En la entrega anterior de esta odisea colombiana (puedes leerla aquí: https://lalupa.mx/2023/11/25/de-aves-cerros-verdes-y-cafe-una-odisea-colombiana-i-gerardo-aguilar-anzures/ ), te llevé a una visita exprés a Bogotá y después por un par de escalas en Palmira y Laguna de Sonso, siempre con la meta de llegar a la región andina, en busca de las más espléndidas especies, para lo cuál llegamos a pernoctar cerca de Anaime, Tolima, en la Finca Martina.
El primer día en la cordillera, amanecimos con el frío de la montaña. El aroma de café recién hecho era una invitación irresistible y después de la primera taza, vacié una segunda y finalmente la tercera, acompañando la bebida con unos panecillos que serían el tentempié que nos permitiría poder salir a pajarear con la primera luz del día.
Si bien mencioné en la primera crónica que en mi opinión la gastronomía mexicana supera a la colombiana, en el caso del café, considero que Colombia lleva la mano de una forma clara: ya sea confeccionado en un lugar gourmet de Bogotá, con diversos métodos de extracción y con variedad en el molido y tostado, donde tu café es preparado con la precisión de un laboratorio de química, o bien preparado en el campo, hervido en agua y colado sin ninguna sofisticación, en todos los casos se trata de una bebida deliciosa. En esas dos semanas en Colombia tomé muchas tazas de café, de día y de noche (en general son tazas más pequeñas que las que se acostumbran en México) y nunca me ardió el esófago, ni sentí que me perturbara el sueño y no se me pasó por la cabeza ponerle azúcar o crema.
En la penumbra del amanecer pudimos ver varios chingolos, los ubicuos gorriones adaptados a la presencia humana, que se pueden encontrar desde Chiapas, hasta gran parte de Sudamérica. También vimos un momoto serrano y un par de chachalacas colombianas, pero la luz era tan escasa, que las pocas imágenes que tomé, no valió la pena conservarlas, ya que después pude encontrar estas especies en mucho mejores condiciones de iluminación.
Ojalá hubiera tiempo ilimitado, para poder detenerse en todo lo que nos llama la atención incluso disfrutar momentos y paisajes, como el amanecer en el bosque y un paraje de ensueño, como es el emplazamiento de Finca la Martina, mira lo acogedor e idílico que es el lugar.
La banda pajarera que emprendimos el tour tuvo una composición bastante diversa: por un lado Luis* y tu servidor, dos voluminosos fotógrafos “sesentones”, por otro lado estaba la mucho más joven y pequeña “Rotsie” (Anayeli), que no llevaba el plan de fotografiar aves, pero que demostró tener buen ojo para localizar aves en entornos complicados, lo cuál es una habilidad valiosa. Cerraba el grupo mi hijo Miguel Ángel, guía profesional de observación de aves. Aparte del interés común de observar y fotografiar aves, en estos viajes de varios días, las anécdotas y peripecias compartidas, convierten a unos totales desconocidos en amigos que parecieran llevar tiempo de serlo. A veces una sola pajareada acerca a las personas que participan en ella. En este caso, fueron más de 35 episodios los que compartimos y la convivencia fue siempre cordial y cálida. Aquí te dejo una imagen entrañable que logró Luis, con su tripié y exposición con temporizador.
*Luis Fernández-Veraud: Fotógrafo de naturaleza y retrato, también es escritor (Puedes ver su trabajo en @photoveraud)
Para todo el tour, se rentó una camioneta amplia y cómoda, que nos llevaría sin problema por todo nuestro recorrido, excepto en las terracerías (Trochas, les llaman localmente) que se encuentran en la alta montaña. Nuestro vehículo para este recorrido fue un tosco todo-terreno, cuya pintura morada con vivos rojos distraía un poco acerca de la fecha de fabricación y origen del “jeep”, cuyo aspecto me pensar en una época anterior a la caída del Muro de Berlín, en alguna armadora al Este de dicho muro. En el espartano auto, todos los elementos eran estrictamente funcionales y el confort no formaba parte de la ecuación.
El resultado, es que, aparte de la transportación por los escarpados y pedregosos caminos, recibimos un tratamiento renal de litotripsia (Pulverización de cálculos) sin costo adicional. Lo más sorprendente, es que en estos tortuosos trayectos, el asistente de conductor iba profundamente dormido. Con las sacudidas, su cabeza parecía un péndulo, como la de los perritos de adorno que traen sobre el tablero del auto algunos taxistas en México. El vehículo era 4×4 y el chico que lo conducía, 1.70×1.70: ancho y fornido, ya que se podía adivinar que la dirección y la transmisión también eran de uso rudo. Al preguntarle un poco por el vehículo, nos dijo que eran los únicos que aguantaban ese recorrido, que habían tratado de usar otros SUV más modernos y cómodos, pero que no resistían el golpeteo por la montaña y se dañaban pronto.
A los tumbos, pero el “jeep” hizo su chamba y nos llevó a los remotos sitios en los cuáles se encontraban las joyas emplumadas que estábamos ansiando ver. Hicimos varias paradas a lo largo de esas rutas de montaña. En forma representativa, describiré lo que encontramos en algunas localidades de la zona.
Vereda Potosí, sector Palomar
Era todavía bastante temprano cuando llegamos a este sitio, con una hermosa vista hacia montañas y más montañas de color verde oscuro, que se estaban quitando sus mantas de nubes, preparándose para empezar el día.
Uno de los primeros avistamientos fue el colibrí picoespada (Ensifera ensifera), que es una especie absolutamente alucinante por su descomunal pico. Ante la feroz competencia con los demás colibríes, peleando por las mejores flores, la evolución llevó a este colibrí por un camino diferente: Al tener el pico más largo que sus congéneres, puede acceder al néctar de flores cuyo cáliz es demasiado profundo para el resto de las especies y así no compite con ellas. Es fascinante verlo volar, esgrimiendo diestramente su apéndice aparentemente inmanejable.
Entre la fronda de una palma pudimos ver un tucán de altura, el Tucán Pico negro (Andigena nigrirostris). Se distribuye en laderas montañosas, desde Venezuela hasta Ecuador. Además de ser una especie muy bella, me sorprendió ver un tucán en el frío de la montaña, ya que en mi mente ubicaba a los tucanes en ambientes tropicales y en altitud mucho menor. Afortunadamente, el bello tucán me regaló esta imagen, cuando se precipitaba desde una palma, con una fruta en el pico.
Entre varias especies que son predominantemente verdes, se puede reconocer al Colibrí aterciopelado (Lefresnaya lefresnayi) por su pico largo curvado y su cola blanca. Los machos son verdes con el vientre negro. Las hembras son blancuzcas o beige con escamas verdes. Se encuentra en bosques altos desde Venezuela hasta Perú. Ocurre desde 2,500 hasta los 3,400 metros, pero ocasionalmente se le puede encontrar más abajo. Y después de todos estos datos fríos, te comento que me divierte su “expresión malhumorada” y que el aterciopelado (también me recuerda al grupo musical homónimo) Este pequeño gruñón me regaló imágenes que me agradaron mucho, como la que te presento aquí, en vuelo y con el detalle pluma por pluma de su garganta que efectivamente, parece terciopelo.
Me quedé con la boca abierta cuando vi al Silfo de king (Aglaiocercus kingii). Toda proporción guardada, me hace pensar en un quetzal en miniatura, aunque no están relacionados de ninguna manera. Es bastante grande para ser un colibrí y su larguísima cola requiere de un dominio maravilloso durante el vuelo. El macho es mayormente verde esmeralda con garganta azul verdosa y cola larga bifurcada. La hembra tiene colores menos vivos y su cola es más corta. Habita en laderas de bosque nuboso de los Andes desde Venezuela a Bolivia, hasta los 2,500 metros de altitud.
En un gran contraste, a unos metros de los deslumbrantes colibríes, encontré al semillero sencillo (Catamenia inornata) entre los pastos altos y visible más por sus movimientos, que por sus colores. El mismo nombre común y científico (“inornata”=sin adorno) ya establece el bajo perfil de este pinzón, que se puede encontrar desde Colombia hasta el norte de Argentina. Esta columna no discrimina a los menos agraciados y, por lo tanto, le damos su lugar a continuación.
Todavía era temprano y para entonces, ya había visto un tucán a 3,000 metros de altitud, un colibrí con el pico de su tamaño y otro que es un quetzal en miniatura. Sin embargo todavía me esperaba una sorpresa más en la mañana, que fue ver un pájaro carpintero en llamas: el Carpintero candela común (Colaptes rivolii). La mayoría de los carpinteros macho tienen un mechón rojo en la cabeza, sin embargo, este carpintero de tamaño mediano, tiene toda la espalda y la cabeza de un rojo brillante, con el vientre amarillo y cachetes blancos. A la hembra se le distingue porque tiene franjas negras, en las cejas y la barba y por lo demás tiene un plumaje similar al del macho e igual de vistoso. Se le encuentra en las laderas de los Andes, desde Venezuela hasta Bolivia.
El Birro ahumado (Myiotheretes fumigatus) es un mosquero oscuro y mediano. Se encuentra en los Andes desde Venezuela hasta Perú. Es casi completamente de color marrón oscuro, pero con cejas y alas ligeramente más pálidas. Se le encuentra en areas boscosas, entre 2,000 y 3,400 metros de altitud, entre Venezuela y Perú. Cuando leí el nombre “birro” no me imaginé un mosquero, pero ése es un nombre genérico local para este tipo de aves que se alimentan de insectos. Por tal razón, los birros a veces perchan en lugares visibles, puesto que ellos desean tener la vista despejada, para localizar los insectos voladores que cazan.
El siguiente punto importante en nuestro camino, era la Reserva ProAves, pero eso no impedía que de vez en cuando hiciéramos una parada, si uno de los guías avistaba algo. Tal fue el caso de la Pava andina (Penelope montagnii). Nos bajamos del “jeep” lo más rápido posible, pero al mismo tiempo evitando los movimientos bruscos para no asustar al ave. En primera instancia, yo la hubiera confundido con una chachalaca, pero el guía me hizo ver mi error. Esta gran ave no había perchado en un buen lugar, ya que estaba cubierta de ramas, así que me tocó esperar a que saltara a otra posición más favorable, en la frondosa vegetación y finalmente así fue. Sólo tuve pocos segundos para unas cuantas imágenes, en las que la pava me dirigió una inquisitiva mirada, que podrás sentir en la siguiente imagen.
Desafortunadamente, mi conocimiento sobre botánica es bastante pobre, de otra manera también hubiera podido disfrutar enormemente de la flora, que a todas luces es espectacular en Colombia. Pero hasta un neófito como yo pude asombrarme, cuando encontré esta bella orquídea silvestre a la orilla de la carretera, en un de las paradas.
Reserva ProAves Giles Fuertesi
ProAves es una organización que cuenta con 28 Reservas Naturales en puntos estratégicos de Colombia, para proteger a perpetuidad el hábitat de diferentes especies con algún grado de amenaza de extinción. La Reserva de Giles Fuertesi fue creada en 1998 para proteger a varias especies de loros endémicos amenazados, como el loro cachetes amarillos, Además de ello, es hogar de muchas otras especies de aves muy valiosas, para las cuáles el cachetes amarillos es una “especie sombrilla”, que en términos de conservación, implica que la protección que se brinda a dicha especie, cubre (como una sombrilla) a las demás que comparten su hábitat.
La Reserva cuenta con un jardín de polinizadores, donde es posible ver a varias de las especies de colibríes que ya te presenté en la Vereda Potosí y otras más. No todas ellas se dejaron fotografiar, pero conforme avanzó el día pude seguir incrementando mi atesorada colección de imágenes en cada uno de los puntos que visitamos.
El colibrí cobrizo (Aglaeactis cupripennis) es grande y marrón oscuro, con la parte inferior de la espalda y la rabadilla de color lila-dorado iridiscente. Tiene el pico proporcionalmente corto para un colibrí. Habita en altas elevaciones, en crestas montañosas semiáridas y en bosques nublados, entre Venezuela y Perú. El nombre de este colibrí en inglés me gusta mucho: Shining sunbeam (Rayo de sol brillante).
Metalura tiria (Metallura tyrianthina) es un colibrí pequeño con pico corto y recto. Es común en bosques de la zona templada de los Andes desde Venezuela hasta Bolivia. De color verde oscuro en el dorso y marrón en el vientre, con la garganta verde brillante.
El Colibrí de Mulsant (Chaetocercus mulsant) pertenece a un grupo de especies que se conocen como woodstars, que son colibríes pequeños que vuelan como abejorros grandes. Mulsant es una especie andina que se encuentra desde Colombia hasta Bolivia, en hábitats arbolados, matorrales y jardines de tierras altas, hasta los 3,500 metros. No tuve buen tino para fotografiar al macho, pero en compensación, la hembra me regaló excelentes imágenes. En muchas especies, la hembra tiene colores bastante discretos, pero en esta especie en particular, me parece que la hembra es muy atractiva.
Otra hembra que me parece muy hermosa, apartándonos de los colibríes, es la del Trogón enmascarado (Trogon personatus), con sus tonos rosados y salmón y la máscara negra que le da su nombre. Como varias especies de trogones, el macho tiene una combinación de verde, blanco y rojo. Normalmente anda solitario o como pareja macho-hembra. Se le encuentra en zonas altas andinas entre Venezuela y Bolivia. A lo largo del viaje tuvimos la oportunidad de verlo en varias localidades.
La parte boscosa de la Reserva, donde encontramos al trogón y a otras hermosas especies, “que “ya no caben” en esta reseña, es un marco maravilloso y como comenté antes, un botánico experto podría volverse loco aquí. Solamente te comparto la imagen de una de mis plantas consentidas, la bromelia (no me preguntes la especie exacta, por favor).
En la casa de una reliquia
Una de las especies más difíciles de encontrar, por ser microendémica, es el loro cachetes amarillos (Ognorhynchus icterotis), especie amenazada bajo protección especial, que tiene su destino ligado al de la palma de cera, de la que se alimenta y en compensación, distribuye sus semillas, pero la palma está también en peligro y la destrucción de este hábitat en favor de tierras de labranza, ha sido la principal causa del declive en la población del loro.
Aunque la Reserva ProAves Giles Fuertesi fue creada para conservar esta especie, existe otro lugar cercano donde actualmente es más probable encontrar al loro cachetes amarillos. Este lugar no se hace del dominio público, con la intención de que la gente que tenga acceso, sea conducida por guías responsables, que velen por el respeto al delicado entorno que requiere esta especie amenazada.
El lugar es una ladera de monte bastante empinada y alta, por encima de los 3,000 metros de altitud. En lo alto de la misma, se pueden ver las impresionantes palmas de cera, que se proyectan todavía muchos metros más arriba. La palma de cera fue declarada como árbol nacional de Colombia en 1985. Se trata de una de las plantas más icónicas de este país, no solo por su forma, sino porque vive hasta 200 años y puede alcanzar más 60 metros en altura. A continuación podrás ver el “dosel sobre el dosel”, en una panorámica al atardecer, con las palmas de cera muy por encima del resto de la vegetación.
En la fronda de esas palmas y en árboles altos circundantes, llegan a perchar los loros cachetes amarillos… siempre y cuando haya suerte, claro. Como casi todos los avistamientos de aves, no hay garantía de que puedas ver las especies que deseas ya que siempre hay imprevistos.
Pero en la medida que fuimos ascendiendo la ladera —que con los kilos y los años se vuelve más fatigante— empezamos a ver algunos loros en vuelo. El lugar es muy vasto y algunos ejemplares quedaron muy lejos, pero uno de ellos estaba perchado en un árbol relativamente cercano. Sin embargo, el ángulo no era el apropiado para intentar fotografiarlo, así que una versión muy cansada de mí trastabilló un rato en la empinada ladera, cuidando no caer en un hoyo o incrustarme en la cerca que teníamos a la espalda, para encontrar el mejor encuadre posible. Aunque la luz no era la idónea, pude lograr las tomas deseadas, que para mí son un pequeño tesoro y te comparto aquí una de las más representativas.
Otra especie que encontramos en el mismo sitio, pero que tiene una situación de supervivencia mucho más benigna, es el Loro alibronceado (Pionus chalcopterus). Es un loro de tamaño mediano que usualmente se ve completamente oscuro. Con una buena imagen, se aprecia su plumaje mayormente azul-púrpura con alas bronceadas, manchas rosadas en la parte superior del pecho y las cobertoras inferiores de la cola rojas. No es el caso de mi foto: Fue preciso recurrir al límite del alcance de mi lente y al mejor trabajo posible de edición para lograr una imagen aceptable, ya que el loro se encontraba bastante lejos y con luz desfavorable.
En este punto quisiera comentarte, que a pesar de que aquí en mis crónicas y en mis publicaciones puedas ver en general fotografías nítidas, coloridas y oportunas, lo que estás viendo es un porcentaje muy bajo de todas las tomas que intento: En el total, hay muchas fuera de foco, otras con una luz terrible, imágenes movidas o trepidadas (cuando tiemblas al tomarlas), con el sujeto cortado, con una rama atravesando frente al sujeto, etc, etc. Y es que no es cierto que las aves “posen”, como a veces me comentan algunas personas. Por el contrario, la sola intención de mirar un ave puede ser suficiente para que ésta vuele de inmediato, sin darnos oportunidad de levantar la cámara. Aunque la suerte definitivamente puede ayudar, una imagen excelente requiere mucho más que buena fortuna. Los resultados que ves publicados, vienen de fotografías que fueron capturadas, seleccionadas, procesadas con herramientas de edición y finalmente, vueltas a seleccionar, antes de que las ponga frente a tus ojos. Dentro de este contexto, la imagen del loro alibronceado “pasa de panzazo” la selección, pero me sirve para ilustrar al loro y esta reflexión que te he compartido.
Después de otra sesión de masaje lumbar en el “jeep”, llegamos cansados, pero contentos a Finca la Martina para cenar, preparar el atuendo del día siguiente, cargar las pilas de las cámaras…¡Y dormir!
Bueno, pues hemos llegado al final de esta crónica. Esperaba que avanzáramos más lejos en el recorrido, pero no quiero extenderme más. Todo lo has leído en esta reseña, sucedió en un solo día.
Te agradezco tu paciencia, si has leído todo y has llegado hasta aquí… Si como escuincle, solamente te gusta ver las fotos, de todas maneras me hace feliz tu compañía en esta recopilación de bellos recuerdos. Sería genial poder sentarnos con una taza de buen café a platicar y así poderte mostrar más de las casi 3,000 fotografías que he conservado de este viaje, aunque debo haber disparado por lo menos el triple de veces.
Siguiendo todavía en la región andina, en la tercera entrega de esta odisea colombiana, visitaremos Manizales, Río Blanco y el Nevado de Ruiz.
Me dará gusto si quieres ponerte en contacto conmigo, por los siguientes medios.
CONTACTO:
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AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “A OJO DE PÁJARO”, LA COLUMNA DE GERARDO AGUILAR ANZURES PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/a-ojo-de-pajaro/