Andrés Garrido del Toral

Continúo mi charla con ese hombre misterioso —Yeshua— que se me apareció en lo alto del cerro y volcán de El Zamorano, en que nuestra charla giró principalmente sobre el Maestro de Maestros, Jesús de Nazareth. Contundente me explicó: “Sentimiento de venganza, crisis de celos, homicidios, violencia contra las mujeres, atrocidades contra la infancia y bullying en las escuelas: todo esto es fruto de egos inflados de sí mismos. Quien discrimina tiene un ego enfermo; debemos formar parte de una sola tribu: la humanidad”. Me enfatizó que el reino de los emprendedores no pertenecía a los ególatras, a los que se adoran a sí mismos, sino a los que empobrecen su egoísmo, a los que se vacían de sus falsas verdades y autosuficiencias. Sin eso, son miopes, destruyen su propio potencial, no se atreven a salir de su comodidad.

Me contó Yeshua que quien practique este primer código de desapego dejará de ser un humano insípido, frágil, que pasa desapercibido por la vida, y se volverá la sal de la Tierra, tanto para matar los gérmenes de la estupidez o de sus pensamientos absurdos como para dar sabor a su vida, para encantar e influir en la sociedad. “Muchos son insípidos y no dejan un legado social, ni siquiera en el corazón de los que aman; los mismos intelectuales pasan desapercibidos a grado tal que no inspiran ni a sus alumnos ni a sus hijos”, me dijo tajante.

Casi con lágrimas en los ojos Yeshua me confesó que le entristecía ver que centenares de millones de jóvenes de hoy son conformistas, desprovistos de sabor, viven sólo por vivir en automático, no tienen un propósito en la vida, no luchan por sus sueños, no se reinventan, no optan por ser mejores profesionistas, científicos, artistas, empresarios y políticos. “Están intoxicados por el consumismo e individualismo al igual que millones de adultos. Basta de impulsividad, de bajo umbral para el dolor y frustración, de querer tener siempre la razón, de necesidad ansiosa de poder, el deseo neurótico de tratar de cambiar a los demás”.

Mirando Yeshua a la cabecera municipal de Colón —como si supiera que allí gobernó un sátrapa borrachín— agregó que “estamos en la era de la obesidad emocional y del estándar tiránico de la belleza, cuyos síntomas son castigar y castigarse con frecuencia, reclamar mucho, quejarse todo el tiempo, sufrir por el futuro, revolcarse en el fango de las preocupaciones y encerrarse en la cárcel mental de la belleza de estereotipo, la de los modistas, ignorando que sólo el treinta por ciento de las mujeres se ven bellas a sí mismas. Más de mil millones de mujeres sufren por los defectos que ellas mismas encuentran en su cuerpo, llevándolas al suicidio por no estar como las modelos de los comerciales”.

Apesumbrado por los datos duros que me daba Yeshua le pregunté si había una solución rápida antes de que la humanidad desaparezca por completo, a lo que me respondió: “Los cambios de la psique no son tan milagrosos ni tan rápidos, dependen del entrenamiento del Yo, de la formación de asideros mentales sanos. De amar a su prójimo como a sí mismo, pero antes de enamorar a una persona debe enamorarse de la vida; antes de amar a alguien enamórate de ti”.

Lo interrogué además sobre las cárceles digitales contemporáneas y me recomendó quitarles el teléfono inteligente a un adolescente por una semana y tendrá todos los síntomas del síndrome de abstinencia, como humor depresivo, ansiedad, insomnio: nunca la soledad fue tan dramática como en la era digital.

¿Cómo vaciar el ego? Me explicó que vaciando la basura mental, haciendo el DCD (dudar, criticar y decidir), realizándolo en el silencio mental. La duda, la crítica sana y la decisión son fundamentales para el desarrollo humano y la ciencia. “Muchos miembros de los partidos políticos acostumbran ser tan poco inteligentes porque son víctimas del ancla de la memoria, son mentes adiestradas. Nunca vacían su ego, hacen una defensa ciega de su partido y de su ideología y quien no es capaz de criticar a su propio partido y a sus líderes no tiene una mente libre, vive bajo una dictadura intelectual aunque defienda su idea de la democracia”.

Me aconsejó que si la sociedad nos abandona ese abandono es soportable, pero si nosotros mismos nos abandonamos la soledad es intolerable. “Construimos en nuestro cerebro más cárceles de seguridad máxima que en las ciudades más violentas del mundo. Juzgar menos y abrazar más, es lo que te pido Peregrino Andrés”.
Jesús nunca necesitó un equipo de marketing para ser conocido y célebre. Sus gestos y sus palabras eran inconfundibles; para él la fama era inútil porque ser feliz era hacer feliz a los otros felices. “Que los demás te importen, es el secreto del código de la felicidad. A diferencia de los líderes que hablan a las masas uniformes pero no saben lo que pasa a los individuos y a los profesores que dan clases y dizque orientan a sus alumnos pero no saben si están sufriendo o no, Jesús penetraba en la mente de cada uno de los que lo escuchaban. A él le importaba el dolor de los excluidos, de los heridos por la vida, de los debilitados por el miedo al futuro. Nunca alguien tan grande dio tanta importancia a los pequeños”, me dijo asertivo mi contertulio.

Completé la idea afirmando que Jesús fue el mayor y mejor revolucionario de toda la Historia al denunciar el sistema social, la corrupción de la sociedad y del gobierno imperante, la necesidad enfermiza del poder por el poder, al mismo tiempo que defendía la tolerancia, la generosidad y el amor incondicional. En cualquier sociedad y en cualquier época, incluso en la era digital, causaría un terremoto de gran escala social.

Yeshua agregó que nunca conoció a una persona tan alegre como Jesús, “nunca oí a alguien decir que tiene una fuente de alegría en su corazón. Diario jugaba con niños, dialogaba con ancianos, cantaba, observaba la naturaleza y consolaba a los enfermos. Los grandes creadores y pensadores del mundo, con raras excepciones, tuvieron tendencia al humor depresivo. Newton era cerrado; Schopenhauer era pesimista; Einstein era depresivo; Freud odiaba su trabajo, lo hacía por necesidad; Beethoven era colérico enfermizo; Mozart era inestable y quizá bipolar; Napoleón fue narcisista y ultra ególatra”.

Continuó Yeshua hablando de la pasión de Cristo, cruel y carnicera, pero también subrayó que “rara vez alguien tuvo tanto autocontrol bajo tanta presión, aunque sus discípulos todavía estaban aprisionados por el miedo. Criticaba el prejuicio, la exclusión social, el odio, la envidia, la hipocresía pero nunca alguien tan crítico fue tan optimista; jamás alguien tan lúcido fue tan alegre”. Era tan desprendido Jesús de las nimiedades mundanas que “llamaba a la sociedad a dar lo mejor de sí a los que poco tenían, aplaudía a las personas anónimas más que a las poderosas, denunciaba injusticias sociales, declaraba la hipocresía religiosa detrás de una ética aparente o farisaica y siempre vivió en peligro de muerte por proteger y exaltar a los don nadie, a los marginados. El Maestro de Maestros no podría vivir con tranquilidad en ninguna nación del mundo. En nuestros días, no pocos líderes, sobre todo religiosos y políticos, serían los primeros en desterrarlo del gran teatro del mundo”.

Ya casi al amanecer, cuando el Señor Sol y doña Aurora avisaban el nuevo día, Yeshua me dio las siguientes máximas para ser feliz: “Felices los empáticos porque transforman a una prostituta en una reina; felices los pacientes porque heredarán la emoción por vivir: felices los que tienen hambre y sed de justicia porque transformarán al mundo; felices los que tienen compasión porque serán abrazados; felices los transparentes porque verán lo invisible; felices los pacificadores porque serán llamados hijos del Autor de la existencia; los mayores predadores están dentro de nosotros”.

Empezó Yeshua a caminar rumbo a las antenas de El Zamorano al mismo tiempo que me indicó con voz sonora que ser feliz “no es una fatalidad del destino o un karma, sino una cuestión de entrenamiento, de aprender a perder lo trivial para ganar lo esencial. Es tener la sabiduría para preguntar ¿Dónde me equivoqué y no lo supe? Y decir: perdóname, dame otra oportunidad”.

Me quedé triste al verlo marchar y me dije que si las herramientas del hombre más feliz e inteligente de todos los tiempos se aplicaran a diario en la familia, en la escuela, en el trabajo, en el gobierno y en las religiones, en fin, en todo el espectro social, no habría guerras ni calentamiento global, ni inseguridad, ni crímenes ni migraciones y los psiquiatras se quedarían sin empleo.

Mi asombro no tuvo límites cuando Yeshua me dijo adiós con la mano derecha abierta y descubrí en su muñeca una enorme cicatriz como si un clavo enorme de hierro la hubiera traspasado, lo mismo que en cada una de las plantas de sus pies descalzos… Les vendo un puerco materialista, egocentrista, conformista y egoísta.

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Last modified: 9 septiembre, 2021
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