Autoría de 12:36 pm #Opinión, Agustín Villanueva Ochoa - Sapere Aude • One Comment

La madre de las virtudes – Agustín Villanueva Ochoa

La prudencia, en la extensa jerarquía de las virtudes humanas, ocupa una de las posiciones predilectas. Se afirma que esta virtud es la guía que ilumina el sendero que conduce a las decisiones sabias y a las acciones justas. A lo largo de la historia, la prudencia ha sido identificada como una cualidad necesaria para la vida virtuosa y el florecimiento humano.

En el imaginario actual, la prudencia está asociada sobre todo a un proceder lento y pormenorizado (como en la conducción automovilística) o a una indecisión de fondo para evitar riesgos o, peor todavía, a una forma de pusilanimidad o cobardía que impide tomar una posición. Valoraciones, estas, que en gran parte heredamos equivocadamente del pensamiento moderno.

Para los antiguos, en cambio, la prudencia era considerada la virtud más bella que las personas tenían a su disposición, guía de todas las demás, porque permite reconocer el objetivo fundamental de la vida en una situación concreta y, sobre todo, porque identifica los medios adecuados para poder alcanzarlo.

Platón describió a la prudencia con el título auriga virtutum, tomando como modelo el corcel que sabe dirigir a los caballos. Ese título fue aceptado también por Aristóteles y retomado asimismo por Tomás de Aquino, porque consideran que la prudencia rige y gobierna todas las virtudes de la voluntad. Tomás de Aquino, además, añade otra denominación de la prudencia que expresa otro mérito suyo: el de genitrix virtutum, porque la considera el origen o fuente de todas ellas.

La prudencia puede comprenderse como la destreza para discernir y actuar en conformidad con lo que es correcto y conveniente en una situación determinada. Para ponerla en práctica no basta con seguir estrictamente una serie de reglas escritas, también es necesaria una capacidad más amplia que considere el análisis y la evaluación reflexiva de las circunstancias, tomando en cuenta tanto los principios éticos como los efectos prácticos de cada decisión; es decir, la prudencia representa el equilibrio entre la razón y la experiencia, entre la reflexión y la acción.

Una de las características sobresalientes de la prudencia es su naturaleza contextual, dado que no existen fórmulas generales que señalen cómo ser prudente en cada situación; más bien, requiere una comprensión sensible de las complejidades del momento particular. Lo que puede ser prudente en un contexto puede no serlo en otro; y es esta capacidad de adaptación y discernimiento lo que distingue a aquellas personas que poseen “La madre de las virtudes”.

Aristóteles declaró que, para adquirir la prudencia, como toda otra virtud, conviene preguntar a la persona prudente, pues, en rigor, esta virtud no está en los libros sino en quienes son prudentes, es decir, sólo nota la índole de esta perfección quien la vive.

La prudencia siempre tendrá cierto vínculo con la sabiduría. Mientras que la sabiduría se refiere a un entendimiento profundo de la verdad y una visión amplia del entorno, la prudencia se aboca en la aplicación práctica de esa sabiduría en las distintas situaciones diarias. La prudencia es la sabiduría en acción, mediante la habilidad de transformar los principios éticos y los conocimientos en elecciones que promuevan el bienestar general y el desarrollo personal.

Existen hábitos de la “razón práctica” que tienen relación directa con la prudencia:

a) La memoria, la razón y la docilidad se reducen al hábito de eubulia, o hábito de saber aconsejarse, al cual se opone la precipitación.

b) La circunspección y la cautela se reducen al hábito de synesis o sensatez, que permite saber juzgar lo práctico, al cual se opone la inconsideración.

c) El intellectus, la solercia y la providencia se reducen al hábito de prudencia o saber imperar o mandar bien en lo práctico, al cual se opone la inconstancia.

La prudencia no es una virtud que se adquiere en un abrir y cerrar de ojos; requiere autodisciplina, práctica constante y disposición para aprender de aciertos y errores, tanto los propios como los ajenos. También implica humildad al reconocer limitantes y apertura para buscar la orientación de quienes cuentan con mucha experiencia y que se caracterizan por ser personas prudentes.

“La madre de las virtudes” está relacionada con otros valores como el autocontrol, la mesura, el recato, la disciplina, la justicia, el orden y la diplomacia. A continuación, se presentan siete características que definen a una persona prudente:

  1. Moderación en el uso de los recursos: Una persona prudente sabe utilizar de manera equilibrada los recursos físicos, mentales y económicos. No derrocha ni abusa de ellos, sino que los utiliza de manera responsable y consciente.
  2. Análisis cuidadoso de las decisiones: Para evitar engaños o estafas, una persona prudente analiza minuciosamente cada decisión que debe tomar. No se deja llevar por impulsos o emociones momentáneas, sino que evalúa todas las opciones y consecuencias antes de decidir.
  3. Evitar juzgar por las apariencias: La prudencia también implica no dejarse llevar por las apariencias y buscar la verdad a través de hechos y veracidad. No se basa en prejuicios o estereotipos, sino en información objetiva y fiable.
  4. Saber elegir amigos y pareja con prudencia: Una persona prudente busca compañías saludables y positivas. Se rodea de personas motivadas y sanas emocionalmente. También selecciona cuidadosamente a su pareja, buscando alguien que comparta sus valores y principios.
  5. Manejo adecuado de la ira y el temor: Antes de actuar, una persona prudente reflexiona sobre su ira y temor. No se deja llevar por impulsos destructivos, sino que busca una solución pacífica y razonada. El autocontrol y la reflexión son fundamentales en este aspecto.
  6. No hacer promesas o compromisos a la ligera: Una persona prudente no realiza promesas o compromisos sin haberlos meditado previamente. Valora la importancia de mantener su palabra y su credibilidad, por lo que sólo hace compromisos que está segura de poder cumplir.
  7. Cuidar la honra y reputación: Actuar con integridad y buenos principios es una característica de una persona prudente. Valora su honra y reputación, evitando comportamientos que puedan manchar su imagen. La justicia y el respeto son valores que guían su accionar.

La prudencia, además, puede ser concebida como la voz interior que exige tomar una pausa y reflexionar antes de actuar, como la voz interior que pide examinar cuidadosamente cuáles pueden ser los riesgos y beneficios de cada elección y, paralelamente, como la voz interior que invita al análisis del impacto —positivo o negativo— de una decisión tomada.

Hoy las decisiones impulsivas son tan comunes que la incertidumbre y la complejidad son el pan de cada día y, ante esta realidad, la prudencia se convierte en esa brújula necesaria para navegar las alborotadas aguas de la actualidad, además, se posiciona como un dique de contención para resistir la tentación de actuar precipitadamente.

“En todo momento, los prudentes han prevalecido sobre los audaces”.

Théophile Gautier (1811-1872)

Webgrafía

(Visited 70 times, 1 visits today)
Last modified: 27 marzo, 2024
Cerrar