La cultura es como un cuerpo de agua, imagínalo: enorme, sin forma, repleto de vida, en movimiento, alimentado por cauces superficiales y subterráneos. La cultura, de algún modo, es toda el agua del mundo a la vez que el contenido de un pequeño estanque distinguible de los demás, del que uno se enamora sin querer, queriendo.
Por eso es que encuentro fascinantemente tierno, cuando nos vemos a nosotros mismos como autores del modelado del agua sobre la piedra, antes que sus satíricas consecuencias. Esos rasgos, desde los trazos más sutiles, los canales más caudalosos y las fuentes más ricas, componen la matriz cultural, un todo diferente a otros, pero que compone, ontológicamente hablando, un todo más grande.
La televisión abierta en México —el mundo, dicho sea de paso— es un buen ejemplo de ello. Telenovelas mexicanas transmitidas en Nigeria , caricaturas japonesas creando una generación subcultural, y narrativas estadounidenses consumidas en masa en todo el mundo, son algunas de esas millones de corrientes que alimentan lo que HOY, compone la identidad mexicana.
Debido a eso, resulta difícil encontrar a alguien que no haya escuchado la canción “yes nou, meibiiii, ai don nou… can yu repit da cuestion!” porque alguna vez sonó en los televisores de esta nación. Su aceptación e impacto, no son fortuitos, sino resultados de nuestra propia personalidad cultural.
Malcolm el de en medio, así como Los Simpsons —de los que hablaremos otro día— son cimiento de la autoconcepción y estandartes de la narrativa del México urbano y postmoderno: una sociedad que se esfuerza activamente por emular a otra, y fracasa, para encontrar su mayor eco en los productos culturales que retratan el descalabro mismo del tipo ideal.
En otras palabras, de la misma forma en que este país jamás alcanzará el desarrollo porque es una idea plagada de imágenes y símbolos ajenos, la gran mayoría de lxs mexicanxs —si no es que todxs— jamás se sentirán completamente representadxs en series o películas como Los Años Maravillosos, Cheers, That 70’s Show, Friends, sólo en nuestras fantasías más blancas y húmedas. Sin embargo, Malcolm el de en medio, que antagoniza con la moral, la narrativa y la estética de las series antes mencionadas, denunciando el fracaso del “american way of life”, las familias nucleares funcionales, el sistema económico estadounidense, la suburbanidad y la blanquitud.
En México, las siete temporadas de Malcolm el de en medio fueron transmitidas en la televisión abierta (Canal 5) por más de 20 años, permeando en varias generaciones que ora se encontraron representadas en lo que veían, ora crecieron con la influencia de estas tramas y los personajes que las encarnan. Los arquetipos de estos, por cierto, no sólo denotan la tendencia madernizante y menos sosa que refrescaba las producciones de la época, sino que la instauran en México, siendo producciones como La Familia P. Luche (2002) un excelente ejemplo de su posterior tropicalización.
El caso de la familia Wilkinson, siempre descrita como disfuncional, pareciera infinitamente más relativo a las diferentes realidades del méxico urbano del nuevo milenio, que las de series anteriores y en eso radica la aceptación y el cariño de las audiencias de todo el país. En México, la realidad de esta familia, con una casa en decadencia, ambos padres con trabajos demandantes e hijos traviesos en el borde de cometer delitos resultó más atractiva que las historias de la gran casa en los suburbios, con un enorme patio trasero, el cargo ejecutivo del hombre y la labor doméstica y de crianza de la mujer, que acaba por ser aspiracional, en el mejor de los casos.
Este análisis sigue siendo sumamente escueto, podríamos ahondar en la construcción de algunos personajes, en las cifras de audiencia a lo largo de 20 años, en el contenido de los capítulos e, incluso, en el impacto que tuvo esta serie en la sociedad para la que fue diseñada. Pero mi intención por ahora es sólo poner sobre la mesa un tema que me fascina y que, de corazón, creo que vale la pena tener en cuenta todos los días: En una realidad tan visual y narrativa como la del México urbano actual, ¿por qué nos gusta ver lo que lo que vemos y qué dice de nosotros?
Muy interesante. Gracias por el análisis.