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Los nombres cambian, pero los comportamientos son los mismos.
Las mayúsculas, si bien innecesarias, continúan anteponiéndose para verificar las costumbres políticas. Porque la política es la política.
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Decía Gertrude Stein que el problema de los escritores era que se convertían, a fuerza de ser nombrados como tales, en escritores: “Dejan de ser hombres creativos y en seguida descubren que son novelistas, o críticos, o poetas, o biógrafos, y se les alienta a ser alguna de esas cosas sólo porque han demostrado ser buenos en una ocasión, o en dos, o en tres, pero eso es una estupidez”.
Eso es lo que pasa, justamente, en el mundo cultural de las clasificaciones. De ahí que, aunque errado en sus apreciaciones, sólidamente un sector cultural se siga creyendo a pie juntillas unas cuantas premisas sobre la intelectualidad. Por eso cuando algo se desequilibra, no se sabe cómo reaccionar. Los sucesos de Jorge G. Castañeda, por ejemplo, lo demuestran ampliamente. Y, sí, una zona intelectual perfectamente identificada habló en voz baja sobre el caso, profiriendo palabras altisonantes, mascullando verbos ininteligibles, pero no pasándose, por supuesto, de los límites establecidos.
¿Por qué el Crítico Mayor Jorge G. Castañeda se reunió un 6 de mayo, en el sexenato posterior al de Salinas de Gortari, en Irlanda con el entonces Señor Presidente de la República, porque todos los expresidentes son aún presidentes del país?
Como dijera Gertrude Stein, se cree que Alguien ya es importante porque los demás lo aseguran, y así se subraya el hecho una y otra vez para reafirmarlo y confirmarlo: entonces se creía que, en efecto, Castañeda era uno de los Críticos de relevancia del sistema político. El Crítico al que se le respetaba precisamente por eso y no por otra cosa. En el periodo del salinato, Jorge G. Castañeda cumplió su papel de manera puntual. Fue incisivo, punzante, inteligentemente refutador. Mas después, el propio Castañeda, para no dejar lugar a la duda, escribió en Proceso que sí, aprovechando un viaje a Dublín, le echó un telefonema previo a Salinas para platicar con él. No iba a ser la primera vez. “El antecedente de esta iniciativa —apuntó Castañeda— era que en octubre del año anterior había comido con el expresidente, en compañía de seis personas más, en un restaurante de la ciudad de Nueva York. Habíamos quedado en que, de coincidir en algunos lugares, sea en México o en el extranjero, sería interesante que nos volviéramos a reunir”.
Pero se lamentaba Castañeda de que la “canalla periodística” (es decir “la penosa pandilla de plumas pagadas… gacetilleros que nunca escriben sin línea del gobierno o de alguien”) se hubiera ocupado de su caso, a partir de su encuentro con Salinas, “vinculándolo con los rumores sobre la renuncia de Zedillo, con Manuel Camacho, con Compromisos con la Nación”.
Esto no debió haber preocupado realmente a Castañeda. Si, como él decía, los que querían conectar su caso con los rumores que circulaban provenían de esta “canalla periodística”, tarde o temprano, dado que esta “canalla” no actuaba —como no actúa ahora mismo— por sí misma, los periodicazos se diluirían tal como vinieron. Lo que, en todo caso, debió preocupar a Jorge G. Castañeda fueron los cuchicheos en inaudible voz de los que lo rodeaban, pero que no se permitían discrepar, ni acentuar su opinión, en su presencia por aquello de guardar las distancias. Dicha actitud es muy frecuente entre los intelectuales, además. Podrán insultarse a sus espaldas, pero ante la opinión pública, y sobre todo entre ellos mismos, conservarán la prudencia y la apariencia.
Era sabido que en el círculo intelectual había una zozobra e inquietud renacidas por el acercamiento de Castañeda con Salinas de Gortari. Empero, decía Castañeda que su interés era puramente académico y literario: hablar con los expresidentes de México “constituye probablemente la fuente más valiosa de análisis, información y percepción del funcionamiento del sistema político mexicano”.
Nada más.
Ni nada menos.
Decía no moverlo ningún otro motivo.
Cómo noi.
Sin embargo, cuando él mismo se preguntaba en la revista Proceso: “¿Qué le dijo Carlos Salinas de Gortari, en qué consistió la entrevista entre ustedes?”, él mismo también se respondió ambiguamente: “No fue una entrevista periodística, no fue siquiera una entrevista académica en el sentido de que nuestra conversación podría ser fuente de ensayos o libros a largo plazo. No. Fue una conversación privada, cuyo contenido no pertenece al ámbito público. Puedo contestarle, sin embargo, lo que no se dijo en esa conversación, y dar respuesta a dos de las acusaciones que se me han hecho en la campaña de prensa que se ha desatado sobre ese encuentro: no se habló de la renuncia del presidente Zedillo, no fue mencionado el tema. No se habló de los rumores en México, porque dichos rumores no habían brincado todavía a la palestra. No se habló del régimen. No se habló de un pacto de no agresión o de una alianza, nada por el estilo. Todo eso pertenece a la fabril imaginación de los funcionarios del gobierno que pagan las campañas y a la canalla periodística que las lleva a cabo”.
No obstante, Jorge G. Castañeda se empeñaba en exhibir la bondad salinista: “En ningún momento Carlos Salinas expresó crítica alguna, reserva, duda o comentario positivo o negativo sobre la gestión del presidente Ernesto Zedillo. En esto el licenciado Salinas fue escrupulosamente respetuoso de la tradición política mexicana, que dice que los expresidentes no comentan ni hablan de la gestión de sus sucesores”.
Asimismo, Castañeda dijo que, por el contrario, Salinas “está molesto, irritado o incluso enojado con Manuel Camacho Solís. Reclama amargamente las críticas que Camacho ha hecho sobre su persona, sobre su gestión en los últimos meses. Le reprocha la manera en que ha formulado dichas críticas. Sentí que había un malestar y una exasperación que el licenciado Salinas quiso hacer explícitas”.
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Pero, momento, ¿no decía Castañeda que su conversación había sido privada y que no pertenecía al ámbito público?, ¿entonces para qué se detuvo a hablar en Proceso sobre aspectos políticos? Si no fue una charla ni siquiera académica, ¿significaba que había una entrañable amistad entre ambos?, ¿qué movía a un Crítico a buscar a un expresidente, y sobre todo a un expresidente como Salinas de Gortari que vivía (auto)exiliado por el daño que hizo a México, y cuando se encontraron no mantuvieron conversaciones sobre asuntos políticos?
Estas interrogantes no fueron formuladas en su momento, obviamente, por el sector intelectual pues, aunque no tenga una regla escrita, como en la política no romperá sus propias entrañas, sus propios conductos, sus propias reservas, sus propios lineamientos.
Caray, si el Crítico buscaba a Salinas, a quien denostó a veces con ferocidad en algunos casos, y tuvo la oportunidad de verlo debido a sus constantes viajes al extranjero, y Salinas aceptó gustoso platicar con él, y cuando ambos se reunieron no le hizo una entrevista, ni su charla fue académica ni tampoco del ámbito público, ni siquiera la posible crónica de aquella conversación se convertirían a largo plazo en libros, ¿entonces qué movía, o mueve, a un Crítico a buscar a un expresidente?
Si son amigos, bendita —o maldita— decisión suya.
Pero no pueden negar que ambos, Político y Crítico del Sistema, son entidades públicas y lo que hagan, o dejen de hacer, va a ser visualizado con otros ojos por la prensa. Si los unía, a Castañeda y a Salinas, una amistad, tampoco me extrañaría (¿no el propio director de La Jornada, en aquel entonces, Carlos Payán se decía amigo de Salinas de Gortari y luego fue, hasta un poco antes de su muerte, protegido y recompensado por López Obrador?). ¿Cuántos Críticos y Escritores y Ensayistas y Poetas critican con furor al sistema gubernamental y a la figura presidencial, pero a la vez reciben, o recibieron, jugosos premios, becas suculentas, viajes portentosos, recompensas simuladas?
Decía Gertrude Stein que había visto cómo los escritores se acababan por creerse a sí mismos lo que los demás pregonaban: “Se trata de no creer que uno es una determinada cosa”. No hay que ponerle, pues, etiquetas a la gente que escribe. ¿Por qué insistir en que éste o aquél es el Crítico Mayor o aquél otro el intelectual Impoluto?
Las mayúsculas, después de todo, se nos pueden venir encima en el momento menos pensado.
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A un mes estamos de terminar otro sexenio con otras figuras en la cima intelectual, con otros periodistas abonados, con otras disculpas politiqueras, con otras consignas, con nuevos nombres, con nuevos ensalzamientos, con otros enriquecidos, con otros protagonistas.
Pero en la práctica continúa la misma corrupción, las mismas actitudes simuladoras, los convenios de interés, las mayúsculas ensoberbecidas, la misma gata volteada al revés.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VICTOR ROURA PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito
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