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Josué Méndez, agradezco el tono en que expresaste tus desacuerdos al contenido de mi texto anteriormente publicado en este portal web. Casi nunca se puede debatir sin que la contraparte recete una serie de insultos y descalificaciones, por lo cual celebro el modo en que abriste este debate, aunque lamento las distintas imprecisiones en las que incurres al dialogar con mi escrito.
A continuación, me detengo en algunas de ellas.
Primeramente, me sorprende la facilidad –así como cierta laxitud inconcebible tanto en el buen periodismo como en la academia– con la cual asignas la responsabilidad de que tu interlocutor se haga cargo de afirmaciones nunca expresadas. Resulta evidente y constatable que nunca homologué a todos los participantes de la reciente marcha del 13 de noviembre en Ciudad de México. Cuando uno escribe, cuida las formas de expresar tal o cual idea. En el caso aquí referido, el lector puede corroborar que, en ningún fragmento de dicho texto, afirmé que todos los asistentes a la marcha en defensa del INE sean corruptos, racistas y clasistas; eso ha sido una innecesaria deformación tuya con respecto a mi escrito.
Si uno pretende debatir es insoslayable no colocar palabras en la pluma del otro con quien se discute. El contexto que señalas en tu réplica, simple y llanamente tú lo has asignado y unido a mi artículo. Siendo sincero, al afirmar que “Los corruptos y los racistas, por ejemplo, cuando marchan lo hacen exponiendo nítidamente su manera peculiar de mirar al mundo”, pensaba en varias demostraciones constatables tanto de recientes manifestaciones protagonizadas por simpatizantes de Jair Bolsonaro en Brasil, sin dejar de lado el auge y llegada de la ultraderecha en Italia, así como también en varios episodios, fácilmente rastreables en redes sociales, ocurridos durante la marcha del 13 de noviembre en la capital de México.
Es decir, y tal como se puede leer en mi texto: no particularicé ni señalé a una marcha en específico ni, mucho menos, homogenicé a los asistentes de la movilización que tú refieres en la réplica publicada en este portal. Pienso en postales del racismo y del clasismo más reciente, a escala mundial, por ello me sorprende e incomoda la operación con la cual iniciaste tu réplica: el contexto que elegiste, tú has decidido fusionarlo a mi escrito y, después, me pides que aporte pruebas acerca de algo que no expresé, sino que tú lo fabricaste. ¿Notas lo arbitrario de tu proceder discursivo?
Continuando con esas evidencias que demandas, ahí hallo otro yerro importante: confundes peras con manzanas. Domingo 27 de noviembre. La marcha es el mensaje es un artículo de opinión dentro de una escritura periodística; no se trata de un texto académico o científico como pareces percibirlo. Lo subrayo porque, desde ahí, observo varias falencias importantes que impiden la idónea disputa en el terreno de las ideas. Me remito al maestro Víctor Roura para zanjar este punto, pues él alguna vez me precisó con lacónica lucidez: “Mario, el periodismo muestra y la academia demuestra”.
Las evidencias que me pides corresponderían, como tú mismo señalas, a una investigación académica y no al artículo de opinión que inició este intercambio de consideraciones. Noto una confusión de dimensiones escriturales: no le pidas a un escrito periodístico que responda a tus expectativas académicas. No puedo hacerme cargo de una homogeneización nunca expresada por mí ni del aporte de evidencias que no le corresponde al género periodístico desde el cual compartí mis reflexiones.
Te falta una pieza argumentativa, como dices en tu réplica y lamento señalar que no la hallarás puesto que la buscas en una afirmación hecha por ti, no por el autor del texto al cual has criticado.
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Respecto a tu reflexión acerca de que“el líder de la próxima marcha será la autoridad en turno”, es decir, el presidente López Obrador… ahí no me atrevería a afirmar tal cosa hasta no presenciar el hecho. Se espera una marcha multitudinaria de cientos de miles de personas, por ello me parece temerario, por lo menos, anular la capacidad de hacer política –estar en una marcha es un modo de hacer política, en este caso puntual: subalterna, plebeya y popular– de quienes asistirán el próximo 27 de noviembre. Y aquí sí particularizo: me refiero a la ciudadanía de a pie, no a Ebrard, ni Sheinbaum o los gobernadores morenistas que se darán cita en el Ángel de la Independencia.
Como bien debes de saber al formarte como sociólogo, en varias ocasiones los líderes son rebasados por las bases y son éstas quienes asumen el protagonismo de un movimiento social o, en este caso, de la acción colectiva que nos tiene aquí debatiendo. Tal como apunté en Domingo 27 de noviembre. La marcha es el mensaje, me parece urgente que la ciudadanía simpatizante de la denominada Cuarta Transformación retome un papel mucho más protagónico y activo, no sólo en redes sociales sino en las calles y en la discusión pública ante los embates de varios grupos de poder.
Lo mejor que le puede pasar al lopezobradorismo sería el desbordamiento de los sectores populares que le cobijan. Con y sin López Obrador, la ciudadanía que simpatiza con el actual gobierno debiera pasar de una posición subalterna a una postura de claro antagonismo hacia quienes han sido, históricamente, sus opresores. No sé si quien sucederá en el cargo al político tabasqueño, posea la misma valentía para desafiar y cerrar la llave que abastecía de millones y millones de pesos tanto a medios de comunicación hegemónicos como a la clase política que se apoderó de México; por ello, noto como algo indispensable que las bases de dicho movimiento resalten y enarbolen varios puntos en la agenda del país, sin esperar a que todas las políticas públicas emanen desde la presidencia, Morena o sus diputados y senadores.
Hablamos así de una necesidad de mayor politización por parte de esos millones y millones de ciudadanos que respaldan al actual gobierno federal. La marcha del domingo 27 pareciera un buen momento para que dichos sectores populares y, parte de la clase media lopezobradorista, asuman un protagonismo mayúsculo en comparación con el que hasta ahora han mostrado.
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Nuevamente observo preocupado una afirmación que colocas como proveniente desde mi pluma. Según se lee en tu réplica al texto intitulado Domingo 27 de noviembre. La marcha es el mensaje,expresé que tanto Morena como el lopezobradorismo son “la izquierda” en México: ¿cuándo escribí eso? ¿En qué línea el lector puede encontrar ese reduccionismo?
En tal artículo dije: “La calle también se disputa entre proyectos políticos de izquierda y derecha”. Una cosa es que tú, en todo tu derecho, definas a Morena como un proyecto sin cabida en la izquierda;en cambio, es muy distinto que me responsabilices, de nueva cuenta, de producir una aseveración que jamás expresé.
Sin duda, el espacio público debe ser –y siempre ha sido– un elemento de pugna entre proyectos políticos de variadas posturas. Dentro de las marchas provenientes del ala izquierdista sitúo, tal como apunté en el artículo al cual replicaste, a las movilizaciones callejeras provenientes desde los distintos feminismos. ¿Es necesario precisar, a estas alturas, que no existe una sola izquierda sino que lo idóneo es pensar a tal posicionamiento desde lo plural?
Acto seguido, cité una pregunta realizada al teórico Ramón Grosfoguel, desde la cual puntualicé sobre el riesgo de que un gobierno progresista no cuente con ciudadanía simpatizante en las calles. Esa preocupación mía, ¿cómo produce tu lectura en torno a que, en dicho texto, reduje a la izquierda pensándola únicamente encarnada en Morena?
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Acerca de si tal partido es o no de izquierda… allí sí, por fin, podemos debatir sobre una postura tuya y no necesariamente acerca de lo que, peculiarmente, asignas como reflexiones supuestamente sostenidas en mi texto anteriormente publicado en lalupa.mx.
Me parece que Morena, en varios momentos, reproduce vicios de la vieja política partidista en México, mientras que, paralelamente, cuenta con un importantísimo número de integrantes –la mayoría provenientes de las bases de tal movimiento– que registran un proceso de lucha insoslayable, suscitado a través de varias décadas, ante el cual no podría borrar o intentar anular las experiencias políticas… insisto… de millones de personas, en aras de eclipsarlas con la figura de López Obrador.
Dentro de Morena habitan, ¡quién lo duda!, desde personajes con altísimos niveles de formación política y compromiso social hasta otros tantos impresentables. Todos sabemos eso. Mi desacuerdo con tu exposición de ideas radica en lo siguiente: no podemos andar por la vida con un izquierdómetro, midiendo quién es más de izquierda y quién no… quiénes militan en la izquierda verdadera y quiénes no. Reitero: hay millones de hombres y mujeres dentro de ese partido quienes, a su modo, han luchado durante años para que vivamos en un mejor país. Eso merece un mínimo de respeto, me parece… aunque no necesariamente estemos de acuerdo en sus modos ni tiempos ni espacios de lucha.
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Mi último punto aborda una crítica hacia un racismo teórico, académico y epistemológico que percibo en tu manera de definir a los simpatizantes del lopezobradorismo: llamarles masas es tan próximo a las nociones usadas durante el siglo XIX europeo… cuando Gustave Le Bon, por ejemplo, calificó así a los sectores populares que se organizaron y lucharon en la Comuna de París (1871).
¿Por qué Le Bon les nombró así? Porque, para el teórico francés, esas masas carecían de raciocinio y se dejaban llevar por sentimientos… siendo entonces criaturas sin reflexiones, motivadas solamente por una peculiar condición de barbarie y sugestión… como si fuesen marionetas en espera de su titiritero.
Jamás me atrevería a reducir las experiencias políticas de los seguidores de López Obrador como si fuesen consecuencia, meramente, del carisma de su líder, tal como expresas en tu réplica. Una cosa es no estar de acuerdo con el horizonte político que enarbola tal o cual movimiento y, otra muy distinta, anular la capacidad de hacer política de millones de personas… reduciendo sus posicionamientos, acciones, reflexiones y posturas a una mera respuesta casi sugestiva.
Aclaro: entiendo al racismo desde una mirada muy cercana a la del psiquiatra caribeño Frantz Fanon quien, en su libro Piel Negra, Máscaras Blancas, expuso que tal dinámica se materializa en la inferiorización del otro, asumiéndolo como menor de edad, no humano, incapaz de decidir por cuenta propia su destino… pues –según la mirada racista– esas masas están impedidasde ser tan brillantes, elocuentes, claras de ideas y civilizadas como quienes se consideran superiores, humanos en toda la extensión de la palabra, inteligentes, así como reflexivos, dignos de admiración y con la suficiente teoría a cuestas como para saber hacer política.
Reitero: el izquierdómetro se acerca, muy riesgosamente, a posiciones racializadoras –inferiorizadoras del otro– que determinan quién es más rebelde… más puro… más próximo al Manual tan del siglo XX sobre cómo la izquierda debe hacer la revolución.
Noto más ideología que análisis en tu réplica. Alguna vez el filósofo Enrique Dussel me dijo, al terminar una conferencia en donde participamos y, en la cual, claramente expusimos argumentos opuestos uno del otro: “Sabes mucho de teoría y de historia de América latina; pero en política no se trata de negro o blanco, todo o nada…”
Quince años después le doy la razón.
Soñamos con un mundo ideal, ese que surgirá después de hacer la Revolución tal y comonos contaron que ésta debe hacerse,encumbrándonos en ese sitio desde donde desdeñamos a todos aquellos quienes, al igual que yo, quieren cambiar al mundo y se ubican a la izquierda… aunque con matices y diferencias políticas e ideológicas. Allí, en esa cima de la montaña del izquierdómetro, solamente hallaremos al purismo como compañía.
Ese lugar de francotirador que menosprecia todo intento por mejorar al mundo, desde donde nunca es suficiente nada de lo que el otro haga por construir un país más justo, lo deja a uno como el más puro entre los puros, pero viendo cómo nunca, desafortunadamente, irrumpió esa Revolución que nos prometieron en los Manuales de la izquierda pura y verdadera.
Es obvio que la hemorragia que padece este país no parará ni en seis años ni en tres décadas más. Tampoco todas las soluciones provendrán únicamente desde el aparato estatal, sino que será necesario tejer otras formas de hacer política… comunitarias, locales, vecinales, a la par de disputar el Congreso y la propia Presidencia de la República si es que se pretende cubrir todos los frentes posibles para resguardar y darle sanar la desgarradura que padece nuestra sociedad. México estaba herido de muerte, lacerado y con sus instituciones tomadas para beneficio de unos cuantos; sin embargo, actos de justicia como, por ejemplo, las pensiones a adultos mayores –mismas que, ya lo he dicho, resultan insuficientes, pero representan gestos de fortalecimiento de la dignidad– son el comienzo de un proceso de saneamiento de nuestra herida, tal como aquí afirmó una lectora de Domingo 27 de noviembre. La marcha es el mensaje.
El próximo domingo, que cada quien oiga el rugido que sus oídos le permitan escuchar.