CRÓNICA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
“¿Cuánto es?”, pregunta Susana al chofer de la unidad de transporte público que toma, luego de muchos años de no abordar un camión, ni conocer bien las distintas rutas, sólo para comprobar lo que la mayoría dice: el transporte queretano tiene deficiencias severas.
Un accidente de tránsito dejó a la mujer sin su vehículo. En otras ocasiones, cuando no disponía de su automóvil, recurría a los taxis o a las plataformas como Uber o Didi, pero eran viajes eventuales. Ahora, prefiere un camión porque si estará mucho tiempo sin su coche, el sueldo no alcanzará para los traslados que debe hacer.
Luego de dejar su auto en la agencia donde estará al menos 15 días hábiles, Susana no sabe para dónde caminar. No conoce la zona del parque industrial Benito Juárez y no sabe cómo dirigirse al centro.
Observa que pasan algunos camiones, y decide caminar en esa dirección. Llega a 5 de Febrero, muy cerca de la intersección con Bernardo Quintana. Observa que la parada del transporte público se encuentra a unos metros de la calle por donde caminó.
Ahí, la gente entra a la parada tipo Dubai que se instalaron en administraciones municipales pasadas. Espera ver en las pantallas instaladas en el interior una lista de las rutas que pasan por la zona, con sus lugares de destino, pero no es así.
Las pantallas están en blanco, sin ninguna información sobre las rutas. En una de las pantallas sólo se lee un “Anúnciese aquí”.
Susana revisa el celular y observa a lo lejos a los camiones que se acercan. La gente dentro de la parada Dubai no se mueve. Unos también fijan la vista en sus teléfonos, otros aprovechan para almorzar algo o simplemente descansan y se protegen del sol y el calor. “Para amolarla es muy temprano y ya hace calor”.
“Alameda”, “IMSS”, “Zaragoza”, dicen algunas de las unidades del transporte público, pero no sabe cuál abordar. No conoce las rutas. Debe llegar pronto a la zona centro de la ciudad para su primer trabajo, luego al segundo en la zona sur y pasar por su hijo a la escuela.
Susana se acerca a un camión que se detiene. Le pregunta al chofer de frente sudorosa si se va por Zaragoza. El operador masculla un “sí”, mientras pone la primera velocidad al camión. La mujer pega un brinco al primer escalón, antes de que el chofer arranque.
Pregunta cuánto es del pasaje. Obtiene un “11 pesos” mascullado nuevamente por el chofer. Saca unas monedas y se las extiende al conductor, que las coloca en la marimba.
Susana busca un lugar donde tenga algo de distancia con los demás pasajeros. Deja un asiento libre entre ella y otro pasajero, pero frente a ella va otro hombre que recibe una llamada telefónica y se quita el cubrebocas. Susana percibe un olor a ajo inmediatamente.
El camión avanza rechinando sobre la lateral de 5 de Febrero, mientras la frente de Susana también se empapa en sudor. Va muy tarde, siente que nada más llegará a disculparse al primer trabajo, pero ya no la dejarán entrar. Aunque las ventanas van abiertas, son insuficientes para ventilar la unidad.
En menos de 30 minutos el camión llega a la Alameda. Susana baja rápidamente después de un joven con una mochila negra que tose cuando va descendiendo. Aunque el viaje no fue largo, fue incómodo, pues dentro de la unidad algunos pasajeros ya no respetan las medidas sanitarias por la Covid 19, aunque en el camión haya carteles que indican que es obligatorio el uso del cubrebocas.
CONOCE MÁS:
Susana camina rumbo al centro, a su primer trabajo. Apenas es el primer día sin su automóvil y va muy tarde. “Seguro me van a descontar esos minutos”. La historia se repite para trasladarse al segundo empleo. Los mismos problemas, los mismos retrasos.
Una joven le cuenta que ella viaja desde Tequisquiapan a la escuela todos los días. Al camión interurbano lo asaltan, por lo menos, una vez a la semana, a veces más. Después llega a la Terminal de Autobuses para esperar algún camión urbano que la acerque al centro para atravesarlo a pie para llegar a su primera clase a la que siempre va tarde.
Nunca antes puso esa atención en las historias de quienes viajan en el transporte público. Hay personal del Instituto Queretano del Transporte en las paradas, no para verificar que aumente la frecuencia y que pasen más unidades, sino para asegurarse de que el camión sube a toda la gente posible porque hay muchos en espera.
“Chofer espérate, todavía te caben diez”, dice en una parada una mujer con chaleco del instituto y el conductor espera a que trate de acomodar a los que se pueda. “Como empujadores profesionales del metro de Japón”, piensa Susana, que alguna vez vio videos sobre ese tipo de trabajadores. Lo que no sabe es si eso lo hacen en Querétaro desde hace mucho tiempo o es reciente con la promesa de mejorar el servicio.
En algunas zonas más alejadas hay tanta gente que algunos automovilistas esperan a que se vayan los primeros camiones y después arman una ruta. “De aquí a la Alameda, 20 pesos, los que quepan” y la gente trata de entrar en los vehículos particulares, muchos con placas del Estado de México, para intentar llegar a tiempo a sus trabajos. Por lo menos, no llegar tan tarde.
El riesgo es alto. Si tienen un accidente posiblemente el conductor no se hará cargo, tal vez ni tiene seguro, pero es más probable alcanzar a cobrar una quincena decente que soportar los descuentos en los trabajos. “A mí ya no me cree el jefe que llego tarde porque no pasan los camiones, me dice que salga más temprano, pero a toda hora van llenos, casi todas las quincenas de este año me han descontado”, le dice una compañera de trabajo a Susana.
Así, sin un transporte público eficiente, con las promesas constantes de que todo va a mejorar porque ya se le dio un ultimátum a las empresas que dan el servicio, Susana se resigna a que el tiempo que le queda sin auto va vivir entre camiones que pasan llenos, taxis amarillos y plataformas de taxi que cobran lo que quieren y los automóviles particulares que hacen servicio de transporte privado sin seguridad ni limpieza.
“El transporte siempre ha sido un asco en Querétaro”, dice otro compañero de trabajo, “pero nunca estuvo tan mal como ahora”. De regreso a casa, ya con su hijo, Susana planea cómo hacerle al día siguiente para tratar de ganarle tiempo a un transporte deficiente aunque sabe que por más temprano que salga, no hay garantías de puntualidad.