La guerra que libra Rusia contra Ucrania tiene interpretaciones de la realidad muy diferentes y responden a distintos intereses. En primer lugar, llama la atención la prohibición de los medios RT y Sputnik en Europa y Estados Unidos, y viceversa, en Rusia con los medios occidentales. La distorsión de la realidad por distintos medios es clara y preocupante. Si se sigue el conflicto en los medios opuestos, es como si se tratara de una realidad alterna de un mismo hecho.
Se ha dicho, con razón, que la primera víctima de una guerra es la verdad, y esto es lo que estamos viendo ahora con toda claridad. Las partes en conflicto se esfuerzan por mostrar al mundo “sus razones”, pero también sus miedos y prejuicios.
Los medios occidentales en general, salvo algunas excepciones, presentan a Rusia como el ente del mal, algunos recurren a anacronismos confundiendo a la Federación Rusa con la Unión Soviética, y con mucha frecuencia llaman a los rusos soviéticos, olvidando la transformación ideológica, económica, política y cultural de la Rusia actual; me refiero a la información, no a la geopolítica. Rusia ve a la OTAN como el agresor.
Son lugares comunes los traslapes de épocas, de sitios, de imágenes. Una niña palestina que se enfrenta a un soldado israelí es presentada como niña ucraniana que se enfrenta a un soldado ruso. Son muchas las imágenes y narrativas falsas que estamos viendo, como si se tratara de otra guerra distinta.
A mayor dependencia de los polos del poder mayor alienación, esto se observa con claridad en muchos países europeos que tienen en sus territorios bases militares estadounidenses, ¿con ellas dentro, qué política exterior puede esperarse, en términos de independencia?
Ahora, con las tecnologías de punta en la comunicación, no aceptamos ninguna cercanía del “otro”, del distinto, del extranjero. El “tiempo real” es planeado con objetivos estratégicos por los estados mayores de los ejércitos. Se observan patrones de conducta anti-rusas en todos los ámbitos: en el futbol, en el arte, en el turismo, en la cocina, en los transportes, etc., etc. Se actúa, no se analiza, sin importar las evidencias. Se han creado narrativas en los laboratorios de comunicación de los cuartos de guerra.
Testimonios falsos, desmentidos por las propias autoridades de los gobiernos, circulan por doquier. Pegan y se disuelven. Con mucha frecuencia se habla de “sospechas fundadas”, de “altamente probable”, de “informes de inteligencia no confirmados”, de “fotografías satelitales”, que, como en el big brother, todo lo ven; los videos de celulares que se viralizan convenientemente sin comprobación alguna de veracidad. Es la guerra híbrida, para influir en la percepción del conflicto en la población mundial. La información que se difunde es parte de una estrategia generada por el estado mayor del enemigo. Los usuarios somos todos nosotros.
Es ilustrativo el caso del informe de una oficina checa de 2014, que aseguraba que “agentes de la inteligencia militar rusa participaron en la explosión del depósito de municiones de Vrbětice”, desmentido una semana después por el propio presidente de la República Checa, asegurando que no había ninguna evidencia de la presencia de dichos agentes en el lugar. Sin embargo, ni tardos ni perezosos, los primeros ministros de Polonia, Eslovaquia y Hungría expresaron su solidaridad con la República Checa, sin tomar en cuenta el desmentido. El asunto es que esta mentira sirvió para sacar a Rusia de la construcción de una central nuclear eléctrica de ese país. Sirvió también para que se dispensara la violación del Derecho Internacional por almacenar y comercializar minas antipersonas, prohibidas en tratados internacionales, pero que iban destinadas a Ucrania. El Derecho Internacional es otra de las víctimas del conflicto. En la medida en que no exista un medio objetivo de contención, la impunidad de la mentira campea en la justificación de la toma de decisiones.
Se ha llegado a extremos de provocar odio a los rusos, la rusofobia, con situaciones que, si no fueran patéticas, darían risa. Se ha cancelado al Bolshoi; se retira, en algunos restaurantes de Estados Unidos y Canadá, el vodka de las cantinas. Se suprimen platillos rusos y canciones rusas. Algunas orquestas se niegan a tocar a Tchaikovsky; piden satanizar y quemar libros de Dostoievski, la Universidad de Milán suspendió un curso sobre este autor. Agreden a ciudadanos simplemente por ser rusos. Esto lleva fácilmente a los linchamientos, no simbólicos, sino reales.
En este contexto es que algunos políticos estadounidenses empujan al gobierno mexicano a que tome partido contra Rusia. ¿Por qué tiene que ser así?
De Ucrania, nada. Es el país agredido, pero hay que conocer los contextos. Nunca se habla de la discriminación de los que quieren migrar por la guerra, pero son africanos, latinoamericanos u orientales; tampoco se habla de las acciones crueles de los grupos pro-nazis ucranianos sobre la población civil. No se dice nada de que hace tres meses Polonia casi va a la guerra contra Bielorrusia porque 2 mil migrantes sirios intentaban cruzar hacia territorio polaco; les pusieron cercas de púas y estacionaron a su ejército en la frontera. Ahora se tiene en la intemperie, con temperaturas de 10 o más grados bajo cero, a los migrantes que no son ucranianos. ¿Esa discriminación no existe? Como decía un egipcio atrapado en la espera en la frontera polaca: “¿Nosotros no somos humanos?”.
Las realidades alternas rondan por todo el mundo y Querétaro no es la excepción. El odio desata odio. El antídoto está en investigar, en buscar en distintas fuentes, en esforzarse por ver al otro como igual. Con tanto odio, una vez que se restablezca la normalidad, ¿cómo veremos a Rusia? ¿Se salvará Ucrania? ¿Habrá alguna verdad común que nos una?
Tendremos que volver al “Amor y Paz” de los años sesenta del siglo pasado.