Autoría de 3:30 pm Víctor Roura - Oficio bonito

Masividad solidaria mediática – Víctor Roura

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Tengo que confesar que cuando aparecieron en el escenario de la clausura olímpica —en agosto de 2012— las Spice Girls, sentí pena por los ingleses. Digo, después de las imágenes vertidas de David Bowie —a tres años y cinco meses de su muerte— y luego de que se interpretara la pieza “Wish you were here” de Pink Floyd, y que se escuchara el himno lennoneano “Imagine”, ver a esas divas —cuyo repertorio musical es absolutamente intrascendente— no fue, en verdad, nada grato.

Sin embargo, esas mujeres —su insulsa actuación, sus gritos desacompasados, su simulación musical— describieron a la perfección cómo, mediante un estricto globalizado control mediático, las masas pueden comportarse de acuerdo a las expectativas previamente planteadas. Y no es una broma: el mundo musical se organiza desde una oficina transnacional, transatlántica, transideológica, tal como ocurre, cómo no, en las redes sociales desde una alcoba, una sala, un estudio, donde los proyectadores de ocurrencias melódicas o líricas, las más de las veces, desideologizados, ansían la aceptación momentánea de su estrategia globalizadora con fines, sobre todo, remunerativos.

Por supuesto, un aficionado YouTuber jamás va a servir de aparador económico como lo puede ser un producto comprobado de un emporio omnímodo.

Y esta lógica se da, de antemano, por descontada.

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Porque no es sencillo, a primera vista, racionalizar el hipnótico efecto, si bien, al parecer, a las nuevas generaciones estas situaciones les viene valiendo un sorbete; ¡nada más fue cuestión de escuchar los alaridos del público cuando entraron estas Chicas Espaciales en taxi al templete estas señoras en aquel momento ya amas de casa, compradoras compulsivas de la moda, cada una viviendo a su manera la secuela (¡estaba a punto de cometer un gazapo al escribir “sexuela” que a lo mejor, neologismo idóneo, hubiera sido involuntariamente acertado!) de su abundante éxito comercial. El júbilo callaba toda posibilidad crítica.

Pues los Juegos Olímpicos, en lo concerniente a sus inauguraciones y terminaciones, ya no son lo que fueron antes, aunque en este necesario confinamiento los organizadores se vieron obligados a modificar sustancialmente las reglas sustantivas de su ordenamiento deportivo, no así de la espectacularidad mediática que la ocasión ameritaba, como bien se pudo apreciar en la transmisión respectiva, pensada básicamente para la relajación televisiva.

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Tal como acaba de suceder, por supuesto, en Japón durante la inauguración de los Juegos Olímpicos donde no hubo un solo conductor de la comunicación electrónica que no repitiera, incluso hasta el hartazgo, las palabras solidaridad, unión, paz y lucha contra la adversidad: juntos por un planeta mejor. Y la canción significativa de John Lennon, “Imagina”, para unir los corazones televisivos interpretada por diversas personalidades, más la aportación sinfónica de una orquesta nipona tocando exclusivas piezas contenidas en los videojuegos mientras los deportistas de 205 países desfilaban en la tradición olímpica inaugural.

¡Ah, la solidaridad de la humanidad entera!

Pero en cuanto apagaba su televisor, Fulanito, o Fulanita, Pérez se volvía a enfrentar con los servidores públicos de su alcaldía que, nuevamente, encontraban otro error en el papeleo que por duodécima ocasión les llevaba para solucionar, por fin, un problema que el funcionariato burocratizado puede solucionar, si así lo deseare, en unas cuantas horas, mas para la política tradicional, aun en los tiempos de una supuesta transformación ética, las costumbres se han convertido en leyes irrenunciables donde la honorabilidad tiene necesariamente un costo.

—¡Pero la justa olímpica nos acaba de hablar de solidaridad y de unión de fortalezas honestas! —dice impaciente Fulanito, o Fulanita, Pérez.

—¿Y? —responde, sereno, el funcionario público—, nosotros queremos ayudarle, pero usted no trae los papeles correctamente…

—Pero los traigo con las debidas modificaciones que ustedes me pudieron —dice Pérez.

—Usted no entiende las cosas, si no entrega los papeles adecuadamente, nada podemos hacer nosotros por sus requerimientos. Y el plazo ya se cierra en una hora.

Pero…

—¿No que juntos podemos solucionar todos los problemas habidos y por haber? —cuestiona, ya indignado, o indignada, Pérez.

—Usted mira demasiada televisión —precisa el servidor público—; además, la Olimpiada es una vez cada cuatro años, aquí trabajamos todos los días…

En Japón, la fiesta continúa en su esplendor solidario con todos los periodistas y conductores televisivos cubriendo en el País del Sol Naciente la justa deportiva con todos los gastos pagados por sus respectivas empresas informativas.

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Esta vez, en efecto, la masividad mediática en los Juegos Olímpicos de Japón se centró más en la tecnología que en los aspectos comerciales de la espectacularidad musical, si bien, como era previsible, las figuras mediáticas tenían que hacer notoria su reafirmación popular, como la aparición de Alejandro Sanz en la interpretación el tema «Imagine», del grande Lennon en un inescapable video.

Esta reiterada intervención de la palabra “solidaridad”, que no podía ser de otro modo por la sufriente pandemia que nos ha tocado sufrir, fue motivo ineludiblemente visual de la inauguración olímpica al observar a los participantes con su cubreboca respectivo y el señalamiento heroico del cuerpo médico en los cuidados de la salud planetaria incluso representándolos, a los médicos, en la preparación de la flama olímpica, después de lo cual el desplegado tecnología fue radiantemente vislumbrado, al igual que la exhibición de los 2,000 drones utilizados para crear la figura del globo terráqueo.

Hiromi Uehara (1979), compositora de jazz y pianista nacida en Hamamatsu, Japón, participó en la parte musical en vivo de la ceremonia demostrando, con ello, que lo opcional, no sustantivamente mercantil, también posee su lado fructífero: la cultura no siempre es lo que se anida en la televisión.

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Hoy cualquier emporio, sin ningún criterio de calidad, paga millonarias cápsulas “deportivas” de la peor ralea con tal de no aminorar su importancia publicitaria: “Usain Bolt es como Infinitum: igual de rápido”, “Gracias a Chrysler le mostramos la cultura de Tokio con este hombre que hace de la madera un caballo que es una obra de arte”, “Gracias a Bancomer pudimos ver el gol en cámara lenta de Henry Martín…”

Los comentaristas futboleros del país, sin excepción, están dispuestos a gritar el gooooooooool con una papa Sabrita en la boca y en la mano una lata de refresco patrocinadora.

Etcétera.

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No me sorprendería, por ejemplo, que el reencuentro de Timbiriche fuera el acto estelar si las Olimpiadas se efectuaran en México, digamos, en 2024 o incluso en 2028. O Belinda. O Alejandro Fernández. O Christian Nodal. Porque, ¿por dónde buscarle si las instituciones (ya musicales, ya cabareteras, ya deportivas, ya políticas, ya intelectuales, ya periodísticas) tienen que provenir de ese entramado mediático y deben ser aprobadas por los jerarcas de dichos emporios electrónicos?

Bueno, ya estuvieron las Spice Girls en las Olimpiadas de Londres cobrando cientos de miles de dólares, y en su momento no leí en ningún lado sino halagos, majestuosidades, aclamaciones (no se diga de los locutores, que de música saben lo que Susanita, la de Mafalda, de amor libre).

En su libro El collar del perro, Rubem Fonseca hace reflexionar al profesor Danilo en el cuento “La opción”: Hipócrates decía que la medicina, entre todas, “es la más noble de las artes; pero, debido a la ignorancia de quienes la practican, está a la zaga de todas las demás; esas personas, decía él, son como los personajes introducidos en el teatro que tienen la forma, la ropa y la apariencia personal de un actor, pero no son actores”.

¡Desde los tiempos de Hipócrates se sabía de estos simulacros! Y aún hay gente —ignorante, decía el padre de la medicina— que se niega a mirar la falsía artística de todos estos ídolos mediáticos, que venden discos como Sabritas las papas.

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¿Qué son, o fueron, estas mujeres —las Spice— para la industria discográfica? Lo que representaron, en su momento, los Osmond Brothers en los setenta o los Backstreet Boys en los noventa: el reforzamiento en la música de la tradición maniquea para robustecer la idea de la familia en la sociedad. Vamos, lo que Televisa ha plantado victoriosamente en el país: todos sus artistas son reforzadores del conservadurismo establecido en los cimientos de la política aparentemente democrática o, mejor —tal como decía Mario Vargas Llosa ante el encono de Octavio Paz—, de una política, la priista, que era la vestidura (¿el disfraz?) de una dictadura perfecta. De ahí que todo su personal, como lo quería el padre de Emilio Azcárraga Jean, se tuviera que uniformar con los colores del partido en el poder.

El público, entonces, es sólo una fachada para estas proyecciones discográficas. Un público que sólo sirve para respaldar los propósitos mercantiles de las grandes empresas de la música. La pereza intelectual, ya se sabe, crea la irracional entrega devota del fanático. Por eso ningún admirador se cree manipulado. ¿A quién de ellos, por Dios, le va a importar el trasfondo de la ingeniería musical cuando de lo que se trata es de despejar agradecidamente —agraciadamente— la cabeza de tumultuosas congregaciones para justamente recibir con júbilo lo que la mercadotecnia ha preparado de manera especial para esta masividad pasiva?

Hace una década ofrecí —en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García— un diplomado con el tema de la ética. Cuando hablaba de lo fácil que es ahora salir a cantar en calzones, porque así de antemano se atraía a un público inquieto y tuitero, una estudiante, tal vez sin quererlo, dejó escapar una ligera exclamación de fastidio. Porque para ella eso era muy natural. ¿Cuál es el problema si Danna Paola o la misma Belinda o Miley Cyrus o Rihanna o Taylor Swift o Ariana Grande salen a cantar con un minúsculo atuendo exhibiendo al aire sus piernas y nalgas?

No quería la estudiante escuchar ninguna reflexión sobre el tema. Y, no sé, tal vez estuvo, avanzada académica con maestría, como espectadora en la clausura de la Olimpiada de Londres, regocijada o muerta de gozo por mirar de cerca, sí, a las esculturales Spice Girls, y soltar el alarido, tal como todos los demás, cuando las vieron descender de esos escenográficos taxis. Para su recuerdo indeleble.

Y para mi drástico olvido.

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Last modified: 15 septiembre, 2021
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