ENTREVISTA: MERCEDES CORTÉS/LALUPA.MX
FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
Para tercer año de preescolar Carlos Campos ya había aprendido que leer y escribir sería el salvoconducto para huir de la violencia. En su casa y en su escuela eran cotidianos los episodios de maltrato —del hombre hacia la mujer y del grande hacia el pequeño—. La niñez, sin embargo, es campo fertil donde florece lo que se cultiva. En su caso, rosas negras. Rosas negras que, quizá, en contraste con el popular poema de Martí, eran el reflejo de la presencia de la maliciosa oruga de la guerra en su breve existencia de niño.
A escribir aprendió solo. Ni su mamá, ni su papá, ni sus maestras se dieron cuenta. No hubo palabras de aliento ni reconocimientos. Carlos tenía unos cinco años cuando comenzó a crear sus primeras oraciones al reverso de rosas dibujadas con pétalos negro marfil. Dibujar le ayudó a sobrellevar su vida escolar; la escritura, a sobrevivir a la violencia.
“Para tercero de kínder ya hacía yo mis primeros relatos. Provengo de una familia disfuncional con un entorno de violencia doméstica brutal ejercida por parte de mi papá hacia mi mamá y hacia nosotros; sobre todo hacia mi mamá en forma sistemática. Uno de los puntos clave para sublimar este contexto fue la escritura”, dice el autor de los libros Besar a Cervantes y otros cuentos, publicado por la editorial municipal de Querétaro Letra Capital y de la novela Alevosía. Además de múltiples relatos, cuentos, sin olvidar su colaboración quincenal en LaLupa.mx con el sabiniano título de “Pongamos que hablo de libros” (https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/carlos-campos-pongamos-que-hablo-de-libros),
Del preescolar al quinto de primaria reafirmó sus habilidades. La música, el cine y la televisión, alimentaron al mismo tiempo, sus dones creativos. A corta edad comenzó a leer a Churchill y a escuchar Guns and Roses.
Acostumbrado a pasar desapercibido, Carlos Campos tuvo que lidiar con ser foco de debate cuando se descubrieron sus aficiones. Sus profesoras llamaron a su mamá cuando encontraron rosas negras y relatos sobre maestras explosivas en sus cuadernos. La interpretación fue que el niño tenía problemas. La señal, en realidad, era que había encontrado varios canales para desfogarse y defenderse.
En la escuela primaria donde estudiaba, la Lázaro Cárdenas, lo normal era que las maestras golpearan a sus alumnos y que los niños más grandes abusaran de los más pequeños. Él pertenecía al bando de los pequeños. Así que, en casa y en las aulas, Carlos debía afrontar la invasiva plaga de la violencia.
“Yo fui bulleado (abusado) de primero a quinto de primaria pero cuando leo a Churchill en quinto de primaria y cuando escucho a Guns and Roses, en el 85 —el disco lo compro en la Comercial Mexicana—, algo en mí se rompe y aprendí a defenderme”.
De las batallas de la infancia a los debates de la juventud
Llegada la edad de elegir carrera, Carlos se debatió entre el derecho, la psicología, la historia y la comunicación. Finalmente, por allá de 1997, eligió la comunicación. El esquema ofrecido en ese entonces por la Universidad Autónoma de Querétaro lo convenció para analizar a fondo la política y la cultura.
Apunta como referentes académicos a Edita Solís, Fernando Romero y Gabriel Corral, académica y académicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAQ. Así también a docentes como Oliver Herring, Federico de la Vega, Diana Rodríguez, Gerardo Arana y Mauricio Caudillo. Y define como decisiva la influencia de Cecilia Badano, Esther Castillo y Araceli Rodríguez.
Todos a quienes menciona con respeto y un profundo agradecimiento.
De la comunicación y el periodismo jaló el hilo dorado de la literatura. En su estudio conoció factores clave de la técnica como la importancia de resignificar la lectura desde un enfoque teórico y apasionado. Con ese lente leyó Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, así como diversas obras de reconocidos escritores latinoamericanos, entre ellos, José Emilio Pacheco, José Agustín, Gustavo Sainz, José Saer y Ricardo Piglia.
En la conversación, Carlos Campos se muestra seguro, fluido y con una notable capacidad de análisis y empatía. Habla alto y a los ojos. Para esta entrevista eligió como escenario la librería del Fondo de Cultura Económica “Hugo Gutiérrez Vega”, ubicada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAQ.
Debido a su voz contundente conversamos afuera.
Durante el encuentro llueve pero no parece ser problema. Bajo la lluvia, narra con naturalidad la violencia que sufrió cuando era niño. Rememora con amor a su mamá (guía y respaldo).“A mi madre siempre le chocaron mis libros. En la casa siempre me decía: tus pendejadas de papeles, tus periódicos, tus discos y tus cochinadas tíramelos a la basura o los voy a tirar yo.
“Pero fue mi salvavidas, mi punto de quiebre para que no me ahogara en los momentos que vivimos en la infancia”.
“Yo creo que mi mamá siempre se sintió muy orgullosa de mi. Yo me sentí muy acompañado con ella a pesar de esos comentarios ácidos pero dentro de ellos iba incluido un gran amor que sentía por mi”.
Entre la brisa, el petricor y debajo ya de un cielo azul marino, Carlos Campos, maestro en Literatura Contemporánea, confiesa que va en contra de su naturaleza ser políticamente correcto. Por eso, “bebe” de la literatura latinoamericana pues rechaza “toda forma de poder; de coerción; toda forma de violencia no justificada”.
“Detesto toda forma de traición y deslealtad. Detesto toda hipocresía que se jacte de algo que no es. Más cuando lo combinas con el poder. La literatura latinoamericana es la ironización, la ridiculización, la destrucción de las imágenes; de los tótems autoritarios con los que hemos crecido”.
En consonancia, leal a sí mismo y a su perpetua valoración de la literatura, ignora controversias y advierte que en la cosmogonia literaria se levanta un Dios, un Dios artista cuyo nombre de nacimiento es Robert Allen Zimmerman; el cantautor estadounidense universalmente conocido como Bob Dylan.
“Mi estilo se identifica con Bolaño, José Agustín y Gustavo Sainz porque en ellos he encontrado lo que encuentro en Bob Dylan, esta real visceralidad irónica para escribir así. Esta furia que se desborda a partir de figuras irónicas y de narrar las cosas como son. Me gusta eso, pero sin desperdiciar la oportunidad de destacar lo poético entre la mierda”.
En la voz de Carlos Campos no hay miedo. No hay sismos. En su análisis no hay fracturas ni erosiones. Se muestra tal cual es, un escritor y un lector en cuya infancia —envuelta en violencia— tomó la decisión de cultivarse y renacer en narrador, periodista, maestro, estudiante y músico. El tono de su voz no se erosiona cuanto más sólidos se convierten sus principios.
La técnica al servicio del arte y no al revés
Para Carlos Campos el valor tangible del arte está en la sublimación. En su relato “Ya llegaron las muchachas” germina poesía en un campo minado por la desgracia: las mujeres asesinadas por ser mujeres.
“Incluso en esos aspectos totalmente horripilantes, dignos del mayor de los sentimientos aborrecibles, incluso ahí hay poesía. Ahí queda la poesía en su parte de sublimación y de experiencia estética.
Francisco de Paula Nieto, maestro de semiótica y poesía, dio a Carlos una enseñanza inolvidable: lo llevó a deshacer la imagen del joven creador. Le mostró que toda escritura es perfectible, que siempre faltará más por aprender, mucho más por leer y algo más por descubrir. Le aleccionó sobre que un escritor no es aquel que relata y publica; aquel que busca ser premiado y escribir más de lo que lee.
“En la literatura no hay límites salvo los que la propia literatura impone en términos creativos, técnicos, narrativos y temáticos. Ahí ya entramos en un problema. Porque sí, la literatura es un acto subjetivo de sublimación pero el arte tiene reglas. Yo soy de los que cree que el arte tiene reglas, No puedes escupir cualquier verso y creer que ya es poesía. En absoluto no”.
Consciente de ello, Carlos Campos navega dichoso los mares revueltos de la literatura. Menciona que no es un escritor, sino un intento de escritor. Todo lo que crea lo destruye y lo vuelve a crear.
Es como el mito de Eurídice, indica, tuvo Orfeo que dejar ir a la mujer amada para crear sus más grandes y hermosas melodías.
Y es ahí, en la remota oscuridad, en las faldas del esperpento, donde la más auténtica belleza ha de florecer. Donde Carlos Campos goza de sublimar reivindicativas rosas negras.
“Yo dibujaba rosas negras, flores negras y colocaba pequeñas oraciones debajo de las rosas. Eso fue crear un universo paralelo a la realidad que yo vivía a través de la ficción”.
“Escribir es un acto de autodisciplina o autoflagelación. Si no escribo todos los días es como si no fuera a terapia con todas las consecuencias nefastas que pueda representar. Pero además no pierdo la capacidad de asombro y de diversión como la tenía de niño”.