A Hugo se le hacían hoyuelos cuando hablaba, aunque hablaba poco y quedito. Eso era lo que más me gustaba de él: era tan tímido que nadie, además de mí, sabía que sus ojos eran color canela, porque, siempre bajos, los ocultaba bajo unas pestañas lacias, duras y rojas como sus cabellos tan cortitos, “¿qué se sentiría acariciarlos a contrapelo?”.
Se sentaba en un rincón y desaparecía en su mesa-banco unitario. A veces me miraba y entonces le adivinaba pensamientos que me gustaban.
Hugo no hacía ruido en clase ni para arrancar una hoja, además, trataba de controlar sus movimientos y no abría la boca para que nadie lo notara, y no lo notaban: en eso me daba cuenta de lo inteligente que era.
A la hora del recreo, yo jugaba, porque no era silenciosa como Hugo, que se instalaba en el sitio donde consiguiera mimetizarse mejor.
Yo jugaba, y cuando ganaba las carreras le dedicaba mi triunfo con una mirada: él estaba atendiéndome, y eso era bueno.
Un día pensé que podríamos ser novios, algunos en el salón tenían novia, si me decía que sí, ¿tendríamos que besarnos?
Hugo casi no hablaba, y hablarle yo parecía difícil: en clase no, todos se iban a dar cuenta y él se avergonzaría de tal manera que dejaría de quererme; en el recreo sería más sencillo, porque allí nadie se fija, pero si nunca antes habíamos cruzado palabra, ni modo que las primeras que le dirigiera fueran: “¿Quieres ser mi novio?”.
Estábamos en segundo año de primaria, pero yo ya había sido instruida: “Las niñas no se les declaran a los niños porque no les corresponde”, aunque en este caso tendría que romper la regla, o nunca pasaría nada.
En un papelito, escribí, con la “U” en rojo porque era para nombre propio: “Ugo cieres ser mi novio”. Hice bola el papelito y ¡lancé!, pero el maestro interceptó el proyectil, leyó, y dijo en voz alta: “Muy bonito”… ¡Qué bien!, era lo mismo que yo pensaba.
Hugo nunca se enteró de mi amor. Mi madre, a quien el chismoso del director mandó llamar, escuchó muy atenta la queja.
– No se preocupe profesor, yo me encargo – respondió ella, con cara de que el asunto era muy importante.
Le miré la boca, la tenía seca; el ceño fruncido… temblé.
En casa, me envió a mi cuarto y, tres larguísimos minutos después, entró y cerró la puerta detrás de ella. Nunca había notado lo grande que era mi madre.
– Con que… ¿a eso vamos a la escuela? –parecía vibrar–, si a los siete ya te comportas… “así”. ¡Válgame Dios! ¿Y tu padre? ¡Mejor que ni se entere!
A la semana, me cambió de escuela y, claro, conocí a otros niños; algunos eran lindos, ¡lástima que madre… sólo hay una!
Gracias José Antonio, a ti, a tu ilustrador y a los que cuidan la reproducción de los textos. .¡Un abrazo a todos, son muy buenos!
Me hizo reír y al mismo tiempo se me hizo tierno el cuento.
Son experiencias que se viven pero la forma en que está narrado es divertida.
Muy bueno, Paty. ¡Felicidades!
Por que a los Padres de familia les espanta tanto que los niños vivan y experimenten sus propias experiencias y emociones? Será una proyección de sus propios miedos e inseguridades?.
Gracias por hacernos recordar nuestras infancias con este cuento. Saludos Paty.
El amor lo recrea mi mente, así como esa niñita, que hablaba con miradas y recibía respuestas bonitas en silencio. ¡Qué linda y pura forma de amar! Y qué pronto fue cortada. El miedo, siempre es el miedo lo que retuerse todo.
Gracias Paty, tu historia me regresó al inolvidable niño de ojos grandes, pestañas larguísimas y rizadas que me encantaba mirar en el recreo, cuando cursaba el kinder. ¿Cómo olvidar su lunar en la mejilla?
Los enamoramientos de la infancia son experiencias que se viven con mucha seriedad e intensidad a pesar de la corta edad. Saludos
Muy bello, pareciera que fue ayer. El final es predecible y “desafortunado” pero pues así la vida, así ciertas costumbres, así el pasado.!
Excelente remate
Nos has hecho viajar en el tiempo y recordar esos amores inocentes.
Me encantan esos detalles donde dibujas en nuestra mente tus personajes.
Me gusto mucho.que aventada niña!
Muy hermoso Paty, me gustó mucho. Felicidades….¡!¡!¡! Son etapas de la edad que suelen ocurrir y qué difícilmente los adultos pueden entender para coadyubar con una mejor comunicación con las hijas e hijos sin necesidad de romper sus sentimientos.
Infancia es destino… Cuántos roles se inculcan a los niños que repetiremos toda la vida. Una asignatura mas de la revolución de las conciencias. Saludos Paty
La belleza de la infancia y las reglas quebrantadas.