Autoría de 3:41 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Si me amas habrás de esperarme – Víctor Roura

Metro y medio mide Shakira, ¿cómo entonces se mira en la televisión el portento de sus caderas como las de una señora inabarcable?, se pregunta aturdido. Su novia mide casi uno sesenta y, sí, su cuerpo es perfecto para su estatura, pero nunca se ve como el de la colombiana.

      Sin embargo ya tiene la información en sus manos, de modo que no puede ser una mentira. ¡Mide más el empequeñecido Armando Manzanero!, se dice, ¿cómo demonios puede salir Shakira en las fotografías como si fuera una colosal vedette?, se interroga inquieto, porque, muy dentro de sí, empieza a pensar, orgulloso, que su novia tiene, por lo tanto, el cuerpo más frondoso que el de Shakira, sólo que no está, a Dios gracias, más retocado que el de la cantante radiofónica, cuyas fotoshops —ignora no sólo él sino todos los seguidores de la sudamericana— son, seguramente, retocadas con esmero y sumo cuidado.

      Cuando llega su novia a visitarlo, lo primero que le pide él es que le proporcione sus medidas anatómicas. ¿Para qué?, pregunta ella, ¿no te basta con mirar el cuerpo y tocarlo? Él dice que estaba haciendo un experimento con las estaturas de las mujeres de mediana altura, lo que con ello, aclara, no quiere decir que ella sea una chaparra, no, nada de eso, sólo que, luego de consultar un estudio de la revista científica Madness and Brain quiere introducirse (y esto no es un albur, faltaba más) un poco más en las periferias corporales de las amazonas simuladas. Ella lo mira sin comprender lo que dice. A veces me asusta tu futura profesión, le dice ella, ya sé que la física es tu fascinación pero creo que eso puede volverte loco.

      Él ríe. Anda, desnúdate, le pide a su novia, y ella lo complace con rapidez. Va, él, por una cinta métrica: a ver, dice, rodeando con ella los senos de la muchacha. Ochenta y ocho centímetros. La cintura, cincuenta y nueve. La cadera, noventa y dos. Si ella se lo hubiera dicho, no lo habría creído. ¡Estás perfecta!, exclama él. ¿Apenas te estás dando cuenta, pedazo de idiota?, responde ella, riendo a carcajadas. Él no deja de mirarla. ¿Y cuánto mides de lo alto?, quiso saber. Mídeme, pide ella. Así lo hace. Ella no tiene los zapatos. Está completamente desnuda. Uno cincuenta y siete. Él cree enamorarse un poco más de ella en ese preciso instante. La abraza con vehemencia.

      Cálmate, dice ella, que vengo a hablar de algo que no te va a gustar, y diciendo esto se empieza a vestir ante la desesperación masculina. Pero ella no hace caso. Se pone la ropa, incluso se calza los zapatos y después le dice que, por decisión de sus padres, tienen que abandonar la ciudad el próximo sábado. ¿Cómo, por qué, dónde, para qué?, casi se atraganta él. La abuela ha enfermado y no tiene a nadie a su alrededor, dice ella, así que ya compraron los boletos para Culiacán y de allí nos vamos a Guamúchil. No puede creerlo, él. ¿Y nuestra relación?, pregunta. Si me amas, dice ella, habrás de esperarme. Por supuesto que te amo, dice él, ahora más que nunca. Me voy, dice ella, tengo muchas cosas pendientes. Y ya se va cuando él la detiene. La toma en sus brazos, airadamente, le toca con denuedo los glúteos y le subraya que la va a esperar, que la esperaría el tiempo necesario, y le da un largo beso, y se dan, mejor dicho, un largo beso.

      Siete meses después él ya tiene otra novia y ella, en Guamúchil, se ha fugado del hogar paterno para instalarse en la mansión desconocida de un poderoso narco que la vislumbró una tarde calurosa y se dijo que esa morra tenía que ser suya, cosa que así sucedió, sin violencia de ninguna especie, ni reticencia alguna, ni súplicas, ni presiones, ni amenazas, porque, sencillamente, ella se enamoró locamente de él cuando lo miró al volante en su convertible Mercedes Benz McLaren Roadster. Fue, dicen, un flechazo a primera vista. Sus padres la lloraron todas las noches, y aún la lloran, porque nada saben de ella. La abuela murió en menos de un año, y retornaron, ellos, desconsolados, culposos, arrepentidos.

      La nueva novia de él mide uno cincuenta y cuatro, pero no tiene las medidas de su anterior amor; sin embargo empieza a sentir una atracción irremediable por ella, sobre todo por ese mohín cuando hacen el amor que lo tiene un poco desconcertado. La estatura no es impedimento para el arrebato pasional, se dice él, cosa que seguramente confirmarían los sucesivos amantes de Shakira, aun comprobando que una cosa es la fotografía erótica y otra la realidad desnuda. ¿Podemos medir tus caderas luego de seis meses de tu cotidiano spinning?, pregunta él, y ella, malhumorada, dice que nada más está interesado en la belleza exterior, y unas lágrimas se desprenden de sus grandes ojos. No, no es eso, dice él, es que estoy haciendo un experimento con las estaturas de las mujeres de mediana altura, lo que con ello, aclara, no quiere decir, en lo absoluto, que ella sea una chaparra, no, nada de eso, sólo que, luego de consultar un estudio de la revista científica Madness and Brain quiere introducirse (y esto no es un albur, faltaba más) un poco más en las periferias corporales de las amazonas simuladas. Entonces ella lo abraza y le dice que lo que él quiera ella también lo va a querer porque lo ama, que si un día se ven en la necesidad de separarse que por favor la espere, que ella no quiere conocer ya a ningún hombre luego de haberlo conocido a él. Y él le dice que si eso sucediera la esperaría el tiempo necesario, y le da un largo beso, y se dan, mejor dicho, ambos un largo beso.

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Last modified: 14 mayo, 2024
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