Autoría de 1:07 pm #Opinión, Luis Tamayo Pérez - Ecosofía • 5 Comments

AMLO… ¿de demócrata a dictador? – Luis Tamayo Pérez

Nunca debemos olvidar los principios. Hace ya algunas décadas escribí un ensayo para una revista de L’École lacanienne de psychanalyse (Le furet 5, 1997) titulado La función enemigo. En tal ensayo proponía, después de revisar los aportes de Freud y Nietzsche, que aquel denominado como “el enemigo” tenía una importante función: hacernos mirar aquello que era para nosotros desconocido, inconcebible o difícil de aceptar. El “enemigo”, por ende, es el mejor apoyo que podemos encontrar si pretendemos pensar, en el sentido que define Heidegger. La crítica del enemigo no es sino un valiosísimo apoyo si de la búsqueda de la verdad se trata. El enemigo, simplemente, al criticarnos nos regala su experiencia.

Edgar Allan Poe sabía muy bien que el enemigo era un “otro mí mismo” (la definición aristotélica del “amigo”). En su cuento William Wilson, cuando el primer William Wilson, desesperado por el usurpador de su nombre, mata al otro William Wilson muere en el mismo movimiento.

Edgar Allan Poe

Reconocer esa valiosa función del enemigo —el ser portador de verdades que nos cuesta aprender o aceptar— es un principio que los aquejados de paranoia son incapaces de comprender.

La paranoia es esa enfermedad que los dictadores, en su fanatismo, sufren y los hace dividir el mundo en dos polos estancos: nobles vs. plebeyos, proletarios vs. burgueses, hombres vs. mujeres, chairos vs. fifís, pueblo bueno vs. aspiracionistas, en resumen, buenos vs. malos, donde el dictador siempre piensa que está del lado de los buenos. El dictador es absolutamente resistente a la crítica que su enemigo le regala.

No hay paranoia sin división del mundo en polos enfrentados. Tampoco hay dictadura sin paranoia. Toda dictadura implica un empobrecimiento del mundo, pues la gran cantidad de matices, de lecturas de la realidad, se pierden en el mundo dicotómico del dictador. Su narcisismo le impide reconocer los elementos de verdad que portan las tesis de sus “enemigos”.

En todas las guerras se oponen dictadores que, a causa de su limitada visión, sólo terminan destruyendo a sus pueblos. Contamos con innumerables ejemplos de ello en toda la historia humana: de Stalin a Idi Amin, de Gadafi a Jomeini.

(De izquierda a derecha) Stalin, Idi Amin, Muamar el Gadafi y Ruhollah Jomeini

Quizás el ejemplo más claro lo representa Pol Pot, el dictador camboyano que, en los años setenta del siglo pasado y al mando de los jemeres rojos, intentó replicar, y con mayor rigurosidad, el fallido experimento de Mao (tanto su “Gran salto adelante” como su “Revolución cultural”, que ocasionaron más de 50 millones de muertos entre fallecidos por hambre y perseguidos políticos). Pol Pot intentó dar un ejemplo de ingeniería social y ello le valió ser considerado como, quizás, el mayor genocida de la historia moderna. No por la cantidad, pero sí por el porcentaje, pues su gobierno aniquiló a una cuarta parte de su población.

En una Camboya que apenas salía del atraso después de casi un siglo de colonización francesa y de varios años de sufrir los ataques del ejército estadounidense que peleaba contra su vecino Vietnam —pues los vietnamitas utilizaban su territorio para esconderse y movilizarse—, los jemeres rojos de Pol Pot se hicieron del poder derrocando a la monarquía precedente. Acto seguido se dedicaron, siguiendo el modelo maoísta, a destruir todo aquello que sonaba a tradición y cultura: acabaron con templos budistas, escuelas y lo que recordase las tradiciones ancestrales o a los invasores extranjeros. Si alguien mostraba algún tipo de cultura, hablaba algún idioma diferente, manifestaba un conocimiento científico o incluso si simplemente usaba lentes, era por ello torturado y asesinado. Incluso los médicos, ingenieros y profesores fueron exterminados.

Pol Pot estaba empeñado en convertir a Camboya en una nación agrícola y autosuficiente, por lo que obligó, con el engaño de que sería bombardeada por los EE. UU., a que fuese abandonada, en apenas tres semanas, la capital Nom Pen, una ciudad de tres millones de habitantes. El campo, en consecuencia, debió recibir a una gran masa de capitalinos que ya habían olvidado el cultivo de la tierra y a los que tuvieron que mantener en campos de concentración improvisados, donde asesinaron, bajo el cargo de conspiradores contra el régimen, a millones de ellos.

Pol Pot, dictador camboyano

Al final, Pol Pot llegó, paranoicamente, a asesinar incluso a sus más allegados, aduciendo que eran espías de sus enemigos —USA o los vietnamitas—. Esa misma locura la encontramos en Putin y Zelenski, los cuales se enfrentan en una guerra fratricida que pone al mundo en vilo y en la cual el presidente ucraniano —que como presidente no podemos sino decir que es un buen comediante— muestra su inexperiencia. Su incapacidad geopolítica la pagarán muy cara sus conciudadanos. Mientras que el dictador ruso se apropia de su territorio a la par que amenaza al mundo entero.

Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania

En México también nos brinda enseñanzas la experiencia de Camboya. AMLO posee un modelo de pensamiento similar al de Pol Pot: ha dividido a los mexicanos en clases opuestas, lo cual sólo genera odios; piensa que sólo su visión del mundo es la correcta, se brinca las leyes a la primera oportunidad, valora más la lealtad que la inteligencia y no sólo no escucha, sino que no deja de perseguir a sus “enemigos” (sean políticos, empresarios, intelectuales o periodistas).

AMLO presume haber dejado atrás una corrupción promovida desde el inicio de su mandato por sus más allegados y que los ciudadanos críticos no dejan de notar. En el México actual la venganza política no sólo prevalece, sino que ¡es promovida desde el ejecutivo! AMLO es todavía un demócrata, ciertamente, pero no olvidemos que Aristóteles nos enseñó que la Democracia (el gobierno del pueblo) era la versión degradada de la República (como la Tiranía era la versión degradada de la Monarquía). Una democracia es catastrófica, indica el estagirita, pues el gobernante sólo escucha las demandas del pueblo llano, al cual no tarda en sustituir con su propia visión de mundo, convirtiéndose, ipso facto, en un dictador. Y como dictador —tirano— es capaz de realizar las peores atrocidades.

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México

Un gobernante verdaderamente republicano —no demócrata— no actúa sólo para el pueblo llano, sino para todos los estratos sociales. Un republicano posee la inteligencia para escuchar todas las voces, incluidas las de sus críticos —y sobre todo las de ellos— pues son los que pueden permitirle acceder a los aspectos que su limitada inteligencia —como lo es la de todos—, no alcanza fácilmente.

Un gobernante republicano sabe que, al realizar sus críticas, el enemigo le regala su experiencia del mundo y eso es muy valioso. Construir una verdadera república, lo reitero, pasa por un gobierno que sea capaz de escuchar las voces de todos los ciudadanos; sólo de esa manera queda atrás el riesgo de la dictadura. En una república el gobernante entiende el sentido de las críticas y puede construir los consensos que la nación requiere.

¿Será AMLO capaz de superar su narcisismo o terminará convirtiéndose en un dictador que acabará con la nación mexicana?

La historia lo dirá.

Cuernavaca, Morelos, 4 de marzo de 2022.

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Last modified: 6 marzo, 2022
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