HISTORIAS: JESÚS ARRIAGA/LALUPA.MX
FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
J. Jesús Uribe Moncada, Rosa María Carboney Silva y Octavio Eloi Chargoy Acevedo dieron un paso importante que cambió sus vidas, al concluir su bachillerato junto con otras 682 personas mayores de 18 años, dentro de la primera edición del programa “Contigo, nadie se quede atrás”, del gobierno del estado de Querétaro.
Con 76, 41 y 56 años cumplidos, respectivamente, Jesús, Rosa María y Octavio coinciden en que los únicos límites son los que se pone cada persona. Edad, trabajo, responsabilidades no deben de ser obstáculos para conseguir los objetivos personales.
Un sueño del que no quiere despertar
Jesús, de 76 años de edad es pensionado, pero sigue activo, promoviendo impresiones y brindando asesoría de pensiones. Su vida laboral se desarrolló en el sector financiero. En los últimos años fueron ventas. El último empleo que tuvo, hasta noviembre del año pasado, fue con un excompañero de banco en su negocio de persianas. Tenía al menos 25 años que quería concluir el bachillerato, pero educar a tres hijos y darle todo lo necesario a su familia era la prioridad. Ahora, indica, “es un sueño del que no quisiera despertar”.
Dice que en cuanto se enteró del programa “Contigo, nadie se quede atrás”, una iniciativa de la Secretaría de Educación del estado de Querétaro, se inscribió a éste. “Yo traía desde hacía muchos años la espinita de terminar y obtener mi certificado de preparatoria. Por X y Z razones no lo lograba. Ahora sí que me cayó como anillo al dedo este programa de gobierno del estado y que para mí fue un éxito.
“Afortunadamente fui aprobado, fui aceptado. Me pidieron documentos. Cuando me dijeron que estaba inscrito para recibir los cursos nos dieron opciones si queríamos clases virtuales o clases presenciales. Yo no lo pensé tanto. Después de cincuenta y tantos años de no pisar un aula y estar con un maestro, yo quiero hacerlo de esa manera, así fue como me dieron la opción de tomarlo presencial con compañeros presentes en un salón, con un maestro”, narra.
Las clases fueron en el Cobaq número 3, en Corregidora, todos los sábados, de nueve a una de la tarde. Para Jesús fue toda una experiencia volver a vivir los años de colegio, de clases, de salones, de compañeros.
Precisa que sus compañeros eran de todas las edades. “En una ocasión un maestro nos dijo que nos presentáramos con nombre, edad y si trabajábamos o algo que quisiéramos comentar. Ahí me di cuenta que eran diversos. El compañero de menor edad era de 19 años y yo fui el mayor, de 75 años, en aquel entonces.
La convivencia era buena. En ningún momento me sentí apartado, porque a mí también me gusta convivir, hacer amigos, me gusta platicar y todos me acogían bien, me saludaban bien, incluso con respeto. Yo los veía igual. Estuve muy a gusto”, subraya.
Jesús ríe cuando recuerda que hubo materias que se complicaban más que otras, como matemáticas y química, aunque destaca que todas le gustaban. Recuerda que el 19 de noviembre del año pasado le hicieron el examen final: comenzó a las nueve de la mañana y terminó hasta las siete de la noche. Los resultados estarían el 12 de enero de este año.
“El 12 de enero ahí estaban los compañeros. A mí ya hasta se me había olvidado con respecto a la fecha, hasta que el grupo de WhatsApp empezaron a preguntar o a decir el resultado que habían obtenido. También me preguntaban cómo me había ido. Les dije que no lo había checado. Realmente ese día no chequé los resultados, porque muchos de mis compañeros empezaron a decir con tristeza que no habían aprobado. Prácticamente de nuestro grupo de la escuela, a lo mejor dos o tres compañeros dijeron que habían aprobado.
A mí me surgió la duda. A lo mejor estaba igual. Hasta el día siguiente lo chequé. Estuve viendo poco a poco. Fueron cinco temas. El primero, aprobado. El segundo, aprobado. Ahí iba bajando y yo con nervios. Chequé el último, y bendito sea Dios, estaba aprobado. Entonces se me llenaron los ojos de lágrimas. Le dije a mi esposa: Me tienes que felicitar. Y aquí estamos, soñando con ese resultado”, abunda.
Padre de tres hijos, dos mujeres y un varón, Jesús apunta que este logro es de toda su familia que lo ha apoyado.
Jesús dice que le gustaría seguir estudiando, no quedarse sólo con el bachillerato. La idea es ingresar a la universidad. “Desde que me nació estudiar el bachillerato lo siguiente era estudiar una carrera. Ahorita tengo la cabeza llena de muchas cosas. Me he inclinado un poquito por Derecho o Psicología. Mi hijo es sociólogo. Tal vez, o Diseño gráfico. Algo que pueda desempeñar independientemente. Ojalá Dios quiera que lo logremos”, añade.
Obra de la casualidad
Rosa María Carboney Silva, de 41años, llega a su casa en la colonia Popular. Avanza por un pasillo hasta su domicilio, a unos 20 metros de la calle Porvenir. La reciben su pareja y sus perros. Su hija adolescente no se encuentra en casa.
Dice con orgullo que acaba de obtener el puesto de jefa del Área de Seguridad en el hospital donde trabaja. Rosa María tenía la inquietud de concluir el bachillerato desde hace años y cerrar el círculo.
“Por cuestiones económicas y porque mi madre no contaba con los medios tal cual. Era sola (madre autónoma) y con tres hijas, no me podía pagar el bachillerato. Entonces, a trabajar.
Por obra de la casualidad fue que me enteré del programa “Contigo, nadie se quede atrás”. Estaba en un grupo de WhatsApp, mandan la liga y la abro. A los tres minutos borran la liga, pero ya estaba adentro. Para mí fue como magia, porque yo estaba esperando una oportunidad”, explica.
Dice que su hija también está en bachillerato en este momento y este programa le permitió estudiar a la par que su hija, aunque nunca se imaginó hacerlo, porque para los adultos es más difícil, ya sea porque hay que destinar recursos económicos o porque hay otras prioridades, como la familia, educar a los hijos.
Sus clases, a diferencia de Jesús, fueron en línea. Muestra su área de estudio: Un escritorio entre el comedor y la sala de su vivienda.
La mujer también agradece a sus maestros en línea que siempre estuvieron al pendiente de ellos, sus alumnos, para apoyarlos y resolver sus dudas. A pesar de ser clases que tenían que ser muy rápidas les tenían paciencia.
A pesar del acompañamiento, hubo ocasiones en las que, confiesa, lloró porque se sentía abrumada por la presión, por las clases que se llegaron a juntar. Por fortuna, unas clases se grababan para que pudieran verlas cuando tuvieran tiempo.
También lloró el día del examen, pues sentía que no había estudiado lo suficiente. “Cuando vienen los resultados, el 12 de enero, no podía entrar a la página. Todo mundo quería el resultado de su examen. Entra una compañera y le felicita porque había aprobado.
Es algo muy grande porque a veces te ponen esa barrera de que no pudiste, ahí te quedaste y te la crees. Ya no puedes porque tienes 41 años, eso para los jóvenes, ya estás casada, mejor dedícate a darle lo principal a tu hija. Cuando levantas el certificado y dices: Se pudo. Es algo que no se puede decir”, dice Rosa María mientras su voz se corta.
Su hija, dice, al verla estudiar, leer, buscar material, mejoró en sus calificaciones. Su pareja, Miguel Ángel, vive con una discapacidad visual, por lo que se queda en casa mientras ella sale a trabajar. Cuando llegaba de trabajar su comida estaba ya lista, pues llegaba casi a tiempo para empezar sus clases y no tenía tiempo de preparar los alimentos. Su madre y su hermana también fueron de importancia para que se sintiera arropada.
Ahora, sólo está en espera de la convocatoria para ingresar a la universidad, a la Licenciatura de Ciencias de la Seguridad, en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). También le gustaría certificarse para consejería de adicciones y quizá luego, con el tiempo, la carrera de Psicología, pero poco a poco, subraya.
Señala que su madre es enfermera. Ella estudió auxiliar de Enfermería, pero se casó y se volvió ama de casa, por lo que estudiar había quedado en segundo plano, pues había que darle prioridad al matrimonio y a su hija.
“El límite nos lo ponemos nosotros mismos. Querer es poder. Cuando se dan estas oportunidades hay que aprovecharlas. Que no se queden con el ‘no puedo’, con el ‘ya estoy grande’. Hubo un señor de setenta y algo de años (Jesús) que logró su certificado. Creo que lo único que tenemos seguro es la muerte y ese es el único tope. De ahí en fuera, podemos hacer grandes cosas”, enfatiza.
La tercera, por satisfacción personal
Octavio Eloi Chargoy Acevedo, de 56 años, recuerda que el 15 de enero pasado, a través de un grupo de WhatsApp de personas que hicieron el curso para obtener el bachillerato comenzaron a decir que ya estaban los resultados. Eran las 12 de la noche. Su esposa y su hijo ya estaban dormidos cuando entró al portal.
Cuando vio que había aprobado sí despertó a su familia que se puso muy contenta y orgullosa de su esfuerzo y su dedicación.
Octavio tiene un negocio de alquiler de sillas y mesas. Antes trabajó en algunas instancias de gobierno.
Se animó a estudiar gracias a la oportunidad que brinda el gobierno del estado para terminar los estudios. “Tuve en su momento la oportunidad de estudiar la preparatoria, pero cosas de juventud, lo dejas, lo abandonas. En una segunda vez lo intenté a través de la preparatoria abierta, pero también lo dejé.
Afortunadamente he tenido la oportunidad de desarrollarme, tengo una carrera de técnico en Administración de empresas turísticas, que es con la que me fui defendiendo. Me dieron la oportunidad en algunas instituciones, pero sí era importante tener un documento que me avalara, y sobre todo por satisfacción personal y como ejemplo para personas que han dejado sus estudios al abandono”, indica.
Precisa que no fue tan fácil, principalmente porque todo fue en línea y llegó el momento en el que pensó claudicar, pero con el apoyo de su familia (su esposa Alma Rosa Pérez; su hijo Daniel Eloi Chargoy, y su suegra Gloria Rodríguez) y con las ganas de salir adelante logró concluir con sus estudios.
“Sí, se me facilitó porque abrieron varios horarios, entonces agarré el más tarde, de siete a nueve de la noche, de lunes a viernes, incluso sábados y domingos, clases magistrales. Contaba con el tiempo para hacerlo, pero fue un poco difícil, después de 35 años, volver a tomar libros, volver a tomar clases, fue donde empecé a dudar un poco”, comenta.
En el examen, confiesa que también estuvo a punto de explotar, pues se trabó en la prueba, pero logró superar ese obstáculo y terminarla. Ahora, se siente satisfecho por el esfuerzo hecho. El trabajo, la dedicación y las horas de estudio frente a una computadora valieron la pena. Tiene el objetivo ahora de estudiar Derecho, como actualmente lo hace su hijo, quien está a punto de terminar esa licenciatura.
“Al tener una mejor preparación podemos tener más oportunidades para poderle dar mejor calidad de vida a nuestros hijos. Tenemos la oportunidad de crecer como persona para desarrollar mejores funciones, tener una mejor oportunidad de trabajo que se traduce en un mejor estado de vida para nosotros y nuestra familia”, destaca.
Al igual que Rosa María pone como ejemplo a Jesús, quien a sus 76 años logró su bachillerato. “La edad no debe de ser limitante, no debe de ser un techo”, dice.