Autoría de 1:58 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 12 Comments

¿Para qué sirve escribir? – Patricia Eugenia

A Hugo se le hacían hoyuelos cuando hablaba, aunque hablaba poco y quedito. Eso era lo que más me gustaba de él: era tan tímido que nadie, además de mí, sabía que sus ojos eran color canela, porque, siempre bajos, los ocultaba bajo unas pestañas lacias, duras y rojas como sus cabellos tan cortitos, “¿qué se sentiría acariciarlos a contrapelo?”.

Se sentaba en un rincón y desaparecía en su mesa-banco unitario. A veces me miraba y entonces le adivinaba pensamientos que me gustaban.

Hugo no hacía ruido en clase ni para arrancar una hoja, además, trataba de controlar sus movimientos y no abría la boca para que nadie lo notara, y no lo notaban: en eso me daba cuenta de lo inteligente que era.

A la hora del recreo, yo jugaba, porque no era silenciosa como Hugo, que se instalaba en el sitio donde consiguiera mimetizarse mejor.

Yo jugaba, y cuando ganaba las carreras le dedicaba mi triunfo con una mirada: él estaba atendiéndome, y eso era bueno.

Un día pensé que podríamos ser novios, algunos en el salón tenían novia, si me decía que sí, ¿tendríamos que besarnos?

Hugo casi no hablaba, y hablarle yo parecía difícil: en clase no, todos se iban a dar cuenta y él se avergonzaría de tal manera que dejaría de quererme; en el recreo sería más sencillo, porque allí nadie se fija, pero si nunca antes habíamos cruzado palabra, ni modo que las primeras que le dirigiera fueran: “¿Quieres ser mi novio?”.

Estábamos en segundo año de primaria, pero yo ya había sido instruida: “Las niñas no se les declaran a los niños porque no les corresponde”, aunque en este caso tendría que romper la regla, o nunca pasaría nada.

En un papelito, escribí, con la “U” en rojo porque era para nombre propio: “Ugo cieres ser mi novio”. Hice bola el papelito y ¡lancé!, pero el maestro interceptó el proyectil, leyó, y dijo en voz alta: “Muy bonito”… ¡Qué bien!, era lo mismo que yo pensaba.

Hugo nunca se enteró de mi amor. Mi madre, a quien el chismoso del director mandó llamar, escuchó muy atenta la queja.

– No se preocupe profesor, yo me encargo – respondió ella, con cara de que el asunto era muy importante.

Le miré la boca, la tenía seca; el ceño fruncido… temblé.

En casa, me envió a mi cuarto y, tres larguísimos minutos después, entró y cerró la puerta detrás de ella. Nunca había notado lo grande que era mi madre.

– Con que… ¿a eso vamos a la escuela? –parecía vibrar–, si a los siete ya te comportas… “así”. ¡Válgame Dios! ¿Y tu padre? ¡Mejor que ni se entere!

A la semana, me cambió de escuela y, claro, conocí a otros niños; algunos eran lindos, ¡lástima que madre… sólo hay una!

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Last modified: 12 mayo, 2024
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