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En su libro Acción colectiva, vida cotidiana y democracia (1999), el psicólogo y sociólogo Alberto Melucci afirma que las praxis emanadas de los movimientos sociales son, en sí mismas, tanto un medio como un mensaje: aquello que una movilización social hace, cómo la realiza, cuándo, en dónde y quiénes participan de tal acción colectiva, para el teórico italiano, resulta ser una declaración de principios, así como una fiel muestra del ideario político de sus hacedores.
Una marcha es una acción colectiva, la cual, se entiende, no entraña exclusivamente el acto de caminar por caminar o meramente el anhelo de ocupar durante algunas horas el espacio público. Siguiendo a Melucci, toda expresión dentro del repertorio de acciones colectivas (marchar, fijar un plantón, organizar un evento cultural o cualquier otra actividad política en el espacio público) es una evidencia del sistema de significados enarbolados por los protagonistas de dicha praxis efectuada en las calles.
Las dinámicas y actividades mediante las cuales se manifiestan distintos grupos o sectores sociales iluminan hoy, sin duda alguna, el modo en que conciben el presente y el futuro. De ahí lo absurdo en la propuesta de cierta política mexicana que, hace varios años, propuso recluir a las marchas en un marchódromo para que éstas no “afectaran” ni el tránsito vehicular ni el libre desplazamiento de peatones… como si, el que marcha, lo llevara a cabo por no tener algo mejor que hacer o motivado ante una férrea necesidad de ejercitarse en colectivo.
La gente, cuando se manifiesta en el espacio público, no sólo lo realiza enarbolando una consigna y en pos de un objetivo puntual, sino que, además, en ese acto se proyecta la manera en que tal o cual grupo o sector social concibe al mundo, la vida, el hoy, a los otros y al nosotros.
Los corruptos y los racistas, por ejemplo, cuando marchan lo hacen exponiendo nítidamente su manera peculiar de mirar al mundo. No les basta el espacio virtual de las redes sociales para vomitar pronunciamientos inferiorizadores, sino resulta impostergable airear su clasismo y presumirlo en las calles.
Nadie marcha, podríamos afirmar, desde un reservorio de sentidos ajenos o prestados.
Al movilizarse en las calles, tanto los racistas como los corruptos y los clasistas, sin olvidar a los que se reivindican desde el posicionamiento de las izquierdas, emiten —quieran o no— su manera de entenderse dentro de la polis… y el modo, asimismo, en que significan a los otros.
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Durante la mañana del pasado miércoles 16 de noviembre, Andrés Manuel López Obrador sorprendió a propios y extraños al anunciar que, el próximo domingo 27 de este mes, antes de su informe al cumplirse cuatro años desde que asumió la Presidencia, se llevará a cabo una marcha desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo de la Ciudad de México. Eso ya, por sí mismo, causó asombro; pero el mandatario fue más allá al comunicar que él encabezará dicha movilización social.
Una acción colectiva es tanto un medio como un mensaje.
¿Cuántas veces, al menos durante la segunda mitad del siglo XX mexicano y en lo que ha transcurrido del XXI, hemos sido testigos de que alguien con un alto cargo en la administración pública haya bajado a la calle y se juntase con la ciudadanía de a pie para movilizarse políticamente en el espacio público? Hacer tal cosa siendo oposición —ya sea de izquierda o de derecha— es casi tan vital como el oxígeno para un ser vivo; sin embargo, marchar desde una posición en el interior del aparato estatal… ¡resulta casi inédito en la historia de México!
Y digo casi porque, en cuanto escuché el anuncio emitido por el titular del Ejecutivo federal, mi memoria trabajó hasta hallar una imagen en tal sintonía, aunque no equivalente a la postal que presenciaremos el domingo 27 de noviembre: el digno y extraordinario rector de la UNAM, Javier Barrios Sierra, protestando pacíficamente durante la tarde del 1 de agosto de 1968 tras las primeras agresiones gubernamentales a la comunidad universitaria, lo cual desencadenaría en un memorable como heroico Movimiento Estudiantil que fue brutalmente reprimido tan sólo dos meses después en Tlatelolco, a pocos días del comienzo de los Juegos Olímpicos efectuados en México.
Un rector de una universidad pública caminó, hombro con hombro, junto a estudiantes y académicos… pero resulta inédito que un presidente de la República ocupe un sitio en una marcha junto a miles de ciudadanos, enfilándose rumbo al lugar donde —históricamente— se protesta, de manera regular, en contra del aparato gubernamental de nuestro país.
¿Cuál es el mensaje que pretende emitir López Obrador con tal jugada, propia de una señera figura del ajedrez político?
¿Cuál será el mensaje enunciado por la ciudadanía que, ese domingo, salga a las calles y camine junto a su presidente rumbo a Palacio Nacional?
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Hace algunos meses en lalupa.mx se publicó una entrevista que realicé al sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel en la cual el teórico decolonial afirmaba lo siguiente ante mi preocupación acerca de que, en los cuatro años del actual gobierno de la denominada Cuarta Transformación, había sido casi nula la movilización ciudadana en las calles y avenidas de México… con excepción de las enormes manifestaciones feministas:
—Eso tiene que ver mucho con la pandemia, por un lado. Eso no sólo pasó aquí, sino en todas partes hubo mucha desmovilización; pero, es cierto, desde las instituciones cualquier proyecto de izquierda que no tenga al pueblo movilizado en las calles es un proceso que va abocado al fracaso…
Al preguntarle sobre cuál sería el riesgo de que un gobierno progresista no contara con ciudadanía simpatizante movilizada en el espacio público, el profesor de la Universidad de California en Berkeley precisó:
—El riesgo es que te burocratizas y eres absorbido por los sectores dominantes del país. No tienes un peso importante en la calle que esté empujando hacia adelante el proceso. El riesgo es que se corrompa la lucha misma y que esté en peligro la ocupación de esas instituciones por parte de la izquierda.
La calle también se disputa entre proyectos políticos de izquierda y derecha. Y no sólo a través del músculo que se expresa con la cantidad de participantes en una manifestación, sino en la grieta que tal acción colectiva instaura en la vida cotidiana de una sociedad. Una marcha puede ser tanto un amplificador de los odios, las actitudes racistas y las vituperaciones clasistas de un sector poblacional de determinado país… como también está llamada a ser una acción que visibilice e ilumine ese otro mundo en el cual queremos habitar no necesariamente en un futuro lejano, sino aquí y ahora.
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Durante el año de 1919 en un texto publicado en la revista L’ordine Nuovo, el periodista e intelectual italiano Antonio Gramsci lanzó una urgente pregunta: “¿Cómo soldar el presente con el porvenir, satisfaciendo las urgentes necesidades del presente y trabajando de manera útil para crear y anticipar el porvenir?”
Esa interrogante ronda aún en nuestros tiempos.
La marcha del próximo domingo 27 de noviembre no sólo debiera disputar el espacio público a la derecha más rancia y racista, ni tampoco meramente el asunto gira en torno a vencer al adversario político tras registrar un número mayúsculo de asistentes a dicho evento. Tal movilización, me parece, resulta de gran importancia porque en ella se exhibirá la manera en que un insoslayable sector de la sociedad mexicana defenderá el actual proceso de justicia social inaugurado desde la llegada a la Presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
Más de 10 millones de adultos mayores cuentan con una pensión —aún insuficiente, pero digna— que, en gobiernos anteriores, jamás estuvo contemplada en el presupuesto público; asimismo, se ha combatido la corrupción rampante anidada dentro de distintas instituciones del Estado mexicano. Es innegable que grandes acaparadores de la riqueza en este país, hoy —por fin—, pagan impuestos; sin soslayar la lenta, pero cada vez más cercana verdad asomada en la investigación de Ayotzinapa… sin olvidar que figuras otrora intocables hoy se hallan en la cárcel acusadas de participar en la elaboración de una farsa que alejó de la justicia a todo un país en el caso de los 43 normalistas desaparecidos. Tampoco es baladí el aumento inédito al salario mínimo más la cifra récord de empleos formales generados en el presente año… Ni, mucho menos, debiera obviarse esa tan poco conocida estabilidad económica que, actualmente, México experimenta.
¿Cómo defender, hoy mismo, ese viraje en la manera de hacer política y soldarlo con el futuro que deseamos?
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Pareciera que el mensaje de López Obrador pasa por demostrar su indisoluble vínculo con los sectores populares de este país. Que un presidente de la República baje a la calle y se inserte en una marcha ciudadana para nada es un gesto menor o anecdótico. Sin duda, con ello el mandatario exhibirá el desbordante arropo de sus simpatizantes… aunque, y creo que ese es el interés central en tal acción colectiva, simultáneamente emite así un llamado urgente: el proceso encabezado por el político nacido en Macuspana, Tabasco, no puede depender ni empezar ni acabar en la figura del propio López Obrador.
Entre líneas percibo un llamamiento del presidente para que las bases de la denominada Cuarta Transformación recuperen las calles, tanto para defender el actual proyecto de nación como con el afán de imaginar y proyectar el futuro anhelado. Sin movilización social resulta casi un hecho que el actual gobierno —y cualquier otro que aspire a enarbolar tintes progresistas— no podría resistir los distintos embates provenientes de la oposición.
Pareciera ser claro el mensaje de fondo emitido por el presidente al unirse a la marcha del 27 de noviembre: hoy y mañana, el proceso que él encabeza sólo podrá llegar a buen puerto si ese movimiento se encarna, nuevamente, con y en la calle, evitando que la figura del mandatario mexicano sea la que libre todas las batallas desde la mañanera —pues los medios públicos no han sido capaces de equilibrar la andanada de calumnias y mentiras diarias producidas por los medios de comunicación hegemónicos. Para ello es necesario apagar, de vez en vez, la computadora o el celular… modificando la actual tendencia a pretender dirimir todos los debates desde las redes sociales. La marcha anunciada pareciera gritar que la política debe volver a ser, tras la superación de la urgencia pandémica, una cosa propia del espacio público.
La marcha es el mensaje.
EXCELENTE ANÁLISIS MARIO, MIS FELICITACIONES MAESTRO, SALUDOS Y NOS VEMOS ENCINTRALOS EN LA MARCHA
*ENCONTRAMOS
Muy buen análisis el interés por la lucha debe de seguir y jamás olvidarse de los caídos
¡Excelente texto! Muchas gracias, estimado maestro.
R T.