Autoría de 2:23 pm #Opinión, Armando Mora - El Ardiente Rabo • One Comment

El Piropo: una agudeza que sonroja – Armando Mora

El piropo es un traje de aroma inusitado y sorpresivo. La cordialidad y la templanza que le habitan, entre cada una de sus palabras, debe venir, como lo fue en sus inicios, con coplas populares, versos que enrojecen, y busca alabar con lisonja las virtudes de una mujer. Es un canto que debe desprender entre cada frase y de forma sorpresiva, porque así es, sin pensarlo, una bomba que explota entre los dedos, que busca, entre el asfalto, en la calle, aquella imagen que obnubila el statu quo de los mortales.

El piropo es un claro de luna, la música que emana de la sabiduría popular, y es, simple y llanamente, una joya enrojecida de palabras.

Con glamur, sin rebasar las líneas de la intolerancia que te puede permitir el idioma, las palabras que lleva un piropo son cercanas a un verso, con rima y su ritmo lo esparce quien lo dice, no debe rebasar el lado equívoco de la cortesía, que te permite sólo admirar. Cuando vuela el piropo y su dardo es recibido, debe dejar una ligera sonrisa, nada más.

Un piropo es la sonrisa que da a los ojos la bienaventurada calle.

Hace sonrojar, porque así es el piropo, como granate rojo, piedra preciosa que enclava la mordedura de una palabra lisonjera, que permite al espíritu dar un sorbo con pasión, un mínimo fragmento para devolver la respiración y mirar con efusividad la vida. Por eso el piropo nunca debe levantarse por encima de la alabanza y la quietud de las palabras, es cauto, astuto, sale para enrojecer ligeramente las mejillas; sin rebasar esos límites. Pero cuando ya no está estructurado de versos bellos, que engalanen, ya no es un piropo. El piropo jamás es ofensivo, si resulta en traspasar esa frontera ya no es piropo y debe atacarse y no dejar que circule. Porque el piropo contempla, porque surge a bote pronto, no se piensa, sale de improviso, porque si no ya dejaría de ser sorpresivo, se volvería previsible. Por su historia, la del piropo, no alaba la torpeza, porque el piropo, como joya enrojecida, no es falsa, la falsedad es cuando a nombre del piropo se denigra, se esparcen frases insustanciales y sin garbo.

El piropo se tira de bruces, que no es cosa menor, para rendir un tributo por medio de su única arma, las palabras.

El piropo es sutil, un viento ligero que inmoviliza a los transeúntes y les causa una sensación agradable de haber tenido la posibilidad de mirar y escuchar al que lo dice y a quien.

Un piropo es una carta que concentró en muy pocas palabras la gracia de una flor.

El piropo no tiene autor, va caminando por las calles sin rostro, surge de la vena popular. Sus palabras lisonjeras, que sólo deben alabar, más bien se deben encaminar a un mínimo homenaje a la belleza.

Si hubiese más piropos, lo más seguro es que reduciría el número de desahuciados en el amor, porque te permite el ingenio, que ya es una ventaja.

El piropo cuando masacra a su propio origen, y en lugar de cargar lisonja arremete con bestialidad, se disgrega en un vacío.

El piropo se lanza, es cortés, pero no se esconde, sale a las calles para que, entre cada sesgo del asfalto, las mujeres pasen sin tropiezos y con divertimento.

No existe para el piropo un letrero: Prohibido pasar, personas piropeando. Tenga precaución. Muy al contrario, se debe caminar a la espera de recibir la catapulta de un piropo.

El piropo, pieza que adorna el sonido de los ecos de las calles. Verlo emerger como surgido por debajo de la tierra y que, sin cortapisas, exprese: “Señorita, permítame que le custodie la sombra de sus encantos”. No creo que ninguna mujer se resista a ese tono de belleza que retumba entre el asfalto y que deviene como un tiro inesperado ante el deambular.

Existen muchos piropos que circulan entre la memoria de las personas, unos extraordinarios. Algunos autores se han dado a la tarea de recopilarlos y circulan algunos libros. El piropo no pertenece a nadie, es lo que es, anónimo.

Se alumbra el paso de un hombre que desfallece entre amaneceres, pero al mirar la elevación de la belleza, la pirotecnia de palabras, si lo alumbra, no tendrá de otra: sacar piropos hasta por debajo de la camisa.

Una lluvia de pétalos se esparce cuando el poeta de la calle lanza su piropo ante aquella dama. Ella debe sentir una caricia en su honor.

Las palabras se vuelcan ante ella porque ha emergido ante los ojos de los moribundos el vuelo de su agónico corazón…

El piropo es imprevisible, surge y debe, con honor, dar garbo a la víctima de sus palabras. Ante aquella bella imagen no debe dejarse llevar por la palabra de tajo, debe aspirar ante el suspiro que deja, y ella sentir que es un poema del espíritu callejero, no importa quién es la voz, siempre que provenga de lo insólito.

El piropo debe venir de la nada, y aun así, de esa forma, abrir la flor con aquel perfume de gardenia y encaminarse con frases. Galopar de frases. Debe ser breve, poético y de techumbre, un dardo imprevisto que sorprenda a quien lo dice y más a quien lo haya detonado.

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Last modified: 17 abril, 2024
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