Han jugado cinco partidos del torneo más importante que existe, y sólo les han anotado un gol. Están en semifinales luego de haberle ganado a tres potencias, equipos donde militan jugadores que lo han ganado todo. Y ellos lo que han ganado, hasta ahora, es ser una de las cuatro mejores selecciones del mundo. Nadie duda que ese sea el sitio que les corresponda. Hemos visto cómo han forjado su camino. Y ha sido asombroso constatar la belleza de su esfuerzo, tan imprevisible como contundente. El lugar que ocupan ahora es histórico.
La histórica selección de Marruecos…
De la que casi nada se sabía, pero que a medida que avanzan en el torneo salen a la luz datos que hacen de su gesta algo más incomprensible y glorioso: su entrenador actual tomó el cargo hace seis meses; su estrella —una de ellas, porque Marruecos es una constelación de esfuerzos— juega en la liga francesa en el equipo que ocupa la última posición de la tabla; su portero, el menos goleado de la justa (y único gol en contra fue un autogol), fue cedido y recedido por algunos equipos españoles en los que, en ocasiones, no jugó ni un solo minuto.
Son datos curiosos que si se analizaran más a fondo arrojarían una radiografía del éxito de esta selección. Pero en este caso, al enunciarlos, sólo se pretende hacer una loa al asombro, porque la historia de muchos de estos jugadores es la de personas que nunca se dejaron vencer.
El miércoles jugarán contra el actual campeón y volverán a competir por ocupar un sitio en la historia. Aunque ya lo alcanzaron: son el primer equipo africano que llega a semifinales en un mundial. Lo que suceda el miércoles simplemente reforzará lo que ya sabíamos: con independencia de qué equipo alce la copa, Marruecos es la selección del mundial, aquella que renovó la ilusión de los espectadores al confirmar que el futbol convoca a la belleza impredecible.
