Autoría de 1:33 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Centenario mortuorio de Kafka – Víctor Roura

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En Las vidas de los animales, J. M. Coetzee hace centrar a su novelista Elizabeth Costello en Franz Kafka —de quien este año se conmemora su centenario luctuoso, muerte del autor checo a la edad de 40 años ocurrida el 3 de junio de 1924— para poder impartir su primera charla magistral. Sobre todo, menciona el cuento “Informe para una academia” donde el protagonista es un simio: Pedro el Rojo, que exhibe su inteligencia ante los probablemente aturdidos científicos.

      “En 1912 —dice Costello en el libro del Nobel 2003, ahora de 84 años de edad, de origen sudafricano—, la Academia de las Ciencias de Prusia estableció en la isla de Tenerife una base dedicada a la experimentación de la capacidad mental de los simios, sobre todo los chimpancés. La base estuvo en activo hasta 1920. Uno de los científicos que estuvo trabajando en ella fue el psicólogo Wolfgang Köhler. En 1917, Köhler publicó una monografía titulada La inteligencia de los simios, en la cual describía sus experimentos. En noviembre de ese mismo año, Franz Kafka publicaba su ‘Informe para una academia’. Ignoro si Kafka había leído el libro de Köhler. En sus cartas y diarios no lo menciona, y su biblioteca desapareció durante la época nazi. Unos 200 de sus libros reaparecieron en 1982. Entre ellos no consta el de Köhler, pero eso no demuestra nada”.

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El relato de Kafka hace suponer, en efecto, que alguna idea científica tenía del avanzado progreso mental de los primates, si bien en otro cuento suyo, “Investigaciones de un perro”, la ecologista Costello de Coetzee hubiese encontrado más elementos apropiados para demostrar, tal como ella quería en su discurso literario, que los animales, aun sin haber sido plenamente constatado, sí sienten todo lo que sucede en torno suyo aunque no lo puedan expresar.

      “¡Cómo ha cambiado mi vida sin haber cambiado en el fondo! Recapitulo y me remonto a los tiempos en los que pertenecía a la especie canina y participaba de todas sus preocupaciones; es decir, cuando era un perro más”, dice el insólito personaje de Kafka, como lo son la mayoría de sus protagonistas.

      Y Pedro el Rojo así lo constata, llamado así por la bala que le cruzó en la mejilla, dejándole “una gran cicatriz pelada y roja” (lo de Pedro fue por un mono amaestrado, nombrado así —Pedro—, que había fallecido poco antes de la captura del simio conferenciante). “Me dispensan ustedes el honor de solicitarme la presentación a la Academia de un informe acerca de mi simiesca vida pasada —declara el mono, ya reformado; esto es, distanciado de su anterior vida animal—. En ese sentido, no puedo, lamentablemente, atender a su demanda. Son ya casi cinco años los que me separan de lo simiesco. Un tiempo tal vez breve si se mide conforme al calendario, pero que resulta muy largo si, como yo he hecho, se ha galopado a través de él y se han recorrido algunos tramos en compañía de gente importante, consejos, aplausos y música orquestal, aunque en realidad siempre he estado solo, pues todo acompañamiento se mantuvo (siguiendo con la imagen) del otro lado de la barrera”.

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Es más, si a esas vamos, Pedro el Rojo es un simio demasiado culto, a decir de Kafka: “Nunca hubiera conseguido este objetivo —continúa el ex mono— si me hubiese aferrado testarudamente a mis orígenes y a los recuerdos de mi juventud. Precisamente el supremo imperativo que me impuse consistió en la renuncia a toda testarudez. Yo, mono libre, acepté este yugo; por eso los recuerdos se me fueron borrando cada vez más”.

      Educado y correcto, incluso más que innumerables humanos, Pedro el Rojo dice, con una severa autocrítica, que tal vez en un “sentido extremadamente limitado” pudiera contestar a las preguntas de los rigurosos y curiosos académicos: “Lo primero que aprendí —indica— fue a dar la mano; dar la mano es muestra de franqueza [otra función humana que asimiló con prontitud fue, vaya asociación ineludible, la de consumir vino para poder relacionarse con sus nuevos semejantes]. Hoy, que ya he logrado alcanzar mi meta, al primer apretón de manos le he sumado las palabras sinceras. Éstas no aportarán a la Academia nada esencialmente nuevo y quedarán muy por debajo de lo que se me pide, algo que ni con la mejor de las voluntades podría llegar a expresar. De todas maneras, estas palabras mostrarán la trayectoria que recorrió alguien que, habiendo sido mono, ingresó en el mundo de los humanos y se estableció firmemente en él”.

      Según su propia relación de los hechos, dice Elizabeth Costello en su ponencia refiriéndose básicamente al texto de Kafka, “Pedro el Rojo fue capturado en el corazón del continente africano por cazadores especializados en el comercio de simios [de la firma Hagenbeck, precisa Kafka], que lo enviaron por barco a un instituto científico”. Lo mismo, asevera Coetzee en boca de su novelista Costello, “les sucedió a los simios con los que trabajó Köhler. Tanto Pedro el Rojo como los simios de Köhler pasaron por un periodo de adiestramiento destinado a humanizarlos. Pedro el Rojo aprobó ese curso con sobresaliente, aunque a cambio de un elevado costo personal. El relato de Kafka aborda ese costo: sabemos en qué consiste por medio de las ironías y los silencios del relato. Los simios de Köhler no lo hicieron tan bien, a pesar de lo cual adquirieron ciertas nociones de educación”.

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Pedro el Rojo confiesa, en el cuento de Kafka, que no tuvo otra opción, si acaso quería salir vivo de su irremediable captura, sino obedecer los mandatos de los cazadores. Detenido en su estrecha prisión, “no tenía salida, pero tenía que procurarme una —dice el ex mono ante la Academia—, pues sin ella no podría vivir. Si hubiera permanecido siempre de cara a la pared, habría sucumbido inevitablemente. Como en Hagenbeck a los monos les corresponde estar en la jaula, dejé de ser un mono. Ésta fue una deducción clara y afortunada que logré con la barriga, ya que los monos piensan con la barriga”.

      Y como temía que no se comprendiera del todo lo que Pedro el Rojo entendía por “salida”, se expandió, bastante lúcidamente, en esta explicación: “Empleo la palabra en su sentido más común y lato. Intencionadamente no digo ‘libertad’. No me refiero a ese gran sentimiento de libertad en toda su extensión. Como simio, posiblemente lo tuve y he conocido a muchos hombres que lo añoran. En lo que a mí respecta, ni entonces exigí ni ahora exijo libertad. Además, dicho sea de paso, con la libertad uno se engaña demasiado siendo hombre. Y aunque la libertad se encuentra entre los sentimientos más sublimes, el engaño que produce también se cuenta entre los más grandes”.

      Por eso Pedro el Rojo no quería libertad, sino sólo una salida.
      Y sin ser necesariamente una estudiosa de Kafka (“la verdad es que no soy una estudiosa de nada”, reconoce Costello), la novelista de Coetzee afirma que “su estatus en el mundo no depende de si estoy en lo cierto o me equivoco al sostener que Kafka leyó el libro de Köhler. No obstante, me gustaría pensar que sí lo hizo, y la cronología al menos permite que mi conjetura sea plausible”.

      Kafka ciertamente le daba una enorme relevancia a los animales (¿no su insecto era nada menos que el propio Gregorio Samsa en La metamorfosis?). Y Coetzee lo ha elegido perfectamente bien como un sólido representante de la denuncia contra el maltrato a los animales.

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Last modified: 10 junio, 2024
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