Autoría de 1:50 pm #Opinión, Josué Méndez Ruiz – Azul casi morado • 3 Comments

Son pobres porque quieren – Josué Méndez Ruiz

Hace días platicaba con una persona desconocida por un chat anónimo. En la charla salió el tema de los principios éticos que personalmente no podemos dejar detrás; entonces decidí externar que me es imposible coincidir con la idea de que las personas pobres están en circunstancias de carestía porque así lo quieren. Añadí que esa afirmación común no sólo me parece completamente falsa, sino dañina (debí sumar que mezquina y autocomplaciente).

La respuesta de mi interlocutora fue la ira que, a pesar de no escucharla o verla expresada en facciones o tonalidades de voz, se transmitía con claridad en líneas de texto velozmente escritas, primero aseverando que la frase “el pobre es pobre porque quiere” era cierta, después recriminándome por fastidiar la plática, y culminó al redactar que le causé una gran frustración, ya que al no tenerme de frente no podía golpearme.

Cuando admitió este arrebato por hacerme daño físico me vino una sensación fuerte de tristeza, que le compartí a ella. Le dije que entendía quisiera golpearme, no es raro el deseo de golpear algo de vez en cuando, pero que su respuesta a esa idea tan sintética, la cual ni siquiera la interpelaba, fuera el ansia de castigarme lo consideré francamente deprimente. No lo sería si percibiera que esa reacción colérica ante la negación de “el pobre es pobre porque quiere” es un caso aislado.

Finalmente, terminamos la conversación de la manera más cortés posible y nos despedimos con el típico adiós que en verdad encierra un “hasta nunca”.

Muchas de las personas que respeto y admiro por sus ideas considerarían a mi interlocutora de chat anónima como alguien con quien no vale la pena dialogar, porque su marco ético dista mucho del nuestro; quizá, pero es posible que su reacción venga del miedo a cuestionar un razonamiento con el cual entiende muchas cosas. Por ello, quisiera que la gente con esa mentalidad se abriera más al diálogo… en verdad creo que es importante discutir la terrible falsedad del famoso “el pobre es pobre porque quiere”, pues la especie humana necesita superarla con la misma urgencia que al racismo y las demás formas de discriminación.

Pero ¿en qué me baso para negar esta máxima incuestionable de tantas personas? Primero, que cae en un error semántico. Podría perecer el menor de los problemas de la frase, sin embargo, creo que es el principio para lapidarla. Revisemos: “el pobre es pobre porque quiere”, evidentemente refiere a que las personas en situación de pobreza “quieren” o “desean” ser pobres. En mi vida, nunca he conocido a una persona con problemas económicos hablar de lo mucho que disfruta lo pobre que es, y que aspira a ser más pobre, porque “es lo que quiere”.

En la India, desde hace milenios, el ascetismo –la convicción de llevar una vida lo más austera posible, incluso padeciendo hambre, frío y enfermedad– es una práctica respetada como camino para llegar a una forma más alta de conciencia, independiente de los placeres mundanos que pueden atorarnos en un círculo vicioso de placer momentáneo sucedido por sufrimiento prolongado. Podríamos entonces decir que los ascetas son pobres porque quieren, pero en Occidente esta concepción espiritual del ascetismo no es frecuente.

Si bien hay muchas culturas en el mundo que miran positivamente la moderación, modestia y las formas simples de vivir, fuera de algunas vertientes estrictas de hinduismo encontraremos muy pocas sociedades en las que se piense a la privación de necesidades básicas –por ejemplo, la comida y un techo– como una vía de mejoramiento personal o una meta específica. Aquellas sociedades permeadas y moldeadas por la modernidad occidental vemos que tienden a lo opuesto: celebran la acumulación individual de bienes y servicios; mientras más ostentosos, mejor.

Son personas con esa tendencia a evaluar el “éxito”, incluso el “valor”, de los demás por medio de lo que compran y consumen quienes he escuchado que encumbran la frase que nos compete. Esa “valoración” del éxito no es privativa de una condición socioeconómica; la tienen tanto personas pudientes como de clase media y en situaciones desfavorables. Y en este lado del mundo, la mayoría de la gente, sobre todo la que tiene alguna vulnerabilidad, no aspira a la pobreza, por lo tanto, no la “quiere”.

Mi lectura es que la frase no refiere a “querer”, sino a “merecer”; en verdad la idea sería que “los pobres son pobres porque lo merecen”. Cambio el verbo debido a que la frase se usa más bien para descalificar a las personas en condiciones económicas vulnerables por “no trabajar” o “no hacer lo suficiente para vivir bien”, y no se aplica en verdad para simplificar los deseos y anhelos de los pobres a que pobres quieren ser. En su uso, la frase remite a que los pobres son causantes de su condición, no a que la busquen o disfruten.

Ahora, ¿en verdad los pobres “merecen” ser pobres? ¿Cuál es la vara con la que se mide ese merecimiento? Según lo que he escuchado, varía entre el trabajo y la inteligencia. Algunas personas consideran que la pobreza es un atributo de los flojos, de quienes no trabajan suficiente; sin embargo, amplios sectores de la población con jornadas laborales larguísimas y extenuantes en actividades fundamentales como la agricultura o la construcción, que todos requerimos para sobrevivir, ganan poco dinero, muy frecuentemente no el suficiente para satisfacer sus necesidades básicas.

En el extremo contrario, las personas más adineradas suelen hacer poco o nada de trabajo productivo. En el mundo contemporáneo quienes más dinero tienen son propietarios de medios de producción o de fuentes de materias primas de alto valor, gente que en realidad no toca instrumentos, no elabora u opera maquinaria, no hace labores administrativas o crea nueva tecnología; son los dueños de las marcas, no las personas más trabajadoras, quienes amasan fortunas. Y sí, algunas veces trabajan en esas empresas, pero no es un requerimiento para aprovecharse de las ganancias, ya que no es su trabajo el que les da las mayores remuneraciones, sino su condición de dueños.

No hay una relación directa entre la cantidad o importancia de la labor que desempeña una persona y su ingreso económico. La cantidad, calidad e importancia del trabajo es uno de los elementos con los que se tasan sueldos y pagos, pero con frecuencia no el más importante, y definitivamente no es la llave para salir de la pobreza, como lo demuestran buena parte de las personas que viven de la agricultura.

Debe ser la inteligencia entonces, dirán ciertas voces: lo visionaria que es la gente define si gana bien o no. Aquí entramos en el problema de establecer qué es la inteligencia. Algunos le llaman así a la capacidad de resolver problemas o encontrar alternativas novedosas; otros lo centrarían en la capacidad creativa. Aunque esta idea se desbarata cuando una joven promesa de la ingeniería o física no llega a la universidad porque debe apoyar con los gastos de la casa trabajando por salarios raquíticos, o cuando un genio para cierto arte muere en la pobreza. Más clara es la falta de causalidad inteligencia-riqueza cuando conocemos a alguna persona rica y nos damos cuenta de que es una reverenda imbécil, y que todo el dinero viene de su familia.

Y de todas formas, si una persona fue “muy inteligente” para abusar de otras y eso la hizo millonaria, por poner un ejemplo, el admirado Lobo de Wall Street, ¿eso hace que merezca suficiente riqueza para sobornar policías, destruir propiedad pública y privada, dejar en la quiebra a gente trabajadora? Por favor, estimado lector, no creas que “así es la vida”, porque todo lo “mal” y “bien” hecho financiera y económicamente está determinado por la humanidad, y se mantiene así por intereses específicos; de manera que se puede y debe cambiar si termina jodiendo a miles a cambio de los lujos de unos pocos.

Creo que la molestia que muchas personas sienten al enfrentarse a ideas como las anteriores deriva de la problematización y negación de una certeza que les consuela: que todo lo que tienen se lo merecen, incluso más. Lo cierto es que no es un proceso basado en la justicia y el mérito el que determina si somos pobres o ricos; nuestra colocación en una clase social –por lo tanto, la capacidad de consumo a la que accedemos– es profundamente injusta, lo queramos o no aceptar. Si te ofendo, estimado lector, al decir que no todo lo que tienes “te lo ganaste”, por lo menos acepta que a las personas desfavorecidas económicamente no se les “asignó” esa condición porque la querían o lo merecieran. Es reprobable dañar con mentiras a otros para sentirse superior.

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Last modified: 6 abril, 2024
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