HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
FOTOS: ENRIQUE CONTLA/AGENCIA SIETEFOTO
La voz de Irma sólo se quiebra cuando habla de su pelo. Era largo, lacio, negro. “Yo tenía una cabellera, bonita, me llegaba debajo de la cintura” y se aguanta las lágrimas, porque era muy importante para ella. Le regalaron varias pelucas, pero no se comparan con cómo era su pelo por el que lloró tanto cuando empezó a caerse con las quimioterapias.
Irma cuenta la historia de su cáncer con la misma tranquilidad con la que habla de cómo cuida a su padre de 96 años o de las muñecas que elabora mientras espera que la atiendan en el hospital. Cuando no tiene suerte con el camión, se paga un taxi para llegar a sus quimioterapias y le cuesta 500 pesos de ida y vuelta. Siempre la acompaña su hermana.
Vive en El Rincón, San Ildefonso, en Amealco, a más de una hora de la ciudad de Querétaro. La misma médica que la atendió hace un año en la clínica de Amealco se sorprendió cuando le confirmó que tenía cáncer de mama porque Irma, la mujer indígena del pelo largo, lacio y negro, no pareció asustarse, ni llorar.
“¿No sabes qué es el cáncer? le preguntó la doctora. Sí, dijo Irma, sé que es malo, pero a lo mejor no lo sé, pero sé que si se diagnostica a tiempo es curable. La doctora le explicó, pero Irma tampoco cambió su reacción. “A lo mejor estaba yo traumada, no sé, pero no me preocupé ni me sentí triste, estuve muy tranquila y la doctora estaba sorprendida, yo dije, a lo mejor sí, tal vez, no sé qué es el cáncer”.
Durante un año recibió 10 quimioterapias pero hace poco le dijeron que el cáncer no cedió y ahora tendrán que practicarle una cirugía en el Hospital de San Juan del Río. Mientras junta su dinero para pasajes y otros gastos por la cirugía, Irma sólo extraña su pelo, que era largo, negro y lacio.
EL TRABAJO DOMÉSTICO SIN SEGURIDAD SOCIAL
Irma Martínez Encarnación tiene 43 años y es la menor de 3 hijos. Vive con su papá de 96 años que ya no puede moverse y su mamá de 89 años, que todavía puede hacer cosas. Su papá se puso muy triste cuando supo del cáncer, pero ella le dijo que no se preocupara, que todo iba a salir bien. “Hasta ahorita sigue triste, pero es porque está en una ya edad avanzada y es más delicado también”.
Durante unos 7 años ella se dedicó a trabajar en casas en las que hacía la limpieza, nunca tuvo seguridad social y no le pagaban mucho, pero “con ese trabajo compraba cosas para la casa. Desde que mi papá se cayó, ya no pude trabajar, porque él no se mueve solo, nada más en silla de ruedas”.
Sin hijos y sin un trabajo formal, se dedica a cuidar a sus padres. Especialmente a su papá. Sus días son ajetreados, así que el día que, recargada en una puerta, movió su brazo derecho y sintió una bolita en el seno no le dio tanta importancia.
“Le dije a mi hermana y ella me dijo, vamos al doctor, te acompaño, le dije que no, ella decía vamos, qué tal que es algo malo, de tanto y tanto que me dijo pues nos fuimos y ahí fue cuando me dijeron. Yo pensaba que era cualquier cosita, pero no sentí miedo, ni tristeza, ni nada, no sentí nada”.
AUMENTAN LAS CIFRAS DE CÁNCER DE MAMA
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) informó que el cáncer de mama es el tumor maligno más frecuente en las mujeres y en los últimos años se presentó un aumento en el país.
Durante 2017, el cáncer de mama se ubicó como la principal causa de egreso hospitalario por tumores malignos, con 24 de cada 100 egresos, según las cifras que el INEGI dio a conocer en octubre pasado.
A nivel nacional, se estima que la tasa de mortalidad por cáncer de mama es de 17.19 fallecimientos por cada 100 mil mujeres de 20 años o más, aunque en el estado de Querétaro el índice de mortandad por cáncer de mama se ubica entre el 18.01 y el 22.25 por cada 100 mil mujeres de 20 años de edad o más.
De acuerdo con datos de la Comisión de Salud de la LIX Legislatura Local, en el estado se tienen 16 mil casos de mujeres con cáncer de mama, que es una de las principales causas de muerte de mujeres de entre 40 y 60 años de edad.
LA ELABORACIÓN DE MUÑECAS
Cuando Irma dejó de trabajar para cuidar a su papá, compró una muñeca de Amealco y se enseñó a hacerlas ella sola. Hace dos años las empezó a hacer como una manera de conseguir un ingreso extra, pero se volvieron su terapia personal y un ingreso para pagar sus pasajes.
“Cuando iba a mis quimioterapias y a veces ya no tenía para los pasajes para regresarme, pero llevaba mis muñecas, cubrebocas y los vendía a los doctores, a la gente de ahí y sacaba para mis pasajes para regresarme otra vez, hago todo, desde el bordado”, cuenta.
No tiene ni idea de cuánto tiempo le toma una muñeca, porque cuando se levanta lo primero que hace es ayudar a su papá. “Tengo que levantarlo, darle de desayunar, me siento un ratito, otra vez darle de comer, pues sí me tardo, pero le digo a mi hermana si no le hago así de dónde voy a sacar dinero. Muy a fuerzas termino 10 muñecas en una semana”.
Su trabajo no termina en la atención a su papá. Hay que lavar ropa, limpiar el cuarto de sus padres, aunque su mamá todavía puede hacer muchas cosas sola y todavía camina y come sin ayuda.
Cuando recibía las quimios se sentía muy mal hasta cuatro o cinco días, porque se mareaba, le daba vómito y entonces sí estaba algo triste, pero se le pasaba y volvía a cumplir con sus responsabilidades sin quejarse.
Una organización, Grupo Dontxu, le ofreció ayuda a Irma después de que el esposo de una amiga, chofer de una micro, la vio “sin cabellos, porque cuando me aplicaban las quimioterapias yo estaba toda descolorida y mi hermana le dijo. Él y su esposa Silvia supieron entonces que yo tenía cáncer”.
La agrupación le ofreció apoyo económico por cada muñeca que pueda vender Irma, pero ella todavía no sabe cuánto necesita para atenderse y que le realicen la cirugía.
YO TENÍA UNA CABELLERA…
En Irma no hay miedo, ni queja, ni se siente una heroína. Sabe que es fuerte, aunque “de mis propias fuerzas yo no puedo, pero dios siempre me ha ayudado”. Tampoco hay tristeza en su relato ni se atreve a pedir ayuda. “¿Cómo voy a decir: oigan necesito esto, ayúdenme, o consíganme tanto? Con que me den ánimo, o una despensa o lo que puedan, todo es bienvenido”, se ríe.
El carácter de Irma sólo cambia cuando habla de su pelo. “¡Ay, si usted supiera! Yo tenía una cabellera, bonita, me llegaba hasta debajo de la cintura, cuando empezaron a caerse mis cabellos yo lloraba muchísimo, pero ahorita ya me estoy acostumbrando”. Sólo entonces se quiebra su voz. Hace pausas. Trata de no llorar porque ¡cómo extraño mi pelo, qué bonito era!
Empezó a caerse cuando llegó a la sexta quimioterapia. “Me han donado pelucas, sí las estoy usando, porque me daba mucha tristeza salir así sin cabello, una doctora me las regaló, porque yo lloraba y extrañaba mi cabello. Yo tenía muchísimo cabello, negro, lacio, largo».
“Se siente feo que me vean así sin cabello, pero igual que vean que es verdad, porque luego pienso que van a decir que no es verdad, pero aquí ando sin cabello y con pelucas”, insiste Irma que vive en la última casa de El Rincón, pasando la clínica y ahí ni el cáncer la detiene para cuidar a sus padres.