Cosas de largo aliento – Víctor Roura

1

El título del programa televisivo, en efecto, es bueno: De Largo Aliento, tal como se llamó mi periódico cultural durante 2014, el mismo que, por confiar en quien no debí haber confiado, me  endeudó con medio millón de pesos que fui pagando de a poco luego, ¡ay!, de vender cuatro mil apreciados libros de mi modesta biblioteca formada a lo largo de más de cuatro décadas, muchos de ellos primeras ediciones, varios de ellos con la firma estampada de sus autores, colección que fue pagada de modo parejo, sin importar cualidades y calidades, sin importar temas y cuidados, a cien pesos el ejemplar recibiendo un total de 400 mil pesos que de inmediato fui extendiendo a mis deudores. Y que yo recuerde, ni las gracias obtuve del solvente comprador por haber recibido tan finos ejemplares: yo debía de ser el agradecido.

2

Y no quiero pensar, por supuesto, qué hubiera sucedido de haber sido yo parte de la exquisita mafia cultural que reina, o reinaba, en este país: con premura la Secretaría de Cultura o me habría comprado mi colección bibliográfica en varios millones de pesos, tal como lo ha hecho, cómo no, con distintos escritores o funcionarios dispuesta, la Secretaría, a enriquecer su acervo intelectual o, como lo hiciera con Octavio Paz, quien no necesitaba ninguna caridad, me hubiera puesto una casa para que la habitara con prontitud para sanear mi quebranto económico. La segunda opción ni siquiera la hubiese yo atendido, sí la primera porque sabría que mis libros quedaban en buenas manos (la Universidad Autónoma del Estado de México se mostró interesada en adquirirla, pero al siguiente día se olvidó de su propia propuesta). Sin embargo, como yo solo enfrentaba el problema, yo solo debía resolverlo.

      Y lo hice con la venta, triste venta, de mis adorados libros. Me había endeudado en un año con una cifra superior a la que el periódico El Financiero me otorgó (sobre todo por un dejo de lástima, o caridad, ya que la palabra justicia no cabía en el lenguaje de su nueva directiva) por haberme entregado a ese proyecto periodístico exactamente un cuarto de siglo.

3

No faltaron los desaires por mi repentina deuda, aunque nadie se solidarizó por lo menos con un peso.

      Finalmente, los problemas se los crea uno y uno es el que tiene que resolverlos… si no se está asociado con mafias o grupillos intelectuales, porque el lector no está para saberlo pero a veces los poderes culturales se mueven de manera tan soberbia y puntual que si determinada persona necesita dinero de pronto lo premian con algo para ajustar sus requerimientos financieros.

      —¿Quién diablos te manda hacer una publicación cultural, Roura, sin exigir contratos millonarios en publicidad tal como lo hacen estratégicamente revistas como Nexos o Letras Libres? —me cuestionaba un compañero que recibía más dinero fuera de su empresa que dentro de ella precisamente por representarla.

4

Gajes, gajes del oficio, pensaba yo.

      De Largo Aliento duró casi un año, cortado de tajo porque su inversionista, que no era yo pero acabé siendo yo (pues tuve que saldar quincenas y costos de impresión con préstamos bancarios y personales, los cuales pagué posteriormente sin recibir un peso de publicidad ni de regalías con los voceadores, porque ese dinero iba directamente a la cuenta del inversionista, que me insultara por no haberlo hecho millonario en un año, como era su objetivo… no insultarme, sino volverse rico), decía que el dinero se le estaba acabando por mantener un periódico dirigido por un inútil como yo que no sabía hacer dinero usando mi nombre en las burocracias culturales.

      De Largo Aliento es hoy un programa televisivo conducido por Sabina Berman, el cual se transmite tanto en Canal Once como en la señal de Canal 14.

      El nombre de dicha oferta televisiva, en efecto, sugiere más de lo que dice.

      Y ni quien se acuerde del periódico cultural.

      Tal vez ni la propia conductora tenga una mínima idea de que antes de su programa ya existía un medio con ese mismo nombre.

      Vaya circularidades de la vida cultural.

5

En una ocasión, lejana ya ocasión, Fedro Carlos Guillén me propuso una columna humorística en El Financiero, cuando fungía yo como editor de Cultura, con el nombre “La O por lo redondo”, a lo que, de súbito, le dije que ya existía un título así en la atmósfera periodística: algunos días después volvimos a hablar sobre el tema recordándole que ese nombre ya lo había utilizado La China Mendoza en uno de sus apuntes, pero el buen Fedro Carlos me repitió que no había problema alguno, que no me preocupara… hasta que la propia María Luisa Mendoza me escribió para reclamarme, de manera amable, la utilización de su inventiva escritural en uno de mis columnistas, reparación compuesta con prontitud pidiéndole a Fedro Carlos Guillén que cambiara en definitiva el título de su columna, que hizo raudamente, además de ofrecerle disculpas (yo, no Guillén) públicamente en una aclaración en las páginas culturales, asunto que hubiera hecho desde el momento en que me percaté del percance, mas luego uno es confiado en ciertos puntos que, de verdad, siempre deben ser prioritarios. Y La China Mendoza (1930-2018) me dio una lección que hasta el momento me ha servido bastante en mi vida.

6

Los pormenores nominales podrían tener importancia superflua si uno así lo decidiera, pero también todo lo contrario de acuerdo a las gravitaciones del pensamiento.

      Después de todo, en el criterio se finca, o se va fincando, la personalidad de la gente.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

José Antonio Gurrea C.