HISTORIA Y FOTOS: CARLOS P. JORDÁ/LALUPA.MX
“¿Se va a escuchar mi voz?”, pregunta tras mi petición de alejar del micrófono de mi celular la bocina que expulsa las notas grosas del trombón de un corrido tumbado.
HB es receloso a la hora de marcar los límites que han de resguardar su anonimato. Aun teniendo una autorización de Cofepris para cultivar, cosechar, consumir, transportar y transformar su propia hierba, y sin incurrir en ninguna clase de delito, no quisiera atraer las miradas al lugar donde, en menos de 18 metros cuadrados, produce aproximadamente seis kilos anuales de marihuana. Su casa es un oasis pacheco a menos de cuatro kilómetros del primer cuadro de la ciudad de Querétaro.
Son fácilmente más de 20 plantas de tamaños diversos las que se observan al cruzar el patio que separa la reja de la puerta principal. Todas en etapa vegetativa, sin flores ni su perfume, aunque adentro el olfato delata que esas no son las únicas. Y en efecto: casi 30 esquejes en la clonadora del baño del cuarto de visitas, y cerca de 20 matas en floración dentro del cubículo que conforma el pequeño patio central. Además de las veintitantas de la azotea y la cuasi decena de tallos, completamente podados, cuyo follaje era resguardado en el cuarto de servicio hace apenas unos días.
Igual, el de hoy es un bouquet sutil; he estado aquí antes, y nada se compara con el tufo que de la casa emana cuando recién se hizo una cosecha; cuando la mesa del comedor se desborda de ramas atiborradas de cogollos frescos. Ya ni se diga las jornadas en las que se celebran esas clásicas reuniones de aficionados al porro, en las cuales ni siquiera es necesario fumar para salir hediendo y levitando de este sitio. Tardes que se vuelven noches de disputas férreas por el campeonato de Scrabble y de Catán.
En fin, que HB y X han tenido un día largo, no se les nota ningún ánimo por sacar los juegos de mesa ni de prenderse uno. Las cosas tienen que tornarse serias cuando se tiene un proyecto que ha evolucionado más allá de la recreación. Le pregunto entonces cuál fue el origen de todo esto.
“De morrillo tuve unas plantillas en mi casa, cuando era adolescente, unos 15, 16. Pero así sin cuidarlas güey, no tenía idea de nada. Unas sí florearon, pero nunca llegué a probarlas, la neta. Luego me las cachaban, me las arrancaban mis abuelos”. HB explica que al paso del tiempo conoció diferentes personas que cultivaban en casa, quienes lo familiarizaron un poco más con los procesos de la producción cannabica, “pero ya así, chido chido, cuando fui a California a trimear”.
Trimming en inglés significa poda. Esta actividad se hizo muy popular entre la juventud viajera internacional y la comunidad inmigrante hace casi una década, cuando en California se legalizó el consumo recreativo del cannabis. Los rumores en ese entonces eran utópicos: el estado dorado; plantíos de mota que se extendían hasta el horizonte; variedad de idiomas y culturas cual Babel; y por supuesto, una paga jugosa (más teniendo en cuenta que el hospedaje y las viandas corrían por parte de quien ofrecía el empleo). No obstante, la experiencia de HB resultó un tanto menos alegremente fantasiosa (que no por ello menos cinematográfica).
Entre sus amistades, había varias que para el 2018 ya no eran primerizas en esta excursión al sueño hippie americano, pero la gran mayoría se mostró reacia a llevarlo. Solo uno de sus amigos, el único que no iba al norte de California, aceptó su compañía. “Pero pues me jaló a una pinche granja ahí de narcos. De narcos de aquí de México. Así, en el desierto, en las orillas de Los Ángeles. Se llama Desert Hot Springs”.
Suena PCR de Natanael Cano y Peso Pluma mientras me cuenta la anécdota de cómo llegó a la primer granja en la que trabajó. El eterno paralelismo entre el séptimo arte y la vida real, ¿cierto?
“Tenían unos invernaderos en medio de la nada, güey, así como en la películas. Se metían en la terracería un chingo de rato, así: ghhhhh (hace una onomatopeya de las llantas raspando sobre la arena y las rocas). Y de repente, así detrás de una pinche colinita, así ghhhhh, literal como en… ¿cómo se llama esta serie?”
—Breaking Bad —interviene X, su esposa.
—Como en Breaking Bad —sigue con el relato—. Así güey: la tercer curva, no se qué, te metes, y así ghhhh… te metías un rato manejando en el desierto y ya de la nada aparecían esas madres.
Le pregunto si había gente armada.
—Como cuatro weyes.
—¿Cuidándolos?
—Cuidándonos y cuidándose —su risa sugiere que en realidad no le importaban mucho a los tipos de las metralletas—. Ahí estuve trimeando.
La tarea a la cual se había comprometido se culminó en un par de semanas, pero todavía faltaba hacer la venta en LA.
—Nos dieron armas y así, por si algo pasaba… nos dijeron: “ahí están abajo del asiento, por si se ocupa”.
—¡Que mamada! —no puedo evitar remarcar lo que me parece una injusticia.
—Es que si no la vendían no les iban a pagar —X ya conoce la historia.
—Nos dijeron: “si quieren su varo, pues se quedan hasta el final güey”. Y cámara, que no se vendió, estaba bien culera, muy seca —HB frunce el entrecejo, como recordando aquella desventura—. Pinches putos. Y pues ya, me hicieron el paro de comprarme mi boleto de camión al norte de California, costaba como 100 dólares. Y me dieron otros 100.
—De paro— hago hincapié con ironía.
—Ajá, de paro; de pinches 40 días de estar trimeando a 40 grados en el desierto. Así, día y noche, durmiendo bajo una gotera.
Ya en el norte del estado, en el condado de Humboldt, y bajo condiciones climáticas radicalmente diferentes, nuestro protagonista se encontró con aquellos amigos que se habían rehusado a guiarlo en un principio.
—Entramos a otra granjilla.
—Ahí también está bien peligroso, ¿no? — pregunta X, como quien más bien sugiere la respuesta.
—Pues hay muchas granjas ilegales, dicen que hay hasta muchas mafias güey. Así, que las granjas de los rusos, de los polacos, granjas de los de Michoacán…
—Se roban a los trimmers —añade X.
—Sí güey, hay granjas de puro esclavo. Así, hay de todo. Está bien denso.
Lo que platica HB es que cada granja en aquel lugar está separada por tramos inmensos de bosque, carentes de cualquier tipo de autoridad en la cual confiar… o por la cual preocuparse. “Ahí no hay ley, güey, cuando llega la policía es nomás a levantar el acta. Si alguien llega a asaltar o a robarse todo, sólo te puedes defender tú”. Asegura, además, que el cambio de coordenadas no implicó una disminución en la presencia de gente armada: “todas las señales están balaceadas. Así, hay carros en las orillas ya todos quemados, balaceados….si güey, o sea, está tripi, la neta hay muchos desaparecido allá. Chingos”.
Aquella aventura no duró mucho más. La temporada estaba llegando a su fin y cada vez había menos trabajo de trimming, por lo que HB y sus compañeros terminaron por recurrir a las opciones de labor, donde se pagaba por hora (15 dólares) en lugar de por producción (150 dólares la libra de yerba trimeada), y se llevaban a cabo tareas como trasplantes, defoliación y preparación de sustrato.
“Yo era medio huevón, hacía una libra por día, pero un amigo llegó a echarse como nueve. Se metió un varote. Y en labor trabajamos como ocho, 10 horas”. Cuenta que él, que se la llevo “súper relax”, juntó alrededor de 15 mil dólares, y que, para no exceder la cantidad de efectivo con la cual podía viajar de regreso a México, se gastó poco más de 5 mil en “pendejada y media”; ropa, calzado, días en la playa, juguetes. “Y ya no regresé nunca, güey, ¡a la verga!”.
“¿Cómo voy a pagar por algo que me estaba haciendo ganar dinero?”; fue la pregunta que nuestro entrevistado se hizo al retornar al país.Y fue así que, respaldado en el conocimiento empírico que adquirió durante su estancia en Estados Unidos, decidió comenzar su propio cultivo.
Sus primeros clones los obtuvo con un amigo a través de un intercambio por hachís —HB y sus colegas colocaban bandejas sobre sus piernas mientras trimeaban en California, después hervían el polen que recolectaban a baño maría. Luego de aplicarle presión y así crear una pasta marrón concentrada de THC, lo ocultaban en envases de velas aromáticas y lo enviaban por paquetería como si fuera un regalo—. La cosa no salió muy bien; “no sabía ni madres todavía, los puse en un sustrato bien puteado, florearon antes porque no les puse luz, las atacaron los gatos y pues ya, se murieron”.
X me dijo que lo hiciera bien y compramos unos libros”.
El dicho popular dice que echando a perder se aprende, y tal fue el caso de HB, cuya inversión de tiempo y dinero no fue poca, no obstante, su pareja representó un pilar importante en su formación de grower experto. “X me dijo que si lo iba a hacer que lo hiciera bien, que me informara, y pues compramos un chingo de libros”.
HB admite que no estaría donde está si no hubiera tenido ese primer impulso, casi obligado, de sumergirse también en la parte teórica. Por su parte, X se muestra modesta al preguntarle por su rol en este equipo de cultivo casero: “yo no hago nada, sólo le digo qué hacer”, bromea. “No, en serio, yo tiempo antes le dije: güey, cuando tengas suficiente información y se te presente un problema, vas a ser capaz de solucionarlo porque ya tienes el conocimiento”.
La esposa del entrevistado admite que sí puede llegar a ser tedioso estar escuchando datos nuevos sobre el cannabis todos los días, aunque tampoco se desentiende, pues es ella quien hace la publicidad para los proyectos que han surgido, como el curso de autocultivo cannábico que HB impartirá el nueve y 10 de diciembre del año en curso (2023).
El valor de mercado que tiene su producción anual oscila entre los 250 mil pesos mexicanos, una cantidad nada pequeña si se compara con lo que un pedazo de 18 metros cuadrados de tierra pudiera redituar bajo una labor de agricultura tradicional. Sin embargo HB prefiere consumir lo que cosecha, y encontró una manera legal de capitalizar el esfuerzo de casi cinco años de estudios y experimentación. A final de cuentas, el conocimiento no es un delito.
¿Qué otras razones existen para dar un curso de autocultivo?
“Pues güey, la neta está chido porque toda la otra mota, ¿a quién se la compran al final? ¿A quién le llega el varo? A organizaciones criminales, y no esta chido, la neta güey. Nos quejamos mucho de que está de la verga, y que ya está bien inseguro y así, pero la neta no mames, todo el mundo prefiere la mota barata y apoyar a estos weyes que cultivar ellos mismo, o comprar a un grower local. No sé, está bien cabrón, ¿no? O sea fíjate, güey, si todo el mundo cultivara, ¿cuánto varo no perderían, o cuanto varo no dejarían de recibir? Es una pequeña lucha pacífica”.
X tiene sus propios comentarios y teorías al respecto. Sobre la marihuana de calidad “premium” que venden algunos narcomenudistas dice que: “se ve bien bonita, pero la hacen así, atractiva; le ponen esteroides para plantas, tiene químicos para engordarla…. no saben de dónde sale, cuánto THC tiene, no saben un carajo. Nadie la crece. Son vendedores de la mafia. Lo que producimos nosotros es totalmente orgánico”.
“El pedo es la gente”, continúa, “aunque haya un toque orgánico que esté más chido, se van por el toque de los narcos aunque sepa más culero y te ponga de la verga”. Entonces le pregunto si es por el precio; “sí, y porque lo dicen en los corridos, güey. Ah sí, como ese güey dice que fuma pura mota Cherry, estos weyes (los dealers) traen pura según Cherry Pie, Cherry Cream, Cherry 200”. Por el tono de voz se intuye que X no cree, ni de refilón, que estas personas entreguen lo que ofrecen.
¿Qué se llevarán las personas que acudan al curso?
“Pues ve, como tal, no te haces grower en un día (rie), pero si van a salir con todos los conocimientos y preparados para identificar cualquier problema que pueda tener su planta. Ya con la información que se llevan podrían tener una cosecha decente para poder dejar de depender de comprar, ¿no? Para satisfacer sus necesidades de autoconsumo. Además de su permiso de Cofepris, y también les voy a dar muchas otras fuentes de información para que puedan clavarse más profundo si así lo desean”.
Antes de la despedida, HB no olvida mencionar que cualquier interesado en el curso puede obtener los informes completos escribiendo al perfil de Instagram de Seclusia, una growshop en Querétaro donde es posible hallar todo lo que se necesita para autocultivo. “Esos de Seclusia son mis compas. Me parece muy interesante su proyecto, me gusta bastante, porque pues va enfocado a lo que todos queremos: crecer”.