En la entrega anterior de esta odisea colombiana (puedes leerla aquí https://lalupa.mx/2024/03/03/de-aves-cerros-verdes-y-cafe-una-odisea-colombiana-dona-dora-y-el-alto-anchicaya-v-gerardo-aguilar-anzures/) visitamos el Alto Anchicayá, disfrutando de la hospitalidad de la familia de Avistamiento Doña Dora y la abundante avifauna del lugar y de sus alrededores, a lo largo de la vieja carretera Cali-Buenaventura, que sigue el cauce del río.
Como despedida de Doña Dora, a un costado de la carretera, hay una percha de chotacabras lira (Uropsalis lyra), ave nocturna enigmáticamente marcada de marrón y gris, con un collar rojizo. La característica más distintiva y motivo de su nombre es la muy larga cola del macho: hasta tres veces la longitud del cuerpo y con la punta blanca. A menudo está presente en cortes empinados de carreteras, deslizamientos de tierra o acantilados dentro de bosques de las zonas subtropicales. Los machos se perchan durante el día en lianas o ramas que les permiten colgar su larga cola; las hembras tienden a dormir más en el suelo. Este chotacabras se distribuye desde el sur de Venezuela hasta Bolivia. Un blanco fácil para la foto, porque dormitaba y no se movió en los minutos que estuvimos cerca.
A partir de Doña Dora, siempre yendo por la carretera a Buenaventura, se pasa por Loboguerrero, donde hicimos una escala pajarera, pero era la hora del calor y en realidad no fue muy abundante nuestra lista de avistamiento en el sitio.
Comimos unos kilómetros más adelante, en un lugar a pie de carretera llamado Paradero Paisa y, como lo sugería el nombre del local, era de comida típica colombiana. Tenía un enorme brasero, donde ya se estaban asando unos grandes trozos de carne, con un aroma delicioso, que despertó instintos primarios en mí y pedí un buen corte de res, con abundante guarnición y una cerveza Club Colombia, para acompañar. Nuevamente respeté el horario de alimentos, sin intentar pajarear durante la comida, aunque el restaurante tenía una terraza que miraba hacia la vegetación y había aves que observar. La excepción que hice fue para retratar a una majestuosa iguana, que se desplazaba en la parte baja de la fronda de un enorme árbol.
El siguiente destino nos llevaría a la Colombia tropical, más cercana a las cumbias, al ron y a la vegetación lujuriosa… al Macondo de García Márquez. Y la verdad es que llegar a San Cipriano encaja un poco con el realismo mágico, ya que el lugar está bastante apartado, tanto que ni siquiera se llega por carretera, sino por vía férrea, pero… ¡no en tren! Los automóviles se dejan en un estacionamiento (parqueadero), en un pueblito llamado Córdoba, y de ahí hay que caminar a las vías del tren y tomar uno de los muy pintorescos vehículos que se han adaptado para el recorrido por las vías, que transcurren a lo largo del río Danubio (sí, un Danubio que no es azul, sino muy transparente).
Las “brujitas” son plataformas de madera con baleros (rodamientos) que van sobre las vías, a las que se les añaden asientos y un toldo para el implacable sol. Por medio de una transmisión mecánica, los baleros son impulsados por una motocicleta empotrada, conducida por el transportista. Las salidas se hacen conforme la gente va llenando los vehículos. En la imagen puedes vernos a Luis y a mí instalados ya, esperando el viaje. Aunque cuando creí que la brujita ya estaba llena se subió una señora, como salida de un cuadro de Botero, y materialmente me prensó contra el asiento, con todas las protuberancias de su cuerpo, sin el menor recato… como dijeran por ahí: “sin un besito siquiera”.
Calculo que la brujita circula a unos 30 km/h sobre las vías del tren. El trayecto a San Cipriano dura unos 20 minutos y es una experiencia singular y agradable, con el viento fresco mitigando el calor y el hermoso paisaje a la vista. No se siente peligro como tal, pero no hay seguridad de ningún tipo y la prudencia sugiere agarrarse bien y estar alerta. La vía atraviesa la reserva natural, muy verde, pasando por algunos caseríos y cruzando el río Danubio varias veces, sobre puentes ferroviarios bien construidos, pero que claramente requieren de pintura y mantenimiento.
La parada en la reserva San Cipriano es como una pequeña estación de tren, pero al aire libre. Hay una calle principal, de tierra, y las casas y negocios se encuentran a ambos lados. Se trata de una población bastante pequeña, prácticamente se puede caminar a todos lados, aunque (como en toda Colombia) las motocicletas y motonetas son un transporte muy común.
Así como Bogotá está llena de gente de negocios, con aire cosmopolita, en San Cipriano la naturalidad y el desenfado son la esencia del lugar. Prácticamente todos los habitantes son afrodescendientes y el ambiente es relajado. Aquí y allá, esperando la brujita o camino a la compra, verás una estatua de caoba viviente: él o ella con la mínima ropa posible, no por intención erótica, sino para soportar mejor el ecuatorial sol. Con la misma espontaneidad, la siguiente persona de la fila podría ser el ganador de “el rey feo” en cualquier carnaval. Ni uno ni otro parecen estar al tanto de ello.
El trayecto desde Doña Dora, con las paradas en el camino y el viaje final en brujita, nos tomó hasta las 5 p. m., así que sólo dio tiempo de llegar a hospedarnos, después caminar un poco y cenar. En varios de los sitios de pajareo más apartados en Colombia, el turismo no proporciona un flujo constante en temporada baja como para tener restaurantes con un menú muy amplio, sino que hay que ordenar con tiempo, eligiendo entre pocas opciones. En el caso de la cena en San Cipriano, era cuestión de decidir cómo querías que te prepararan tu pescado. Tratamos de dormir temprano, para empezar poco antes del alba al día siguiente.
Nuestro guía local en el sitio tiene el apodo de “el Gato”, y en verdad tiene una vista felina para encontrar a las aves en la densa vegetación. Me parece admirable, porque tiene alguna leve discapacidad motriz, que provoca que de repente haga movimientos poco comunes, pero por lo demás lo tiene muy superado. Como con otros guías, sus nombres de aves en inglés con acento colombiano de San Cipriano me resultaron difíciles, para lo que recurría a la “traducción” de mi hijo Miguel Ángel. En la siguiente imagen puedes ver a nuestros guías, y en el fondo la hermosa naturaleza del lugar, donde abunda el agua y la vegetación. Por cierto, para hacer este paseo es imprescindible contar con unas botas impermeables, del tipo que se usan para jardinería, ya que, entre lodo y agua, frecuentemente estarás hasta los tobillos.
Aunque la reserva tiene una biodiversidad impresionante, las condiciones de vegetación densa con un dosel igualmente tupido a veces dificultan la observación, y más aún la fotografía de las aves. En experiencia de nuestros guías y de gente que ha estado en esta situación, en realidad habría que estar varios días en el lugar para encontrar y fotografiar más especies. Así que, sin más preámbulo, te comparto a continuación algunas de las aves que logré captar.
El trogón coliblanco (Trogon chionurus), con su vientre amarillo, es bastante común desde Panamá hasta el oeste de Ecuador. Tiene la cabeza y el pecho oscuro con índigo iridiscente, turquesa o morado, en la espalda, y la parte inferior de la cola completamente blanca, con un anillo ocular azul claro. Se encuentra solo o en pares en bosques, bordes y jardines hasta aproximadamente 1,000 msnm.
El gran tamaño de la cabeza y el pico que tienen los bucos, en relación con su cuerpo, me hacen pensar en caricaturas o figuras de peluche. El buco pechinegro (Notharchus pectoralis) es relativamente grande y tiene un llamativo patrón en blanco y negro que lo distingue. Se distribuye desde el centro de Panamá hasta el extremo noroeste de Ecuador. Típicamente se encuentra solo o en parejas, usualmente perchado en el dosel de los bosques por debajo de los 1,000 msnm.
Al ver al jacamar cola canela (Galbula ruficauda) inmediatamente pienso en un colibrí gigante, pero no lo es. Se trata de un ave verde con tonos rojizos, que habita tierras bajas tropicales húmedas. Vive en bosques perennifolios, frecuentemente en los bordes y claros adyacentes. Se percha muy derecho a niveles medios, en lianas, bejucos u otras perchas expuestas desde donde caza insectos al vuelo, especialmente mariposas, libélulas y avispas. Esta especie ya la había visto unos años atrás, en Quintana Roo, México.
Después del avistamiento del jacamar, íbamos caminando en fila por un sendero enlodado, muy tranquilamente, cuando de repente se oyó un fuerte grito de dolor que nos dejó paralizados… Después vimos a nuestro compañero Luis, que se apretaba el costado mientras seguía gritando, lo cual nos asustó mucho por unos segundos, hasta que logró articular palabra y nos pudo decir que ¡le había picado una hormiga bala!
Bajo estas líneas podrás ver a nuestro querido amigo y fotógrafo Luis Fernández-Veraud (puedes ver su trabajo en @Photoveraud), muy sonriente, nada que ver con su rictus de dolor en ese momento. También te presento a la temible hormiga bala, que tan sólo de verla uno se estremece. Miden como tres centímetros, pero te puedo asegurar que cuando las ves crees que miden cinco, ya que son muy impresionantes. El nombre de “hormiga bala” hace alusión a que el dolor que provoca su picadura es equivalente al de un balazo. Yo les creo, no me dejaré picar por una hormiga ni me daré un balazo para compararlos. En términos más fáciles de valorar, se dice que el dolor de la picadura de hormiga bala es 30 veces más intenso que la de una abeja, así que imagínatelo. La verdad es que Luis demostró capacidad de recuperación y entereza, ya que se sobrepuso bastante rápido del incidente, y a pesar del dolor seguimos pajareando.
El tucancillo collarejo (Pteroglossus torquatus) es un tucán pequeño, con un plumaje “de diseñador”. Habita en bosques tropicales de tierras bajas, moviéndose en pequeños grupos por el dosel de árboles con fruta, o bien pueden verse volando de uno en uno al cruzar claros o ir de un árbol a otro. A esta hermosa especie la vi por primera vez en la reserva de Los Tuxtlas, en Veracruz, y después en otras localidades de ese estado mexicano, además de encontrarla años más tarde en la península de Yucatán y en Costa Rica, así que es un viejo conocido. Recuerdo que, en uno de esos viajes, una de mis hijas al verlo lo bautizó como “el tucán cool”, precisamente por lo vistoso de su plumaje y pico. Se encuentra desde Veracruz hasta Ecuador, aunque, por sus variaciones, existen subespecies en ese amplio rango.
El batará pizarroso occidental (Thamnophilus atrinucha) tiene la cabeza proporcionalmente grande y plana, un pico grande y ganchudo, y con frecuencia mantiene su cola hacia abajo. Se le puede ver en parejas, en el sotobosque y bordes de bosques, desde Belice hasta Ecuador. En esta oportunidad, los guías tenían detectado un nido, así que, con mucha precaución y sin acercarnos demasiado para evitar perturbarlo, pudimos hacer unas tomas del hermoso momento. La anidación es una etapa vulnerable de las aves. En nuestra gran pasión por lograr las mejores tomas, los fotógrafos de naturaleza nos vemos ante la necesidad ética de poner el bienestar y la tranquilidad de la fauna por encima de nuestros intereses personales, evitando ser invasivos con nuestra presencia, o bien, con el uso de flashes, luces continuas, señuelos, grabaciones o con cualquier otro elemento que pueda estresar o perturbar precisamente aquello que queremos proteger.
El tucán del Chocó (Ramphastos brevis) es una gran ave con una raya amarilla en la parte superior del pico; es guinda oscura, casi negra. Habita en las tierras bajas y estribaciones del bosque lluvioso tropical al oeste de los Andes. Yo había visto previamente en Costa Rica a otro tucán bastante similar, que es el tucán pechigualdo, cuya distribución es más extensa y traslapa con el rango del Chocó, sin embargo, nuestro guía pudo identificar nuestro avistamiento escuchando el distintivo llamado del Chocó.
La oropéndola cabeza castaña (Psarocolius wagleri) es un ave bastante grande, de plumaje oscuro con amarillo en la cola. Habita el bosque húmedo siempreverde y sus bordes en las tierras bajas tropicales. En época de anidación, sus grandes nidos colgantes adornan los árboles más altos. A menudo se mueven en bandadas, generalmente en el dosel de árboles frutales. El macho es mucho más grande que la hembra, pero ambos sexos son iguales en la coloración del plumaje. Tiene ojos saltones azul claro, como de “gringo asustado”. El primer avistamiento de esta especie lo tuve en la cascada de Texolo, cerca de Coatepec, Veracruz. Estuve tentado a incluir aquí alguna otra foto de mi archivo, ya que indudablemente tengo mejores tomas que esta que hice en San Cipriano, pero la intención de estas crónicas es compartirte la experiencia como la viví: con sus momentos sublimes y también con sus pequeños contratiempos, cuando no se puede lograr la mejor imagen.
La tangara de Delattre (Tachyphonus delatrii) macho es completamente negra, con una cresta anaranjada contrastante, que la hace inconfundible. La hembra es marrón oscuro opaco. Se mueven ruidosamente a través del bosque, usualmente a niveles bajos o medios. A veces se unen a bandadas de especies mixtas. La habíamos visto antes, en el Anchicayá y Doña Dora, pero en San Cipriano fue el lugar en el que logré la fotografía más interesante. Es imposible no pensar en un mohicano al verla, y es el tipo de cosas que facilitan la mnemotecnia, ante el caudal de nuevas especies por recordar, en un viaje como este.
Después de la pajareada, comimos en una especie de palapa que está dentro de la reserva, donde ya nos esperaban para atendernos. Desde la noche anterior habíamos hecho nuestra orden pues, como comenté antes, los alimentos se preparan bajo pedido. Recuerdo que yo ordené un platillo especial con camarones, que estuvo muy rico y, por supuesto, después del esfuerzo de la pajareada y en ese lugar tropical, se imponía beber una cerveza bien fría… y de hecho me bebí dos.
Mientras comíamos, fue divertido ver a los “turistas normales”, con sus “diversiones normales” para un lugar tropical y con agua en abundancia. El río Danubio en esta región tiene una corriente muy suave, transparente y de poca profundidad, formando los famosos “charcos”, que son estanques de mayor profundidad, donde se puede nadar tranquilamente. También se puede hacer “tubing”, deslizándose sobre las mansas aguas del río con un gran neumático. La mayoría de la gente pasaba con trajes de baño, neumáticos, toallas, sandalias, hieleras con bebidas y toda la parafernalia de vacaciones playeras, muy contentos y disfrutando sus vacaciones. De vez en cuando, algunos de ellos dedicaban una mirada curiosa a nuestro grupo, con ropa camuflada de manga y pantalón largo, con botas de hule, gorras para el sol, binoculares y cámaras, como si fuéramos un pequeño comando táctico.
Después de comer, sólo faltaba hacer el recorrido en reversa, es decir, recoger el equipaje en el hotel, caminar a la “estación de tren” de San Cipriano y tomar la brujita de regreso a la estación de Córdoba, para recoger el auto y regresar a Cali… O más bien cerca de Palmira, que es donde se ubicaba el Hotel Villa Bosco, que fue el mismo de la primera noche, ya que resulta muy conveniente por su cercanía con el Aeropuerto de Cali, desde donde Rotsie, Luis y yo regresaríamos el día siguiente a México, aunque en momentos diferentes.
Para llegar a Palmira, era necesario atravesar Cali de un extremo a otro y, como en ocasiones anteriores en el viaje, sólo nos detuvimos en Cali en los semáforos, así que, estrictamente hablando, no conocimos la ciudad. La cantidad de motos que circulan en Cali es abrumadora, nunca había visto una proporción tan grande en ninguna otra ciudad.
Prácticamente sólo dio tiempo de llegar a instalarnos en el hotel y tener nuestra última cena juntos, después de haber convivido alrededor de quince horas diarias por 10 días. Como dato curioso, te comparto las opciones que había en el hotel para cenar el día de nuestro regreso: arepa rellena, salchipapa, hamburguesa, costilla BBQ y bandeja de pollo, cerdo o res. No es que me lo haya aprendido, sino que me mandaron las opciones en el hotel por un mensaje de WhatsApp. Como despedida de la gastronomía colombiana, pedí la arepa rellena y la última cerveza local.
Rotsie tenía que salir en la madrugada, Luis temprano por la mañana, y yo tenía el vuelo hasta la 1:30 p. m., entonces, tuve oportunidad de compartir una última pajareada, ya solamente con Miguel Ángel, en el día de mi regreso a México. Para ello, Miguel Ángel eligió el humedal Platanares, cerca de Palmira, que era el lugar más adecuado para esa última sesión por su cercanía a la zona del Aeropuerto de Cali.
A mí me encantan las aves acuáticas y disfruté mucho el humedal. Miguel Ángel no programa mucho los humedales en Centro y Sudamérica, pues muchas de las especies se comparten con México, y las endémicas suelen ser más abundantes en otras zonas, como las cuencas entre las varias ramas de los Andes en Colombia, ya que se generan hábitats y microclimas muy bien delimitados, que propician esa explosión de biodiversidad de este hermoso país.
Considerando los antecedentes, no esperaba muchos lifers (primeros avistamientos), pero el lugar rebasó mi expectativa, y aún más, hubo un par de lifers para Miguel Ángel también, lo cual nos alegró a ambos. Por supuesto que, en su rol de guía y habiendo hecho nuestro tour con anterioridad, no era muy probable que encontrara especies nuevas para él, así que por eso constituía un gusto mayor.
Aunque es común y muy ampliamente distribuido en Sudamérica y África, sólo encontramos un individuo del pijije cariblanco (Dendrocygna viduata), y fue en la última pajareada del último día. Estaba lejos y la foto no es la mejor, pero “le traía ganas” a este lifer, y me dio gusto verlo y captarlo de cualquier forma. Se trata de un pato llamativo con la cabeza blanca y negra, pecho rojizo y flancos barrados. Al igual que todos los patos silbadores, el cuello y las patas largas le dan una apariencia de ganso. Se encuentra en marismas de agua dulce, lagos y arrozales, y se alimenta por la noche. Usualmente anda en bandadas, a veces de cientos, en este caso, el cariblanco solitario acompañaba a una bandada numerosa de pijijes alas blancas, viejos conocidos, que siempre me agrada ver.
El pijije alas blancas (Dendrocygna autumnalis) es un pato esbelto, con cuello y patas largas. Tiene el cuerpo castaño con negro, pero lo más divertido son sus patas de color rosado eléctrico y su pico rojo, que lo hacen ver un poco irreal. La franja blanca del ala, a la que debe su nombre, es mayormente visible en vuelo. Viaja en bandadas, es activo de noche y, como buen pato silbador, vocaliza frecuentemente. Su rango se está expandiendo al norte en años recientes y se le encuentra desde Canadá hasta Brasil. Lo vi por primera vez hace casi 10 años, desde una trajinera en el Parque Ecológico Xochimilco, pero tiene ya varios años que no lo veo en la Ciudad de México. Es un favorito personal y he tenido la oportunidad de verlo en Veracruz, Chiapas, Morelos y Costa Rica, antes de esta ocasión en Colombia.
La viudita pía (Fluvicola pica) es un mosquero llamativo encontrado en pantanos abiertos en el norte de Sudamérica. Su cuerpo y cara son blancos, con las partes superiores mayormente negras, y tiene una marca blanca en forma de “V” en la espalda. Se encuentran solos o en parejas, usualmente perchados cerca del suelo, donde revolotean en busca de insectos. Es una de esas especies que desesperan a los fotógrafos, ya que hay algo en ellas que dificulta el enfoque y cuesta más trabajo de lo común conseguir una toma razonable. Dicho lo anterior, te presento la mejor que logré. Se distribuye en Venezuela, las Guayanas, Colombia, con puntos aislados en Perú y Brasil.
Coludo colicuña (Emberizoides herbicola)
En su rango, hay muchos pájaros rayados parecidos a gorriones y de hábitats abiertos, pero este es el único con su cola larga y puntiaguda, además del pico amarillo y grueso. Esas sutilezas me hubieran resultado indiferentes a mí, pero no a Miguel Ángel, que me lo señaló apremiante y me dijo “¡tómale foto a ese!”. Una vez que revisó la imagen en la cámara, confirmó la especie y me dijo que también era “lifer” para él, lo que ameritó unas palmadas de celebración. Se mueve individualmente o en parejas en pastizales o matorrales, a menudo anunciando su presencia con una sola nota.
Cuclillo enano (Coccycua pumila)
Como su nombre sugiere, es un cuco pequeño restringido al norte de Sudamérica. Tiene las partes superiores grises, la garganta y el pecho rojizos, que contrastan con el vientre blanco, además de ojos rojos. Usualmente, se le ve solo o en parejas en el bosque secundario o bordes de bosques abiertos. Como la mayoría de los cucos, generalmente es discreto, aunque nosotros tuvimos la suerte de que llegara volando y se perchara en un árbol bajo, bastante cerca de donde estábamos. Esta fue la otra especie que era nueva tanto para Miguel Ángel como para mí.
Ibis afeitado (Phimosus infuscatus)
Se trata de un ibis bastante pequeño, ampliamente distribuido en Sudamérica, pero con una distribución inusual a ambos lados de la cuenca del Amazonas. Es negruzco opaco con verde y azul iridiscente en las alas. La característica más notable es la cara y el pico rosados y “pelones”. Las patas son rosadas también. Se encuentra en bandadas, algunas veces de cientos. Forrajea en pastizales abiertos y humedales.
Rascón negruzco (Pardirallus nigricans)
Es un ave de pantano de tamaño mediano, rechoncha y parecida a una gallina. Gris oscuro abajo y marrón arriba, con las patas rojas brillantes y el pico largo amarillo verdoso. Se encuentra en hábitats pantanosos, incluyendo pastizales y campos de arroz. Sigiloso, pero a veces se observa alimentándose al borde de pastos densos, moviendo la cola cuando camina. Como la mayoría de los rascones, más a menudo es escuchado que visto. Sin duda, tuvimos suerte al poder verlo.
Jacana sudamericana (Jacana jacana)
Llamativo pájaro de pantano, de tamaño mediano con dedos excepcionalmente largos. Los juveniles son muy parecidos a la jacana norteña, que es la que habita en México. De hecho, yo asumía que los ejemplares que vimos eran de la ya conocida norteña, hasta que vi la lista de especies y me di cuenta de que era un avistamiento nuevo: fue uno de esos “lifers de efecto retardado”, que se sienten como encontrar un billete en un pantalón que te acabas de poner. Su vuelo es característico, tanto por su forma de aletear como porque muestran sus alas amarillas al hacerlo. Se encuentra en humedales, usualmente con una combinación de gramíneas y lirios.
Martín pescador amazónico (Chloroceryle amazona)
Es un martín grande, que reside en las tierras bajas de los trópicos americanos; se distribuye geográficamente desde el sur de México a través de Centroamérica, hasta el norte y centro de Argentina. En el mismo humedal Platanares encontramos también al martín pescador verde, que es una especie bastante similar. El ejemplar de la foto es una hembra, ya que carece del parche castaño rojizo que el macho tiene en el pecho. Yo creo que, de las especies observadas en este sitio, la mitad de ellas fueron lifer y las otras eran previamente conocidas. En el caso del martín pescador amazónico, es un viejo amigo, visto por primera vez en Veracruz, en 2016. Quisiera mencionar que, a medida que he pajareado en muchos lugares, tanto en México como en otros países de América, cada vez me resulta más admirable la riqueza de la reserva de Los Tuxtlas, en Veracruz, ya que se puede encontrar una enorme biodiversidad, que en algunos casos requeriría recorrer muchos kilómetros para hallarla fuera de ese increíble lugar.
Varillero capuchino (Chrysomus icterocephalus)
El macho es inconfundible dentro de su rango: mayormente negro con la cabeza amarilla brillante. Tiene el pico grueso y puntiagudo típico de esta familia. Irregularmente distribuido en el norte de Sudamérica, donde generalmente se encuentra en hábitats pantanosos, especialmente a la orilla de lagos o ríos. Anda en parejas o pequeñas bandadas.
Caracara chimachima (Daptrius chimachima)
El adulto es beige pálido con alas color marrón oscuro; el juvenil también es beige, pero con rayas oscuras por todo el cuerpo. Es mucho más pequeño que el caracara quebrantahuesos y sin su gorra oscura. Se encuentra en hábitats abiertos, tales como pastizales y riberas de cauces, donde a menudo se posa visiblemente. Esta especie la vi por primera vez en unos arrozales, cerca de Quepos, Costa Rica. Recuerdo que entonces pude hacer muchas tomas de dos individuos perchados, y hubiera hecho más, si no nos hubieran atacado unos mosquitos muy agresivos que nos corrieron de su arrozal.
Semillero ventriamarillo (Sporophila nigricollis)
El macho es un semillero bastante distintivo con el vientre amarillo, el pecho y la cara oscuros y espalda oliva-marrón. A menudo muestra algunas marcas oscuras borrosas por los flancos. El pico es pálido plateado. La mayoría de las veces se encuentran en bandadas o parejas en pastizales abiertos, a veces cerca del borde del bosque, pero también en áreas agrícolas. Es similar al semillero brincador, que es común en los sembradíos en México.
Avefría tero (Vanellus chilensis)
Esta es un ave playera estridente y conspicua, con “carácter fuerte”, en mi opinión. Su patrón de color es muy distintivo, con pecho negro, vientre blanco, cabeza gris y hombros bronceados. Su aspecto, un poco agresivo, se intensifica con sus ojos de color rojo. A menudo anda en pares o pequeñas bandadas en una variedad de hábitats abiertos, usualmente cerca del agua, pero también en pastizales secos. Tiene una amplia distribución, en prácticamente todo Centro y Sudamérica, y sólo unos puntos aislados en México. Irónicamente, cuando lo busqué activamente en Costa Rica en 2018 no lo pude ver, sin embargo, unos meses después, lo encontramos en La Encrucijada, Chiapas, a unos pocos kilómetros de la frontera con Guatemala. Como dato curioso, esta ave es el emblema de la Selección Nacional de Rugby de Uruguay, a quienes se les conoce como “los Teros”.
Después de esta fructífera pajareada final, mi hijo y yo moríamos de hambre y nos urgía almorzar. Tras fracasar en dos o tres lugares, que todavía no estaban abiertos, o bien que estaban mal señalados en la aplicación de mapas del teléfono, tuvimos suerte y encontramos un sitio enorme, en medio de la nada, que además de restaurante era un sitio de eventos, y en ese momento había una escuela primaria completa. De hecho, nos tocó un show de un payaso-mago-malabarista. Como el lugar era grande en verdad, los niños, sus padres y maestros estaban tal vez a unos 200 metros de nosotros, así que no resultaba molesto.
Se acercaba el fin de mi viaje. Saliendo del restaurante, nos dirigimos al Aeropuerto de Cali, que estaba a unos pocos kilómetros de distancia. Miguel Ángel se quedaría en Colombia para un tour más y yo tomaría mi vuelo de regreso a Ciudad de México, con escala en Bogotá.
Como normalmente me sucede al final de los viajes intensos de pajareo, sentí un poco de melancolía al darme cuenta de que al día siguiente ya no habría esa adrenalina y ese placer de estar viendo muchas cosas nuevas, tanto en las especies de aves como en los paisajes y el trato con la gente, de lo que se aprende tanto. Una vez documentada mi maleta, habiendo pasado migración y ya sentado en mi asiento del avión, dejé que me invadiera la relajación, dando paso al cansancio acumulado de dos semanas de actividad física y atención mental mucho más intensa que en la rutina cotidiana. El vuelo de regreso no se me hizo pesado en absoluto, ya que prácticamente me dormí todo el trayecto.
Un tip final que te doy, para que no te caiga de sorpresa ni te sobresaltes, es que Colombia se toma en serio el control de contrabando de estupefacientes, así que las revisiones de migración y aduana para salir del país son exhaustivas, mucho más que al entrar a Colombia. Incluso, una vez que ya pasaste el control de abordaje, antes de pasar al avión, puede tocarte que una brigada militar con aire severo conduzca una revisión final del equipaje de mano, pidiendo que dejes los bultos al centro del pasillo y te repliegues a la pared. Una vez hecho esto, ellos llevan a sus perros entrenados, que olfatean minuciosamente todo el equipaje de mano. Aunque no llegan a ser agresivos, los militares te dejan claro que “no andan de broma”, y con esta intimidación tácita se viven unos minutos de silencio y tensión –aunque no tengas nada que temer–, que no se libera hasta que los militares se retiran y puedes recoger tus pertenencias y seguir hasta el avión.
A mi regreso en Ciudad de México, me tomó mucho tiempo seleccionar las mejores fotos entre un universo de más de 6,000, para su proceso de edición. Después tuve que corroborar contra las guías y aplicaciones, con el fin de identificar todas las especies que había fotografiado. Muchas las recordaba, pero algunas tomas eran una incógnita. En algunos casos difíciles, tuve que recurrir a Miguel Ángel y su experiencia.
Todo este proceso de organizar y editar las fotografías me llevó como un mes. También estaba indeciso en cómo abordar el tema de las crónicas, que definitivamente quería escribir, pero ¿cómo?, ¿cuántos capítulos?, ¿cómo balancearlos?, ¿qué tanto texto y cuántas fotografías? Por eso me tardé un par de meses en tener un panorama claro, antes de poder escribir la primera línea.
Te agradezco tu compañía en este viaje de catorce días, en los que pajareamos en 38 sitios diferentes, vimos 400 especies y yo pude fotografiar cerca de 160, que quedaron plasmadas en 6 crónicas, que suman aproximadamente 40 cuartillas, así que, si las leíste todas, fue como un pequeño libro en fascículos quincenales.
Cerramos con esta entrega la serie De aves, cerros verdes y café: una odisea colombiana, pero muy pronto encontrarás aquí, en esta columna, nuevas cosas que espero sean de tu agrado.
Me dará gusto si quieres ponerte en contacto conmigo, por los siguientes medios.
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AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “A OJO DE PÁJARO”, LA COLUMNA DE GERARDO AGUILAR ANZURES PARA LALUPA.MX
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