Autoría de 1:40 pm #Opinión, Armando Mora - El Ardiente Rabo

Un gran pugilista: El Aforismo (II de III) – Armando Mora

El aforismo pelea hasta la medida de sus posibilidades, pero si la realidad no le permite luchar, debe necesariamente transformarse.

Es innegable que el aforismo tiende, en ciertos momentos en que la realidad pujante se ha visto modificada, que se mezcla entre sus hablantes y tiende a transformarse, a condensar sus pensamientos y fragmentos con los propios elementos que salen expulsados de las propias culturas vivientes; su escritura va alejándose de los parámetros de su origen. La realidad en sí misma al transformarse no pude mantener a sus pobladores ajenos a ellos, es necesario buscar la manera de expresarse. No les importa, porque no saben nada de gramática, lo único que necesitan es buscar el comunicarse.

Quien escribe aforismos debe estar muy abusado, estar ducho ante estos cambios que le permitirán conocer a manos llenas lo que late en los corazones y el padecer de los pueblos.

Quizá por eso muchos que escriben aforismos se van quedando en la antesala de los virtuosos, porque intentan escribir textos filosóficos, y el aforismo es “ciencia” del pueblo, con características diversas de los dichos y el refrán.

En muchas circunstancias el propio aforismo comete errores, no cabe en sus propias palabras para condensar en unas cuantas líneas los sabores y malestares de una ciencia, como también se aleja de la esencia y busca una fórmula fácil de escritura sin intentar morir en el intento.

Pero las comunidades caminan, se doblega, se van cuajando con sus vidas, se les mira cambiar, luchan incansablemente por sobrevivir, miran sus vidas propias y las que no, los cambios son ahora más intensos, el movimiento los arrastra y buscan sobrevivir ante ello.

La gramática va cambiando por las interjecciones que viven entre cada una de las sobrevivencias de los hablares, de una vida sometida a estar a la deriva, siempre a mantenerse entre los cables de tensión y caminar entre ellos, claro, sin importarle el mañana; es simple, sobrevivir ante las inclemencias de la vida dura e insostenible. Por eso la vida del aforismo no está ni se puede localizar, como muchos quisieran y sostienen, en los bastiones de los bolígrafos consagrados de mentes brillantes que hacen del idioma un simple derroche de textos sin sustento y de poco emerger entre los subterfugios de los corazones y, claro, de entre las vísceras humanas, aquellas en que el idioma sale de su forma “natural”, de su contacto con su realidad y así, quienes escriben aforismos deben sostener la avaricia del tiempo, para en el momento oportuno atreverse a escribir un solo aforismo y dar con la punta de lanza que exprese ese sentir, esa vida que hierve, y se deje en unos cuantos trazos de aquel idioma, de aquellos hablares por medio de la escritura.

El aforismo debe llegar, la hoja en blanco tiene su propio tiempo, el anticiparse sólo causa escorbuto y desmayos a quien los escribe, aunque posea un público que los alabe sin medida de nada; la paciencia debe imperar. Llegar con esa condición de desesperación y llevar textos frágiles a un cuadrilátero, es muy fácil el ser derrotado, caer sin meter las manos para defenderse. El aforismo debe presentar no sólo lo que se manifiesta como una enfermedad, sino qué la causa y, por supuesto, si hay curación o simplemente que las palabras lo pongan en su sitio para toda la vida.

Qué terrible es leer que a un fragmento se le diga aforismo cuando no ha llegado ni siquiera a la altura del corazón humano.

No es sencillo representar la realidad por medio de fragmentos; muchos dirán, con cierto dejo de realidad, que ningún fragmento te proporciona la realidad; es cierto, pero ese fragmento debe escribirse con la claridad que requiere el idioma, pero lo más complejo es el adentrarse –sin medida de nada– siendo el cinismo una de sus armas expresivas, y no detenerse ante nada, quizá por eso se le menosprecie, porque no es ninguna píldora, es un dardo que hincha, que causa un enrojecimiento y, en muchos casos, hasta indignación. Un ejemplo siempre recurrente de quien pretende escribir es tratar de expresar su sentir por el amor, pero el aforismo es menos indicado porque anda de la mano con los engañados, con los traicionados, con los dejados, con aquellos que se ahogan por el amor ante una simple copa de vino; el desarrapado, el hambriento, aquel hipocondríaco que no encuentra asiento en ningún sitio, de aquellos que caminan sin destino alguno, imbatibles. Porque, para el aforismo, ellos representan la vida a más no poder, la flor que emite el mejor de los aromas, la raíz fuerte que se sostiene sin importarle la riqueza de los hablares; simplemente esas comunidades, pueblos, luchan por sobrevivir y buscan sus propios recursos que les permite la realidad, y los trasladan a su idioma para comunicarse. Así de sencillo, nadie podrá con esta decisión imbatible el permitirse la derrota.

Pero también tenemos que tener la certeza de que la vida del propio aforismo ya no le alcanza –como lo expresaba líneas arriba– cambios profundos que, sin proponérselo, van orillando a perder la fortaleza en su manera de expresarse.

Puede pronto, no será la primera vez, verse en la derrota del idioma porque:

Si existen las expresiones tropológicas es que hay metáforas y éstas vívidas en el corazón de los pueblos son la quintaesencia de la escritura hecha de frases.

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Last modified: 11 agosto, 2024
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