Vivimos días extraños, como lo predijo Jim Morrison. Las cuarentenas ya no duran cuarenta días sino que duran dos meses y contando. Las clases ya no son en el aula sino que los docentes nos hemos convertido en émulos de Max Headroom (¿recuerdan ese personaje de ciencia ficción de los años 80 que era una cabeza digital parlante?)
Citando a Jim Morrison: “días extraños nos han encontrado/ días extraños nos han rastreado/ Estos destruirán nuestras ocasionales alegrías/ podemos seguir jugando o encontrando una nueva ciudad”.*
The Doors suena constantemente en mis audífonos y en las bocinas de mi reproductor de audio. «Strange days» se ha convertido en la banda sonora del 2020.
Me he convertido en un ermitaño digital, lo cual no me desagrada, y hasta quizá le tome cierto gusto.
Como nunca he sido de los que apenas llega el fin de semana viaja a rumbos nuevos o en vacaciones huye a la playa, no extraño viajar; así que eso no es un lamento que sumar en este encierro social buñueliano.
Eso sí, extraño caminar por el centro de Querétaro buscando no-se-qué en los puestos de revistas, ir a la tienda de discos, ir a la librería a ver que libro me seduce. O caminar de la casa de mis padres rumbo al campus San Juan. O sentarme en un bar y pedir una bebida mientras converso sobre futbol, política o literatura o cualquier tema.
Comienzo a sentirme oxidado y una rodilla comienza a reclamar su falta de actividad. A veces, me pregunto si los alienígenas no me habrán robado el liquido de las rodillas durante una abducción nocturna.
La ruptura de la rutina ha hecho que esto se vuelva un domingo interminable pero sin futbol ni NFL. Como cantaba Morrissey: todos los días son domingos; todo se ha vuelto un domingo gris.
¿Cómo pasar un domingo de dos meses? Para muchos, los domingos son depresivos, llenos de angustia porque el oasis de descanso se agota y había que regresar al frustrante trabajo. Ahora, la incertidumbre está en saber cuándo se va a volver si es que no se ha perdido el empleo.
Los gurús de la excelencia nos han recetado la fórmula de que aprovechemos el receso por el Covid-19 y seamos productivos. Dicen que aprovechemos el tiempo.
Sin embargo, me rebelo. ¿A quién le gusta trabajar en domingo? Una cuarentena no es para “crecer”, sea lo que eso signifique, sino para sobrevivir, es el instinto de supervivencia el que nos mantiene en nuestras casas no el del crecimiento neoliberal.
A finales de marzo pensé que leería mucho pero la verdad es que he leído mucho menos de lo esperado. Comencé por el Decamerón de Bocaccio, lectura obligada en cuarentena, pero lo volví a abandonar como lo he hecho varias veces en otros momentos de mi vida. Lo que me mantiene en la lectura, que no sea de la academia, es el libro SPQR de Mary Beard, leer de historia de Roma siempre me resulta edificante.
(Por cierto, líneas arriba mencionaba que me rebelaba a esa lógica de aprovechar el tiempo para “crecer”; debo contar que en este periodo estoy tomando un taller virtual de periodismo narrativo con Roberto Herrscher, buscaba un catalizador para poder hacer la crónica de estos días extraños y debo decir que ha resultado sumamente enriquecedor por las nuevas lecturas y la cofradía digital que estamos formando con colegas de otros países iberoamericanos.)
Tampoco he visto maratones de series, salvo volver a ver Dr. House, que se ha vuelto una rutina familiar ver un capítulo por las noches y asombrarnos de las actitudes del médico Gregory House (por cierto, en mis ociosidades de cuarentena descubrí que Cuddy, House y López-Gatell son egresados de la misma universidad: John Hopkins).
También he recomenzado la serie Los Soprano aprovechando la cortesía de HBO de abrir su catálogo que espero dure hasta que termine las dos temporadas que dan de cortesía.
Y sigue sonando en mi cabeza Jim Morrison: “Extraños días nos han encontrado/ y a través de sus extrañas horas nos desmoronamos solos.”
Son días de ver futbol virtual en vez de jugarlo en el Xbox (justo cuando escribo esto veo como mis Chivas digitales le dan la vuelta al Monarcas y hasta digitalmente me emociono).
El mundo ya no es lo que era pero en realidad nuca ha sido lo que pensamos que era. Vemos al mundo no como es sino cómo somos, reza un viejo dicho judío y en este encierro nos estamos transformando y evidentemente no veremos al mundo igual que antes.
No soy de los optimistas que opinan qué pasando la cuarentena la humanidad será mejor. Seguiremos siendo lo que somos, esos seres humanos llenos de contradicciones, aberraciones y acciones alentadoras.
En el encierro he tenido que aprender a dar clases virtuales. He pasado más tiempo aprendiendo a grabar videos para YouTube y aprender a sacar el máximo provecho a herramientas (que implica que he tenido que pagar licencia de algunas) como zoom, prezi y google Classroom, que pese a que ya conocía, ahora se han vuelto esenciales.
En esto días extraños he celebrado el cumpleaños de mi madre y el mío no como acostumbrábamos pero con el mismo sentimiento, bueno, casi; en esos días que debieron ser felicidad plena resentimos la ausencia de mi padre.
Morrison dice al final de «Días Extraños» que tenemos “recuerdos maltratados, / mientras escapamos del día, / hacia una extraña noche de piedra.”
Y hacía la noche de piedra nos dirigimos. Estamos viviendo una metamorfosis, de las cuales no saldremos ni mejores ni peores, sino distintos y al mirarnos en el espejo del pasado nos veremos como unos desconocidos. Son días extraños.
* Traducción de la canción Strange Days tomada de http://www.eltraductorderock.com/