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#Video Macedonia Blas, matriarca, activista y artesana

HISTORIA Y FOTOS: BRAULIO CABRERA/LALUPA.MX

EDICIÓN DE VIDEO: ALEJANDRO MASCARÚA/LALUPA.MX

Macedonia Blas ―o Doña Mace, como algunos le llaman― es una amealcense ilustre. En Querétaro, México y el mundo conocen su nombre a partir de que, en 2005, fue nominada al premio Nobel de la paz por su labor en pro de los derechos de la mujer.

No obstante, pocos son los que saben que Macedonia, mucho antes de ser activista, ha sido artesana. Más aún, es muy probable que las sensibilidades y habilidades que desarrolló toda su vida, fueron lo que la llevaron a buscar mejores condiciones para ella y otras mujeres.

Uno de los primeros recuerdos de Doña Mace es cuando aprendió a bordar, hace 55 años. La enseñaron entre sus amigas, las otras señoras del pueblo de San Idelfonso Tultepec, y su mamá:

“Aprendía cuando sacábamos a pastar a los animales, cuando tenía 10 años. Mientras los animales comían, me sentaba con Patricia y con Paula, mis amigas, y veía cómo bordaban, les pedía que me explicaran. Lo primero que aprendí a bordar fueron servilletas, aprendí viendo”, cuenta.

Fue cuestión de tiempo para que ―inquieta como sólo ella― le pidiera a su mamá que le comprara hilos y telas para poder continuar bordando. Doña Mace recuerda que, en aquel entonces, había un señor que iba vendiendo de rancho en rancho materiales pre fabricados de mercería, como las servilletas ya cortadas al tamaño. 

“Desde el principio gané mi dinero con las artesanías, mi mamá me inculcó eso.  Las niñas que no salíamos les encargábamos las cosas a las señoras que sí iban a la ciudad, ellas las vendían y nos daban nuestra parte”, asegura.

En ocasiones, incluso, le tocaba enseñar, pues había modos o figuras que sólo ella y su mamá conocían, así que las otras le pedían que las compartieran. Macedonia pasó los siguientes 8 años estudiando y dando cátedra de las técnicas de bordado, convirtiéndose en una maestra.

“Me casé jovencita, a los 18 años, entonces me fui a vivir al Bothé donde hice mi familia. Cuando llegamos no había nada más que mi casa y otra por ahí, ni árboles había, nosotros fuimos los que los plantamos. Me sentía sola.”, cuenta.

A pesar de que, en un principio, su ex esposo la apoyaba con la fabricación de artesanías, al pasar los años se dio al vicio y comenzaron los problemas: “era bien borracho, no trabajaba ni traía nada a la casa, y además me reclamaba cuando yo sí trabajaba”, recuerda Macedonia, indignada.

Los siguientes años fueron una avalancha de emociones y cambios: en 1997 comenzó a trabajar en Fotzi Ñahño A.C., impartiendo pláticas sobre derechos humanos y violencia de género,para mujeres en situaciones similares a la suya. Al poco tiempo, en el año 2000, Doña Mace se convierte en jefa de familia, con 12 hijos (4 mujeres y 8 hombres). Y en 2003 fue acusada falsamente de adulterio.

“Me vieron sola, que mi esposo se había ido, y me comenzaron a levantar chismes. Yo estaba muy molesta porque sabía que era una mentira, y mis hijos también estaban muy enojados. Pero la licenciada que nos apoyó me pidió que hablara con mi familia, que los calmara, y que les dijera que lo arreglaríamos por la ley, que para eso hay justicia”, comparte.

Macedonia Blas, asesorada por la comisión de derechos humanos del estado de Hidalgo, interpuso una denuncia penal contra sus agresoras, convirtiéndose en la primera mujer indígena en hacerlo, hecho que llamó la atención de medios de comunicación y activistas, durante algún tiempo.

“Desde entonces, comencé a tener más actividades y capacitaciones, ya casi no me daba tiempo para hacer mis artesanías, lo extrañaba y a veces me hacía falta el dinero; pero sabía que o hablas o te callas, y yo no quería vivir con vergüenza por algo que ni era cierto”

La cereza en del pastel llegó en 2005, cuando la asociación “1000 mujeres por la paz”, la postuló para recibir el premio Nobel de la paz. Entonces sí, como ella misma cuenta, todo mundo la invitaba a eventos y conferencias.

“El premio se fue a algún lado de Medio Oriente, en aquel entonces era más necesario allá. Estuvo mejor así, en cierto modo… ¡desde entonces me he podido dedicar casi de lleno a mis artesanías!”, concluye Doña Mace entre risas.

Si bien nunca se ha alejado del activismo, a partir de entonces, Blas se ha dedicado mayormente al bordado artesanal, en muñecas, servilletas, blusas y más, exportándolo, inclusive. Ahora tiene un espacio en el Centro de Desarrollo Artesanal Indígena de Querétaro (CEDAI) y entre semana se la pasa viajando entre Querétaro y El Bothé, Amealco.

“Yo enseñé a mis hijas a bordar poniéndolas a hacer rayitas hasta que aprendieran, y ellas han enseñado a mis nietas. Desde el principio, las piezas que ellas hacían y se vendían, yo les daba su parte para demostrarles que por ahí se podía, que era trabajo para que aprendieran”

Macedonia explica, también, que ella trabaja en su casa generalmente, sentada alrededor de su familia. Todas tejen en relativo silencio, porque bordar: “no es muy diferente al estudio, hay que pensar en las cuentas, en los puntos, en la cantidad de hilo; si te distraes ya no va bien, te brincas puntos y hay que comenzar de nuevo. Sobre todo, cuando va empezando uno”.

Ahora, Doña Mace se enfrenta a un reto más, la evolución de los diseños en el bordado. Con la popularización de las artesanías amealcenses,muchos productores han preferido reproducir diseños de bordado llamativos y modernos, basados en libros de bordado, en vez de los diseños tradicionales. 

“Antes eran diseños sencillos, como flores, estrellas, magueyes, venados, gallos y otros animales. A mí me siguen gustando más los tradicionales, como el palmir, la flor blanca o las tres flores… Hasta tengo uno especial, que sólo mi mamá sabía hacer y lo tengo guardado, un día lo voy a pasar para que no se pierda”, confiesa.

Pensar, desde tan joven, en hilos, puntadas y uniones, de algún modo la han convertido en matriarca, activista y artesana. Esto es ejemplo de que, cuando uno compra una de sus piezas ―como la de cualquier otra u otro― se lleva consigo todos estos detalles, que sólo podrá entender al observar.

“Me gustaría pedirle a la gente que compre y que no regatee, que le den el valor a la cultura indígena y al trabajo artesanal, y de las mujeres”, enfatiza.

Macedonia Blas tiene 65 años, pero siempre se le ve de un lado a otro, se le escapan sonrisas jóvenes, comentarios juguetones y parece que no deja de aprender de lo que observa. Es por eso que su trabajo, el que ha hecho con sus manos y con sus palabras, viaja por todo el mundo.

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Last modified: 8 agosto, 2022
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