UCRANIA
Continuamos en esta entrega con la retro-crónica ochentera en la URSS, alimentada de mis recuerdos post-adolescentes y con el soporte de las diapositivas que tomé durante las tres semanas que pasé en el gigante rojo. Era el ya lejano 1980: el año olímpico para las URSS. Si no lo has hecho, te recomiendo leer primero los preliminares del viaje y la reseña de Moscú y Leningrado, en la siguiente liga:
Desafortunadamente Ucrania ha tomado notoriedad desde hace dos años, a partir de la invasión rusa y de la posterior guerra, que a la fecha sigue siendo una herida abierta, para la cuál no se ve una cura pronta o sencilla. En varias de las fuentes que he consultado para la escritura de esta crónica, me he encontrado que algunos de los lugares de mis recuerdos no se pueden visitar actualmente, porque están en la zona de conflicto, o bien han sido afectados durante los combates.
Kiev me pareció una ciudad muy bella, en la que sentí “más alma” que en Moscú o Leningrado, que son más solemnes y grandilocuentes. De hecho, es una ciudad mucho más antigua que las otras dos y fue capital del Kyiv-Rus, un conjunto de tribus eslavas, que dio origen a rusos y ucranianos a partir del siglo X. La invasión de la actual Ucrania por la horda de los mongoles trajo la destrucción del asentamiento original y el sometimiento de la región en el siglo XIII, disgregando a las tribus. No fue sino hasta el siglo XV, cuando los cosacos ucranianos hicieron alianza con los primeros zares de Moscú, integrándose a Rusia y fortaleciéndose mutuamente. Desde entonces a la fecha, la relación entre Ucrania y Rusia y el estatus de la primera como un país independiente o una provincia rusa ha sido motivo de controversia y conflicto recurrente.
Durante la época soviética el control de Moscú fue tiránico, e incluso Stalin orquestó un genocidio por inanición del pueblo originario de lo que irónicamente se consideraba “el granero de la Unión Soviética” por la gran capacidad de Ucrania en la producción de alimentos. Desde el punto de vista estratégico, la salida al Mar Negro ha sido siempre una razón muy importante para la codicia de Rusia sobre el territorio ucraniano. Ante la disolución de la Unión Soviética, en 1991, Ucrania. quedó constituida como una nación independiente, pero la tensión entre Moscú y Kiev se agudizó a partir de los acercamientos de Ucrania con la OTAN y la Comunidad Europea, que aunados con el pretexto de apoyar a los unionistas pro-rusos en el noreste de Ucrania, desencadenaron la invasión. La Península de Crimea, con su gran importancia en el Mar Negro y como entrada al Mar de Azov, ha sido eterna manzana de la discordia y fue tomada bajo el control de Rusia a partir de la guerra y así se mantiene hasta la fecha, en contra de las resoluciones de la comunidad internacional.
Después de este breve recuento de cómo entiendo el contexto histórico que nos ha traído a la situación actual de Ucrania, te invito a que regresemos a 1980, donde las cosas en la entonces República Soviética estaban en aparente calma y el posible descontento o nacionalismo que pudiera haber existido, eran segados por la hoz o aplastados por el martillo.
KIEV, LA JOYA UCRANIANA
Algo que siempre me da un poco de envidia respecto a muchas ciudades en países de Europa y Norteamérica, es que tienen un río que cruza la ciudad, precisamente porque sus fundadores eligieron asentarse junto a un cauce de agua, que les facilitara la vida.
En la Ciudad de México, la ubicación elegida por nuestros antepasados en un valle protegido, con una cuenca lacustre y abundantes recursos naturales, era excelente. Desafortunadamente, a partir de la Colonia y en el México independiente, varias generaciones de gobernantes permitieron e incluso ordenaron la desecación de la mayoría de los lagos. Como remate al daño ambiental, en una serie de proyectos viales totalmente miopes de mediados del siglo pasado, fueron entubados los pocos ríos que quedaban, convirtiendo sus lechos en vías rápidas. Gracias a esos “genios” de la planeación urbana, “la región más transparente del aire” tiene actualmente problemas ambientales, que sin duda serían menores si hubiera la mitigación que brinda el agua y las áreas verdes asociadas a ella.
Por eso, aprecié tanto la vista del Moscova en Moscú, el Neva en Leningrado y especialmente el Dnieper, en Kiev. Te comparto esta imagen del Río Dnieper, que fue una de mis favoritas del viaje y que soy capaz de reproducir en mi mente cada vez que pienso en Kiev.
Uno de los sitios históricos más importantes de Kiev es la Catedral de Santa Sofía, nombre que viene de Hagia Sophia, el templo ortodoxo cristiano del siglo VI en Constantinopla (hoy Estambul), que significa Sagrada Sabiduría, y que hoy es una mezquita musulmana. Los primeros cimientos de la catedral de Kiev se colocaron en 1037 y la catedral tardó dos décadas en terminarse. En el interior, conserva mosaicos y frescos del siglo XI. En 1633, fue sometida a una importante renovación, en la que el exterior fue adaptado a la arquitectura barroca ucraniana, aunque el interior conservó el estilo bizantino. El aspecto actual, no se alcanzó sino hasta 1740.
Después de la revolución socialista de 1917, Santa Sofía estuvo a punto de ser demolida para crear un parque público en memoria de una victoria del Ejército Rojo, pero afortunadamente hubo una férrea defensa para su conservación por parte de científicos e historiadores y el templo se mantuvo en pie, aunque fue confiscado y sacado del culto para convertirlo en un museo arquitectónico e histórico en 1934. Alrededor de los ochentas, al inicio de las reformas que suavizaban un poco el régimen soviético, se intentó devolver el templo a la Iglesia Ortodoxa, pero esto desató una serie de rencillas entre los diversos cismas y facciones, que querían que el templo se les adjudicara exclusivamente. Finalmente, no se asignó la catedral a ninguna fe en especial y se permitieron celebraciones de las diferentes facciones. Sin embargo, los conflictos escalaron y como aquellos “Hombres de Dios” no fueron capaces de compartir el templo “como cristianos” las autoridades ucranianas cortaron por lo sano, recuperando el inmueble, que hoy en día es un museo del cristianismo … ¡Ah, qué ironía! ¿No te parece?
En lo personal, me parece muy impresionante estar ante edificaciones como ésta, que llevan un milenio en pie y que no son ruinas, sino que han sobrevivido a todos los giros, a veces muy violentos de la historia humana. El complejo de Santa Sofía es impresionante, sin embargo la única de mis diapositivas que sobrevivió decorosamente el almacenamiento de cuatro décadas, fue esta imagen del campanario, que con gusto te comparto.
Como en varias ciudades del mundo, en Kiev se erigió un Monumento al Soldado Desconocido. Los prohombres que dirigen las naciones, parecen ocuparse más en honrar a los que han caído, que en resolver pacíficamente los conflictos entre países y pueblos y así evitar que sus connacionales mueran. Por tal razón, no soy muy afecto a estos monumentos, que celebran a los anónimos soldados de a pie, que han sido siempre la carne de cañón en las guerras del mundo.
En la imagen siguiente te presento el cambio de guardia en la Tumba del Soldado Desconocido, en la que todo es marcialidad y perfecta coordinación en las evoluciones militares. Al mirarla me doy cuenta que hoy en día es ya una foto “de época” con más de 40 años y no puedo evitar pensar que esos chicos y chicas jóvenes y vigorosos, han de ser abuelos, si aún viven y han sido afortunados.
Me permito repetirte y ubicarte que en 1980 los recuerdos se llevaban primordialmente en la cabeza o tal vez en una libreta. Nada de subir en redes sociales un “me siento fantástico” con selfies desde Kiev, que dependiendo de la vanidad de la persona, puede ser una o diez fotos, con diversos filtros y poses. Por contraste, bajo estas líneas verás el único retrato mío que tengo de todo el viaje a la URSS… Ahí puedes verme con 40 años y 15 kilos menos y ¡con cabello! En general, me complace esta imagen mía a los 19 años. Casi me sorprende mi formalidad, andando de saco en un viaje de vacaciones. Creo que se me ve una sonrisa sincera y amable, que según yo, trato de conservar hasta hoy, a mis 62 años. Lo que sí me da un poco de risa y bochorno, es mi barba de duende, sin bigote. Esto es porque todavía no terminaban de manifestarse mis hormonas. La barba me salía bien, pero el bigote era lamentable, y en el pecho apenas tenía un estrecho carril de vello suave. Eran las épocas de los actores y estrellas de rock de pelo en pecho, barba y bigote tupidos y a por lo tanto, a mí me urgía estar como chango lo antes posible, para sentirme galán. Pero eso no sucedió sino hasta después de los 25 años, cuando mi autoestima ya era más sólida. Irónicamente, para cuando terminé de ponerme grande y peludo, cerca de los 30, la moda había cambiado de tendencia y los galanes se hicieron más estilizados y lampiños.
La Iglesia de San Andrés es una construcción barroca del siglo XVII, diseñada por el italiano Bartolomeo Rastrelli, que realizó muchas obras en Rusia y Ucrania. La Iglesia actual se encuentra en la cima de una montaña, que alberga a la ciudad vieja de Kiev. La iglesia fue consagrada en honor de Andrés el Apóstol, quien es reconocido como el «apóstol de la Rus». Según la Crónica de Néstor, San Andrés llegó a la ribera del río Dnieper en el siglo I y erigió una cruz donde actualmente se alza la iglesia. La actual no es ya original, ya que se han construido ahí mismo varios templos, que a lo largo de los siglos fueron destruidos y reedificados, hasta llegar al que hoy está en pie.
La cuesta de Andrés, es una calle que desciende por la montaña a lo largo de 700 metros, desde la Iglesia de San Andrés, hasta la zona comercial llamada Podil. A lo largo del descenso, tradicionalmente han habitado comerciantes y artistas, dando al barrio un toque bohemio, por lo que a veces se le conoce como el “Montmatre ucraniano”, aunque este tipo de referencias normalmente resultan engañosas. Se trata de una de las zonas turísticas más visitadas de Kiev.
Dentro de la planeación de la visita a la URSS, siempre estuvo presente por parte del régimen, ya sea de manera sutil u ostensible, la intención de mostrar los puntos destacables del régimen socialista y su bondad hacia las personas. En este orden de ideas, hicimos una visita a un kinder-internado en Kiev, en el cual los pequeñitos nos dieron una demostración de baile, los vimos en un salón de clases, nos mostraron sus camitas y, en general, nos hicieron ver “lo bien y contentos que estaban”, sin importar que estuvieran en internado, criados por el Estado, no por sus padres.
Me llamó mucho la atención un cuadro que había en una de las salas de juegos, era una ilustración que mostraba un Vladimir Ilich Lenin, con una sonrisa bondadosa y paternal, que distaba mucho de la expresión severa del gran líder, que es la que se encuentra en todas las imágenes oficiales. Sé que hoy en día le hubiera tomado foto a este afable “papá Lenin”, pero con las limitaciones del número finito de exposiciones por rollo, era preciso economizar las tomas y sólo me traje la imagen en la mente, pero fue una impresión prufunda, ya que aún la recuerdo claramente.
Los niños y niñas internados estaban verdaderamente hermosos, güeritos, cachetones, tiernos, “pa’ comérselos” como podrás verlos en la siguiente foto. Más allá del buen recuerdo, también resuena en mi mente que esos pequeños hoy rondan los cuarenta y tantos años de edad.
Odesa, estratégico enclave en el Mar Negro
En Odesa el “sabor soviético” era menos intenso que en las ciudades que habíamos visitado hasta entonces. Como puerto, llegaba una cantidad importante de marinos de muchas nacionalidades, con divisas y buscando diversión. Donde hay marinos, desde los tiempos de los fenicios, hay vino, mujeres y juegos de azar. Entonces entendí por qué me habían dicho que Odesa era el mejor lugar para tomar ventaja del mercado negro, tanto en el cambio de moneda, como en la venta de dos pantalones de mezclilla nuevos, que llevaba expresamente para ello. Claro, lo que hice fue a una mínima escala, pero me sirvió para comprar a muy buen precio recuerdos de las olimpiadas, alguna lata de caviar, un gorro de Astrakhán y vodka principalmente, cosas que se vendían al público en general, no sólo a los turistas en las tiendas Beriozka, exclusivas para extranjeros.
El gorro de Astrakhan es típicamente ruso y es un accesorio elegante. Es muy suave, porque es de piel de borrego recién nacido (no lo sabía entonces) y su nombre viene de la ciudad que con el mismo nombre se encuentra al norte del Mar Caspio. Sin embargo, pude usar muy pocas veces el gorro que compré, ya que era exageradamente caliente para nuestras temperaturas mexicanas.
Lo más valioso que compré fue mi cámara Zenit, que ya mencioné en la entrega anterior, acerca de Moscú. El tipo de cambio oficial de 1.80 USD por rublo era irreal y en la calle se conseguían hasta 3 rublos por dólar estadounidense, entonces la proporción era el cambio oficlal y el clandestino era casi 6 a 1 y las cosas salían muy baratas de esta forma.
Tuve un sobresalto al llevar a cabo mi “operación contrabando”, ya que afuera de mi hotel, por mi facha de extranjero, me contactó un chico ruso, para hacer negocios. Él hablaba una especie de “frenchglish”, es decir una mezcla de palabras en inglés y francés, en la que más o menos se daba a entender. Quedamos en que me visitaría en mi habitación de hotel y ahí me cambiaría unos dólares por rublos y yo le vendería los pantalones.
Sin embargo, se tardó en llegar y pensé que ya no lo vería, así que me metí a bañar. Entonces tocó la puerta y me puse una toalla en la cintura y salí a abrir. Le dije “wait here” y me metí, según yo a ponerme ropa y sacar las cosas, ¡Pero el tipo se metió a mi cuarto y cerró la puerta tras de sí! Yo me sentí en riesgo por unos segundos, pero ya no era momento de correrlo ni de reclamar nada, así que me amarré bien la toalla e hice el intercambio, casi desnudo como estaba. Todavía puse una cara de desconfianza cuando me dio un billete de 100 rublos que yo no había visto circulando… “bon, bon” me dijo, asegurando que no era falso ni estaba fuera de circulación. Mi suspicacia se disipó al día siguiente, cuando no tuve ningún problema en que me aceptaran ese billete diferente en una compra.
Estábamos hospedados en el icónico y hermoso Hotel Krasnaya, que fue construido en 1898 bajo el nombre de “Hotel Bristol”, con estatuas barrocas y columnas de mármol que dan a la calle. Se encuentra en el Centro Histórico de Odesa, cuenta con 113 habitaciones y es uno de los monumentos notables de la ciudad.
Después de la revolución soviética, el hotel cerró en 1917. Sirvió como lugar de oficinas entre 1922 y 1925. y se volvió a abrir como hospedaje en 1928, pero en la Unión Soviética parecía inadecuado que un hotel tuviese el nombre de una ciudad inglesa, por lo que se cambió el nombre a hotel Krasnaya que significa “rojo” en ruso: muy, pero muy socialista. El hotel cerró en 2002 para una larga y exhaustiva restauración, y fue reabierto bajo su nombre original: Hotel Bristol, en 2010.
Estar en la Unión Soviética pocos meses después de las Olimpíadas de Moscú, definitivamente fue un acierto, puesto que hubo un gran despliegue de obra de remozamiento y embellecimiento del espacio público ante la llegada de visitantes extranjeros a causa de la justa mundial. Sin embargo, la afluencia fue menor a la que se esperaba, debido a la ausencia de los países de “Occidente” por el boicot en respuesta a la invasión por parte de la URSS a Afganistán. En situaciones como éstas, uno se pregunta si las naciones las dirigen estadistas competentes, o niños caprichosos. Esto fue inaudito, pero todavía nos faltaba esperar cuatro años, para que el bloque socialista devolviera el desaire y boicoteara las olimpíadas de Los Ángeles 1984, confirmando que, efectivamente son como niños, unos y otros. Pero la ironía no termina ahí y poco hemos aprendido como humanidad, puesto que 44 años después, en Paris 2024 compiten actualmente sólo unos cuantos atletas rusos, por invitación y sin bandera, en contraste con las delegaciones de centenares de atletas de aquellos años de esplendor.
En fin, merced a la disponibilidad de una instalación de clase mundial, como la pista olímpica de Odesa, tuvimos oportunidad de acudir a una excelente presentación de patinaje artístico durante nuestra visita. Pudimos ver niños y niñas, con gran técnica a pesar de su corta edad, así como números cómicos y, por supuesto, la participación de verdaderas estrellas del patinaje, que nos hicieron deleitarnos y emocionarnos con sus complicadas rutinas, a unos metros de nuestros asientos.
En la foto se ve la pista y el recinto, tiempo antes de que empezara la función, quedado al fondo el famoso osito Misha, mascota de las olimpiadas, pero también un recuerdo de la afrenta a los mexicanos, por la supuesta descalificación fraudulenta de Daniel Bautista, en la prueba de caminata de 20 kilómetros, unos meses antes, en el atletismo olímpico.
Aunque la pista estaba hermosa y el recinto se ve espléndido, la ergonomía era una asignatura pendiente, como en la mayoría de los casos en el viaje. Los asientos eran estrechos y duros y era imposible no chocar con los hombros de la persona vecina, a menos que uno se pusiera un poco de lado, para ocupar menos espacio. Esto me tocó tolerarlo en esta pista y en otros teatros (Menos el Bolshoi) y en todos los aviones de Aeroflot que abordamos.
En 1905, Odesa vivió una revolución de trabajadores. El acorazado Potemkin, legendario filme de Eisenstein, hace referencia a este evento, e incluye una de las escenas más famosas de la historia del cine, donde cientos de civiles son asesinados en una escalera de piedra. La masacre nunca ocurrió en la realidad, pero la película terminó convenciendo a muchas personas de que había sido real y durante muchas décadas la Escala Potemkin, llamada también los escalones de Odesa han sido una atracción turística de la ciudad.
El Teatro de Ópera y Ballet de Odesa fue abierto en 1810 y destruido por el fuego en 1873. El edificio moderno fue construido en estilo neo-barroco y abierto en 1887. El vestíbulo es de un lujoso estilo rococó. Su acústica extraordinaria permite escuchar un cuchicheo cualquier parte de la sala. Dicen que “el que se quema con leche, hasta al jocoque le sopla” así que por las dudas, el diseño arquitectónico del teatro nuevo incluyó 24 salidas, en previsión de cualquier amenaza de fuego.
Asistimos a una función en el teatro, prácticamente con el pretexto de poder admirar el inmueble y vivir la experiencia de ir al teatro, ya que la obra estaba en ruso. Era una comedia y recuerdo que había un personaje y que al entrar en escena, otro actor decía sorprendido “¡chorne!” (negro, en ruso) y el público reía. De hecho el actor que interpretaba el personaje no era de piel oscura, sino se veía que estaba pintado. En nuestra época actual es posible que esa obra ya no podría representarse debido a la corrección política, pero en aquel tiempo a mí me llamó la atención que la gente se riera de la sorpresa de un personaje al ver a otro, presuntamente negro, como una rareza. Intenté recordar algo más sobre la trama, o el nombre de la obra, pero no lo consigo. A fin de cuentas, aun sin entender la obra, el propósito de disfrutar el magnífico teatro se cumplió, mucho mejor que haberlo visitado vacío y como atracción turística durante el día. Por cierto, yo entendí aquello de “chorne”, puesto que Mar Negro se traduce: “Chorne More” y, por lo tanto, tenía fresca esa palabra en ruso.
Yalta, donde se partió el pastel
Para llegar a Yalta, volamos de Odessa a Simferopol que era el aeropuerto más cercano. Yalta es un “resort” ubicado en un extremo de la Península de Crimea, que en aquel tiempo estaba en paz. Por su localización privilegiada, al borde del Mar Negro, en realidad tiene la apariencia de un lugar de descanso en el Mediterráneo. Al igual que en Odesa, la “rigidez soviética” en el ambiente también parecía relajarse un poco.
En el trayecto en autobús entre Simferopol y Yalta, pasamos junto a un reactor nuclear y me llamó mucho la atención, para tomarle una foto que recordaba con claridad, pero al ver la imagen hace unos días cuando digitalizaba las transparencias, no pude evitar la asociación de ideas con Chernobyl. Claro, en la fecha de mi viaje faltaban cerca de cinco años para la tragedia nuclear y hay que considerar que el reactor de Yalta está al sur, mientras Chernobyl está en el norte de Ucrania. A pesar de ello, no pude evitar estremecerme y pensar que Ucrania fue por mucho tiempo la región de la URSS con más capacidad nuclear, la cual se sometió a un proceso de desactivación paulatina, acordada con la comunidad internacional, después de la disolución de la URSS. Sin embargo, la capacidad nuclear actual de Ucrania es relevante y de cara a los acercamientos con la OTAN, éste es otro factor que complica la relación con Rusia.
Livadia es un pequeño asentamiento a 3 kilómetros de Yalta y ahí se encuentra el Palacio del mismo nombre, que a partir de 1860 se convirtió en residencia de verano de la familia imperial rusa. Por supuesto que hay que considerar que comparado con la muy boreal San Peteresburgo, la punta sur de Crimea era un paraíso tropical, aunque en realidad está un poco más al norte que Toronto, Canadá. La arquitectura del Palacio es muy armoniosa y actualmente el inmueble es un museo.
Históricamente, el Palacio de Livadia es importante, puesto que en 1945 se reunieron ahí los líderes de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt, Stalin y Churchill y en la célebre sala de la conferencia, “repartieron el pastel” que era la Alemania vencida, estipulando las zonas de ocupación de cada una de las potencias, así como los pagos por reparación y demás condiciones impuestas por los aliados tras la rendición. Hay cientos de fotos de la sala y la mía no es la mejor: la luz era escasa y la toma fue lenta, por lo que está un poco borrosa… pero es mi foto y mi recuerdo valioso, así que te la comparto.
Hasta aquí llegan mis recuerdos de la bella Ucrania. Deseo fervientemente que pronto vengan mejores tiempos para ese pueblo, que ha tenido que pasar por tantos obstáculos para ser una nación libre y soberana.
En la tercera entrega de esta serie, tomaremos una alfombra mágica e iremos a un lugar radicalmente diferente, que es la República de Uzbekistán. Es, con mucho el lugar más distante al que he viajado en mi vida y tiene las costumbres y expresiones culturales más exóticas que he experimentado.
Te agradezco como siempre, tu compañía en mis aventuras y la posibilidad que me brindas de volver a vivirlas e incluso encontrar nuevos ángulos, nuevos motivos en mis experiencias, así que te invito a seguir acompañándome.
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