Autoría de 1:31 pm Vox Populi

¿Qué consigue el terrorismo no estatal? – Ana Sofía Renatto Santiago

Introducción

Hoy en día, el estudio y el combate del terrorismo encabeza varias de las agendas de seguridad de múltiples Estados alrededor del mundo, principalmente de los más poderosos en la actualidad. La comprensión del tema ya representa un reto significativo en gran parte del globo pues, aunque el entendimiento general nos arroje que se tratan de acciones que tienen el principal objetivo de causar un ambiente masivo de terror dirigido a un sector poblacional en específico, y que desea cambiar el comportamiento de la audiencia seleccionada (Bennett, n.d.), no se ha profundizado lo suficiente en cuáles son los alcances de este fenómeno a escala mundial. Aunado a ello, el hecho de que este término esté sujeto a la maleabilidad de dinámicas sociales y que su uso esté atenido a la conveniencia de los Estados (Ríos, 2015) vuelve de este concepto un término sumamente ambiguo. Si bien es cierto que el terrorismo también puede ser ejercido desde el Estado hacia su población, en este ensayo se partirá del terror llevado a cabo por actores subestatales.

Un hecho sumamente curioso es que el impacto que el terrorismo tiene no suele deberse a la gran magnitud de estos actos tan atroces, sino a la elección de las víctimas de los actos terroristas: población civil no combatiente (Chomsky, 2002). El terrorismo, y las políticas emitidas para combatirlo, han definido el rumbo de la política internacional desde hace varias décadas, sobre todo en el último siglo. De ello se deriva la necesidad de estudiar, analizar y comprender lo que el terrorismo representa (English, 2016), pues este fenómeno se considera uno de los mayores retos que enfrenta la población global en la actualidad.

En el presente ensayo se desarrollará una definición general de terrorismo, así como sus implicaciones. Posteriormente, se retomarán los sucesos acontecidos en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, para utilizarlos como caso de estudio; a esto le sigue un apartado dedicado a analizar los efectos que tuvieron los actos terroristas orquestados por Al Qaeda a nivel Estado. Precediendo a las conclusiones, se elaborará un apartado dedicado a las repercusiones en la seguridad hemisférica que los atentados del 9/11 tuvieron. Por último, en las conclusiones, se llevará a cabo una pequeña recapitulación del ensayo, respondiendo así la pregunta inicial de qué es lo que consigue el terrorismo no estatal.

Definiendo el terrorismo

Uno de los principales motivos por los que entender al terrorismo se vuelve complicado es la maleabilidad del concepto; a nivel internacional no existe un acuerdo común respecto a cómo definirlo, sin embargo, varias de las definiciones de este concepto convergen en algunas ideas. El terrorismo es entendido como el uso de violencia, o en su defecto, la amenaza del uso de violencia, en contra del Estado o de la población civil del mismo, para así crear un sentimiento de terror colectivo (Nyamuya, 2003). La particularidad de este fenómeno es que estos actos atroces de violencia indiscriminada siempre buscan influir en un público muy amplio, que va más allá de las víctimas directas; en ocasiones, podría buscar repercutir en toda la población no combatiente de un país. No hay que perder de vista que para que estos grupos terroristas hagan uso o amenacen con el uso de la violencia deben estar impulsados por una fuerte ideología, religión o postura política. Las acciones a favor del terrorismo tienen detrás una fuerte carga política, ya que el fin último de las mismas es coaccionar al Estado para que elabore políticas que beneficien y atiendan las demandas del grupo que lleva a cabo los actos terroristas (Page, 2015).

Así, el terrorismo pretende crear una enorme sensación de inseguridad, de modo que la población sienta que ni sus gobernantes son capaces de protegerlos (Khosrokhavar, 2020).

Una consecuencia de la falta de un acuerdo general para definir al terrorismo en la comunidad internacional ha sido la problemática para combatirlo. Al no existir una definición compartida por la mayoría de los Estados, es sumamente complicado comenzar a luchar contra ello. Por ende, el enfoque fragmentario —a veces contradictorio— adoptado por la comunidad internacional busca erradicar este fenómeno encontrando patrones de actos ilícitos que, dependiendo de la percepción nacional de cada Estado, pueden etiquetarse como “de naturaleza inherentemente terrorista”, que deben de ser castigados y prevenidos por las leyes internas de cada país (Nyamuya, 2003).

Oyetunde (2021) menciona que el terrorismo persiste por tres principales razones: a) Para determinar si estos actos resultarán eficaces, los grupos terroristas calculan la relación costo-beneficio de atacar civiles, dado que los terroristas son individuos racionales que participan en estas actividades ilícitas cuando es rentable para ellos, y afín a los pilares que sostienen sus ideologías; b) los Estados, y en general la comunidad global, siguen ofreciendo concesiones a los grupos terroristas más peligrosos; c) el terrorismo cumple su cometido en regímenes democráticos ya que, en este tipo de sociedades, la población civil desarrolla más sensibilidad y conmoción ante causas civiles, permitiendo que el Estado otorgue las concesiones a cambio de “paz”.

Terrorismo en América: atentados del 9/11 en Estados Unidos

El 11 de septiembre de 2001 un evento marcó un parteaguas en la historia de la seguridad de los Estados Unidos (EE. UU.). La mañana de ese día, 19 miembros de la organización terrorista Al Qaeda, con el objetivo de perpetrar acciones terroristas, tomaron cuatro aviones estadounidenses y dirigieron dos aeronaves a las Torres Gemelas, una al Pentágono y la última a un campo en Pensilvania (Marín, 2017). Los ataques estuvieron financiados y orquestados por Osama bin Laden, un multimillonario afiliado al islamismo que deseaba construir un califato panislámico en todos los Estados musulmanes; esto sólo sería posible a través de una guerra santa (CNN, 2021).

Gran parte del impacto que tuvieron estos ataques en la comunidad internacional residía en que, si bien esta no era la primera manifestación violenta de Al Qaeda, no se pensaba la magnitud con la que podrían llegar a proceder.

Todo lo ocurrido demostró la verdadera posición de vulnerabilidad en la que la híper-potencia mundial en realidad se encontraba (Marín, 2017). Se violentó la seguridad del país más poderoso del mundo, por lo que en la comunidad internacional surgieron dudas con respecto a qué podría ocurrir con aquellos Estados que no estaban ni cerca de desarrollar inteligencia para elaborar estrategias ante amenazas poco convencionales como la acontecida en EE. UU.

En 2001 corría la administración de George W. Bush, quien, como respuesta, declaró la Guerra contra el Terrorismo. El trabajo fue arduo y, aunque la estabilidad del país se vio tremendamente fracturada, puso en marcha dos planes principales: 1) la recuperación interna, que incluía mejoras en la seguridad nacional, y 2) herramientas de política exterior que trabajarían con el fin de encontrar a los responsables y eliminarlos (Chaparro, 2012). La Doctrina Bush, sin embargo, desencadenó lo que para la comunidad internacional parecería una política exterior neo-imperialista; la Guerra contra el Terrorismo se traduciría a un modelo de guerras unilaterales, ilegítimas —ante naciones no-aliadas de Estados Unidos— y de ofensiva preventiva (Marín, 2017). Así, en menos de cinco años, se fortalecería un sistema internacional unipolar, en el cual constantemente existiría la posibilidad de un ataque con armas de destrucción masiva, tal como en la Guerra Fría. Pese al daño inmediato que pueda ocasionar, este actuar es, en esencia, racional. El Estado buscará actuar de la manera que sea más conveniente para su supervivencia.

Efectos del terrorismo en el Estado

Cualquier acción tomada por importantes actores internacionales tendrá un efecto potente o sutil sobre los miembros del sistema internacional. El terrorismo, por supuesto, no es la excepción.

Tal como menciona Khosrokhavar (2020), el terrorismo tiene repercusiones directas en el Estado y cómo sus nacionales perciben a esta estructura en la que residen. Puede que cambie el imaginario común de la democracia y la distribución de los poderes del Estado; esto podría desencadenar en el abuso o destrucción de las instituciones gubernamentales que existan en el momento. Toda esta inestabilidad propicia el fortalecimiento de causas de extremo nacionalismo, situación que pone a todo el Estado en riesgo de caer en el autoritarismo. El terrorismo también da pie a que cuerpos como el policial y/o el militar actúen de manera arbitraria y represiva, excusándose de ser preventivos y tomando como bandera el latente deseo de la paz y el bienestar general.

Este sentir de oscilación entre que la población esté segura o no lo esté se debe a que el terrorismo no sólo implica actividades violentas, sino inesperadas e impredecibles que atentan directamente contra la seguridad de un Estado (Ríos, 2015). Al ocurrir esto, entran en juego todas las estrategias y políticas de defensa nacional que fueron elaboradas con antelación bajo el deseo de garantizar el bienestar público. Cuando estos mecanismos establecidos con sumo cuidado fallan, se crea un ambiente de incertidumbre y pavor colectivo. Se desestabiliza a la sociedad. Por esto, es adecuado inferir que, al cundir el pánico bajo actos terroristas, también se logra un fuerte debilitamiento del poder o de la legitimidad misma del Estado (Ríos, 2015).

En la sociedad en general, la rabia, la tristeza y el miedo alimentan los nacionalismos, el racismo y la xenofobia, generando así un ciclo interminable de violencia que se agudiza cada vez más. Mientras que en la academia estos sucesos impulsan el estudio y el análisis de culturas antes poco visibilizadas.

En Estados Unidos la sociedad sufrió un proceso de polarización que la fragmentó aún más: en contraste con lo que indicaban las estadísticas de aprobación al gobierno un año atrás, en 2001 la Guerra contra el Terrorismo dio muchos puntos de aprobación de millones de ciudadanos estadounidenses, quienes legitimaban las acciones de George W. Bush y las instituciones federales (Hartig & Doherty, 2021), mientras que otro gran sector poblacional las condenaba duramente. Esto significó una peligrosa división ideológica en la sociedad que, por estos acontecimientos, se encontraba débil y menos cohesionada que nunca en los cincuenta años previos a ese momento de la historia; dicho fenómeno representaría conflicto interno para el Estado (Hristoulas, s.f.).

La segmentación de la sociedad como resultado del terrorismo no se reduce sólo a lo antes mencionado, puesto que, tal como menciona Athanasios Hristoulas (s.f.) en su artículo El impacto de los ataques terroristas del 11 de septiembre en la naturaleza y conducta del sistema internacional, uno de los efectos más devastadores que tiene el terrorismo sobre la estructura estatal es el cambio de su estatus geopolítico, que además puede desencadenar conflictos étnicos o entre grupos sociales opositores.

Ante este hecho, la administración de Bush actuó de la forma más racional posible. Aprovecharon la circunstancia y, con el apoyo civil que tenían, impulsaron la aplicación de un rango más amplio de herramientas legales para hacer aún más amplio el rango de acción de la ley; de esta manera se agudizaron los parámetros antes establecidos para la vigilancia y la investigación de individuos sospechosos para el Estado (Chaparro, 2012). Esta técnica fue, sin embargo, criticada por vulnerar la privacidad de los ciudadanos ligados al islamismo y de extranjeros residentes de EE. UU.; además, por parte de la comunidad internacional, se percibió como una nueva forma de control social. Para bien o para mal, el rango de acción de los actores internacionales interesados en esta nueva promulgación de la ley fue mínimo, puesto que no podían irrespetar la soberanía de la potencia norteamericana.

En su proyecto de investigación Estados Unidos y la seguridad hemisférica después del 11-S: El Comité Interamericano contra el Terrorismo, Mario Chaparro (2012) recapitula las estrategias tomadas por EE. UU. para alcanzar un índice más alto de cohesión en cuanto a qué pensaba la sociedad civil sobre la Guerra contra el Terrorismo. La estrategia estuvo compuesta de tres pasos que constantemente recibían estímulos sistemáticos:

  1. Deshumanizar al “enemigo nacional”, alimentando la islamofobia, el racismo y la xenofobia;
  2. Hacer uso del miedo provocado por los atentados del 9/11, y utilizarlo como motor de lucha en la Guerra contra el Terrorismo;
  3. Modificar los valores de libertad y democracia a favor del Estado y sus nacionales, para hacer ver al “enemigo” como un sujeto que no es merecedor de estos valores, de piedad o compasión, y mucho menos de misericordia.

Repercusiones del 9/11 en la seguridad hemisférica

Los atentados del 11 de septiembre conmovieron a todos los actores del sistema internacional en el hemisferio, e hicieron que se replantearan las tácticas de cooperación internacional entonces usadas. Resultaba urgente establecer una agenda renovada de seguridad para la Organización de los Estados Americanos (OEA), de tal forma que pudiera hacer frente a las nuevas amenazas regionales, como la violencia masiva vista el 9/11. En ese momento, Estados Unidos fungió como líder dentro de la OEA, y atendiendo a su interés nacional y sus nuevas políticas de seguridad emitió un plan de trabajo para que todas las naciones del continente americano pudieran adaptarse a la nueva realidad a la que se enfrentaban (Chaparro, 2012).

Haciendo buen uso de su sistema de cumbres, en 2003 se estableció un nuevo concepto de seguridad hemisférica por parte de la Organización de los Estados Americanos, el cual determinaba que incumbían aspectos de salud pública, política, ambientales, sociales y económicos (Chaparro, 2012). Sin embargo, este cambio que podría haber tenido muy buenos resultados terminó por ser un sistema excluyente y vertical, puesto que, tal como menciona María Cristina Rosas (2004), en la OEA de ese entonces no había una representación real de todos los Estados partícipes de la organización, sino que se trataba de una herramienta más para que Estados Unidos justificara la existencia de una supuesta amenaza común, y así lograra que el resto del hemisferio se adhiriera a su agenda de prioridades en política internacional.

Conclusiones

En el presente ensayo se corroboró que, aunque el terrorismo ejercido por parte de actores no estatales se da en diferentes tipos de sociedades, suele tener un mayor impacto en sociedades democráticas; esto se atribuye a la sensibilidad a causas civiles que generan los ciudadanos como resultado de su entorno. No hay que perder de vista que el terrorismo ejercido por actores subestatales ha permanecido en el sistema internacional gracias a las concesiones otorgadas por los Estados que legitiman sus causas o “negocian” con los grupos conformados por estos actores. Pese a ello, es prudente inferir que el terror siempre está motivado por la búsqueda de un cambio sustancial en las políticas del Estado, ya sea que estén dirigidas a su estructura en general o a favor de un sector poblacional en específico.

Mas, ¿qué se logra al ejercer terrorismo?:

  1. El debilitamiento del Estado, de sus cimientos, afectando su legitimidad y posición en el sistema internacional.
  2. Si se observa que los gobernantes no son capaces de garantizar la seguridad de la nación, y realmente sobrepasa su rango de acción, se puede gestar una crisis de gobernabilidad.
  3. Una fragmentación importante de la sociedad, que puede desencadenar graves conflictos internos, que a su vez representarían un problema aún mayor para los gobernantes del Estado.
  4. Fuertes discursos de odio (por diferencias de raza, religión o ideología).
  5. Una reformulación en las agendas de seguridad nacional, al menos a nivel hemisférico.
  6. La búsqueda de cooperación internacional y alianzas fuertes para elaborar política internacional que combata y prevenga al terrorismo.
  7. Las capacidades del Estado pueden malgastarse con facilidad si emplea sus herramientas de forma incompetente o se destinan a objetivos que, a mediano plazo, no son los adecuados (Freedman, 2007).

El caso de estudio utilizado abre las puertas a inferir que, al hacer frente y tomar acciones en materia de política exterior para combatir y frenar la proliferación del terrorismo, la Doctrina Bush representó un cambio estratégico fundamental en la historia de EE. UU., pues ahora la democracia estadounidense y el imperialismo compartían múltiples aristas. Este ejemplo es ideal para comprender que, al combatir el terrorismo, no sólo hacen falta cambios en la política internacional, sino también forjar coaliciones regionales que estimulen la cooperación en materia de seguridad.

Referencias

Bibliografía consultada no citada

Chomsky, N., (1987). Image and Reality. Crime and Social Justice. (27/28), 172–200. Disponible en: https://www.jstor.org/stable/29766332

ANA SOFÍA RENATTO SANTIAGO ES ESTUDIANTE DE LA LICENCIATURA EN RELACIONES INTERNACIONALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO (UAQ)

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Last modified: 3 marzo, 2023
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