¿Serán equiparables los corridos que narraban las acciones de personajes como Emiliano Zapata, Pancho Villa o de los bandoleros denominados los dos amigos de Mapimí, con las acciones de narcotraficantes y delincuentes actuales?
Mi respuesta es que si, con algunas salvedades.
En ambos casos, los corridos intentan narrar las historias y sucedidos de estos personajes que se encuentran en el imaginario colectivo.
Así ha sido siempre, desde que se inventó el corrido mexicano, en 1811, hace más de 200 años. Y así nacen, compuestos y cantados por personeros populares con la intención de reflejar su visión del acontecer cotidiano.
Son una interpretación de la realidad social, una manifestación artística e incluso, si se quiere, hasta un intento comercial de explotar parte de la realidad que vive el país.
Historias similares
La historia reconoce que las narrativas del siglo pasado, derivadas de la gesta revolucionara de 1910 se referían a verdaderos delincuentes (el ojo de vidrio, Benito Canales, Lucio Vázquez, Benjamín Argumedo), a personajes históricos (Emiliano Zapata, Pancho Villa, Benito Juárez) o a los maltratos y abusos que vivían las mujeres (La Martina, Rosita Alvírez, Laurita Garza, Camelia la Texana)
Hoy los protagonistas de los corridos son verdaderos delincuentes (igual que en el pasado) y también mantienen la expresión del abuso y del trato como objetos sexuales de las mujeres (sobre todo en el subgénero denominado “corridos tumbados”).
Poco ha cambiado más allá de los nombres de los protagonistas de las historias cantadas: siguen siendo contadas por cantores populares, siguen narrando las peripecias de bandoleros y delincuentes y, por supuesto, mantienen el ingrediente de violencia, las armas y ahora -además- el de las drogas.
En el siglo pasado y en el actual, los corridos así descritos son la consecuencia de la realidad que vivía y vive nuestra nación y no a la inversa. La violencia en el país ha generado estas expresiones musicales.
En la época revolucionaria México enfrentaba una guerra civil; un conflicto por el poder que rebasó la capacidad del Estado encargado de mantener la paz, de proteger a sus ciudadanos y deusar la fuerza pública contra los bandoleros.
Lo mismo ha estado sucediendo en el territorio mexicano desde hace por lo menos 20 años. Vivimos una guerra civil no declarada, no oficializada pero sí existente.
En este periodo de tiempo se ha incrementado la presencia de la delincuencia organizada; aumentó la incidencia de delitos de alto impacto, los homicidios y las acciones violentas se elevaron en prácticamente todas las entidades y son cada vez más frecuentes los ataques contra elementos militares, de la Guardia Nacional y de diversos cuerpos policiales.
Y al igual que en el siglo pasado, el Estado ha sido rebasado notoriamente. No ha tenido la capacidad de sobreponerse, de utilizar los recursos a su alcance y de frenar la delincuencia.
Esta realidad que millones de mexicanas y mexicanos viven cotidianamente, es reflejada en los corridos. No podíamos esperar que esto no sucediera, que la gente en general ignorara esta condición que vive el país, que figiera que nada pasa y que volteara la cara hacia otro lado..
Los caminos
La “narcocultura” en la nación no podrá contrarrestarse con la prohibición de los “narcocorridos”. Lo único que se provocará es que circulen y se escuchen más pero ahora en el clandestinaje, “a escondidas” y se incremente el gusto por ellos.
En lugar de perseguirlos y proscribirlos mejor sería plantearse un plan que reduzca la violencia, que minimice la presencia de la delincuencia y que paulatinamente el país recobre la paz y la tranquilidad.
En ese plan se deberá incluir un sistema educativo que forme a las infancias y adolescencias la cultura de la paz y la convivencia pacífica.
No hay otro camino: O el Estado asume su responsabilidad para garantizar la paz y se enfoca en cambiar la realidad violenta o ésta se incrementará a pesar de que se veten estos corridos.
Juan José Arreola de Dios
Periodista / Comunicación Política
Twitter (X): @juanjosearreola
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