El lunes el gobierno etíope decretó un cese al fuego en la guerra que ha sostenido desde hace ocho meses contra el grupo rebelde Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (FLPT). Se trata de una decisión trascendental por una variedad de razones. ¿Cuál es el escenario en Etiopía? ¿Qué supone este alto al fuego y qué resultados son los esperados?
África es uno de los espacios más susceptibles de experimentar conflictos violentos. Entre los que más sufre se encuentran limpiezas étnicas, guerras civiles y ataques terroristas. La situación en conjunto que se dibuja en este continente es, a la vez, causa y resultado de la inestabilidad social, económica, cultural, etc., que sus países y miles de comunidades étnicas dentro de éstos conocen. Precisamente esa es una de las razones por las que África no ha avanzado a la misma velocidad que otras regiones en vías de desarrollo en el globo.
La situación en Etiopía es tensa. Al igual que muchos otros estados en el continente africano, este país ha experimentado una constante inestabilidad política. La más reciente la ha registrado hace unos tres años, cuando Abiy Ahmed tomó posesión como primer ministro. No pasó mucho tiempo para que varias comunidades interpretaran las acciones del nuevo líder etíope como centralizadoras del poder, de ahí que el FLPT empezara a tener más apoyo y establecerse como el movimiento de oposición al gobierno del país.
Dicho grupo de oposición se ha entrelazado en una guerra con el actual gobierno etíope particularmente en el norte del país, y esta situación ha producido varias realidades. A ojos de la administración en turno, la primera tiene que ver con la mera amenaza que el FLPT representa para el gobierno liderado por Abiy Ahmed, por lo que sus acciones están encaminadas a minimizar la sublevación y garantizar a toda costa la seguridad de régimen. Por ello, en primera instancia, la guerra se continúa.
La segunda tiene que ver con la enorme cantidad de desplazados que ha provocado este choque bélico. Una guerra es mala para la economía y las personas del país que la reciben por múltiples razones: se crean zonas de difícil acceso por los combates, lo que puede causar problemas para acceder a vías de comunicación indispensables y recursos naturales; también inhibe la creación de empleos y la reducción de los mismos; de igual manera, puede causar obstáculos para el acceso a alimentos; y, finalmente, construye una situación delicada sobre todo para los grupos vulnerables, como mujeres, niños y personas de la tercera edad.
Una tercera realidad que se diseña a partir de la guerra es la ausencia de protección a la sociedad etíope. Si no se presenta un escenario en el que se garantice la salvaguarda y desarrollo óptimo de las personas, la seguridad humana no se logra conseguir, lo que no sólo tiene implicaciones domésticas, que pueden materializarse en muertes, migrantes, desplazados, más grupos rebeldes, etc., sino internacionales.
En este contexto, la comunidad internacional, entre los que destacan Reino Unido, Estados Unidos de América e Irlanda, así como la misma Organización de las Naciones Unidas (ONU), han condenado la guerra y han solicitado una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Por esto mismo ha sido tan trascendental el cese al fuego decretado por el gobierno de Etiopía, es decir, no sólo permitirá a los civiles poder reagruparse y continuar con sus labores, entre ellas primordialmente la agricultura para subsistir, sino que representará un tiempo muy valioso para que la comunidad internacional se reúna e intervenga al menos de manera humanitaria a través de los cuerpos de la ONU, como el Programa Mundial de Alimentos, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Asimismo, si las partes tienen ese tacto, este tiempo les daría la oportunidad de encontrarse, dialogar y hasta negociar el fin del combate. No cabe duda de que eso sería el resultado que más beneficiaría a los civiles y, en general, a la sociedad etíope.
