejante a la columna “Astillero” del referido Hernández López.
Las cosas que se tienen que ver en esta época de bonanza informativa donde, acaso precisamente por esta desmesura de hechos noticiosos, la información es juzgada con antelación o caprichosamente ventaneada, escasamente valorada en sus dimensiones exactas como, por ejemplo, la vacunación contra esta calamidad sanitaria extrayéndose de ella cuentos de prolegómenos inciertos y de dudosa veracidad.
Yo incluso pienso que, sin decirlo obviamente con claridad, partidos como el PRI o el PAN están, muy dentro suyo, satisfechos de no haber reinado durante esta infecta pandemia porque no sé qué habría sido del destino ciudadano aunque sí del augurio económico de los gobernantes.
En fin, sé que no se puede hablar de lo que no ha sucedido pero, según consta en la propia historia mexicana, por lo menos es posible atisbar los arrebatos codiciosos del poder político y el silenciamiento mediático debido al caudal monetario de las contribuciones del funcionariato en turno, que compraba y tasaba, ¿quién lo duda ahora?, la libertad de expresión en cada medio de acuerdo a los intereses, conveniencias y amistades de los detentadores del poder.
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Porque era, o sigue siendo, tradición escuchar cosas, digamos, sucias en la televisión pasando apresuradamente por limpias, o como si fueran normales, asuntos sin importancia, como saber que un locutor deportivo de MVS, Enrique Beas, portaba una chamarra, y además luciéndola con orgullo, regalada por la agencia de prensa de Messi, obsequio seguramente por cubrir ufano alguno de los actos del futbolista argentino.
O el 4 de diciembre de 2018 el conductor de noticias Luis Cárdenas, en MVS, sencillamente afirmó en su categórica libertad expresiva, raramente no perfilada en anteriores sexenios, que “la prensa fifí es la que no piensa como AMLO”. Y punto, ni para qué discutir sobre el asunto. Y como la libertad ahora sí se promulgaba en hechos, entonces los entrevistados sí podían expresarse como se les diera la gana tal como aconteciera con un diputado chihuahuense, animado por un conductor televisivo de Milenio, que dijera, el miércoles 9 de septiembre de 2019, con su franqueza libertaria que López Obrador era, es, un “cobarde”.
Y cómo no iban a encolerizarse la prensa y sus periodistas con informaciones como las exhibidas en la mañanera del 8 de septiembre de 2020, cuando López Obrador comunicó lo siguiente: una) Lozoya dio a conocer que la banca de desarrollo le otorgó un crédito por 100 millones de dólares al periódico El Financiero; dos) Letras Libres, de 2006 a 2018, había recibido 90 millones de pesos del gobierno federal en contratos de diversos servicios; en esos 90 millones de pesos, específicamente recibió 74,537,550 pesos en publicidad; el gobierno federal le compraba, además, 8 mil revistas cada mes, libros y servicios de todo tipo; tres) Clío, la empresa cultural de Enrique Krauze, recibió 185 millones de pesos entre 2006 y 2018, encargándosele la realización de documentales; dentro de esos 185 millones de pesos, en conceptos de publicidad le pagaron 119,059,976 pesos; cuatro) Nexos, de 2006 a 2018, recibió 87 millones de pesos por publicidad; sus ingresos generales fueron por más de 140 millones (inversión del gobierno federal), tomando en cuenta otros servicios, entre ellos 7 mil suscripciones (por la Secretaría de Cultura, pagando 3,809,190 pesos en 2018) y contratos de capacitación; sus ingresos sumaron 140 millones de pesos.
Y muchas más revelaciones que cimbraron al espectro mediático (los casi 10 mil millones de pesos en sólo el pasaje administrativo de Peña Nieto a Televisa, por ejemplo), cuyas ganancias sexenales eran algo así como un secreto de Estado.
¿Quién no se ofuscaría ante esta ausencia económica primordial para vivir con holgura expresiva?
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Yo recuerdo que un periodista del viejo tabloide unomásuno proclamaba, a todas luces, ganar más fuera del periódico que dentro de él justamente por trabajar en ese prestigiado medio. Y la práctica cohechora, válgase el terminajo, se extendía (¿se extiende?) ilimitadamente en casi todos los medios al grado de exigir los periodistas su “mordida” cuando los políticos se hacían de la vista gorda como ocurriera, por ejemplo, en las giras del candidato priista Miguel de la Madrid Hurtado evitando, en un principio, el moche a los reporteros hasta que éstos, molestos por la indiferencia política, reclamaron airados su cuota participativa o, de lo contrario, dejaban de cubrir con puntualidad las actividades del que sería el próximo presidente de la República, atendiéndose, faltaba más, las urgencias periodísticas con prontitud.
El soborno era, es, considerado parte inherente de la fusión Estado-Prensa, tan natural como creer —como apuntara en su momento Fernando Savater al obtener el Premio Planeta en 2008 por su novela La hermandad de la buena suerte (dotado entonces de 600 mil euros) — en la existencia de los Reyes Magos.
Con el dinero, dice el refrán popular, baila el perro, demoledora alegoría cotidiana asentada en las bases del sistema político mexicano que aun se continúa perpetrando a espaldas de la mismísima denominada Cuarta Transformación.