HISTORIA: CARLOS P. JORDÁ /LALUPA.MX
FOTOS: GUILLERMO GONZÁLEZ /LALUPA.MX
Lele, la muñeca producida en todo Amealco de Bonfil, es originaria de la comunidad de Santiago Mexquititlán. Su nombre significa bebé en otomí y Juana Silverio habla de ella para LaLupa.mx —de cómo la conoció, hizo de ella su sustento y hasta la llevó a visitar al Papa— mientras trabaja en el pedido de 500 muñequitas que le hizo la Casa Queretana de las Artesanías.
Su verdadero origen es un misterio. Juana cuenta que de niña, su entretenimiento era hacer muñecas y jugar con ellas, sin embargo no se enteró del modelo de Lele hasta cumplidos los 10 años, cuando alguien puso sobre la mesa de su madre los moldes del juguete que tiempo después llegaría a ser conocido en gran parte del mundo y un negocio familiar. “Una vez, mi suegra me dijo que en la Ciudad de México había una fábrica se llevaba a los indígenas que vendían dulces en los semáforos para hacer la muñeca. Yo creo que de ahí salió”, sospecha Silverio.
Con algo de vergüenza revela que se casó a los 15, parió a su primogénita a los 16 y a los 20 completó su primera Lele; no porque no estuviera familiarizada con ella, sino que cuando ayudaba a su madre le era imposible elaborar la muñeca de principio a fin. Y no fue una; fueron muchas las piezas que la necesidad de sobrevivir la llevó a fabricar. Tras casi 30 años de dedicarse a las artesanías, actualmente Juana tiene un puesto que atiende los fines de semana en Tequisquiapan y un taller en Santiago Mexquititlán en el cual trabajan sus hijos y su nieta.
Por cómo se expresa, da a entender que la separación con su marido no es algo reciente, nadie pregunta más al respecto, pero se intuye que esa es la razón por la cual no tuvo la oportunidad de “darle estudios” a Alberta, la mayor de los siete vástagos. “Gracias a Dios hemos podido salir adelante, ahorita ya se está preparando”, dice la matriarca.
LA GIRA SIGNIFICÓ CRECIMIENTO PARA LOS ARTESANOS
Alberta, de 30 años, no viste un traje típico como el de su madre ni recuerda con nostalgia el juguete que usaba de niña; para ella, Lele siempre fue el negocio familiar y parece ser que eso seguirá siendo. Hoy en día cursa la preparatoria abierta con el afán de poder estudiar Comercio Internacional en un futuro no muy lejano. “Mi sueño es exportar algún día, pero necesitamos la orientación para hacerlo”, explica la mujer que inauguró la segunda generación (de tres) de la descendencia de Juana Silverio.
Yo de lo que estoy tratando de convencer a mis hijos es que se preparen, que estudien, porque yo lo que busco es hacer crecer este negocio y para ser una empresa se requiere saber administrar y de contabilidad. Les digo: `si no quieren, no hagan la muñeca, pero me pueden ayudar en otras cosas}} ´”, expresa la madre y abuela Silverio.
Luis David, quien llega al taller con el uniforme de la preparatoria local, parece hacer caso de las peticiones de su madre. Así responde cuando se le pregunta si se siente responsable de continuar con la empresa que erigió su progenitora: “ayudar a hacer muñecos, no. Hacer que el negocio crezca, sí.” Él quiere ser abogado y ve con muy buenos ojos la gira mundial de Lele que la actual administración del estado organizó para dar a conocer el pueblo otomí. “Es un gran crecimiento para la artesanía mexicana”, dice.
Juana piensa igual: “vi que andaba por todo el mundo, pero (Lele) no me llevó”, se lamenta bromeando. “Lo que sí les puedo presumir es que me fui al Vaticano”. Silverio cuenta que nunca ha querido que nadie le regale nada, sin embargo admite que su única necesidad siempre ha sido un espacio de exposición, por ello jamás dejó pasar la oportunidad de viajar a diferentes estados de la República para mostrar su trabajo. El alebrije oaxaqueño que adorna una de sus repisas y Gerardo Varela, quien lleva años trabajando para la Casa Queretana de las Artesanías, respaldan su historia. “Ella siempre se apuntaba a todos los viajes”, dice Varela.
LELE EN LUGAR DE ESFERAS
“Cuando me preguntaron si tenía pasaporte me ilusioné mucho. Les dije que no, pero que no era ningún problema, que yo lo sacaba. Pensé: ahora si me voy a ir lejos”. A Juana no le alcanzan las palabras para describir la felicidad que le provocó su visita al viejo continente, y le basta un gesto con la cabeza y una sonrisa cómplice para responder si conoció al Papa Francisco. Para ella fue un orgullo ver a Lele reemplazando las esferas del árbol navideño del Vaticano e ir y regresar de Italia con su traje tradicional. “Fue algo inolvidable. Al Papa le gustó mucho la navidad que le llevó Querétaro”.
Probablemente, la razón por la cual Lele, la muñeca queretana más vendida, tiene la tez rosada (también existe la morena), tiene algo que ver con una estrategia para llamar la atención del mercado extranjero; las personas suelen reaccionar mejor ante algo con lo cual se identifican. O algo que reconocen, como Lele Frida. Así es, adaptando una uniceja al modelo convencional, la muñeca ha vuelto a tener un giro en el comercio local e internacional. También se desconoce el nombre de quien haya planteado la idea de plasmar en una artesanía otomí los rasgos de la pintora cuya imagen es una de las más replicadas en todo el mundo. Lo que no se duda es que, haya sido quien haya sido, es un dotado de la mercadotecnia. Incluso Dalia espera con ansías el día que pueda jugar con una representación, de algodón y tela, de la mexicana más famosa en el planeta.
Dalia Itzel, hija de Alberta y nieta de Juana (aunque suene a protocolo medieval), también trabaja y se divierte en el taller. Por instantes juega con las muñecas a las cuales ella misma ha pegado ojos y bocas, en espera de que su madre tenga tiempo, entre la escuela y el trabajo, de confeccionar la suya. La pequeña de 11 años no se acomoda con las faldas típicas ni las modernas, sueña con ser futbolista y fabricar su propia Lele Frida, su favorita, aunque en realidad le gustaría formar toda una colección.
Juana asegura que no vio en Liverpool a un digno adversario cuando la tienda departamental comenzó a vender Leles made in China, lo que se convirtió en un gran escándalo. “No le llega”, dice sobre la calidad, en general, de las otras muñecas en el mercado. Silverio cree que son su gusto por lo que hace y su esmero las grandes diferencias entre su producto y el de la competencia. Es el amor en su labor aquello que la ha llevado a conocer tanta gente y tantos lados. “Todo pueblo indígena tiene sus riquezas y sus artesanías, lo que distingue la de uno es el empeño y el cariño y el amor; los toques que uno le pone. Yo no dejo mi trabajo por nada, es lo máximo”.