Autoría de 7:00 pm Cartas desde la Cuarentena

Breviario del año de la pandemia – Juan Carlos Canales

A SERGIO MASTETTA Y A VÍCTOR REYNOSO, POR
LOS AÑOS DE AMISTAD QUE NOS UNEN

El cronista que numera los acontecimientos sin distinguir entre los pequeños y
los grandes tiene en cuenta la verdad de que nada de lo que se ha verificado
está perdido para la historia. Por cierto, sólo a la humanidad redimida le
concierne enteramente su pasado. Esto quiere decir que sólo para la humanidad
redimida es citable el pasado en cada uno de sus momentos. Cada uno de sus
instantes vividos se convierte en una citation á l’ ordre du jour: este día es
precisamente el día del Juicio Final
W. Benjamin

Observo mis estados de ánimo como si no
me pertenecieran, no como fenómenos
de mí, sino como fenómenos que ocurren
en mí. Eso me permite conjurar el
melodrama de toda confesión

A diferencia de muchos, el confinamiento ha significado para mí un remanso, un oasis; incluso, una aventura en el sentido que Simmel daba al término como la interrupción de una continuidad. Aunque sigo dando clases en línea de acuerdo a mis horarios habituales, he podido escapar a las presiones de productividad, eficiencia, ex – posición, que marcan hoy la vida académica y, me parece, están muy lejos de elevar realmente la calidad educativa, y en cambio, pasan por nuevas formas de autocontrol a través del mito del rendimiento. Sin embargo, lo que hay que pensar, es que ni la educación ni la cultura pueden estar sometidas a la lógica de cualquier otra mercancía.

Me pregunto, si la dificultad de la gente para estar consigo, para habitar el espacio de la intimidad, esa invención de Rousseau, se debe nada más a la falta de costumbre o, por el contrario, vivimos un mundo lleno de ruido porque nos es imposible estar con nosotros mismos, o en una relación de tú a tú con los otros. Posiblemente, ese mundo dominado por el ruido, ese mundo donde todos sus dispositivos están encaminados a la generación de ruido, sea a la vez la causa y el efecto de nuestras consecuentes crisis políticas y de una innegable transformación de la subjetividad.

«El confinamiento ha significado para mí un remanso, un oasis; incluso, una aventura en el sentido que Simmel daba al término como la interrupción de una continuidad».

Como los personajes de Boccaccio, en medio del caos y la epidemia, encuentro pequeños espacios para la alegría: la primera, relantizar la vida, leer más despacio, ver algunas de las películas que no pude ver a lo largo del año. Sobre todo, cocinar –no importa qué tan sencillo lo haga– o detenerme en una ventana a contemplar, sin prisa, un atardecer. Visito museos virtuales, oigo música durante la comida y la cena. Sí, me declaro un heredero de los estoicos y particularmente de Montaigne, con todos los tópicos renacentistas sobre el retiro y la soledad.

También he descubierto nuevas formas de solidaridad entre amigos: llamadas permanentes preguntando por mi estado de salud, ofrecimientos para realizar compras en mi lugar o acompañarme a realizar algún trámite de esos que el capitalismo no perdona pese a la dimensión de la tragedia que vivimos y de la cual no alcanzamos a ver su tamaño real. Desde luego, el vínculo más fuerte lo mantengo con mi hijo; pese a la distancia, hemos encontrado otra forma de proximidad. Nos cuidamos mutuamente, al grado de ya no saber si hemos intercambiado los papeles. Por momentos pareciera que él ocupa el lugar del padre y yo el del hijo. Por extraño que parezca, por más que sea un oxímoron, habitamos un confinamiento compartido, un confinamiento social.

«Soy consciente de escribir desde un lugar privilegiado; desde un espacio que parece cerrarse día con día a más mexicanos».

Soy consciente de escribir desde un lugar privilegiado; desde un espacio que parece cerrarse día con día a más mexicanos. Por extraordinario que parezca subrayarlo, como tres veces al día, tengo agua caliente las 24 horas, sigo recibiendo un sueldo quincena tras quincena, vivo en una casa soleada donde cultivo un pequeño jardín, bebo vino todas las noches; pese a sus deficiencias, tengo acceso a la salud pública y a la salud privada a través de un seguro de gastos médicos y, sobre todo, cuento con las envolturas psíquicas necesarias para enfrentar nuestra crisis con aplomo. Y no es poco: en un país con más 52 millones de pobres,en un país donde treinta millones de personas dependen de la economía informal, en un país donde la base social vive con dos mil quinientos pesos y cada uno de sus miembros roza un ingreso mensual de 675 pesos; en un país con 12 millones de diabéticos, en un país en el que 34 millones de personas viven en condiciones de hacinamiento,en un país en el que se han perdido en un mes más de trescientos mil empleos acreditados por el IMSS, en un país donde son asesinadas en promedio 10 mujeres al día, en un país en el que, desde 2015 hasta 2019, se cometieron más de 15 mil 800 asesinatos de mujeres, en un país con más tres mil fosas clandestinas, uno tiene que estar consciente del lugar desde el que se escribe, desde el lugar que se mira una realidad cada vez más lacerante para la mayoría.

No creo que el mundo cambie después de esto, pero estoy seguro que algunos seres humanos sí lo haremos; encontraremos otras formas de acompañamiento para hacer de nuestro paso por la tierra algo menos doloroso. Algo de nuestra relación con la naturaleza también tendrá que cambiar.Como género, no cambiaremos; como género, no nos ha cambiado ninguna guerra, ninguna epidemia, ninguna catástrofe y esta tampoco tiene porqué hacernos mejores. Lo sé por la experiencia histórica que acumulo como un testamento. Ya lo dijo Ortega y Gasset, nuestra mayor amenaza ha sido la confianza.

Paseo por los anaqueles de mi biblioteca. Pequeño Ulises que camina por las páginas de un mundo devastado; Ulises que a su retorno solo encontrará las ruinas de una Ítaca casi irreconocible. Voy de Lucrecio, a Defoe, a Manzoni, a Camus; me desplazo de la literatura a la filosofía, a la historia, para encontrar las respuestas que por mí mismo no puedo encontrar. Me concentro en temas de biopolítica- de Foucault a Mbembe; me detengo, particularmente, en Esposito y el problema de la inmunidad. Reviso mis apuntes sobre El miedo en Occidente, de Delumeau, y sobre las obras de Sontag dedicadas a la enfermedad y sus metáforas.

«Paseo por los anaqueles de mi biblioteca. Pequeño Ulises que camina por las páginas de un mundo devastado».

La pandemia, como otras epidemias, nos permite observar no sólo las relaciones de gubernamentalidad de tal o cual sociedad sino, también, su universo imaginario, sus obsesiones, sus miedos, al grado de hacerse casi imposible la distinción entre biología y política; entre ciencia y cultura.

Una palabra –y su impacto en la materialidad del mundo– se repite cada vez con más frecuencia tanto en el ambiente científico, como gubernamental y en el social: la palabra selección y sus derivas gramaticales: la pandemia “selecciona” a los más vulnerables, viejos, enfermos de padecimientos respiratorios, también a todos aquellos que no tienen acceso a ningún bien de salud. Tarde o temprano, ante la insuficiencia de los servicios hospitalarios, médicos y personal de salud tendrán que “seleccionar” a los contagiados cuya posibilidad de cura sea mayor. Ninguna palabra puede separarse de sus connotaciones históricas: el nazismo y, particularmente, la jerga de los campos de concentración, al tiempo de revelar que nuestras decisiones éticas siguen permeadas por la lógica de la eficiencia y la eficacia, de la inversión y el rendimiento, de la utilidad y la ganancia; la misma lógica que señaló Weber como clave de la modernidad.

Como un presagio, como un augurio, me topo con la obra de Pavese:

Verrà la morte e avrà i tuoiocchi –
questamorte che ci accompagna
dalmattinoallasera, insonne,
sorda, come un vecchiorimorso
o un vizioassurdo. I tuoiocchi
saranno una vana parola
un gridotaciuto, un silenzio.
Così li vediognimattina
quando su te sola ti pieghi
nellospecchio. O cara speranza,
quelgiornosapremo anche noi
che sei la vita e seiilnulla.

Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoiocchi.
Sarà come smettere un vizio,
come vederenellospecchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbrochiuso.
Scenderemonelgorgomuti.

«Como un presagio, como un augurio, me topo con la obra de Pavese».

Sí, también hablo de la muerte, de esa muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, de esa muerte que nos constituye como un horizonte, pero permanece camuflada, encubierta, como potencia,y solo en algunos momentos, como ahora, se despliega, nos revela su presencia inminente. Una presencia difusa, dilatada que al mismo tiempo que nos interroga, nos vacía de sentido. El símil con la física no puede ser más sugerente: la pandemia es un agujero negro, sin bordes, o mejor, sus únicos bordes son la implosión misma. La ciencia, la técnica, la economía han logrado afrontar, constreñir el fenómeno y sus consecuencias, pero a lo que me refiero aquí es al desfondamiento del ser, a la Stimmung

Reparo en un tema que nunca he trabajado y cobrará un lugar central para nuestra discusión actual y para futuras discusiones sobre la eutanasia, los cuidados paliativos, el derecho a una muerte digna: la bioética.

Vuelvo al arte: Bergman y El séptimo sello, a unas cuantas imágenes del Nosferatu, de Herzog, a Children of men, de Cuarón. También a Hitchcock, Los pájaros. Y, al contrario de la idea de von Trier en Melancolía, donde la potencia de la catástrofe es la condición para abrirse al mundo y a los otros, la pandemia nos atomiza, nos convierte en un puro pliegue; divide al mundo en miles de fragmentos irreconciliables.

«Vuelvo al arte: Bergman y El séptimo sello, a unas cuantas imágenes del Nosferatu, de Herzog, a Children of men, de Cuarón. También a Hitchcock, Los pájaros».

Regreso al punto de partida, si es que hay punto de partida, si es que hay inicio, si es que alguna vez hubo principio, o acaso, apenas se trate, nada más y nada menos, de una coartada, propia del mito, para justificar un supuesto fin humano, para contrarrestar el temor que nos provoca nuestra indigencia ontológica, nuestra fragilidad, nuestro errante paso por el mundo; nuestra intemperie, y ahora, otra vez, el SARS-Cov-2 vuelve a desnudar.

Pero si no hay centro ni periferia, si vagamos por el universo sin destino, como apuntó Bruno, ¿no será acaso la pretensión de construirnos como un ente por encima de todos los entes, la misma voluntad de dominio, las que vuelvan a golpear en nuestra puerta como un aviso más de incendio?

«Reparo en un tema que nunca he trabajado y cobrará un lugar central para nuestra discusión actual y para futuras discusiones sobre la eutanasia, los cuidados paliativos, el derecho a una muerte digna: la bioética».

Me detengo. Vuelvo a escribir. Desde hace mucho, mi escritura gira en torno a la única pretensión de alcanzar un ritmo, una respiración, un fraseo; el resto se vuelve subsidiario de esa cadencia; incluso, las ideas vienen, se articulan, se despliegan a partir de esa impronta. Dicen que Maiakovski escribía golpeando la mesa con un lápiz al modo de un metrónomo. Yo también lo hago y extiendo ese modo de pausar a la totalidad del mundo. El mundo mismo es una constelación de ritmos. Los cuerpos, la naturaleza, las palabras, se atraen o se repelen por el ritmo (Fourier).

Escribo. Con los jirones de algunas palabras, con sus astillas, me esfuerzo en dar cuenta de aquello que de otro modo me devoraría: lo siniestro. Unheimlich, eso que creíamos lo más lejano y por el contrario es lo más próximo a nosotros. El virus nos vuelve a mostrar el reverso de nuestras construcciones; el lado oculto de un proyecto civilizador; el lado oculto de nuestra relación con la naturaleza. Lo que nos asusta, lo que más nos atemoriza de la pandemia es la insuficiencia de nuestros instrumentos, aun de nuestras metáforas, para integrar el fenómeno del Covid a una cadena significante: la eficacia simbólica a la que se refirió Levi Strauss. Y por más que se trate de un lugar común, lo real vuelve a perforar el simbólico.

«Lo que más nos atemoriza de la pandemia es la insuficiencia de nuestros instrumentos, aun de nuestras metáforas, para integrar el fenómeno del Covid a una cadena significante: la eficacia simbólica a la que se refirió Levi Strauss. Y por más que se trate de un lugar común, lo real vuelve a perforar el simbólico».

Soy pesimista. Contemplo un paisaje desolador que se avecina. Dudo mucho que, como sistema mundo, como proyecto civilizador, algo quede tocado. Si el capitalismo mundial se recompone será en función de su propia sobrevivencia –como apuntó Schumpeter– no de la nuestra. Somos sus engranajes, pequeñas piezas sustituibles, intercambiables; en último caso, sus invitados de piedra. Subrayémoslo, lo que la pandemia vuele a mostrarnos es nuestro carácter de desechables.Caminamos hacia un abismo, como lo anunció Nietzsche hace más de un siglo, y descreo en la posibilidad de detener esa marcha suicida. Vislumbro una creciente brecha, todavía más notoria de lo que hasta ahora ha sido, entre el desarrollo científico y tecnológico, entre la acumulación de riqueza de la sociedad occidental, y su traducción al desarrollo humano. Como Saturno, la modernidad capitalista no ha dejado de devorar a sus propios hijos.

«Como Saturno, la modernidad capitalista no ha dejado de devorar a sus propios hijos».

Apunto, a modo de resumen, los temores que me asedian, los temores que me han convertido, también, en un sonámbulo:

  1. El vertiginoso aumento del desempleo a nivel mundial y con ello una creciente masa de hombres empobrecidos, al tiempo que una notable disminución del valor del trabajo y la aparición de nuevas formas de “flexibilización” laboral arrojando a millones de hombres a una vida cada vez más precaria. En cuanto a México, se calcula que la pobreza crecerá más de 14% alcanzando a 60 millones. En el mundo, se sumarán 125 millones de hombres más a los 800 que ya padecen hambruna.
  2. La deriva por una nueva forma de guerra cuyo objetivo ya no solo será el control de hombres, territorios, o agua, sino de la atmósfera misma, como lo apuntó Sloterdijk. No es poco significativo que el virus ataque el sistema respiratorio y la crisis pulmonar sea el síntoma de ese ataque.
  3. Un crecimiento exponencial de marginación y marginalidad con la consecuente fracturación social y aumento, cuantitativo y cualitativo, de la violencia.
  4. El fortalecimiento o aparición de nuevos liderazgos populistas acompañados de oleadas nacionalistas de corte xenófobo, estigmatizador y segregativo.
  5. La consolidación de un paradigma inmunológico que rija las formas de gobernanza y control de sociedades enteras.
  6. El enraizamiento de prácticas religiosas subalternas de carácter redentorista que minen los procesos democráticos en nuestro continente, así como el eminente proceso de laicización de nuestras sociedades.
  7. La visualización del otro como un inminente agente de contagio, lo que redundará en nuestras ya frágiles redes societales. Y más, asistiremos a una transformación de los semblantes: los cubrebocas, las caretas, como una extensión de las máscaras antigases, y todos los mecanismos que giran en torno a la sana distancia, se convertirán en una más de nuestras prótesis corporales para perfilar una nueva relación con el otro. Aunque se trata de un ámbito distinto, no es tan lejano como pareciera. Me refiero a las transformaciones que sufrió el cuerpo desde el uso de bombas incendiarias, arrojadas, por ejemplo, en Dresde al término de la segunda guerra, hasta el rociamiento de Napalm en comunidades enteras de Vietnam, o el efecto de las radiaciones en la población civil de Hiroshima y Nagasaki, de igual modo, el uso de gas mostaza contra los kurdos y el creciente uso de materiales bélicos que tienen como objetivo la atmósfera y las marcas indelebles, en algunos casos, de los cuerpos. La pandemia tiene como epicentro la atmósfera y la relación de los cuerpos en ella.
  8. Pero, sobre todo, y el más peligroso, la elección de nuestras propias sociedades a renunciar a la libertad y a la democracia a cambio de una mayor seguridad.
«Las caretas, como una extensión de las máscaras antigases, y todos los mecanismos que giran en torno a la sana distancia, se convertirán en una más de nuestras prótesis corporales para perfilar una nueva relación con el otro. Aunque se trata de un ámbito distinto, me refiero a las transformaciones que sufrió el cuerpo desde el uso de bombas incendiarias, arrojadas, por ejemplo, en Dresde al término de la segunda guerra».

Me interrogo sobre la posición moral que deba asumir frente a la pandemia. Me pregunto qué posición moral abrazar de cara a un país concreto, aunque también sé que si hay una respuesta tiene que ser global; una respuesta que concierne a los humanos en su diferencia, en su pluralidad. Otra vez Camus, La peste: no importa haber fracasado en la lucha contra la epidemia; si tuviera que hacerlo todo de nuevo lo haría otra vez. Y de ahí a La caída: nos salvamos a través del otro, con el otro, desde el otro.

Hablo de un otro concreto, de un cuerpo concreto, de una mirada concreta que nos reclama, desde su orfandad, un lugar. Me aparto de toda abstracción, de toda interpretación teleológica de la historia.

Y una pregunta más, por intempestiva que parezca, por forzada que parezca, cuál es el papel de los intelectuales en un país como México, desgarrado por la pobreza, por la violencia, por la corrupción, por otra forma de miseria.

Son las 4 de la tarde del domingo 19 de abril. El sol cae a plomo. Me asomo a una de las ventanas de la casa; contemplo las jacarandas ondear sus banderas de luto. Más que de una ciudad adormilada por el sopor de la siesta, por el peso del aire caliente que se puede cortar a tajos, parece que soy el único testigo de una ciudad habitada por fantasmas. Sólo el piar de los pájaros, sólo la respiración y el latido de la ciudad que parecen mantenerse más allá de nosotros –al margen de nosotros– me otorgan un poco de tierra firme donde asentar los pasos. Los murmullos, unos murmullos que provienen más de Rulfo que de Juan de Yepes. Escucho ladrar los perros. Tal vez, sin saberlo, sin notar la metamorfosis que yo mismo he sufrido a lo largo del texto, poco poco me he convertido en un sobreviviente.

En Puebla, a 19 de abril de 2020

JUAN CARLOS CANALES ES PROFESOR- INVESTIGADOR DE TIEMPO COMPLETO DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA.
FACEBOOK: JUAN CARLOS CANALES
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Last modified: 22 septiembre, 2021
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