Autoría de 12:59 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito • One Comment

10 de Mayo: fumata blanca – Víctor Roura

Cuando el humo blanco, denominado fumata por los férvidos religiosos, empezó a salir de la chimenea de la Capilla Sixtina, Santa Purificación II del Ángel y Rueda se arrodilló en la Plaza de San Pedro y con su puño derecho se golpeó repetidas veces en su pecho adolorido. Era ella uno de los casi seis mil periodistas, de más de sesenta países, que estaban allí en el Vaticano para atestiguar el milagro del nuevo enviado de Dios revestido de papa.

      Santa Purificación II comenzó a rezar, temblando de sentimientos encontrados. Si su madre viviera no hubiera dado crédito al hecho de que su hija estuviera ahí en la mismísima Santa Sede, recibiendo las bendiciones directas del cónclave católico. Tal vez no habría resistido la conmoción. Santa Purificación II la recordó, a su madre, a la querida Santa Purificación I, un dechado de virtudes que propagó, con esmero y meticulosidad, a sus catorce hijos, ahora desbalagados por el mundo, no todos, por cierto, dignos de la educación materna (Magdalena de la Providencia, por ejemplo, trabaja en un prostíbulo de Tecate y José Carpintero anda metido en los círculos del narco repartiendo sus millones de dólares a cuanta belleza se halla a su paso, olvidado ya de su familia, a la que no ha enviado ni un mísero peso). La recordó, a su madre, y no pudo contener el llanto. Ella, la mayor de todos los hermanos, era locutora de un programa de ayuda social en cable desde hacía varios años, connotada por su defensa a las mujeres abandonadas por sus exiguos maridos.

      Una mano le tocó el hombro.

      —¡Hay que transmitir, Puri, deja de chillar, carajo! —le dijo el camarógrafo, mal encarado, que bebía tequila de su ánfora, no detectada por los guardianes del orden en esa plaza italiana—. ¡Órales, que van a interrumpir la transmisión!

      Santa Purificación II se levantó como pudo, medio turbada todavía, se secó las lágrimas, le dieron cinco minutos para que se retocara el maquillaje y dio, profesional que era, la información del nuevo nombramiento del papa, aún sin dar su nombre, no sin cierto toque místico y absolutamente creíble, que hizo llorar sin duda a algunos televidentes.

      —Regresaremos cuando nos sea dado el nombre del nuevo santo —dijo Santa Purificación II con el micrófono en la mano temblorosa—. No sabemos de qué nacionalidad es, pero pronto se lo diremos…

      Una hora después se corría el telón: se trataba de un argentino, lo que la desquició porque recordó, otra vez con llanto inusitado, a su amado León Piglia Videla, el che por el cual estuvo a un desgraciado paso de abandonar los mandamientos de Dios, ese sudamericano que la volvió enteramente loca tres noches y luego la desterró por completo de su vida, obligándola, semanas más tarde, a realizarse un aborto clandestino, a espaldas de su adorada madre, que nunca estuvo enterada de aquella tragedia, que sirvió, no sin reticencias, para que Santa Purificación II jamás volviera a cometer una equivocación de tal indigna naturaleza (¡amar a alguien sin ser correspondida!), al grado de que ahora, a sus cincuenta años (bien conservada, bonita a secas, con el cuerpo aún recio), permanecía, de alguna forma, inmaculada, viviendo sola, a expensas de los designios divinos y de las breves pero hondas satisfacciones que le otorga su transitorio amante, que la ama, según está convencida, como ella a él, correspondidos ambos.

      Sí, se trataba de un papa argentino, el primero latinoamericano de la historia. Y lloró de nuevo, por el papado revelado y por la memoria de su amor maligno. Transmitió entonces otros quince minutos desde Roma proporcionando la información completa, que mereció la felicitación del principal conductor de las noticias de ese canal, que no dejó de echarle piropos a esa “responsable periodista” que, estando lejos de su terruño, “se sacrifica para mantenernos bien informados a costa de su propia templada vida”.

      Ya en la madrugada, en el hotel el camarógrafo, bastante bebido, desnudaba a Santa Purificación II con sus ya acostumbrados improperios e indiferencia nada sutiles.

      —Ahora sí vas a llorar por motivos razonados, Puri —le dijo cuando se quitaba el cinturón.

      Ella, ansiosa, lo miraba con ternura inquieta.

      —Cómo eres, cariño —musitó.

      Fumarolas negras entonces salieron de sus cuerpos sudorosos y ahítos.

AQUI PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX

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Last modified: 7 mayo, 2024
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