Introducción
Europa, por años, ha sido objeto de estudio y análisis de la historia universal, además de seguir siendo predominantemente influyente en el devenir de la situación económica y política global. Sin embargo, Europa no siempre es analizada en su integridad geográfica, sino que se consideran a los Estados “centrales-occidentales” que, por cuestiones históricas, han sido la sede de grandes metrópolis coloniales que basaron gran parte de su desarrollo en la explotación de los recursos de regiones como África, Asia y América Latina. Países como Francia, Inglaterra o Alemania han tenido una gran injerencia en el hemisferio occidental, que terminan demeritando la influencia directa o indirecta del actuar de oriente, incluida la misma Europa.
Por otro lado, la Europa del Este u Oriental es un término más bien contemporáneo que surge como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial (SGM) y la Conferencia de Yalta, en la que se establecería un área de influencia sobre los Estados del este de Europa por parte de la Unión Soviética (US), que sería pieza clave para terminar con el régimen nazi que amenazaba la estabilidad global. Como dijo Winston Churchill, y serviría para cristalizar la nueva situación política y militar que se avecinaba entre Stalin y los dirigentes de los países aliados durante el período llamado Guerra Fría: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente (Europa) un telón de acero” (Cutanda 2013, p. 403).
La división a partir de la cortina parecía ser un hecho inmutable y bastante claro, los países del este pertenecían a regímenes de corte socialista, mientras que en occidente la predominancia del capitalismo e influencia de Estados Unidos de América (EUA) parecía la norma. No obstante, es importante cuestionar acerca del papel que ha tenido la Europa Oriental en el inicio y desenlace de los sucesos trascendentales de la historia de las últimas décadas; la creación de una identidad europea y el rol de estos Estados tras la disolución de la US en 1991 hasta la fecha en el acontecer mundial.
El inicio de la Guerra Fría
Al término de las conferencias de paz entre los países aliados después de la SGM, se dejaba en claro que las ideologías occidentales iban en contra de la tendencia socialista que imperaba en oriente, lo que dio como resultado el aumento y aceleración de las acciones que fueran necesarias para contener territorios estratégicamente importantes para ambos bandos. Sin declarar una guerra formal, tanto EUA como la US harían del resto del siglo XX y de gran parte del globo un tablero de ajedrez, donde la ideología predominante perseveraría hasta el final. Entre los principales mecanismos para contener el avance del enemigo nos encontramos con acuerdos, planes y organizaciones como el Plan Marshall y su homólogo el Plan Molotov, o bien, del lado militar la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) y su contraparte, el Pacto de Varsovia.
Planes económicos: Marshall y Molotov
El Plan Marshall fue un programa económico estadounidense introducido después de la SGM, cuyo objetivo era estabilizar financiera y económicamente a Europa y alejar al continente de la influencia soviética y de sus ideas comunistas. Lo anterior se realizó a través, principalmente, de donaciones para mejorar su producción, infraestructura e instaurar distintas medidas económicas para liberalizar su mercado, de forma que le permitiera a Washington mantener la hegemonía que recién había ganado y aumentar su influencia en la región (Florensa, 1986).
Por su parte, en respuesta, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) decidió crear el Plan Molotov, pues se le consideraba una amenaza geopolítica que obstaculizaría los planes de la revolución internacional proletaria. El Plan Molotov buscaba la reconstrucción de los Estados de Europa del Este que estaban alineados con los ideales socialistas. Se puso en marcha junto con la creación del Kominform, cuyo objetivo se centraba en la ayuda mutua y la cooperación entre partidos comunistas a lo largo de la Europa Oriental y demás países alineados (Djilas 1982).
Desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
La disolución de la US para muchos fue sorpresiva, pues sucedió con una velocidad impresionante; lo que un día fue un Estado vasto y poderoso había llegado a su fin. Aunque el desencadenamiento de los hechos fue acelerado, lo cierto es que el declive de la URSS comenzó antes de 1991, año en el que se anunció su disolución, es decir “a partir de 1987, ya se hablaba abiertamente del agotamiento del modelo económico y socio-político del socialismo” (Sánchez 1996, p. 286).
Mijaíl Gorbachov llegó al poder en los últimos años de la US. El mandatario recibió un Estado en declive, cuya situación interna estaba marcada por la inestabilidad, tanto económica, como política y social; esto debido a diversos factores, entre ellos se destacan: el enfrentamiento contra EUA en la Guerra Fría, lo que implicaba enormes gastos militares y la confrontación ideológica entre ambos bloques; el descuido por parte de las autoridades hacia las necesidades de la población, las fricciones entre actores políticos, los deseos independentistas de varias de las repúblicas, la presión internacional que enfrentaba debido al desprestigio por el desastre nuclear ocurrido en Chernóbil, pero sobre todo por su pérdida de liderazgo tanto interno como externo.
Gorbachov intentó, en palabras de Knight (2014 p. 312), “enderezar el barco soviético” por medio de las reformas políticas conocidas como Perestroika (reestructuración) y Glasnost (transparencia). Sin embargo, estas políticas aperturistas no tuvieron el efecto esperado, es decir, no lograron reestructurar la Unión, al contrario, precipitaron la pérdida de control político por parte del centro y se reavivaron los sentimientos nacionalistas, lo que abrió una oportunidad para que ocurriera un cambio de régimen en las repúblicas que conformaban la URSS. Fue así que “país por país, la Unión Soviética se estaba desintegrando y Gorbachev parecía estar permitiendo pasivamente que sucediera” (Knight 2014, p. 314). Dicha ausencia de control y liderazgo por parte de Rusia se materializó con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, con la disolución del Pacto de Varsovia el 1 de julio de 1991, con el reconocimiento de las independencias de algunos países bálticos, que fueron seguidas de otras más y, finalmente, la caída de la URSS se oficializó en diciembre de 1991, cuando la bandera roja del martillo y la hoz fue sustituida en el Kremlin por la bandera tricolor de la Federación de Rusia.
Comunidad de Estados Independientes
El Nuevo Tratado de la Unión puede considerarse como el último intento propuesto por Gorbachov de salvar lo que quedaba del Estado soviético, ya que con él trataba de renovar la federación, ofreciendo igualdad para todas las repúblicas, pero preservando la existencia de un centro de poder federal responsable de las fuerzas armadas, de la política exterior y de la coordinación de la política financiera y de las relaciones económicas internacionales (Hobsbawm 1998). Tras su fracaso se dio paso a la proclamación de independencia de cada país.
Posteriormente, tuvo lugar la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), impulsada por Rusia, a la que se adhirieron la mayoría de las exrepúblicas soviéticas, con la excepción de los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania). De tal forma que esta organización intergubernamental sumó un total de 11 Estados miembros –Armenia, Azerbaiyán, Kazajstán, Kirguistán, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Rusia, Bielorrusia y, por un periodo, Georgia (CIDOB 2002).
Esta nueva estructura institucional, que de cierto modo sustituiría a la extinta URSS gestionando el espacio exsoviético, tenía el objetivo inicial de dar estabilidad y propiciar la cooperación económica para recuperarse de los problemas del sistema productivo que cada nación enfrentaba, dado que la desintegración de la US no sólo había generado un vacío político, sino también crisis económicas.
Es así que estos Estados postsoviéticos atravesaron los primeros años de su andanza independiente inmersos en un contexto sumamente inestable, en el que las condiciones, tanto políticas, como económicas y sociales, fueron difíciles (y lo continúan siendo). En ese escenario, la CEI les permitía a los recién independizados Estados continuar con sus lazos, puesto que, debido a la planificación centralizada de años anteriores y a la herencia soviética, existía una notable interrelación entre ellos. Como argumentan Palma y Rojas (s.f., p. 132) “la imposibilidad real de romper todos los vínculos que unían a las repúblicas ex soviéticas entre sí, especialmente, con Rusia, determinó la creación de la Comunidad de Estados Independientes”.
No obstante, la CEI “no nació de la suma de aspiraciones comunes; más bien quería ser una asociación de los nuevos Estados con el fin de liquidar lo más civilizadamente posible su herencia soviética” (Sánchez 1996, p. 294). En ese sentido, la comunidad representaba una forma de controlar el proceso de cambio; dicho de manera más coloquial, con su constitución se buscaba “suavizar el golpe” de la desintegración de la URSS. Por esa misma razón, el proceso de reintegración en el seno de la CEI ha sido complejo, los pasos más sólidos que han dado hacia este propósito han sido la firma del Tratado de Seguridad Colectiva, cuyos objetivos de carácter militar se asemejan a los de la OTAN, –aunque, ”dada la baja probabilidad de agresión militar por parte de un tercer Estado, la actividad principal va dirigida a la lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo” (Claudín 2020)– y la Carta de la CEI, que establece el funcionamiento de la organización supraestatal y cuya adhesión pone de manifiesto el deseo de los Estados para la reintegración económica y política por medio de relaciones que respeten la soberanía nacional.
Cabe mencionar que existen más factores por los que no se ha logrado alcanzar la reintegración político-económica, entre ellos la falta de estructuras comunes, los nacionalismos, pero, sobre todo, la preponderancia rusa en diferentes áreas. El papel que ha desempeñado Rusia dentro de la CEI no ha sido precisamente por su compromiso de solidaridad con el resto de los Estados postsoviéticos, sino por el valor estratégico que la comunidad representa, puesto que, es evidente que Moscú percibe a la CEI como un medio para recomponer el antiguo espacio soviético, a través del control de su esfera de influencia tradicional (Claudín 2020, p. 130).
Impacto económico, político y social en los Estados postsoviéticos y Estados satélites
En el plano económico, la desintegración de la URSS provocó una crisis generalizada en los Estados exsoviéticos, estos, en palabras de Sánchez “tenían que hacer frente a un contexto muy desfavorable, sin ninguna experiencia en la gestión económica” (1996, p. 291), no existía una organización en las estructuras económicas y comerciales, por lo que el Producto Interno Bruto (PIB) de estas naciones descendió, principalmente en el sector industrial. No obstante, es importante señalar que los efectos de la crisis no fueron homogéneos, pues algunos países se vieron menos afectados que otros, tal es el caso de los que se especializaban en la producción agrícola, de materias primas o de energía.
Además, la transición del modelo económico socialista al capitalista no era una tarea sencilla, por lo que las nuevas repúblicas tuvieron que poner en marcha tres reformas (liberalización, saneamiento y privatización) con el objetivo de prosperar económicamente; al menos en el escenario nacional, porque en el regional no ha sido posible, ya que cada nación sigue ritmos diferentes y no están precisamente encaminadas a la creación de un mercado único como en la Unión Europea. Actualmente, la economía más destacada de este grupo de Estados exsoviéticos es Rusia.
En cuanto al ámbito político, con el fin del sistema socialista, los Estados parte de la extinta URSS viraron hacia los valores democráticos dictados por occidente, adoptando así el pluralismo político y el sufragio. Sin embargo, estas transformaciones políticas se hicieron sin contar con una base sólida que asegurase una correcta transición de un sistema a otro.
Por último, en lo referente a la esfera social, dado que la URSS fue un Estado multinacional, en el que no existía una fusión de todos los pueblos, a pesar del proceso de rusificación no se logró terminar con los resentimientos y rivalidades interétnicas (Sánchez 1996). Por lo que, una vez proclamadas las independencias, los problemas étnicos continuaron, debido a que los nuevos Estados poseen en el interior de sus fronteras minorías, las cuales buscan autonomía e independencia política en el territorio. En este punto se debe recordar que las fronteras fueron trazadas años anteriores a conveniencia de los intereses geopolíticos de las potencias, por lo que al establecer las líneas divisorias no se respetaron las realidades étnicas, la división “carecía de lógica que correspondiera las condiciones sociales e internas de la región, lo que dio como resultado que una gran cantidad de minorías étnicas vivan fuera de la nación respectiva” (Antal, 1999, p.11). Esta situación, aunada a las tensiones nacionalistas, ocasionó que los conflictos se multiplicaran al interior y entre los Estados. Otro aspecto interesante sobre los conflictos étnicos y los nacionalismos es la forma en la que Rusia se beneficia de ellos, puesto que aprovecha la presencia de minorías rusas en todos los nuevos Estados como argumento para legitimar sus intervenciones en el espacio de la antigua US (Claudín 2020); es decir, la existencia de rusos en otros territorios le permite mantener su influencia en dichas naciones.
En el caso de los Estados satélites, como Cuba y Corea del Norte, la disolución de la URSS significó la pérdida de su principal aliado comercial, lo que tuvo como consecuencia la caída tanto de sus exportaciones como de importaciones, lo que impactó en el PIB. Así mismo, en algunos Estados satélites se generó una tendencia occidentalizadora, ya que, con la ausencia de una alternativa al modelo capitalista, comenzaron a transitar hacia un modelo neoliberal y a adoptar los valores occidentales.
Conclusión
En 1985, cuando Gorbachov tomó el poder de la US, la economía entró en un proceso contradictorio a nivel político-económico; se debilitaba el poder central y había una clara pérdida de influencia del Partido Comunista. La intransigencia de Mijaíl por llevar a cabo pequeñas reformas para aminorar la situación por la que pasaba la población civil le ganó cada vez menos aliados, lo que significó una derrota para los cambios estructurales que buscaba Gorbachov, quien consideraba a la Unión un sistema intrínsecamente corrupto.
Las buenas intenciones de Gorbachov no tuvieron resonancia en Europa del Este, donde la desunión sólo sirvió para acentuar el caos económico y político por el que pasaba la región. La evolución de los nacionalismos y los conflictos étnicos fueron problemas que a primera vista parecían haber sido resueltos por el proceso de “rusificación”, aunque al final países como Moldavia, Ucrania o la zona báltica fueron el claro ejemplo de la poca identidad que sentían hacía la población rusa, quienes a pesar de hablar la lengua no anhelaban la fusión como la Unión esperaba. La disonancia étnica que se presentó en Europa Oriental aún sigue siendo parte de los conflictos actuales, donde la creación de repúblicas no fue suficiente para saciar las tendencias independentistas de poblaciones minoritarias en las fronteras entre los Estados, que más bien son imaginarias para ellos.
Por otro lado, el haber tenido una economía centralizada por al menos 70 años ha dejado a la deriva a los Estados satélites, quienes dependían de las subvenciones provistas por la URSS; aunado a que la mayoría de ellos basaban su economía en gran porcentaje en el comercio entre los Estados miembros, haciendo de la reintegración política y económica un proceso lento y con grandes dificultades entre los remanentes 10 miembros de la CEI.
A su vez, la transición política ha sido igualmente difícil, teniendo en cuenta la situación conflictiva en la parte sur de la región, esto sumado a una transición a un sistema político multipartidista al que la población no estaba acostumbrada, sin dejar de lado la carencia de valores e instituciones que respalden un sistema que había sido antagónico e inviable para casi dos generaciones.
Referencias
- Antal, E. (1999). Europa del este después de la Guerra Fría. Revista de humanidades: Tecnológico de Monterrey N.7, p. 9-30. Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey: México.
- CIDOB. (2002). Diez años de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Revista CIDOB d’afers Internacionals, N. 59, p. 181-189. Barcelona Centre for International Affairs: España.
- Claudín, C. (2020). Treinta años de postsovietismo: una descolonización inconclusa. Anuario Internacional CIDOB: España.
- Cutanda, Á. (2013). Los inicios de la Guerra Fría. En Stalin, el tirano rojo, p. 403. Historia incógnita: México.
- Djilas, M. (1987). La Nueva Clase. Análisis del Sistema Comunista. 47 p. Instituto de Investigaciones Internacionales del Trabajo: Nueva York.
- Florensa, S (1986). El Plan Marshall. En Siglo XX, historia universal; la Guerra Fría, la OTAN frente al Pacto de Varsovia. Siglo XXI editores: México.
- Hobsbawm, E. (1998). Capítulo XVI. El final del socialismo 460-494. En Historia del siglo XX. Biblioteca E.J Hobsbawm de Historia contemporánea. CRÍTICA: Argentina.
- Knight, T. (2014). Chapter 20. Fall of the Soviet Union 309-319. In Panic, prosperity and progress. John Wiley and Sons, Inc: USA and Canada.
- Palma, G & Rojas, L. (s.f.). El nacionalismo como base del quiebre y disolución de la URSS de la perestroika a la formación de la CEI 1985-1995. Facultad de Educación y Humanidades. Universidad de Concepción: Chile.
- Sánchez, J. (1996). La caída de la URSS y la difícil recomposición del espacio postsoviético. Papeles de geografía N. 23-24, p. 283-298. UNED: España.
EDGAR MARTÍNEZ y BRENDA OLVERA SON ESTUDIANTES DE SÉPTIMO SEMESTRE DE LA LICENCIATURA EN RELACIONES INTERNACIONALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO (UAQ)